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Saturday 8 Feb 2025 | Actualizado a 05:44 AM

México, Ecuador y la CIJ

Mas allá de lo que parezca, este tema no es estrictamente bilateral entre Ecuador y México

Héctor Arce Zaconeta

/ 17 de abril de 2024 / 11:00

En un acto sin precedentes en nuestra historia reciente, fuerzas policiales de la República del Ecuador allanaron violentamente la residencia de la Embajada de los Estados Unidos Mexicanos en la ciudad de Quito, policías fuertemente armados y encapuchados sin ninguna orden, ni facultad legal, ni aviso previo, actuando mediante la fuerza, traspasaron bardas, ingresaron al interior de la residencia mexicana y extrajeron por la fuerza y con gran brutalidad al exvicepresidente del Ecuador Jorge Glass Espinel, reduciendo y lastimando violentamente a funcionarios diplomáticos mexicanos.

Consulte: Bolivia y el lado correcto de la historia

Dicho acto no tiene precedentes en el derecho internacional de los Derechos Humanos. Nunca en la historia del derecho internacional se había cometido un atropello de esta magnitud por parte de fuerzas regulares de un gobierno constitucional que reivindicó y justificó públicamente este atropello, reconociendo que la determinación fue una decisión del presidente Daniel Noboa.

Ni bajo los gobiernos dictatoriales muy comunes en América Latina en la década de los años 70 y 80, ni en conflagraciones bélicas internacionales e incluso mundiales se había cometido jamás un atropello de esta magnitud, violentando el derecho de asilo, que es quizá una de las expresiones más importantes del avance que ha tenido el derecho internacional de los Derechos Humanos en el último siglo.

Mas allá de lo que parezca, este tema no estrictamente bilateral entre Ecuador y México, sino un tema de interés de todo el hemisferio, y lo demuestra el simple hecho de que la totalidad de los países del continente se hayan pronunciado a las horas de haber ocurrido los acontecimientos; Lo demuestra el hecho que incluso una institución fuertemente conservadora como la OEA haya aprobado por aplastante mayoría una histórica resolución de condena propuesta por Bolivia y Colombia. Y es que de normalizarse este tipo de hechos, una de las bases inamovibles y sagradas del derecho internacional, cual era la absoluta inviolabilidad de las sedes diplomáticas, simplemente desaparecería generando grave daño a lo avanzado hasta ahora por el derecho internacional. 

Empero, la gravedad del hecho no termina ahí, el atropello se habría cometido como punto final de una larga cadena de acontecimientos dentro de los cuales Ecuador habría actuado en represalia contra México, después de que, molesto por la declaraciones del presidente Andrés Manuel López Obrador, el presidente Noboa declaró persona non grata a la Embajadora de México en Ecuador, y ante la concesión de asilo diplomático por parte de México, finalmente el presidente Noboa tomó la determinación de intervenir por la fuerza una embajada. Esta situación amerita una profunda investigación, ya que de ser evidente es aún más grave porque estaríamos ante una situación de revancha anómala que no ocurrió ni en las más grandes tensiones internacionales, incluida la Guerra Fría. 

El caso ha sido presentado con gran solvencia por parte de México ante la Corte Internacional de Justicia, el más grande tribunal que ha creado la humanidad para la solución de controversias por la vía pacífica, que ahora tiene la inmensa responsabilidad de defender nada más y nada menos que el derecho internacional, lo que el autor español Antonio Truyol y Serra describió como: ”Un inmenso edificio construido sobre el respeto mutuo entre naciones soberanas y acuerdos internacionales establecidos a lo largo del tiempo”.

