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Wednesday 5 Jun 2024 | Actualizado a 17:48 PM

Patricia Janiot se confiesa con La Razón

‘Miedo sí tuve, lo que no tengo es vergüenza de enfrentarme’

Por La Razón

/ 28 de agosto de 2011 / 05:00

— ¿Qué significa ser Patricia Janiot de CNN?

— Se siente una responsabilidad muy grande, porque nuestro trabajo es muy visible y tiene repercusión en todo un continente. A veces nos toca ser portadores de malas noticias que tienen que ver con la reputación de funcionarios públicos. Nos tomamos muy en serio este trabajo y espero que estemos contribuyendo a la democratización de la información en la región, a que los políticos recobren las virtudes de la buena política y a fiscalizar un poco la labor de los funcionarios públicos.

— ¿Qué sintió cuando la aceptaron en CNN después de un incesante casting?

— (Sonríe) Yo diría que fue un proceso muy largo, de mucha espera, pues había muchas aspirantes. Yo también decía que era como comparar el proceso con un certamen de belleza, fue una angustia que se prolongó por bastante tiempo.

— ¿Siempre estuvo convencida de que lo iba lograr?

— Fue un sueño hecho realidad. Uno de mis mayores objetivos en la vida era entrar a un canal de televisión que sea visto en mi país; para ese momento, yo ya había salido de Colombia hacía dos años. Para un periodista, es llegar a las grandes ligas.

— Usted es la prueba de que las bonitas no son tontas, ¿su belleza le ayudó a abrirse puertas en la comunicación? ¿No quiso aprovechar el título de exreina de belleza en Colombia?

— Nunca me fié de mi imagen para alcanzar mi objetivo en mi profesión. Al contrario, eso fue para mí un desafío para demostrar que yo estaba donde estaba porque era una buena periodista y tuve que trabajar mucho más duro para ganarme la credibilidad y que la gente me creyera. Incluso, al principio me arreglaba mal para que la gente no me viera como una exreina de belleza, sino como una periodista. Para eso me había preparado, para eso había estudiado, me había concentrado en esa meta. Finalmente lo logré y se dieron las cosas como yo no las había planeado, se dieron muy fáciles.

— ¿Siempre quiso ser periodista o fue una casualidad?

— Durante el reinado tuve la oportunidad  de trabajar en televisión porque me desempeñaba bien frente al micrófono y yo dije: «Pues bien, si este va a ser mi rumbo y destino, voy a prepararme». En aquella época, en mi país se necesitaba una licencia de locución para trabajar en televisión, lo que me obligó a tomarlo. El curso era como una mini carrera de periodismo y descubrí un mundo de posibilidades para mí, que si me iba bien me inscribiría en la facultad de periodismo y me metería de lleno en esta materia y no me arrepiento para nada, es más, creo que fue una de mis mejores decisiones.

— ¿Es cierto que una blusa le permitió entrevistar a Fidel Castro?

— No sé si fue gracias a la blusa, que era de un color muy vivo, yo me movía en el salón de prensa donde él estaba dando su conferencia, y me movía de esquina a esquina para llamar su atención, fue algo así como un plan estratégico. Al final de la rueda de prensa, cuando yo me le acerqué, me dijo: «Tú eras la que estaba al fondo, ¿qué era lo que pasaba?». Y eso me ayudó a que él se concentrara por unos buenos minutos conmigo en una entrevista, en medio de un enjambre de periodistas. Esa fue mi primera charla con Fidel Castro, que era algo muy difícil de conseguir.

— Sus preguntas presionan y a veces acorralan a los mandatarios. ¿Qué pasa? ¿Acaso ellos no tienen la respuesta correcta o quizá usted tiene una pregunta letal?

— No sé, yo creo que hago preguntas que se hace el ciudadano común y corriente en medio de una coyuntura, son preguntas lógicas que se hace la ciudadanía en determinados momentos. Yo creo que en nuestra región hay mucha prensa palaciega, mucha prensa amiga y, de repente, los presidentes no le abren la puerta a periodistas críticos que cuestionan y de pronto cuando se enfrentan a nosotros, los canales internacionales, no están acostumbrados a recibir preguntas tan directas y en estos formatos que son tan rápidos, tan al grano. Pero yo creo que cada vez más, los presidentes, los gobernantes y los funcionarios públicos entienden que la prensa está ahí para fiscalizarlos y que ellos están ahí para responder por sus actos, para hacerse responsables de lo que sale mal y de lo que sale bien. Nosotros, como buenos periodistas, estamos siempre a la caza de lo que se hizo mal para ver quién es el culpable.

