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Y ahora… qué?

El 48,73% de los votos obtenidos por el Sí no alcanza para ganar el plebiscito. Pero con una oposición como la que existe hoy, es más que suficiente para ganar una elección nacional sin siquiera necesitar de segunda vuelta.

/ 21 de marzo de 2016 / 04:06

Hasta ahora, todo lo que podría y debía haberse dicho acerca de los escenarios abiertos por el resultado del referéndum del 21 de febrero ha sido acallado por un culebrón artificial y por maniobras mediáticas para, de un lado, agrandarlo o para, del otro, hacerlo desaparecer. ¿El resultado? Bolivia todavía se encuentra en clima de campaña electoral; es decir,  la coyuntura aún se ve, se lee y se vive a través de las pulsiones y todo tipo de emocionalidades profundas que mueve una campaña. Así, a casi un mes del evento electoral, nadie parece haber hecho la pausa reflexiva mínima para los análisis y las prospecciones. Y, por tanto, las pocas decisiones políticas tomadas por los actores en este breve lapso aparecen carentes de una lectura razonable del momento y de lo que podría venirse. Es tiempo de dejar las pasiones y dar paso a los análisis.

A grandes rasgos, un primer análisis —y, por ello, inevitablemente preliminar— muestra que al menos cuatro hechos políticos van a condicionar cualquiera de los escenarios posibles tras y/o gracias al referéndum.

DEMANDA. 1. La política exterior. Las celebraciones más festivas por el triunfo del No no tuvieron lugar en Santa Cruz, sino, a puertas cerradas, en el ex Hotel Carrera de Santiago, sede actual de la Cancillería chilena. Y razones para celebrar a La Moneda no le faltan. Independientemente de cuál sea el pronunciamiento final de la Corte de La Haya, la demanda boliviana ha sido ya el peor dolor de cabeza para la política exterior chilena desde que Filipinas le cancelara a Pinochet una visita oficial encontrándose él en pleno vuelo hacia Manila.

La intensa y agresiva campaña de Palacio Quemado, con un Evo Morales en un rol protagónico, ha tenido un profundo impacto en el Gobierno chileno, cuya estrategia ha sido profusamente cuestionada por todas las fuerzas políticas domésticas tras la primera victoria boliviana en La Haya. El impacto fue tal que el hasta entonces equipo responsable de la causa fue completamente rediseñado, partiendo por un cambio en la cabeza: salió Felipe Bulnes, antes Ministro de Educación de Piñera, y entró el archiconocido Pánzer (José Miguel Insulza).

En Chile hay perfecta consciencia de que el motor principal de la demanda boliviana ante La Haya es el mismísimo Evo Morales y que, probablemente, con otro jefe de Estado/Gobierno el conflicto por la cuestión marítima podría bajar en intensidad hasta diluirse completamente, tal y como ya ha pasado en ocasiones anteriores (el muy oportuno para Chile golpe de Estado de Natusch Busch, por ejemplo). Jorge Canelas, excónsul de Chile en Bolivia, con su encendida retórica ultraconservadora, ya ha anunciado en una columna publicada en un medio electrónico de propiedad del exministro de Hacienda de Pinochet, Hernán Büchi, que el triunfo del No abre la posibilidad de sacar el diferendo marítimo de la Corte de La Haya para resolverlo por los canales diplomáticos de los que históricamente Chile ha abusado para matar el tema. En sus palabras: “Pasados los efectos inmediatos del referéndum en Bolivia, se abre una oportunidad para que Chile recupere la iniciativa que perdió hace ya un buen tiempo en el terreno bilateral, sacando la relación futura del ámbito judicial…” (Jorge Canelas, “Bolivia post-referéndum: Evo en ‘empate técnico’ con la realidad”. El Líbero, 26 de febrero de 2016. En http://ellibero.cl/opinion/bolivia-post-referendum-evo-en-empate-tecnico-con-la-realidad/)

Las esperanzas de Canelas y el Gobierno de Chile no carecen de fundamento. La tramitación en La Haya de la demanda boliviana tomará no menos de cinco años más. Para el momento en que debiera resolverse, Evo Morales, gracias al triunfo del No, estará fuera de la presidencia. La Moneda está apostando parte importante de sus fichas a resolver el diferendo marítimo en el breve lapso entre el fin del mandato de Morales y la posible resolución del tribunal de La Haya. Y ese escenario es posible solo gracias a los resultados del referéndum. Por tanto, éstos tendrán un impacto efectivo, aunque todavía difícil de determinar, en la política exterior boliviana de mediano plazo hacia Chile.

MAYORÍA. 2. El oficialismo, aventajada mayoría política. La principal fuerza política de Bolivia sigue siendo el oficialismo. El 48,73% de los votos obtenidos por el Sí no alcanza para ganar el plebiscito. Pero con una oposición como la que existe hoy, es más que suficiente para ganar una elección nacional sin siquiera necesitar de segunda vuelta. Los resultados electorales no dan sustento a ninguno de los augurios apocalípticos y responsos fúnebres por el MAS o el movimiento popular que constituye su base escuchados y leídos en las últimas semanas.

En teoría, el único desafío que este escenario le plantea al oficialismo de cara a las elecciones de 2019 es la consolidación y el cuidado de su capital de votos. Ni siquiera requiere una estrategia de crecimiento electoral; basta con que no cometa estupideces —patear el tablero o intentar modificar la Constitución nuevamente, por ejemplo— que le hagan perder o dividir lo que hoy tiene.

En la práctica, sin embargo, la situación del oficialismo supone grandes complejidades y el desafío puede terminar siendo inabordable por varios motivos. Para empezar, es en este momento que la hipertrofiada personalización del proceso histórico iniciado en 2006 va a pasar todas sus facturas. La única forma de mantener y consolidar el capital electoral del 48.73% y convertirlo en triunfo en 2019 es dando una respuesta muy rápida al problema de la rutinización del carisma que hoy porta Evo Morales. Pero, como es de conocimiento público, la tarima presidencial se yergue sobre un edificio de amontonados cadáveres políticos de exaliados que tuvieron la mala ocurrencia de levantar su perfil público, desde Alejo Véliz hasta Santos Ramírez, pasando por Román Loayza, Filemón Escóbar, Félix Patzi —el único que todavía no termina su inevitable transmutación en cadáver político— y un largo etcétera.