(*) Héctor Arce Zaconeta es embajador de Bolivia ante la OEA

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80 años de la liberación de Auschwitz

Héctor Arce Zaconeta

/ 28 de enero de 2025 / 06:00

Desde el año 2005, la Asamblea General de la Organización de Naciones Unidas designó el 27 de enero como Día Internacional de Conmemoración de las Víctimas del Holocausto, con el objetivo principal de inculcar en las generaciones futuras las enseñanzas del que fue, sin duda, el más macabro episodio de la historia de la humanidad en cuanto a violación de Derechos Humanos. En esta resolución, el mundo rechaza toda negación, ya sea parcial o total, del Holocausto como hecho histórico y condena sin reservas todas las manifestaciones de intolerancia religiosa, incitación, acoso o violencia contra personas o comunidades basadas en el origen étnico o las creencias religiosas, dondequiera que tengan lugar.

El campo de concentración de Auschwitz, liberado en enero de 1945 por las tropas soviéticas, fue el más grande y grotesco de todos los campos de exterminio y dejó su marca como uno de los lugares más tristemente célebres del Holocausto, donde más de un millón de personas fueron exterminadas en cámaras de gas, en trabajos forzados o morían cruelmente por enfermedades provocadas; la gran mayoría de ellos eran judíos alemanes, pero también había polacos, romaníes y personas de otras nacionalidades.

Durante la Segunda Guerra Mundial, aproximadamente 2,7 millones personas fueron asesinadas en los centros de exterminio y 2 millones de personas fueron asesinadas en operaciones de fusilamiento masivo y masacres relacionadas. Entre 800.000 y 1.000.000 de personas fueron asesinadas en ghettos, en campos de trabajo y en campos de concentración, y al menos 250.000 personas fueron asesinadas en otros actos de violencia fuera de los campos y los ghettos. En total, más de 6 millones de personas fueron asesinadas por el régimen nacional socialista alemán en lo que fue un genocidio de proporciones bíblicas.

El dato más cruento e inaceptable para la naturaleza humana es que de estos 6 millones de seres humanos, más de un millón eran niñas y niños, seres inocentes que junto con los adultos mayores tenían la tasa de supervivencia más baja en los campos de concentración y exterminio. Sabemos que toda forma de violencia y genocidio es rechazable y condenable, empero, la peor de todas, la que hiere la sensibilidad más íntima de los seres humanos, es la violencia y genocidio contra los niños. Los niños no vienen al mundo con una ideología ni posición política; los niños nacen a la vida con la inocencia más pura, sin entender en definitiva que es lo que ocurre y porque ocurre y en ninguna circunstancia merecen sufrir violencia y mucho menos morir.

Hoy, cuando conmemoramos 80 años del fin del Holocausto, nuestra deuda con la humanidad sigue siendo, lamentablemente, el evitar el exterminio de seres humanos y especialmente de niños. Veamos, sin ir lejos, lo que recientemente ocurrió en la Franja de Gaza donde al menos 10.000 niños perdieron la vida, según datos de Unicef. Al parecer, la humanidad, con todo su desarrollo, con todo su avance, con todo aquello que han construido el hombre y la mujer sobre la faz de la tierra, en algunos casos y en algunas regiones, sigue sin entender que la vida humana es la razón de la existencia misma del Estado, la sociedad e incluso el orden internacional. 

Lamentablemente, los discursos de odio y la maldad encaramados en el poder, que siempre han precedido a los genocidios, aún siguen existiendo en nuestros días. Ni la organización de todas las naciones del mundo en busca de la paz ni todo el avance del Derecho Internacional de los Derechos Humanos han conseguido que existan mecanismos objetivos de proteger y defender la vida de gente y niños inocentes.

Quizás la única salida sea, en definitiva, propiciar en serio la tolerancia y la comprensión entre las personas, el respeto al derecho de los demás, aprender de los grandes líderes de la humanidad que han liberado a sus pueblos en paz, destacado su gran espíritu de solidaridad y afecto al prójimo, como Mahatma Gandhi y Nelson Mandela. Pero, sobre todo, extinguir los mensajes y discursos de odio en la política tan frecuentes en nuestros días, incluso al interior de nuestro país donde todos parecen competir por ser el más duro y cruel con el adversario, donde parece ganar el que más amenaza y más odio y venganza siembra y promete, llevando siempre a nuestro pueblo a enfrentarse entre sí, lejos de la reconciliación tan necesaria para nuestro futuro y el futuro de toda la humanidad.

