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Cinemateca, travesía por el desierto

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Ricardo Bajo

En noviembre del año pasado, centenares de personas firmaron una carta que pedía cuentas a la Cinemateca, “preocupados por el visible y creciente deterioro institucional”. Dos personas (Mauricio Souza y Sergio Calero) impulsaron la misiva. El primero había querido acceder al Archivo en el marco de una investigación. El segundo había cotizado el precio de alquiler de una sala para proyectar su película sobre Pink Floyd. Ambos se quedaron con las ganas; la plata no alcanzaba.

La carta fue respondida por los seis miembros de la máxima autoridad de la Fundación Cinemateca Boliviana, el Consejo de Fideicomisarios. En dicha respuesta, los seis (Carlos Mesa, Ximena Valdivia, Eduardo Quintanilla, Antonio Eguino, Marcos Loayza y Fernando Cajías) anunciaban la apertura de un proceso de invitación a personalidades relevantes del quehacer cultural y audiovisual de Bolivia para que se integrasen como nuevos fideicomisarios (tarea ad honorem, por si acaso).

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Han pasado ya varios meses y el consejo no ha visto incrementar ni su número ni su pluralidad. Ocurrió todo lo contrario: en febrero. Marcos Loayza anunciaba su retiro. El año pasado Mario Castro —por motivos de salud— renunció y Pedro Susz, uno de los fundadores de la Cinemateca, pidió licencia indefinida “entretanto no se proceda a una re-institucionalización seria” (Susz dixit).

La directora de la Cinemateca, Mela Márquez Saleg, fue nombrada en 2010 por un directorio que hace años no se reúne con un consejo de fideicomisarios menguante. La propia Mela y el (ahora) quinteto de fideicomisarios —dominado por Mesa y dos personas de su confianza como Valdivia y Quintanilla— admiten que el edificio de la Cinemateca necesita refacción (los baños, las condiciones de proyección), necesita más personal (el proyeccionista te vende la entrada y las pipocas, abre la sala y corre a proyectar) y más presupuesto.

Es una obviedad que la Cinemateca vivió días mejores y actualmente transita por el desierto (en lenta agonía, a pesar de los esfuerzos titánicos y en solitario de su directora). Los intentos por captar capital privado (y donaciones) han fracasado. No ayuda por supuesto la ausencia de una ley de mecenazgo (cultural y deportivo). A estas alturas, la (única) solución es un convenio de trabajo conjunto con la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia para salvaguardar/mejorar el archivo (entre otras cosas).

La sola sugerencia que la Cinemateca pase a “manos masistas” altera/enerva a partes iguales. Sobre mi cadáver, dicen unos. Antes muertos, que entregar al MAS, dicen los otros. Me recuerda este histerismo a la consigna previa a las últimas elecciones municipales en La Paz: “votaré por cualquiera antes que por un masista”. No importó que ese “cualquiera” no tuviera la capacidad. Años después, por culpa de ese “cualquiera”, llegaron inundaciones y muertes que se podían haber evitado.

Lo triste es saber que algunos fideicomisarios confiesan en petit comité que un convenio con la Fundación Cultural del BCB es la (única) salida. ¿Por qué no defienden esa creencia en público? Por temor a que los más radicales levanten el dedo para acusarlos de la peor enfermedad: (filo)masismo.

Lo paradójico es que la gran mayoría de firmantes de la carta de Souza/Calero (personas muy alejadas de cualquier simpatía masista) fueron hombres y mujeres nada sospechosos de tener empatía con el gobierno. Dice el colega Alfonso Gumucio en un reciente artículo de prensa (La casa del cine) que “si el Estado apoyara la Cinemateca sin mellar su independencia (como en México, Francia y casi todo el mundo) se podría hacer mucho más”. Y añade: “somos muchos los que vamos a defender la independencia de la Cinemateca”.

¿Y si esa “independencia” significa una muerte agónica? ¿Y si mejor deponemos las armas y miramos todos juntos por una de las instituciones más queridas por la ciudadanía? La Cinemateca fue designada por ley como «custodia» del patrimonio nacional de cine e imágenes en movimiento; por tal motivo nos debería interesar a todos y todas. Nota mental: la ley también obliga a la Fundación Cinemateca Boliviana a informar públicamente y de manera regular de su situación.

Se pueden hacer/soñar (tantas) cosas bonitas. Como que todos los y las cineastas sientan esa casa como propia. Como que los estudiantes universitarios vuelvan a pagar la mitad con su carnet. Como que no sea necesario tres personas para ver una “peli”; que vuelvan las charlas; que regrese el café del último piso, la revista, el trato amable con el público cinéfilo… ¿Se acuerdan cuando la Cinemateca era un punto de reunión social? Dejemos de usarla como arma arrojadiza. Salvar la Cinemateca es tarea de todos y todas.

PD: el que esto escribe es un asiduo de la Cinemateca y su maravilloso archivo.

(*) Ricardo Bajo vende escobas