La maniobra de fagocitarse constantemente a los aliados de lucha, que en un primer momento hasta podría concebirse como necesidad de sobrevivencia política, después del 21 de febrero se convierte en un candado chino. No se ve en el horizonte próximo ningún liderazgo de recambio, no al menos uno con la misma instalación, convocatoria y unanimidad que hoy cuenta Evo Morales en el movimiento popular boliviano. Por de pronto, lidiar con este problemilla debiera convertirse en la principal ocupación política del oficialismo en el plazo inmediato. Intentar una nueva modificación a la Constitución es solo una forma de diferir el problema, que ya no resiste más gambetas ni amagues.

A esa dificultad hay que sumarle el largo trecho que aún queda por recorrer hasta 2019, lo que, vistos los eventos recientes, significa una sola cosa: mucho tiempo para hacer estallar todo tipo de escándalos, reales o (lo más probable) fabricados por la prensa; por tanto, un mundo de prácticamente infinitas oportunidades para continuar con la política de desgaste de la imagen del Gobierno, de sus principales conductores y del mismísimo Evo Morales.

Respecto a esto, ya se verá si Morales es capaz de dimensionar la magnitud histórica del proceso que encabeza o si, por el contrario, aún no le importa ponerlo en riesgo priorizando, en su lugar, el aplacamiento de sus efervescencias hormonales adolescentes.

SUJETO. 3. Un sujeto histórico más compacto. Los datos oficiales no permiten determinar con fineza por dónde se produjo la sangría del oficialismo, que de los 3.173 304 votos obtenidos por Evo Morales en las elecciones generales de 2014 cayó a 2.546.135 votos en el referéndum del 21 de febrero. Pero los indicios que se pueden recoger en otras fuentes, desde encuestas hasta redes sociales, muestran que claramente se produjo por el lado clasemediero o pequebú. Y eso, en materia de las luchas en el nivel de la historicidad, significa una cosa: el quiebre final del bloque histórico que desde 2006 y hasta probablemente la elección de 2014 había permitido la hegemonía, completamente inédita, del movimiento popular boliviano.

El bloque histórico mencionado tenía su base principal en el campesinado del Chapare y del resto del país, pero también hacía síntesis del proletariado y la pequeña burguesía indígena originaria de las zonas urbanas periféricas —especialmente de El Alto y el Plan Tres Mil— y de facciones de la pequeña burguesía, de sectores céntricos y residenciales de las principales ciudades, de condición étnica más bien blancoide. Esta alianza tácita de clases y facciones de clase permitió traducir, a través de las elecciones, la fuerza social del movimiento popular en la mayoría política que hizo posible a Evo Morales gobernar sin mayores sobresaltos desde la entrada en vigencia de la nueva Constitución en 2009.

Desde el mismo 2006, sin embargo, poco a poco, primero, y a raudales, después, el choclo empezó a desgranarse por el lado clasemediero “profesional”. Partiendo por Soliz Rada y terminando con Wálter Chávez, pasando por un largo etcétera de almaraces y librepensadores (¡albricias!),  uno/a a uno/a los y las representantes de la pequeña burguesía urbana profesional, que suelen tener el rol fundamental de gestionar la hegemonía, fueron bajándose o siendo expulsados/as del barco hasta dejarlo prácticamente vacío de rostros blancoides. Salvo el vicepresidente, algunos ministros y un par de históricos/as emblemáticos/as de segunda línea, la base de apoyo pequebú al proceso prácticamente ha dejado de existir.

Eso, como se mencionaba, implica el quiebre final del bloque histórico conducido por el movimiento popular desde 2006. Y, como todo quiebre, inevitablemente supone debilitamiento. El resultado de las elecciones subnacionales de 2015 y del referéndum del 21 de febrero son la prueba más elocuente de esto último.

En materia política, las consecuencias del quiebre y posterior debilitamiento son claras. Sin el respaldo y la coparticipación de las facciones más progresistas de la pequeña burguesía, el movimiento popular puede mantenerse aún como la principal fuerza del país, pero no puede ya conformar las mayorías políticas necesarias para copar la mayor parte, ni siquiera una pequeña porción menor pero estratégica, de los espacios del Estado.

Según todos los indicios, no hay forma alguna de que el bloque hegemónico se recomponga recuperando a las facciones clasemedieras que perdió en estos años. Al contrario. Parte importante de los principales rostros de dichas facciones se unieron a la derecha más recalcitrante para transformarse, ahora, en incondicionales opositores al Gobierno y al curso que ha tomado, especialmente en los últimos años, el proceso histórico conducido por el movimiento popular. 

Pero el escenario tampoco es tan malo para el actual bloque cada vez con menos visos de hegemonía y con cada vez más síntomas de dominación con la pérdida de las facciones pequebú. Todo bloque histórico, por su composición multiclasista, enfrenta la complejidad de la heterogeneidad de intereses, proyectos históricos o concepciones del poder y del Estado.

En el momento dialéctico de la constitución del bloque, sus actores componentes subordinan y postergan dicha heterogeneidad con miras a perseguir el objetivo o proyecto social, político o histórico que se han trazado. Pero nunca deja de estar latente y, más temprano que tarde, termina manifestándose y tensionando irremediablemente al bloque en su conjunto. Bien lo sabe el  movimiento obrero boliviano, que, tras ser determinante en la Revolución de 1952, terminó quebrando con el movimientismo y, por esa vía, debilitándolo hasta dejarlo servido en bandeja a quién quisiera servírselo.

Articular o mantener equilibrios con la complejidad de un bloque histórico multiclasista supone elevados niveles de desgaste y altos costos de todo tipo (de transacción, de oportunidad, etc.). Por ello, aunque el quiebre en ocasiones pueda ser el primer paso hacia una crisis orgánica, en otras tantas puede terminar representando la única salida a problemas graves de conducción política. El resultado evidentemente es un debilitamiento, pero también un sujeto social, político o histórico más homogéneo, menos tensionado internamente, más enfocado y, por todo lo anterior,  probablemente también más eficaz. El desafío está en reducir la complejidad de la heterogeneidad sin debilitarse lo suficiente como para entrar en crisis orgánica. Si se logra esto último, el resultado es un sujeto histórico más compacto y aún viable.