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Jimmy Carter

/ 30 de diciembre de 2024 / 22:00

Jimmy Carter, quien recientemente falleció a los 100 años de edad, ha dejado una huella indeleble en la política internacional y en la defensa de la democracia y los derechos humanos con su trabajo a lo largo de su vida, durante su mandato como presidente de Estados Unidos, entre 1977 y 1981, y tras dejar la Casa Blanca. Su compromiso con la paz, la defensa de los derechos y la transparencia gubernamental se ha consolidado a través del Centro Carter, un reconocido organismo internacional de fama mundial desde donde se promueve la paz y la justicia social en el mundo.

Antes de ganar la presidencia, Carter fue gobernador del estado de Georgia, lo que lo hacía un candidato relativamente desconocido para muchos estadounidenses. Sin embargo, utilizó esta condición a su favor para intentar restaurar la confianza en el gobierno tras el escándalo de Watergate, que provocó la renuncia de Richard Nixon y la guerra de Vietnam, un conflicto que polarizó a la sociedad estadounidense y generó protestas masivas. Él optó por un enfoque diferente, buscando sanar las divisiones y reconstruir la credibilidad del gobierno ante sus ciudadanos.

Su presidencia se vio confrontada por desafíos notables, la crisis de los rehenes en Irán, sumada a una economía afectada por la hiperinflación que debilitaron su imagen. Sin embargo, su legado incluye logros significativos, como los Acuerdos de Camp David, que promovieron la paz entre Israel y Egipto, la Ley de Seguridad Energética y quizá su más grande legado, los tratados denominados Torricos-Carter sobre el Canal de Panamá que devolvía al país centroamericano el control sobre el canal en su territorio, que hasta ese entonces estaba bajo dominio de Estados Unidos.

Con una visión de política Internacional contraria a las tradiciones de su país, viró su atención hacia América Latina y consolidó una relación especial con países como Bolivia, que pocos gobernantes de ese país cultivaron. “No seguiré los consejos de mis compañeros que opinan que, para el beneficio de buenas relaciones, sería mejor que no hablara en español hoy”. Con estas palabras y en español, Carter comenzó un discurso que marcó un cambio en la política exterior de Estados Unidos hacia el resto de las américas.

Su relación con Bolivia ha cobrado relevancia en momentos críticos, como durante la crisis de octubre del 2003, que desestabilizó al país y dejó 56 muertos y centenares de heridos que marcaron la renuncia de Gonzalo Sánchez de Lozada. En este contexto, el expresidente Jimmy Carter visitó el país durante el gobierno de Carlos Mesa para discutir el papel del acceso a la información en la democracia, subrayando la necesidad de aumentar la transparencia en la lucha contra la corrupción. Durante su encuentro con líderes bolivianos, enfatizó en que “una ley de acceso a la información fortalecerá el gobierno y la sociedad civil, forjará alianzas entre ellos, y ayudará a construir una nueva era de cooperación y confianza”. En palabras del propio Carter.

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Durante su visita, Carter se reunió no solo con el presidente Mesa, sino también con otros líderes políticos, incluido Evo Morales Ayma, en ese momento líder de la oposición y dio su perspectiva sobre los eventos de octubre. Morales destacó que este encuentro era una oportunidad para estrechar lazos con el pueblo estadounidense, más que con el gobierno de EEUU.

En abril del 2009, Carter visitaría nuevamente Bolivia, en esta ocasión el exmandatario y miembro del Cuerpo de Paz de Estados Unidos, reafirmó el compromiso de su país en no apoyar la división de Bolivia, en respuesta a las tensiones generadas por grupos del oriente boliviano en la denominada “media luna” que pusieron en vilo al país incluso con la organización de grupos separatistas. Durante su encuentro, Carter se comprometió a regresar en diciembre para ayudar en la cosecha de hojas de coca, luego de una invitación del entonces presidente Morales.

