Conciencia, futuro y medio ambiente
A propósito de la siembra y la cosecha
Por lo general, necesitamos tocar fondo antes de decidir cambiar costumbres y abandonar prácticas nocivas, que afectan negativamente a nuestra salud, al bienestar de los otros o a la naturaleza. Por ejemplo, son muchos quienes sólo después de un paro cardiaco se proponen comer de manera saludable y hacer ejercicios regularmente. De igual manera varios otros han encontrado en aciagos diagnósticos el empuje que necesitaban para poder dejar de fumar o beber. Pero también están aquellos que persisten en ese tipo de costumbres; y es que después de tocar fondo siempre cabe la posibilidad de empezar a cavar. Una suerte de dialéctica entre reacción e indiferencia, inmersa en el comportamiento de la gente.
Ahora bien, cuando a las personas que pertenecen a este último grupo se les recrimina por su pasividad, bien podrían tararear a modo de respuesta —con todo derecho— aquel estribillo Live a let die (vive y deja morir) que Paul McCartney inmortalizaría allá por los 70. No obstante, para bien y para mal, somos seres gregarios y vivimos en comunidad. Eso significa que nuestro comportamiento afecta también al resto, y no solamente a quienes están a nuestro alrededor o a nuestros contemporáneos, sino también a aquellos que vendrán después de que nos hayamos ido. Lo que nos recuerda (o al menos debería) que con nuestros actos y palabras podemos bendecir a otras personas, pero también perjudicarlas, y que al hacerlo, determinamos nuestra propia “suerte”. Se trata de un principio básico, pero que de tan sencillo solemos pasar por alto: uno siembra lo que cosecha.
Basta mirar con cuidado a nuestro alrededor para darnos cuenta de que este principio natural también funciona en el mundo simbólico de los hombres. Por ejemplo, con la llegada de los hijos, muchos padres aprenden a establecer prioridades y a pensar en el futuro, y al procurar asegurar el porvenir de sus retoños, hacen lo propio con el suyo. Con la paternidad de igual manera uno aprende que las tareas cotidianas y laborales si bien aumentan se vuelven asimismo más llevaderas. Esto porque el amor es una fuente de gozo pero también de ánimo, por cuanto tiene la virtud de suspender el egoísmo, principal germen de la amargura. De allí la importancia de tomar conciencia sobre las consecuencias de nuestros actos y de nuestras palabras respecto a los otros; pero también respecto al medio ambiente.
Pero una actitud de esta naturaleza requiere no sólo predisposición y voluntad, sino también disciplina e información, pues muchas veces hacemos daño por ignorancia. Tal es el caso por ejemplo del consumo desmedido en China de ciertos productos hechos a base de marfil y medicinas tradicionales, que está erradicando a los rinocerontes negros del África, y ha puesto también en peligro la supervivencia de los elefantes. Lo mismo sucede con los tigres, cuya población se ha reducido en más del 70% en los últimos 30 años; en parte debido a que su hábitat natural ha quedado reducido a tan sólo el 7% de su antigua extensión. Pero además resultado de la caza furtiva, promovida por el tráfico de sus huesos para la fabricación de supuestos medicamentos contra el cáncer y enfermedades degenerativas en Asia, especialmente en China y Vietnam.
Otro ejemplo es el foie gras, un exquisito alimento consumido ampliamente en Europa, especialmente en Francia, pero cuya forma de producir esconde un macabro sistema de tortura, diseñado e implementado al mejor estilo del nazismo, que condena a millones de aves a vivir cotidianamente indescriptibles sufrimientos. Y es que el foie gras no es sino el hígado enfermo de un ganso o pato al que se ha cebado varias veces al día, mediante un tubo metálico de 30 centímetros de largo, que le produce dolorosas laceraciones en el cuello. Estas pobres aves sufren además enfermedades digestivas por la sobrealimentación forzada y desequilibrada, problemas respiratorios y otras torturas, como cuando a veces se les arranca parte del pico, sin anestesia, con alicantes o simples tijeras, para facilitar la introducción del tubo que llega hasta su estómago. Y todo ello para satisfacer un extraño gusto, que aunque no se sepa, viene impregnado de brutalidad y barbarie.
¿Y por casa, cómo andamos? Pues no muy bien. Por ejemplo, es de conocimiento público que miles de personas en todas las ciudades del país adoptan perros para el cuidado de sus hogares y negocios, pero a tiempo de alimentarlos y cobijarlos los dejan a su suerte, condenándolos a vagar por las calles en busca de comida y agua, pasando frío, hambre, accidentes, contrayendo y a la vez diseminando enfermedades. Y como siempre la peor parte la llevan las hembras, que además de ser acosadas hasta el cansancio por los machos cuando están en celo, deben luego amamantar a sus cachorros, a pesar de no tener comida ni si quiera para ellas.
¿Y qué pasa con las especies silvestres? Pues tampoco les va mucho mejor. Un reciente diagnóstico sobre el estado de conservación de las aves en Bolivia advierte que 13 especies se encuentran en peligro de extinción (dos en situación crítica), 21 se encuentran en estado vulnerable y 44 están relativamente amenazadas. Esto como consecuencia de los desechos industriales y mineros; el tráfico de aves (cada año al menos a 200 especies son capturadas y comercializadas dentro y fuera del país); incendios, el avance de la agricultura sobre las áreas naturales, el uso de agroquímicos y el cambio climático. Y lo mismo sucede, en mayor o menor medida, con el resto de los animales, plantas e insectos.
Luego de tanta cifra y tanta moralina cabe abrir un paréntesis para recordar la importancia de preservar el TIPNIS, el hogar de tres pueblos indígenas que cobija a más de 108 especies de mamíferos (el 30% del total de las especies del país) y a más 470 especies de aves, correspondientes al 34% del total nacional (varios de éstos en peligro de extinción, como los osos jucumari, la londra y las aves terenura sbarpei). Por la importancia de ese extenso medio húmedo, que cuenta además con más de 39 especies de reptiles y 188 especies de peces (algunos, como el delfín rosado, de igual manera amenazados), se esperaría que antes de construir una carretera susceptible de poner en riesgo su supervivencia se realicen estudios técnicos, que determinen la pertinencia de su construcción, y sobre todo el trazo que genere el menor impacto socioambiental.