Por lo que se puede observar, este último es, por el momento, el resultado del quiebre del bloque que sirve de base al proceso histórico iniciado en 2006: un actor —el Gobierno del movimiento popular— en proceso de debilitamiento, pero también menos heterogéneo y más compacto, con una identidad —campesino indígena originaria— menos sujeta a conflictos por la composición de su base colectiva, y, finalmente, con mayor unanimidad de proyecto y objetivos. El costo es, como se mencionaba, dejar de ser mayoría política, lo que, para el Gobierno, supone un desafío importante: terminar con el fraccionamiento interno para que el 48,73% sea el piso.

OPOSICIÓN. 4. El pantano de la oposición. Sea cual sea la situación del oficialismo, nunca va a llegar a ser tan crítica como la de la oposición. A contrapelo de la recomposición neoliberal que está teniendo lugar en el resto de América Latina, en Bolivia, pese a los resultados del referéndum, no se observan signos de emergencia de un bloque subalterno consistente y en condiciones de disputarle hegemonía y poder al bloque del movimiento popular. Los mismos graves problemas que tras la guerra del gas enfrentaban los actores que conforman la actual oposición se arrastran intensificados hasta el día de hoy: dispersa, fragmentada, con hiperinflación de cacicazgos de rango medio y sin proyección nacional, carente de proyecto histórico, sin estructuras orgánicas sólidas ni bases sociales mayoritarias o confiables, pero, sobre todo, plagada de actores de una mezquindad cortoplacista que imposibilitan la formación de un frente unificado para una contienda presidencial.

Puesta a optar entre alternativas dicotómicas como las del referéndum, la sociedad boliviana expresa una leve mayoría contra el oficialismo. Pero en disputas electorales abiertas, en las que la fragmentada oposición tendría chipe libre [‘libertinaje’, expresión popular chilena] para multiplicar sus candidaturas y apuestas, las posibilidades de que conforme una mayoría política que derrote al oficialismo son casi nulas.

Hay cuatro graves problemas que durante la última década han imposibilitado que la oposición resucite y presente una alternativa social y políticamente viable a la sociedad boliviana: ausencia de un liderazgo que concite unanimidad; ausencia de un proyecto histórico que aglutine voluntades; la pesada mochila neoliberal de gran parte de líderes y organizaciones opositoras; y, finalmente, la falta de generosidad política para articular un frente único como, por ejemplo, el de la oposición venezolana. Y, por sí fuera poco, tras el referéndum ha dado muestras de seguir avanzando en la misma dirección hacia el despeñadero de la última década. En lugar de unificarse, de renovar liderazgos, de partir por pensar una Bolivia alternativa a la del movimiento popular hoy gobernante, sigue fragmentándose en aventuras políticas sin proyecto y condenadas a la marginalidad, como la anunciada por Filemón Escobar, Amalia Pando y Jorge Lazarte, tres históricos campeones nacionales del tejado de vidrio. Solo falta que pongan a Jimena Costas o Carlos Mesa a la cabeza de su nuevo referente para acercarse a la cumbre de la montaña de Sísifo…

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Situación y perspectivas de las oposiciones

Gustavo Pedraza y Daniel Valverde hablan sobre la vereda de los contrarios al partido de gobierno, su evolución, coyuntura y desafíos.

Por Pablo Deheza

/ 2 de junio de 2024 / 06:59

El Punto Sobre la i

Si bien la agitación es mayúscula al interior del oficialismo, con una interna que se desborda y torna impredecible, no menos ocurre de la vereda de enfrente. Entre las oposiciones ya corren declaraciones y escaramuzas para ver quién logrará encumbrarse como el líder que concentrará apoyos contra el MAS en las próximas elecciones presidenciales de 2025.

La trayectoria de las oposiciones no es nueva, vienen habitando en el antagonismo contra el MAS desde que éste emergió, al despuntar del presente siglo. ¿Cómo se van ordenando rumbo a una nueva cita con las urnas? ¿Hay algo diferente esta vez? ¿Cuáles son las perspectivas y los desafíos que aparecen ahora?

Para abordar estos y otros puntos más, conversamos con Gustavo Pedraza, y excandidato vicepresidencial por Comunidad Ciudadana (CC), abogado y analista. También buscamos la opinión de Daniel Varlverde, abogado, exdiputado y conocedor de la política cruceña y boliviana.

Al presente, en lo que hace a la disputa por el campo político nacional, las oposiciones en Bolivia están siendo representadas formalmente por las bancadas parlamentarias de CC y Creemos en la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP). Cabe entonces comenzar por preguntarse por cómo están las cosas en estas dos organizaciones.

Pedraza considera que “la oposición ha sido activa en el campo legislativo, pese a las dificultades internas, particularmente de Creemos, que ha resultado fragmentada y muy disminuida como organización política. Y las dificultades internas de CC, con la expulsión de una parte de los diputados, la salida de otros. Con todo, ha habido una acción legislativa. Sin embargo, en el campo social, la oposición ha sido desplazada por el masismo de Evo Morales, quien se ha instalado como principal opositor al Gobierno. Lo ha logrado con mucha habilidad y con mucha acción política cotidiana en el campo social, particularmente en el campo popular rural. Eso le ha permitido a Morales posicionarse como el principal opositor al gobierno de Luis Arce, ensanchando, de esa manera, al masismo; su presencia en el campo político y el campo social. La oposición democrática, en este sentido, ha sido desplazada. Hay una especie de monopolio del masismo, tanto desde el Estado como desde la sociedad del campo político nacional. Entonces, ha disminuido el espacio de acción, de maniobra, de la oposición democrática”.

