Lugares de encuentro
Muchos hemos optado por las redes sociales como espacios de encuentro y desencuentro
Hace unos días me encontré con René Hohenstein, actor y director de teatro, en la puerta de la Catedral de Santa Cruz de la Sierra, y comentamos acerca de lo difícil que se ha vuelto verse con los amigos en una ciudad que cada día crece desmesuradamente. Compartimos anécdotas sobre los lugares comunes en los que, hasta hace unas dos décadas, se podría encontrar a medio mundo: las plazas, los aeropuertos, los cines y los teatros.
Después de despedirnos vinieron a mi memoria los paseos en El Prado paceño que cada domingo realizábamos con mis amigos, allá por la década de los 70. Todos los jóvenes íbamos a chequear y ser chequeados, y a conversar sobre cosas propias de la juventud. A veces hasta se podía ver a cadetes del Colegio Militar y de la Academia de Policías trenzándose a puñetes, haciendo honor a una histórica rivalidad. Luego me remonté al atrio de la UMSA, que al mediodía se convertía en el mercado persa de los grupos de izquierda, que pululaban repartiendo panfletos contra la dictadura e intentaban ganar adeptos para sus causas ideológicas.
En la década de los 80 hubo otros míticos lugares de encuentros, como algunos cafés y bares. Recuerdo el café Tokio, el “lechingrado”, y el café La Paz en el que se reunía la crema y nata de los políticos nacionales. Entre los bares había uno cerca de la universidad que servía para que —después de unos tragos— nos enfrasquemos en violentas discusiones políticas sobre el futuro de la revolución. ¿Cómo olvidar El Averno?, un sucucho marginal que quedaba en el callejón Caracoles, del barrio de San Pedro, en el que nos reuníamos con varios escritores y poetas a destrozar nuestra humanidad con unos infames quemapechos. Hoy, El Averno ha desaparecido, arrasado por una amplia avenida.
Cuando en la década de los 90 me trasladé a la capital cruceña, aún seguía viva la famosa Pascana; luego, las tertulias se posesionaron del café Victory a media cuadra de Correos y, por las noches, con algunos escritores cruceños nos íbamos a El Muro, el boliche de la esposa de un amigo, en el que se podía escuchar buena música y conversar hasta la madrugada. De ese bar, como de otros en la ciudad de La Paz, surgieron libros, revistas y artículos culturales y literarios. El nuevo siglo trajo para Santa Cruz los cafés de la avenida Monseñor Rivero, que reinventaron la ciudad, brindándole un aire cosmopolita y la apariencia de una urbe moderna.
Ahora que ya no es tan fácil encontrarse con amigos y conocidos, como lo hacíamos décadas atrás, muchos hemos optado por las redes sociales como espacios de encuentro, reencuentro y desencuentro. Gracias a las redes he podido reencontrar a amigos de barrio, a compañeros de colegio y de universidad, a escritores que conocí en otros países y, por supuesto, he hecho nuevas amistades. Pero como en todo lugar de encuentro, en las redes sociales también se puede elegir con quién relacionarse, porque la libertad de seleccionar amigos sigue siendo nuestro derecho.