La relación entre Jimmy Carter y Bolivia se fortaleció aún más cuando en mayo del 2013, los expresidentes Evo Morales y Eduardo Rodríguez Veltzé visitaron Plains, Georgia, para reunirse con Carter, su esposa Rosalynn y el personal del Centro Carter. La reunión se centró en el marco de la demanda que presentó Bolivia ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya, reclamando una salida soberana al Pacífico. El acceso marítimo de Bolivia al océano Pacífico es un objetivo que Carter ha apoyado desde su administración y posteriormente, sobre la base del antecedente del manejo jurídico del tema del Canal de Panamá.

Su enfoque en el diálogo, la educación y la participación ciudadana continúa inspirando a líderes y activistas en todo el mundo, reafirmando su legado como defensor de los valores democráticos los derechos humanos y un modelo de liderazgo ético. En 2002, ese compromiso con la paz fue reconocido con el Premio Nobel.

Hoy, que Jimmy Carter ha partido después de una vida centenaria digna de grandes reconocimientos, es justo valorar su legado y sus enseñanzas para construir un mundo mejor.

Héctor Arce Zaconeta es embajador de Bolivia ante la OEA.

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Los retos de la democracia, 42 años después

La democracia es uno de los mayores logros políticos, pero sus crisis recurrentes ponen en riesgo su esencia, vaciándola de contenido.

/ 12 de octubre de 2024 / 21:39

La democracia, concebida como el sistema de gobierno que institucionaliza la participación del pueblo en el ejercicio del poder público a través de la intercomunicación y el diálogo permanente entre gobernantes y gobernados, dentro de una justa estructura de distribución y redistribución económica, en palabras de Pablo Lucas Verdú, es quizá el mejor invento de la humanidad en materia política. Como diría Karl Loewenstein, es solo comparable con la invención de la imprenta o la máquina a vapor en otras ciencias. Sin embargo, como cualquier obra humana, también está llena de falencias y constantemente se encuentra en crisis. En algunos casos, estas crisis son tan grandes y graves que finalmente dejan solo las formas de democracia, vaciándolas de su contenido real y efectivo.

Bolivia es un país marcado por la inestabilidad política, que a lo largo de su historia ha sufrido 36 golpes de estado que han interrumpido violentamente su democracia, la mayoría de las veces con la pérdida de vidas humanas. El último periodo de dictaduras militares se dio entre 1964 y 1982, totalizando 18 años de interrupción democrática, con algunos oasis democráticos. Estas dictaduras fueron alentadas por intereses transnacionales y políticos mundiales, y se desarrollaron de manera simultánea en casi todos los países de la región.

Democracia

El 10 de octubre de 1982 es un día que quedó grabado en la historia nacional, ya que, después de varias vicisitudes, finalmente se instaló el Congreso elegido en 1980 y se eligió presidente a Hernán Siles Suazo, quien había llegado del exilio apenas dos días antes, en medio de la algarabía popular por el retorno de la democracia. Sin embargo, este sería solo el inicio de un largo camino, muchas veces marcado por el infortunio y la desazón del pueblo, que al pasar de los años no encontró en la democracia aquello que esperaba y buscaba, y por lo que había derramado lágrimas y sangre durante casi dos décadas. Las crisis económicas, la repartija del poder público entre mega coaliciones, el abuso de poder y la corrupción marcaron un largo y tedioso periodo neoliberal, que finalmente terminó el 18 de diciembre de 2005, cuando los indígenas llegaron al poder para construir un nuevo modelo de Estado y sociedad mediante un inédito proceso constituyente, que en definitiva cambió el destino de la nación.

Sin embargo, después de casi 20 años, es imposible negar que hay tareas pendientes para conservar y reconducir nuestra democracia, que fue abruptamente interrumpida en noviembre de 2019, con terribles consecuencias para muchos de nosotros, y que solamente gracias a la voluntad de nuestro pueblo pudo ser recuperada. En homenaje a este mismo pueblo, reflexionamos sobre tres puntos para mejorar nuestra cualidad democrática.