Por su parte, Valverde afirma que “CC en realidad es una alianza, no es un partido político, no ha logrado en este tiempo consolidarse como una estructura. Eso genera ya una gran limitación. En segundo lugar, tampoco ha logrado consolidar un discurso, un relato alternativo. Tiene esas dos grandes debilidades, amén, de las divisiones internas que también se han dicho visibles. Por último, está el límite que ellos mismos tienen, de no poder expandirse como alternativa política, más allá de ciertos territorios fundamentalmente urbanos en el occidente del país. Su epicentro sigue siendo La Paz y eso limita, porque finalmente hoy lo que se espera es que una acción política pueda abrazar a todo el país, pueda interpretar la diversidad. Si bien nadie puede desconocer que el líder de CC tiene cualidades como orador, como intelectual, pero dentro de la cultura política nacional le ha costado y no ha logrado hasta ahora conectarse con sectores desplazados, con sectores populares. Ahí también tienen una gran debilidad y no tienen figuras de recambio visibles”.

Creemos es la otra organización partidaria actualmente en funciones de representación ciudadana en la ALP. Su situación hoy luce muy diferente a la que fue en sus tiempos de efervescencia, que van a encontrar un punto de inflexión con el paro de los 36 días, entre octubre y noviembre de 2022, y la posterior detención de su líder, Luis Fernando Camacho.

TRAYECTORIAS

Pedraza sostiene que “la oposición comete graves errores, que no empiezan con el paro de los 36 días. Yo creo que el error original de la oposición está en el 2020, en el ejercicio del gobierno de Jeanine Añez. Los opositores que participaron en esa gestión fueron vistos por la sociedad como la totalidad de la oposición. Es decir, quienes no fueron parte de ese gobierno fueron acoplados por la visión, por la percepción social, aunque no hayan estado, como es el caso, por ejemplo, de CC. Eso disminuyó la solvencia ética, la fuerza social de la oposición, a partir de los graves errores de ese gobierno”.

“El segundo error viene en el paro de los 36 días, que es un intento, diría yo, ilusorio, de querer construir un contexto similar al de los 21 días de 2019. O sea, error, pero básico también. porque los contextos eran totalmente distintos, las correlaciones de fuerzas eran completamente diferentes y no se podía reproducir mecánicamente una situación política. La sociedad respondió con mucha claridad y consecuencia, pero falló el liderazgo otra vez, porque quiso alargar innecesariamente una protesta que básicamente acabó disminuida, con pequeños logros. En términos de costo y beneficio, fue más costo que beneficio. Dejó una sociedad agotada, fatigada, frustrada por la acción de los liderazgos políticos locales. Ahí viene el golpe del gobierno y el secuestro del gobernador en un momento en que la capacidad de reacción está muy disminuida”.

“Hubo un encadenamiento de errores y lo que está ahora sucediendo son los costos de los errores políticos. Y en este caso, ¿cuál ha sido el costo? Ha sido que Santa Cruz, como bastión de la oposición democrática, ha disminuido su fuerza. O sea, el país no tiene un bastión como lo tenía en 2019, como lo tenía antes de noviembre de 2022. La fuerza de la oposición, en general, pasa por la fuerza de la sociedad cruceña, de este bastión que ha sido, a lo largo de los últimos 18 años, el territorio de contrapeso al MAS”, afirma el excandidato vicepresidencial.

Por su parte, Valverde afirma que “Creemos, primero que nada, tiene anuladas sus posibilidades de convertirse en una alternativa a nivel nacional. Tiene muy disminuidas también sus posibilidades de poder repetir una votación como la del año 2021. Básicamente, porque tiene mucho menos trabajo político, institucional y tiene mayor fragmentación. Se ha quedado básicamente en la protesta, en la crítica y el reproche y no han propuesto nada que pueda generar una movilización a nivel de la población, de debate político. Su líder también, creo, ha quedado totalmente desplazado. En Santa Cruz, donde estaba su potencial, también están disminuidas sus posibilidades. Entonces, si bien Creemos está presente formalmente, pero en realidad creo que ya no existe, porque ahí estaría UCS, por ejemplo, pero UCS ya tomó otro rumbo”.

De un modo u otro, el ascenso de Camacho vino acompañado también de la exacerbación del discurso regionalista cruceño, lo que afectó la posibilidad de un frente opositor mayoritario en 2020.

“La acción política desde Santa Cruz es determinante para el país en sus resultados electorales. Por ejemplo, en 2019 y 2020 tenemos dos lecciones que son muy importantes. Primero, la sociedad cruceña actuó de una manera articulada y unitaria en 2019, apoyando a CC. Cuando yo fui candidato con Carlos Mesa, CC obtuvo en Santa Cruz el 35% de su votación total. Es decir, Santa Cruz fue el nicho electoral, el territorio más importante del país. Así logró la oposición lo que no había logrado antes, en cuatro o cinco participaciones. Logramos el 38%”, señala Pedraza.

Añade que, “sin embargo, en 2020, hay una lección que hace ver lo contrario. En ese entonces, Camacho toma la decisión de ser candidato presidencial y ese fue un error grave que se cometió, porque dividió y disminuyó a esa fuerza que era determinante para lograr una derrota del masismo. Pudo más un proyecto personal, que una estrategia de poder nacional. Esas dos lecciones nos hacen ver que lo que suceda es Santa Cruz es determinante de lo que pueda suceder en el resto del país”.

“Pienso que es perfectamente posible que se pueda recomponer una articulación nacional. Creo que la fractura la generó Camacho, por su falta de cultura democrática, por su exceso de radicalismo y, además, por haber planteado un discurso confrontador desde Santa Cruz con el resto del país. Ya no están esas expresiones, que son muy residuales actualmente. Estaban instaladas en la Asamblea Legislativa Departamental (ALD), pero han quedado desplazadas. Veo que es el momento de recomponer esa relación entre la región y lo nacional. Para eso se necesita madurez política y hay posibilidades”, afirma el exdiputado Valverde.

CLIVAJES

Durante los años de la democracia pactada, en las dos últimas décadas del Siglo XX, los partidos dominantes del ciclo (MNR, MIR y ADN) mantenían relaciones con las clases populares e indígenas del país. Por lo menos para fines prácticos, interactuaban. Actualmente no se observa una relación o al menos intentos de seducir a estos grupos, por parte de las oposiciones tradicionales. ¿Es posible imaginar una alternativa al MAS que incluya a estos sectores?