— ¿Cómo se sintió cuando el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, le dijo que faltó a la verdad?

— Esto fue en una rueda de prensa en Venezuela durante un proceso electoral. El Presidente es muy agresivo contra la oposición. Recuerdo que yo hice un informe sobre eso, que si no se aceptaban los resultados por parte de la oposición, él sacaría los tanques a la calle. Y él lo dijo, está grabado. Lo vio todo el mundo y es lo que yo dije en mi informe. Sin embargo, él  aprovechó para decirme que yo lo había sacado de contexto. Son cosas a las que ya estamos acostumbrados, y no sólo del presidente Chávez, sino de otros mandatarios que piensan que la prensa independiente es un enemigo y opositor político.

Estos son temas con los que tenemos que lidiar.

— ¿Cómo es ahora su relación con él?

— Es un Presidente muy amable con los periodistas, es un hombre muy carismático y tenemos una relación muy cordial, a pesar de los ataques en público. Es muy jocoso, muy amable y me dice: «Debería venir a trabajar a Telesur, chica».

Públicamente me ha elogiado algunas veces (sonríe): hace rato que no lo hace, pero a pesar de la tirantez que se tiene entre gobernantes y prensa, siempre prima la cordialidad y el respeto.

— Cuando hace una cobertura o una entrevista, parece que no siente miedo, ¿es así?

— Miedo sí tuve, lo que no tengo es vergüenza a enfrentarme a una situación bajo presión. Creo que esa es una de mis ventajas, trabajar con calma bajo muchísima presión  y eso es lo que nos caracteriza. Siempre fui muy de no medir las consecuencias, desde colegio tenía problemas disciplinarios y eso como que me dio la libertad del atrevimiento, que a veces me metía en muchos problemas, pero yo creo que uno aprende más de sus errores que de sus aciertos. Miedo siempre hay cuando estás viajando y sobre tus hombros llevas  el liderazgo de una cobertura que cuesta muchísimo dinero, estás manejando un tema delicado y eso es una responsabilidad. Yo creo que el día que perdamos el miedo nos convertiremos en unos irresponsables.

— ¿Cómo se prepara para  hacer una entrevista?

— Yo creo que este negocio hay que tomárselo muy en serio y estar muy enfocado, hay que perder la vergüenza y con un poquito de miedo uno se prepara, vas muy bien armado para poder manejar diferentes temas que cambian día a día, de país en país, al temple hay que ayudarle con planificación, con preparación y con trabajo.

— ¿Existe alguna diferencia entre la presentadora y la madre, la amiga?

— Yo tengo una parte de mi personalidad muy fría, muy comprometida, muy apasionada y, otra parte de mi vida es muy divertida, pero yo diría que no soy dos Patricias diferentes, sino que se complementan.

— ¿A qué personalidades le gustaría entrevistar?

— Me encantaría entrevistar a Gorbachov, un personaje que cambió el rumbo de la historia. A nivel Latinoamericano, a Raúl Castro y al presidente Calderón, así que espero que el tiempo me de la oportunidad de tenerlos en frente y hacer un especial.

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El factor Choquehuanca

Ojalá contribuya a encontrar el equilibrio de las alas del cóndor en lugar de su mutilación. Estamos a tiempo.

Por La Razón

/ 2 de junio de 2024 / 00:02

Hemos señalado en este espacio que la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) afronta una penosa situación de bloqueo y parálisis decisoria. La fractura interna en el MAS-IPSP, la división en las fuerzas opositoras y la persistente polarización impiden la sola posibilidad de diálogo. Ni hablemos de acuerdos. En tal escenario, el presidente de la Asamblea es fundamental.

Más allá del debate político y sus expresiones mediáticas y en redes sociales, estamos en un contexto de crisis institucional con elevada desconfianza ciudadana en todas las instituciones. A ello se añade un campo político malogrado por el enfrentamiento, la descalificación fácil, acusaciones sin evidencia y primacía del interés particular por encima del bien común. Así, la conversación pública se degrada hasta el límite de su imposibilidad. La peor muestra de ello, desde fines del año pasado, es la ALP.

El Órgano Legislativo es el espacio deliberativo por excelencia entre los órganos del poder público. A partir de la deliberación, se espera que la Asamblea cumpla el conjunto de importantes atribuciones establecidas en la Constitución, que de lejos superan la sola legislación. Por su naturaleza, el pleno de la ALP, el Senado y la Cámara de Diputados deberían ser lugares de ejercicio de la política, lo que implica realizar propuestas, debatirlas y construir acuerdos. Nada de eso ocurre en el presente.