1.         Más diálogo y menos confrontación

Vivir en democracia no significa concentrar el poder en las mayorías; más bien, significa la tolerancia y la complementación con las minorías. Esto se logra a través del diálogo entre oficialismo y oposición, algo común en los sistemas parlamentarios e incluso en los sistemas presidencialistas avanzados. Concebir que en la política no hay enemigos, sino solo adversarios con quienes uno puede reunirse, conversar y llegar a consensos en bien del país, aun en los temas más difíciles, es una práctica saludable para mejorar la calidad de la democracia.

Qué excelente sería crear mecanismos parlamentarios o partidarios para dialogar y entendernos entre bolivianos, algo que funcionó muy bien en el pasado y que hoy en día no solo lo pide nuestro pueblo, sino que organismos internacionales, como la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, nos recomiendan expresamente al identificar la cohesión social como el mayor desafío de la democracia en Bolivia.

2.         Estado de derecho y reforma judicial

Entendiendo el Estado de Derecho como el sometimiento de gobernantes y gobernados al imperio de la Constitución y la ley, en un marco de absoluta igualdad, resulta fundamental que este principio se aplique sin exclusión alguna. Ciudadanos y políticos deben ceñir sus actos bajo el paraguas de la legalidad y ser igualmente responsables ante la ley por sus actos, sin ninguna excusa. Son los políticos quienes deben dar el mayor ejemplo de apego y cumplimiento de la ley.

Esta situación se complementa con un sistema judicial verdaderamente independiente e imparcial, que quizá es la gran tarea pendiente en toda nuestra vida republicana e institucional. Un sistema de justicia que vea a todos por igual y no incline la balanza para beneficiar o perjudicar a nadie, junto con una cultura de respeto y prevalencia de los derechos humanos, el debido proceso y el respeto a la libertad, es quizá la piedra angular de una democracia robusta y efectiva.

3.         Meritocracia, transparencia y democracia

La administración del Estado en todos sus niveles y ámbitos es una labor compleja, y su ejercicio debe estar reservado a personas que conozcan técnica y científicamente sus labores. Veinte años después de iniciado el proceso de cambio, cuando los hijos de nuestros hermanos indígenas ya han podido formarse y destacarse en universidades y centros de especialización, es digno que asuman responsabilidades por su conocimiento, junto a los mejores profesionales de nuestra nacionalidad. La meritocracia como forma de acceder a la función pública puede ser la aliada perfecta de la institucionalidad y la democracia.

Finalmente, ¿quién puede dudar de que la transparencia en la gestión pública es la mayor clave del éxito de la democracia como sistema de gobierno? La transparencia, entendida no solo como la muestra constante de procedimientos y resultados, sino también como la adopción de conductas implacables por parte de las autoridades, incluso en relación a su vida personal y familiar, es muchas veces necesaria para generar confianza entre el pueblo y su gobierno, y así mejorar y ampliar la democracia.

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Eduardo Pérez Iribarne y la paz

Héctor Arce Zaconeta

/ 4 de septiembre de 2024 / 08:49

Si algo lo identificó al Padre Eduardo Pérez Iribarne fue siempre su amor por las ciudades de La Paz y El Alto, como él siempre decía, “Yo soy como el Illimani, jamás me muevo de este lugar” y con esa devoción siempre decía que lo más lejos que llegaba era a El Alto. Pero no es solamente por su amor a nuestras ciudades que debemos recordarlo, sino por ser una persona profundamente comprometida con la búsqueda de la paz en nuestra sociedad, una sociedad profundamente enfrentada que necesita a gritos mayor cohesión y armonía social interna como lo ha observado recientemente la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Desde las luchas por la recuperación de la Democracia en Bolivia, cuando Radio Fides fue tomada y destruida por paramilitares, Eduardo Pérez compartió siempre la visión social de Luis Espinal Camps, otro gran exponente jesuita de la Iglesia Católica en Bolivia, asesinado en los prolegómenos de uno de los golpes de Estado más cruentos y sangrientos que hayamos vivido. Más allá de su profunda vocación de servicio social y su profunda humanidad que lo llevó durante años a organizar exitosamente la campaña “por la sonrisa de un niño”, las iniciativas médicas extraordinarias  en La Paz y El Alto, las carreras de ciclismo a Copacabana y las grandes campañas de apoyo social llevadas adelante desde Radio Fides primero y Fides Televisión después, él tenía un rol político importante ya que como destacado comunicador con una lucidez pocas veces vista supo relacionarse a través de sus entrevistas y programas con los políticos más influyentes de varias etapas históricas de nuestra vida nacional reciente.