“Es un tema de fondo que hay que debatirlo. Creo que hay que hacer un balance, primero que nada, de lo plurinacional en Bolivia en estos últimos 15 y 16 años. Lo plurinacional el MAS lo ha instrumentalizado en términos políticos partidarios, generando divisiones, fricciones, generando además una especie de hegemonía de un sector indígena, aimara, quechua, sobre el resto de los pueblos indígenas. Yo creo que el debate pasa básicamente en primer lugar por hacer un balance de aquello. En segundo lugar, pasa por ver qué proyectos, qué propuestas van a surgir. Quizás una de las propuestas va a plantear más bien una reunificación de los bolivianos, que todos los pueblos se unan, se unifiquen, bajo un elemento mayor, que está muy devaluado también en este tiempo, que es lo boliviano, la identidad boliviana. Otros van a ir a plantar un mayor equilibrio, es decir, que lo plurinacional permita que todas las poblaciones puedan tener también su representatividad”, asevera el exdiputado.

“Esa es una oportunidad tremendamente importante para la política, a ver qué posiciones se suman. Es una oportunidad sobre todo para los nuevos actores, nuevos proyectos políticos, porque los que están ubicados en la oposición han construido sus propias murallas sobre ese tema. No han logrado generar alianzas, no han interpretado esas habilidades, ni siquiera han generado una crítica consistente sobre cómo el MAS ha manejado el elemento plurinacional”, agrega.

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Pedraza se pregunta, “¿por qué ahora es difícil a la oposición captar esa votación? Porque el MAS introdujo con cierta habilidad es el factor étnico como dispositivo ideológico. La población mayoritaria del país es aimara y quechua y, más allá de la autoidentificación o de lo que podamos pensar sobre ella, el masismo logró instalar esto como dispositivo y es lo que hace que se cohesione como bloqueo. El bloqueo social que se obtiene, al paso, aunque no es absolutamente homogéneo, sí lo es en grado suficiente y por lo tanto ésta es una gran ventaja frente a la oposición. Porque la oposición no tiene un bloque homogéneo. Es más, no tiene un bloque. Tiene corrientes, definitivamente, y son heterogéneas. Es por eso que no se articula la oposición como un bloque compacto. Son corrientes heterogéneas que lo único que las articula, en determinados momentos, es el antimasismo, es la resistencia al autoritarismo. Pero esto no es suficiente a estas alturas de la historia, para poder ensanchar su base electoral”.

Si el antimasismo es la base discursiva de las oposiciones para articularse, ¿es posible imaginar un repertorio discursivo que le hable al conjunto de la sociedad boliviana desde quienes desean ser una alternativa al oficialismo? Más aun, ¿hay propuestas para ver cómo y hacia dónde conducir la nave estatal en una época de grandes cambios en el mundo y enormes desafíos para el país?

Valverde asevera que “la oposición que tenemos no ha tenido la capacidad de generar relatos alternativos. Han creído que la crítica al gobierno y el antimasismo recalcitrante, con adjetivos planteados de manera rabiosa, iba a generar automáticamente un crecimiento político. Se ha visto finalmente que eso hasta tiene un efecto búmeran, porque la gente lo que necesita hoy es nuevos relatos, solución a los problemas, plantear una visión de construcción del Estado, la sociedad y sus instituciones. Eso hasta ahora no ha aparecido. Yo no pierdo la expectativa y creo que hay que estar atentos a ver qué va a pasar”.

Menos optimista, Pedraza concluye que actualmente “la lucha política es de fuerza. Es decir, se está utilizando todo el recurso del Estado para poder mantener en el poder al partido oficialista y para perseguir y atemorizar a la oposición. El sistema judicial, sin ninguna duda, es el instrumento. No hay un discurso nuevo. Lo escuchamos al presidente Arce hablar de industrialización desde cuando era ministro, desde hace 17 años, y no llega la industrialización. Hablaron del modelo económico, social, comunitario, y bueno, se ha hecho trizas, tampoco hay eficacia en el resultado. Y desde la oposición, el eje de discursivo es el antimasismo. Por lo tanto, no hay ideas nuevas. Estamos en una lucha política con protagonistas sumidos en el discurso tradicional desde las dos veredas y no hay innovación en cuanto a propuestas, en cuanto a mensajes, en cuanto a narrativas. Esto nos hace inferir que la lucha política va a seguir siendo de fuerza. Es decir, la calle definitivamente va a definir qué va a suceder. El Estado, en manos de una facción del MAS, va a ser fundamentalmente la herramienta que se va a utilizar para mantenerse en el poder. Es decir, las trampas, las persecuciones, las definiciones de sentencias a favor y en contra de uno. Todo esto va a entrar en juego y será determinante. No va a ser el debate, no va a ser la nueva propuesta, hasta ahora no se ve. Eso es lo que podemos afirmar en base a lo que está sucediendo”.

 (*)Pablo Deheza es editor de Animal Político

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Consideraciones antes del fin

Una reflexión sobre lo que queda frente al vendaval y después del mismo.

Jorge Richter en una anterior entrevista en Piedra, Papel y Tinta

/ 2 de junio de 2024 / 06:52

Dibujo Libre

“Vengo acumulando muchas dudas sobre el contenido de esta especie de testamento que tantas veces me han inducido a publicar; he decidido finalmente hacerlo. Me dicen: tiene el deber de terminarlo, la gente joven está desesperanzada, ansiosa y cree en usted, no puede defraudarlo… Sí, escribo esto sobre todo para que los adolescentes y jóvenes, pero también para los que, como yo, se acercan a la muerte, y se preguntan para qué y por qué hemos vivido y aguantado, soñado, escrito, pintado o simplemente, esterillado sillas. Quizás ayude a encontrar un sentido de trascendencia en este mundo plagado de horrores, de traiciones, de envidias; desamparos, torturas y genocidios. Pero también de pájaros, que levantan mi ánimo cuando oigo sus cantos, de los héroes anónimos que nos demuestran que no todo es miserable, sórdido y sucio en esta vida…”. Este pensar inicia el texto que Ernesto Sábato publicaría en 1998 con el nombre de Antes del fin. “No quiero morirme sin decirles estas palabras” les dice Sábato a los jóvenes. Sus frases encierran un grito, a momentos desesperado, pero siempre profundamente reflexivo: hay que hacer algo para salvar al mundo de la barbarie, la desolación, la soledad, el desarraigo y el capitalismo indolente. “El mundo nada puede contra un hombre que canta en la miseria. Hay una manera de contribuir a la protección de la humanidad, y es no resignarse”.