Para el normal y eficiente funcionamiento de la Asamblea, hoy en situación de atrofia, es relevante el desempeño coordinado y complementario del presidente de la ALP y de las directivas camarales, además del trabajo de las comisiones y los comités. El problema es cuando la cabeza, en este caso el señor David Choquehuanca, es parte del problema. ¿Qué hacer cuando la necesaria y activa presencia de la principal autoridad del Órgano Legislativo se convierte en ausencia o, peor, en traba? Es muy crítico.

En momentos en que se requiere liderazgo en la ALP y voluntad de concertación, el Vicepresidente está desaparecido. En situaciones en las que ayudaría mucho la palabra serena que invoque el diálogo, el “Jilata David” se queda en silencio. Cuando es fundamental sesionar para tomar decisiones, el presidente de la Asamblea impone receso. Y en un escenario en el que urge una reunión del pleno para destrabar las inciertas elecciones judiciales, al señor Choquehuanca le ganan la línea oficial y la inercia.

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Cierto que la deplorable parálisis decisoria de la Asamblea no depende únicamente de lo que haga o deje de hacer el Vicepresidente, pero al menos se esperaría un mayor protagonismo de su parte, con autonomía de los mandatos del Ejecutivo y la ofuscación de las bancadas. Si asumimos que la situación es insostenible y se avizoran vientos de crisis, el factor Choquehuanca puede hacer la diferencia. Ojalá contribuya a encontrar el equilibrio de las alas del cóndor en lugar de su mutilación. Estamos a tiempo.

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Crisis y discursos

Por La Razón

/ 30 de mayo de 2024 / 00:25

A partir de una reciente aparición del Presidente del Estado reconociendo que el Gobierno tiene “ciertas dificultades” con el dólar, pero que pese a ello el país no está en crisis económica, ha comenzado una evidente campaña gubernamental para negar que haya problemas relacionados con la economía en el país y acusar a sus oposiciones de crear zozobra y malestar en la población.

El mandatario fue más allá y afirmó que las oposiciones tienen la intención de posicionar la idea de “una crisis económica estructural” con el propósito de “generar crisis política y acortar nuestro mandato”. A partir de estas ideas, miembros del gobierno de Luis Arce han afirmado que algunos legisladores del MAS del ala evista, de Creemos y de Comunidad Ciudadana, además de exautoridades del gobierno de Evo Morales, tienen el objetivo de boicotear la gestión económica.

Así, el Gobierno ha pasado de la estrategia de, primero, negar que hubiera escasez de dólares, y luego acusar a agentes económicos no identificados de estar especulando con la moneda estadounidense, a reconocer, tal vez de manera tardía, que el problema ocurre en muchos países dependientes de la divisa, lo cual está produciendo inflación que es “importada” a través de la internación de productos de consumo con precio inflado en su país de origen. En ese contexto, la sustitución de importaciones sigue pareciendo un discurso de buenas intenciones.

El martes, fue la viceministra de Comunicación quien, a modo de pedir a los sectores que anunciaron medidas de presión desistir de las mismas porque solo afectará a la economía del país, afirmó que “el nuevo bloque de oposición” trata de instalar en la opinión “de manera sistemática y coordenada” la idea de una crisis económica estructural. El mismo día, la ministra de la Presidencia la secundó en otro evento afirmando que, en lugar de crisis, lo que hay es “un boicot a la economía”, irónicamente luego de haber levantado la restricción a la venta de carburantes en bidones, que son fáciles de transportar hasta el otro lado de la frontera.

Finalmente, ayer, el ministro de Planificación del Desarrollo afirmó que el país no presenta rasgos de crisis económica, como afirman algunos analistas y sectores sociales, y explicó que para identificar los síntomas en cualquier país “se debe establecer si su economía se ha achicado, si registra altos niveles de desocupación y si hay una acelerada elevación de precios de los productos”. En este punto es inevitable preguntarse si la información sobre estos indicadores es actual y confiable, así como transparente.

Así, en medio de encendidos discursos, acusaciones y justificaciones, a menudo verosímiles, pero no siempre verdaderas, la población boliviana (que, dependiendo del momento, la circunstancia y quién pronuncia el discurso tiene más o menos de “pueblo”) vive en incertidumbre, caldo de cultivo ideal para toda clase de engaños y manipulaciones, artes de las que se han valido, hasta ahora, tanto los opositores de vieja y nueva tradición como los oficialistas.