Con una incesante búsqueda de diálogo y reconciliación entre bolivianos, lo cual lo llevaba a una vehemente franqueza y valiente sinceridad, muchas veces se enfrentó duramente con los políticos, llegando alguno de ellos a negarle incluso su condición de Padre de la Iglesia Católica. En diferentes momentos importantes y de definición política su voz siempre fue escuchada y respetada. Cuánta falta nos hace ahora esa visión y ese poder de convocatoria por el diálogo que Eduardo tenía. Sin duda su visión de nuestra sociedad en sentido de tender siempre a la crisis y al enfrentamiento social que muchas veces nos ha llevado al borde de un abismo de tragedia, sin caer necesariamente en él, pero asumiendo todos sus daños colaterales. Hoy que comprobamos como una triste verdad la belicosidad en nuestro tejido social, que incluso como dijimos ha sido identificado por organismos internacionales que nos están advirtiendo de mayor conflictividad innecesaria en el futuro.

En lo personal, mi amistad con el Padre Pérez Iribarne fue trascendental para entender y ayudar a entender muchas características de la realidad política boliviana, su sinceridad para reconocer lo que estaba bien y apoyarlo y su honestidad para decirme las cosas que estaban mal y señalar las posibles soluciones fueron siempre una guía directa para mí y quien sabe indirecta para muchos de nuestros compañeros con quienes compartíamos el trabajo por la construcción de una Nación mejor para nuestros hijos, todos juntos con compañerismo y amistad sentados alrededor de una sola mesa de trabajo, una realidad muy distinta a la que se vive hoy en la cual nos encontramos enfrentados y desunidos como capaz nunca lo imaginamos podría pasar.

Empero, quizá por haber sido formado en el colegio San Calixto dentro de la Compañía de Jesús, lo que más me identificaba con Eduardo era el compartir nuestra fe católica. Crítico hacia los problemas de la Iglesia, ejercía las sabias enseñanzas ignacianas de honestidad, amor al prójimo y servicio a los demás. Recuerdo que siempre me felicitaba por jurar haciendo la señal de la cruz y nunca olvidaré que muchas entrevistas acabaron con una oración en la que él siempre se refería a nuestro Padre Celestial como “El Señor nuestro Dios”.

Quizá en estos momentos de nuestra vida nacional, la mejor manera de honrar su memoria, de despojarnos de los intereses parciales, mezquinos y sectarios y como bolivianos, más allá de nuestras diferencias, es unirnos todos ante la adversidad.

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65 años de la CIDH

La Quinta Reunión Americana de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA, reunida en 1959 en Santiago de Chile, decidió crear la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

El embajador ante la ONU, Héctor Arce Zaconeta.

Por Héctor Arce Zaconeta

/ 14 de julio de 2024 / 06:45

Dibujo Libre

Los Estados Americanos se organizaron en 1948, en la IX Conferencia Americana de Bogotá Colombia y desde su creación, pese a los desatinos políticos de la Organización de los Estados Americanos, han adoptado una serie de instrumentos internacionales que se han convertido en la base normativa de un sistema regional de promoción y protección de los Derechos Humanos, al reconocer estos derechos, establecer obligaciones tendientes a su promoción y protección, y crear órganos destinados a velar por su observancia. Este sistema se inicióì formalmente con la aprobación de la Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre en dicha conferencia que proclama los «derechos fundamentales de la persona humana» como uno de los principios fundamentales de las sociedades americanas.