En el transitar entre el momento de la vida y aquel que marca el fin, señalado por la muerte, el hombre presencia incalculables inicios y finales, algunos imaginados y creados en el empezar o concluir, y otros, los más tal vez, insospechados en su extensión y formas de acabar. Son los ciclos de la vida misma, que se trasladan o reflejan en todas las actividades por donde mujeres y hombres enclavan su pisada. La idea de un tiempo perpetuo, interminable, sería un absurdo. “La vida es un breve periodo de existencia que navega entre dos grandes inexistencias”, se ha escrito. No es entonces para nada obvio que el tiempo transcurra. Iniciamos algo imaginando que en el fin podremos dejar unas anotaciones de lo aprendido, y que al exponerlas dejarán espacio para que alguien las recoja y con su mejorada reflexión afinarlas necesariamente.

Antes del principio y después del fin qué, me pregunto constantemente. De seguro que en el tiempo de reflexión que llega encontraré las respuestas, aunque un listado numeroso de ellas ya se han puesto delante mío. De lo aprendido en el discurrir de los últimos tres años y medio de mi vida, tengo intención de marcar, públicamente, algunas conclusiones iniciales para ayudar a que se comprenda la importancia de disociar lo profundo de lo superficial. Las iré listando y detallando para dejar esclarecida la importancia de todas y cada una de ellas:

1. Entendí que las sociedades no pueden comprenderse por medio de un número. La complejidad de los acontecimientos que hoy signan la vida de los bolivianos en sociedad no está representada por una estadística referencial y menos por una cifra. Antes que eso prevalece la pregunta: ¿por qué ocurre aquello y por qué hacemos lo que hacemos como sociedad, Estado y gobierno? Está también la otra pregunta imprescindible de ¿qué nos determina y qué nos moviliza? De forma solapada se gobierna, desde hace tantas décadas, con un marcado desinterés del sentir diario de la sociedad, como si fuera de los espacios de decisión, oficiales, opositores y privados, importara nada el destino y las esperanzas de esos miles que bullen por las calles y que son la gente a la que refieren para salvar una repentina interpelación conciencial.

2. Los grupos de adulones tienen una rareza que los caracteriza: son extraordinariamente rápidos para florecer y su velocidad es absolutamente proporcional al daño que producen. Cercan a los decisores, los desconectan de la realidad y los mantienen anestesiados mientras ellos estrujan su espacio de poder. Entonces acá la reflexión, cuando todo resuena a crisis, a dificultades que no desaparecen, a complejidad y sensaciones de fracaso, es el momento de andar y caminar entre la gente, lejos de los comensales de la mesa chica. Pegarse al hombre y a la mujer de la calle, hablar con algún jubilado, conversar con los jóvenes, mirar los rostros de aquellos que si no entienden qué pasa, sí viven lo que sucede. Si quieres encontrarte no te separes de la gente, podría aconsejar. Hasta tal vez, como dicen, incluso te es permitido alejarte de los libros circunstancialmente, pero no te pierdas de la mujer que subsiste y del hombre que llega a casa con las manos vacías después de buscar trabajo. Observa y pregúntate el porqué de la angustia en los ojos de la gente.

3. Los dogmas tienen siempre el mismo final. El dogmático, en lo poco que conoce y sabe, cae preso de una rigidez que lo conduce a la obcecación, cautivo de dos ideas solo divisa en su paisaje político lo blanco o lo negro, el amigo o el enemigo, el mercado o el estatismo. Un maniqueísmo envenenado que encorseta a su actuar y al Estado en la imposibilidad de explotar el arte de la política: construir dialogando, dialogando para adaptar. Una frase muy borgiana advertía hace décadas: “sólo los muertos y los tontos no cambian”. La infalibilidad y la arrogancia no guardan proporción con las lógicas societales que van mutando y modificando las realidades.

4. La democracia polarizada de hoy debe dejar de lado los apellidos que la desvalorizan sostenidamente -liberal, popular, capitalista, burguesa- para construir con perseverancia inagotable la democracia que iguala los derechos, las participaciones y la representación. Este es un camino valedero para que los poderes fácticos, económicos y las dirigencias eternas no puedan anquilosarse en el poder político generando marginalidades de siempre.

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5. La democracia más fuerte es una democracia de diálogos y acuerdos entre quienes representan la diversidad de una sociedad plural. La construcción de consensos asume un nuevo significante: hoy se comprende como gobernabilidad. El número de asambleístas preciso y necesario, entendiendo que quien lo tiene gobierna plácidamente y quien lo carece lo sufre de forma angustiante, es la instauración de la lógica de extorsiones y boicots. La plurinacionalidad debe expresarse ahora en una democracia de voces diversas, capaces de construir una convivencia pacífica entre bolivianas y bolivianos que van cambiando de forma permanente siendo la diversidad su esencia. Dialogar, concertar y acordar es el camino que requerimos con urgencia inmediata.

6. La economía posible para el tiempo venidero y para solventar el mal momento por muchos señalado, está en la reconducción y en el perfeccionamiento del modelo económico. Será permitido avanzar en un gran consenso nacional si pensamos en la necesaria asociación de mercado y regulaciones imprescindibles, empresas privadas y empresas nacionales estratégicas, seriedad fiscal y macroeconómica y reformas institucionales profundas en la organización del Estado. No es posible dialogar cuando te hablan desde la superioridad simplificadora. La economía de hoy es un mapa con rumbo necesario, una economía participativa y complementaria. De incentivos y entre todos.

La dicotomía estatismo y mercadismo está agotada. Se transformó en un debate sin fin, sin camino hacia la prosperidad y convivencia aceptable. Entre ambos modelos en disputa, emerge hoy el tercer y principal protagonista que los va a desplazar en importancia: la sociedad, que exige, necesita y demanda condiciones dignas tanto colectivas como propias de su condición humana. Eso, simplemente eso, es lo que hace y define a alguien como socialista. No el mercado, no el estatismo.