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ALP: bloqueo y parálisis

Por La Razón

/ 26 de mayo de 2024 / 00:24

Desde hace al menos seis meses, la ALP está en situación de bloqueo y de parálisis decisoria. Más allá de la convocatoria a las elecciones judiciales (todavía inciertas) y la aprobación de algunos créditos y otras leyes menores, la agenda legislativa está atrofiada. Predomina la trifulca entre las facciones del MAS y entre un minoritario oficialismo y el resto de bancadas.

En diciembre pasado, la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) suspendió sus sesiones sin resolver temas sustantivos como la cuestionada autoprórroga de los magistrados, los comicios judiciales (que debieron realizarse en 2023) y el ascenso de generales. Pese a que la mayoría de asambleístas decidió continuar trabajando a fin de año, el vicepresidente Choquehuanca, de manera arbitraria, declaró receso legislativo. Así, iniciamos 2024 con una ALP estancada: por mano propia y desde fuera.

Hubo un tiempo en que el partido de gobierno (MAS-IPSP del presidente Morales) tenía mayoría especial de representantes en la Asamblea y decidía en solitario.

En muy pocos casos hubo acuerdos amplios que incorporaran a las minorías de oposición, que eran prescindibles. Hoy la situación es diferente: por efecto de la división interna, el gobierno del presidente Arce perdió su condición mayoritaria. No controla, pues, la agenda legislativa. Y como no sabe, o no quiere, pactar, prescinde de la ALP.

En lo que va del año, solo se logró un acuerdo, in extremis, de todas las bancadas para garantizar la Ley de Elecciones Judiciales 2024. Fue el 2 de febrero, luego de cinco jornadas de diálogo en medio de un bloqueo de caminos. Se acordaron plazos concretos para convocar a los comicios judiciales, aprobar siete proyectos de ley “de financiamiento de la agenda económica” (créditos) y tratar dos proyectos de ley vinculados con los magistrados autoprorrogados. Fue un punto alto de concertación política.

Como resultado de tal acuerdo, se encaminó por consenso la ley de elecciones judiciales y se aprobaron cuatro créditos en Diputados. El arcismo se encargó de que las leyes antiprórroga quedaran hasta hoy en la congeladora y los otros créditos fueron aprobados con pelea y cooptación en Diputados, y con cuentagotas en el Senado. Todo lo demás es disputa, bloqueo, veto y parálisis. La ALP no legisla. Tampoco fiscaliza, ya que una medida cautelar suspendió desde agosto pasado las interpelaciones a ministros.

En esas condiciones, con una Asamblea en crisis, dividida, con muy baja legitimidad y elevado letargo, el Estado de derecho en Bolivia está en cuestión. Las decisiones relevantes las toman los magistrados del TCP y sus salas constitucionales en coordinación con los operadores del Ejecutivo. Este suprapoder pretende disponer incluso sobre atribuciones y competencias del Órgano Electoral. Es urgente e imprescindible desbloquear la ALP y construir acuerdos mínimos de gobernabilidad en un escenario incierto. 

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Amenazas y excesos

La incapacidad de poner freno a los excesos, verbales o no, es el mejor aliciente para que estos aumenten, con todo el costo que ello implica

Por La Razón

/ 23 de mayo de 2024 / 06:36

Probablemente a nadie sorprenda saber que un Estado débil poco a poco va perdiendo la capacidad de garantizar el Estado de derecho, con todo lo que ello implica para la seguridad interna o para los derechos humanos, ambas obligaciones estatales, y con ello también la voluntad de las personas de cumplir la ley. Poblaciones que amparan el narcotráfico o el contrabando son buena muestra.

Tómese, por ejemplo, la feroz resistencia de “la familia gremial”, como le gusta decir a sus líderes, a cualquier norma que endurezca la lucha contra el contrabando o, incluso, la identificación y sanción de las fortunas que son fruto de actividades delictivas, cuando no criminales. Cuesta entender por qué miles de personas que, literalmente, viven al día de vender baratijas y caramelos, se muestran tan preocupadas por protegerse de la vigilancia estatal; lo mismo puede decirse de su preocupación por acceder a más dólares.

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También están las constantes amenazas de varios sectores de los movimientos sociales (divididos, todos ellos, gracias a la acción del partido gobernante), de ejecutar movilizaciones, bloqueos de caminos y otras medidas de presión ante la sola posibilidad de que las instituciones estatales cumplan con lo que indica la norma. Es aún peor cuando el líder afirma que poner límites a la anomia que parece haberse apoderado del partido sería “un genocidio”.

