Subvencionar o enseñar a pescar?
La subvención debería ser aplicada por un tiempo preciso y dirigida hacia una población específica, con indicadores claros y como parte de una política pública cuyo resultado sea haber impulsado un beneficio mayor. Acá calza perfectamente la idea de no dar a la gente pescado, sino enseñarles a pescar.
Cualquier medida en el ámbito económico tiene repercusiones en la vida cotidiana de la sociedad, puede ser beneficiosa o contraria a mejorar la calidad de vida de la población; por tanto, una subvención estatal a servicios o productos tiene esa connotación, más aún en un país que todavía mantiene acentuados niveles de desigualdad
Una medida económica como la subvención debería ser aplicada por un tiempo preciso y dirigida hacia una población específica, con indicadores claros y como parte de una política pública cuyo resultado sea haber impulsado un beneficio mayor. Acá calza perfectamente la idea de no dar a la gente pescado, sino enseñarles a pescar.
La Constitución boliviana incluye este tipo de acciones a través de los valores de la solidaridad y la subsidiaridad; de modo que es posible que el Estado promueva políticas de subvención que logren cubrir necesidades de los sectores más vulnerables, para una mejor redistribución de los recursos y que, finalmente, mejoren las condiciones de vida de forma sostenible en el tiempo.
Estas políticas no pueden ir solas, deben estar acompañadas de procesos que permitan instalar condiciones y capacidades en los sectores sociales beneficiados para que en el tiempo sean capaces no solo de mejorar sus condiciones de vida, sino también de que esas capacidades y cualidades humanas, como una de las mejores riquezas en nuestras sociedades, también se conviertan en contribuciones al país.
Todos estos enunciados parecen ser poco realistas frente a políticas de subvención que no fueron focalizadas hacia los sectores económicamente más vulnerables y, por el contrario, los resultados podrían contribuir a la inequidad. Las subvenciones ciegas, aplicadas a todos por igual, no solucionan la problemática.
Toma sentido la necesidad de diseñar una planificación para el desarrollo que permita visualizar cuál es el norte, por dónde se debe encaminar el conjunto de políticas, entre ellas las subvenciones, puestas en vigencia o suspendidas por coyunturales situaciones de emergencia social; lo que no es permisible es que se transformen en instrumentos de cooptación política o de paliativo ante la conflictividad social; peor aún si estas políticas no tienen una finalidad y generan dependencia, anulan las capacidades personales y sociales, y fomenta la mentalidad rentista, ésta que ya es parte de la cultura boliviana.
Veamos algunos casos de la subvención en el país y los efectos en la economía del ciudadano común. En 2010 el Gobierno retiró el subsidio a los hidrocarburos por el alto costo para el Estado. La medida reveló que la determinación no había tenido la suficiente maduración. Los efectos e impactos golpearon a la población y, a pesar de restituir la subvención al precio de los hidrocarburos, el efecto multiplicador de la inflación no logró ser controlado. Al final, casi todo subió de precio, menos la gasolina.
Por otro lado, es justo reconocer proyectos de relevancia histórica como la construcción de las plantas separadoras de líquidos de hidrocarburos, lo que le ha permitido al país recuperar energéticos que antes se exportaban junto con el gas rico.
La situación ha cambiado y un buen emprendimiento nos liberó de importar GLP para venderlo internamente con precio subvencionado. Bolivia tiene ahora el potencial para exportar ese componente hidrocarburífero y generar nuevas fuentes de ingreso.
No ocurre lo mismo con el diésel y persiste una alta demanda que obliga a importar ese combustible, a menos que se piense seriamente en un cambio de matriz energética, de la que dependen especialmente el transporte y la agroindustria.
Este caso muestra que es posible encontrar alternativas creativas e imaginativas para solucionar retos; pero todavía insuficientes, ya que no solo se trata de reducir la dependencia de la subvención; sino —desde estos sectores estratégicos— implementar la diversificación económica y la industrialización que generen empleos y mejores condiciones de vida para todos, es decir construir “la caña con la que vamos a pescar”.
Hay otros productos como el de la harina para la elaboración del pan, una harina subvencionada que le significó al Estado destinar, por referenciar un dato, alrededor de 421 millones de bolivianos en 2014. Los importantes excedentes de producción que existen en los mercados internacionales de este producto permiten avizorar que se mantendrán los precios actuales o que inclusive éstos bajen aún más. La decisión tomada por el Gobierno parece ser lógica, si el precio de este producto es menor al precio de subvención, no se necesitaría esta subvención.
Los efectos de esta medida muestran otros aspectos que tienen que ver con la psicología y sensibilidad de una sociedad, y es efecto de estas dependencias de las que somos objeto. Se presupone que los costos de producción del pan no habrían tenido cambios sustanciales (y que inclusive algunos sectores de panificadores han tenido ayuda recibiendo beneficios a través de la provisión de gas y maquinaria); por tanto, no existe razón para un incremento en este producto tan importante de la canasta familiar.
Entonces es la especulación, esta “viveza criolla” latente en el día a día, que influye en la economía. Sería interesante pensar en conjunto en el impacto que tendría el incremento del precio del pan en los hogares más pobres, que destinan para pan y cereales alrededor del 13,5% del gasto familiar. En este caso, hay un tema de sensibilidad y solidaridad entre nosotros, frente a intereses de un sector y con un Estado que si bien pone la norma no es capaz de medir los efectos.
Es un momento de precios bajos de la harina y no faltará abasto de este producto, principalmente procedente de Argentina; pero también surge la interrogante respecto a nuestros productores nacionales, ¿alguien se ha preguntado si dichos precios bajos cubren sus costos y si tendrán utilidades? Si no es así, estos productores se dedicarán a otro rubro y este pequeño auge se transformará en un problema futuro.
Por otra parte, pocas veces nos preguntamos el origen de lo que consumimos, cuando nos pongamos a ver su origen o procedencia encontraremos productos importados o de contrabando, y debe preocuparnos, porque un país que no tiene capacidad productiva por lo menos debería lograr producir lo que comemos; no resolverlo es otro tipo de vulnerabilidad económica. El cambio tiene que sustentarse en políticas, pero también desde reflexiones como ciudadanos, cuidando de no ahondar la pobreza y las desigualdades.