Antes del fin ya próximo, hay que mirar con calmo asombro cada crisis, a cada quien que busca el colapso de todo. Frente a ello, no es que existan caminos varios, solo uno: enfrentar con firmeza cada situación grave, una detrás de otra, nunca comprometiendo los principios, sino valiéndose de ellos. Afirmándose en las palabras y los hechos que ellos demuestren templanza y decencia, esa que en tiempos difíciles no debe desaparecer.

(*)Jorge Richter Ramírez es politólogo

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De la crisis al caos

El país pasa por un momento complicado, que puede empeorar si los actores políticos contribuyen al desorden.

Evo Morales y el presidente Luis Arce.

Por José de la Fuente Jería

/ 2 de junio de 2024 / 06:35

Dibujo Libre

Estamos al medio de una severa crisis política que amenaza la gobernabilidad del país y que reúne una multiplicidad de factores, principalmente políticos y sociales. Para empezar, la crisis interna del MAS y la fragmentación de la oposición, la inmediata parálisis política de la Asamblea Legislativa Plurinacional y el inaudito retraso de las elecciones judiciales, las enormes dificultades provocadas por falta de dólares y su correlato en los precios de productos que dependen de la importación como medicinas, insumos productivos, repuestos de automotores y que están llegando a la canasta familiar, etc. Y, como si lo anterior no fuera suficiente, están previstos bloqueos de carreteras por parte de gremialistas, transporte pesado y hasta por vecinos a raíz de caminos locales o el costo de los pasajes urbanos, con lo que se termina de exacerbar la difícil situación.

Este coctel de conflictos multiplica las expectativas especulativas, dependiendo del peso específico del actor o sector y del costo de oportunidad. Las principales expectativas son las políticas, alentadas por el foco mediático, un calendario electoral adelantado y una generalizada mediocridad; las del dólar paralelo en las calles pendiente de las malas noticias; las del contrabando de combustible camino a las fronteras junto a los inducidos correteos a los surtidores o las del narcotráfico violento en alza en varios lugares, en una combinación que nos lleva al riesgo de pasar de la crisis al caos. Analizar esta confluencia de factores que amenaza la gobernabilidad a menos de año y medio de las elecciones generales, es fundamental porque el principal supuesto de la democracia es que las diferencias políticas se resuelven en las urnas y que el país no gana con un desbarajuste mayor; todos, como conjunto, perdemos. Analicemos lo político y lo social como elementos centrales de esta coyuntura crítica y reflexionemos sobre lo que a cada uno le toca hacer para impedir mayores perjuicios al país.

El principal factor de la crisis es político y con unos sujetos a los que en democracia se entrega la responsabilidad de enfrentar los problemas y asumir los desafíos comunes pero que, lamentablemente, a falta de ideas y planteamientos solo encuentran sentido en el enfrentamiento, los insultos y las tergiversaciones. La crisis está latente, aunque, por el momento, a cargo de alfiles de tercer nivel en el lado evista, porque el clima se aflojó dado el rechazo y modificación de Evo Morales de las principales decisiones de su último ampliado partidario: Una, la de no aprobar en el Legislativo los créditos de financiamiento externo dirigidos a importantes obras de infraestructura y que, al mismo tiempo, son flujos de divisas y oportunidades de generación de empleo. Dos, el rechazo a la expulsión partidaria de los primeros mandatarios para no cerrar la puerta a algún acuerdo, aunque sea al pie del estribo. Y tres, como corolario de la mano extendida, la renacida convicción de Morales de la necesidad de un Congreso partidario de unidad que resuelva la crisis partidaria. Enorme acierto de Evo, en temas que no son de coyuntura y menos partidarios como los créditos que tienen dimensión estatal. Ningún país del mundo se desarrolla sin créditos y menos sin los de origen multilateral o, más aún, nadie puede pretender gobernar luego de que el año anterior les echaste la puerta en la cara. Obviamente, Evo, fiel a su estilo, casi de inmediato y a pesar del acierto de sus decisiones partidarias, publicitó la demanda al Tribunal Supremo Electoral por una indemnización de casi 2 millones, cuando sabemos que en el sector público no hay doble sueldo.

A este mejor clima, al medio de una vertiginosa serie de acontecimientos y malos presagios, surgió, cómo buena noticia, el rechazo del Tribunal Constitucional Plurinacional de la tutela otorgada por una sala constitucional de Pando y que paralizó por más de mes y medio las elecciones judiciales. Por supuesto, ninguna oposición y ni el mismo gobierno reconocen que esta actuación jurisdiccional es el sentido institucional y legal de la auto prórroga de las autoridades judiciales, porque resolvieron el impasse al estar vigentes. Sin autoprórroga, la tutela otorgada en Cobija habría permanecido hasta el año 2027 y nos echaba al caos porque habríamos tenido que esperar el nuevo periodo constitucional para aprobar otra ley de convocatoria y recién elegir nuevas autoridades. Felizmente, no llegamos a ese extremo que con tanta dedicación busca la articulación opositora, porque nos introduce al desbarajuste de un tribunal departamental que sentencia sin que haya tribunal superior que confirme o corrija, quedando la decisión en la incertidumbre por más de dos años y con unos plazos procesales suspendidos de facto. ¿Este era el plan? Si, para el evismo, el descabezamiento judicial implica que no haya tribunal que resuelva judicialmente la cuestión de la sigla y la candidatura y, para el resto de la oposición, el potencial caos institucional podría permitirles abonar su consigna del modelo agotado y, por defecto, sostener que les toca probar suerte.