Y si de declaraciones incomprensibles se trata, el mismo líder del partido se causa un daño gravísimo a sí mismo cuando hace afirmaciones más propias de un jefe de la mafia que de un expresidente al tratar de negar que en el Trópico cochabambino campea el narcotráfico: “cuando no sea viceministro, los narcos van a matarlo”, amenaza. Si las mafias del narcotráfico no dominan en la región, ¿por qué habría de temer por su vida la autoridad gubernamental? Si hay conocimiento de que el narco amenaza la vida de una autoridad, ¿por qué no se denuncia ante las instancias competentes?

Habrá quien afirme que se trata solamente de una guerra verbal, en la que es comprensible el exceso, pues se trata de “pegar” más duro que el adversario o de causar temor, pero en todos estos casos, y muchos otros, lo que queda es la evidencia de que autoridades, exautoridades y personas dotadas de notoriedad o poder dicen y hacen cuanto les place porque se ha perdido, de un lado, la necesaria mesura y el respeto por las normas y las personas, y, del otro, la capacidad institucional de poner límite a los comportamientos reñidos con la ley.

Las palabras se las lleva el viento, se dice coloquialmente, pero en los hechos, dependiendo de quien las pronuncia, pueden ser más bien el incentivo para profundizar, en todos los estratos sociales o económicos, el desprecio por los principios y valores, comenzando por los referidos a la democracia y sus instituciones, y terminando en aquellos que permiten la pacífica convivencia social. La incapacidad de poner freno a los excesos, verbales o no, es el mejor aliciente para que estos aumenten, con todo el costo que ello implica.

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Dilemas opositores

Por La Razón

/ 19 de mayo de 2024 / 00:12

Un reciente estudio de opinión pública realizado por el Celag en el país revela importantes percepciones respecto a la oposición política. Estos datos son significativos en medio de los dilemas de las dirigencias opositoras en torno a su reiterado discurso de unidad versus sus prácticas divisorias. Corre cuenta regresiva para las definiciones rumbo al próximo ciclo electoral.

 La encuesta del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag) incluye tres preguntas sobre el campo de la oposición. Las tres son críticas. La primera tiene que ver con la mentada unidad. ¿Podrá la oposición política unificarse para las elecciones generales 2025? Solo el 28% de las personas consultadas cree que habrá unidad. Hay, pues, un sentimiento mayoritario de escepticismo respecto a la posibilidad de que la oposición logre un candidato único o un frente amplio.

La segunda pregunta se refiere a la expectativa de los votantes opositores sobre el candidato o dirigente más capacitado para derrotar al MAS en las urnas. El 58% de los encuestados espera un candidato nuevo, reniega de las actuales opciones o no sabe. El apoyo a los candidatos en escena (Reyes Villa, Mesa, Cuéllar, Camacho, algún empresario) es muy bajo y estadísticamente irrelevante. No son buenas noticias para la oposición: la gente ve división y ausencia de un liderazgo ganador.

La tercera indagación de opinión pública del Celag es la más sensible. Casi dos tercios de las personas consultadas, nada menos, afirma que cuando la oposición pierde elecciones “no reconoce su derrota y está dispuesta a generar violencia”. Esta conducta antidemocrática de no reconocimiento del resultado electoral y falta de respeto a la institucionalidad, quizás se deba a que algunos candidatos opositores proclaman “fraude” cuando pierden elecciones. Y a veces lo hacen por anticipado, como en 2019.

Estas percepciones mayoritarias de la ciudadanía respecto al actual campo de la oposición son preocupantes. Más todavía en el actual contexto, degradado y contaminado por la división interna en el oficialismo. Y nos lleva a preguntar en qué condiciones llegará el país al próximo ciclo electoral: con un MAS-IPSP fracturado, muy lejos de ser nuevamente un partido dominante; y una oposición fragmentada, que reafirma su debilidad, su carencia de líderes y su falta de propuestas. El escenario es incierto.

Una democracia de calidad requiere partidos democráticos, líderes representativos y sólido pluralismo político, entre otras condiciones. Ello implica que tanto el oficialismo como las oposiciones deben consolidar sus estructuras partidarias, renovar liderazgos y, en especial, diseñar proyectos de futuro y plataformas programáticas. Nada de eso ocurre a poco más de un año de las elecciones 2025. Hoy la disputa política, entre la división, la polarización y la fragmentación, está concentrada en las minucias. Urge cambio de rumbo.

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