La Declaración Americana es el primer instrumento internacional de Derechos Humanos de carácter general. Aproximadamente ocho meses después de su adopción, recién la Organización de las Naciones Unidas aprobó la Declaración Universal de Derechos Humanos. La Declaración Americana establece que «los derechos esenciales del hombre no nacen del hecho de ser nacional de un determinado Estado sino que tienen como fundamento los atributos de la persona humana», situación recogida por la declaración universal. Por lo tanto, los Estados reconocen que cuando el Estado legisla en esta materia, no crea o concede derechos sino que reconoce derechos que existen independientemente de la formación del Estado.

La Quinta Reunión Americana de Consulta de Ministros de Relaciones Exteriores de la OEA, reunida en 1959 en Santiago de Chile decidió crear una Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) que se compondría de siete miembros, elegidos a título personal de nóminas presentadas por los gobiernos, encargada de promover el respeto de tales derechos. En 1961 la CIDH comenzó a realizar visitas a varios países para observar in situ la situación de Derechos Humanos. La comisión había nacido, aun desprovista de instrumentos normativos que le darán en el paso de los años y las décadas siguientes, su destino que ahora celebra 65 años, destino indiscutiblemente marcado por muchos aciertos, lo que la hace quizá la única “Joya de la Corona” del Sistema Interamericano de Integración.

Diez años después en noviembre de 1969, se adoptó la Convención Americana sobre Derechos Humanos (Pacto de San José de Costa Rica), que entraría en vigencia otros casi diez años después, en julio de 1978. A ella le seguirían más de una decena de instrumentos internacionales de protección especifica de Derechos Humanos que se convierten en el bloque internacional más importante y completo del mundo en materia de Derechos Humanos.

En su primera parte, la Convención Americana establece los deberes de los Estados y los derechos protegidos por dicho tratado. En su segunda parte, establece los medios de protección: la CIDH y la Corte IDH, a los que declara órganos competentes «para conocer de los asuntos relacionados con el cumplimiento de los compromisos contraídos por los Estados partes de la Convención».

Bolivia, país fundador de la Organización de los Estados Americanos desde 1948, ratifico la Convención Americana sobre Derechos Humanos en 1993, durante el Gobierno de Jaime Paz Zamora, pero la presencia boliviana no va tener relevancia durante el periodo neo liberal. Es recién a partir del histórico Proceso de Cambio que vivió Bolivia que nuestro peso y nuestra presencia va ser gravitante. Después de varios acercamientos la CIDH por primera vez va sesionar en Bolivia en febrero de 2019 y cuando se dio el quiebre constitucional en noviembre de ese año, la presencia del Secretario Ejecutivo Paolo Abrao en el país los días posteriores al golpe, fue decisiva para atenuar en algo la ola violaciones a los Derechos Humanos que dicho evento trajo al país.

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El trabajo del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes GIEI BOLIVIA, llevado adelante ni bien se recuperó la democracia en noviembre de 2020, fue determinante para la busca de la memoria, la verdad y la justicia. La CIDH, realizó su primera visita in situ después de la pandemia justamente a Bolivia en marzo de 2023, fue la única entidad internacional en decidirse a acompañar el accidentado proceso electoral judicial en el país y finalmente por un expreso comunicado de prensa publicado el miércoles 3 de julio, nuevamente se puso a la vanguardia de la democracia en Bolivia al condenar el golpe de estado fallido del 26 de junio.

Quizá sea bueno saludar estos 65 años de vida de la Comisión Interamericana en Bolivia, escuchando el llamado a mayor dialogo y cohesión social en el país que hizo la CIDH en su informe que será presentado oficialmente en agosto próximo. Quizá los bolivianos debamos enfrentarnos menos y entendernos más como hermanos, dentro de una cultura de respeto a los Derechos Humanos.

(*)Héctor Arce Zaconeta es embajador de Bolivia ante la OEA

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