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En la vereda social y ciudadana de las expectativas especulativas están las de muchos sectores que, con legítima razón o preocupación y en otros aprovechando la debilidad gubernamental, se movilizan para defenderse de medidas gubernamentales o las crecientes dificultades de acceso a los dólares que necesitan en sus actividades cotidianas y que es una preocupación generalizada que se comparte. Empecemos por las preocupaciones y movilizaciones inducidas y claramente especulativas; un ejemplo: El decreto supremo que reglamentó -como corresponde al Órgano Ejecutivo- la Ley de derechos reales y que perseguía modernizar un conjunto descoordinado de cuando menos 30 sistemas informáticos y que funcionan, precisamente, como resquicios para la corrupción en el crítico sistema de registro de la propiedad privada, especialmente inmobiliaria. Toda la oposición se convirtió en adalid de la propiedad privada y se dispuso a movilizar el país ante esa amenaza a la sacrosanta propiedad privada, base de la civilización. Sin duda, para la campaña en contra ayudó el recuerdo de la ilegal intervención de la AGETIC como terminal informática en las elecciones generales del 2019. Si, evidentemente, pero al final perdimos todos porque esa modernización es impostergable y la interoperabilidad de las plataformas informáticas públicas transparentan al estado y mejora la confianza ciudadana en las instituciones públicas, base imprescindible de una mejor salud democrática.

En cuanto a las razonables y legítimas expectativas respecto del precio del dólar o la enorme susceptibilidad por la falta de combustible, hay que reconocerlas reales y que nuestra insuficiente industrialización y falta de apoyo al sector productivo privado -aclarando, por ejemplo, que la economía campesina es de este sector- nos tiene presos de una economía crecientemente importadora y por lo tanto dependiente de la disponibilidad de los dólares. Pasa lo mismo con el combustible, que empezando de la gasolina se ha convertido en una permanente alerta citadina que vía whatsap logra que los propietarios de vehículos corran desesperados a los surtidores y hagan larguísimas colas que acaban sin otra cosa peor que haber perdido el tiempo. Acá llama la atención la limitada sino deficiente capacidad de intervención de la ANH que tiene el carguío informatizado -uno entra al surtidor e inmediatamente validan nombre y placa- y sin embargo regularmente informa de acopios enormes e ilegales con el uso del mismo vehículo. Otra cosa es la falta de diésel para el sector productivo sea del transporte internacional o las faenas productivas, sobre todo agropecuarias. Esto si es delicado y ahí el gobierno y YPFB debiesen dedicar el mayor de los esfuerzos porque estas actividades son parte central de la economía del país.

Con este repaso debemos preocuparnos todos, gran parte de la crisis se monta sobre la base de expectativas y enfrentamiento políticopartidarios y tienen un efecto negativo en contra de la certidumbre y la tranquilidad ciudadana, con daño enorme sobre la estabilidad del país y la democracia. Vivimos tiempos convulsos a escala planetaria -este año casi la mitad del planeta tiene elecciones generales-, guerras en varios frentes y otras varias en ciernes que tienen en jaque las economías de todos los países, pero debemos guardar la serenidad y cada actor público y social debe asumir su cuota parte de responsabilidad ante las difíciles situaciones que estamos viviendo. Lo otro es apostar por el caos y el desastre, donde algunos podrán ganar monedas, pero el país pierde una fortuna.

 (*)José de la Fuente Jería es abogado

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La cuestión de las tarifas del transporte urbano

En tiempos preelectorales, los transportistas suelen organizar bloqueos generales con el propósito de fortalecer sus liderazgos internos para una eventual candidatura de dirigentes.

Por Carlos Bellott

/ 2 de junio de 2024 / 06:10

Dibujo Libre

Las tarifas para el pasaje en el transporte público local deben ser definidas con base en un estudio de costos del servicio y en el principio de equidad, de forma transparente y participativa.

Se debe tener en cuenta que la sociedad civil organizada de transportistas no es de naturaleza sindical. Los mal llamados sindicatos, las federaciones y confederación de transportistas son organizaciones de empresarios del transporte. Los asociados son sobre todo los dueños de los buses, trufis, etc. Si bien aglutinan también a sus trabajadores (los choferes asalariados) lo hacen, en especial, para evitar que estos hagan su propia organización sindical que naturalmente se enfrentaría a la de ellos en defensa de sus derechos laborales.

Al ser empresarios, la demanda por nuevas tarifas no es precisamente por mejores salarios para quienes trabajan todos los días prestando el servicio. Así suban las tarifas, a ellos les seguirán pagando lo mismo. Los bloqueos son por una mayor rentabilidad del negocio del transporte de pasajeros. Con esto, no se pretende decir que esté mal. Es igualmente una demanda legítima.

Asimismo, es importante recordar que el servicio público de transporte de pasajeros es subsidiado. Esto porque el negocio del transporte local no se lo hace en el espacio privado, sino en el público. Cuando se usa el espacio público para un negocio particular, se debe pagar un alquiler. Esto es la patente (Ley 2492, art. 9.III). Los empresarios del transporte local tendrían que pagar una patente al municipio, pero no lo hacen. Tampoco pagan los impuestos nacionales (el IVA y el IU). A cambio de este subsidio, ellos deben mantener una tarifa accesible para la ciudadanía, de modo que incluso la gente de escasos recursos pueda acceder al servicio. Es por esa razón que, a diferencia de otros rubros, el gobierno municipal debe aprobar las tarifas (CPE, art. 302.I.18; Ley 165, art. 22.d).

Dado que no se puede decidir las tarifas de forma arbitraria —porque eso iría contra algo llamado “debido proceso sustantivo”—, es indispensable realizar previamente un estudio de costos del servicio, uno que sea confiable y adecuado. Para su confiabilidad, los aspectos específicos a ser analizados deben definirse de forma participativa y abierta al público, así como el catálogo de precios unitarios con el que se trabaje, de modo que permita a la ciudadanía, a la academia, a los fiscalizadores (concejos municipales) y a los propios transportistas, verificar los resultados (CPE, art. 232; Ley 165, art. 6.i).

Por otro lado, las tarifas deben definirse con base en el principio de equidad social. Esto implica aplicar la proporcionalidad con las necesidades, de modo que se permita lograr igualdad de condiciones en el acceso al servicio de transporte (CPE, arts. 8.II y 76.I; Ley 165, art.6.a). No existe mucha diferencia en los gastos de mantenimiento y de repuestos para buses locales (micros), trufis y taxi-trufis. Sin embargo, la capacidad de pasajeros y, por tanto, la de ingresos, varía entre esos tres tipos de vehículos. En consecuencia, la tarifa no puede ser la misma para los tres.

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A su vez, por lo general las periferias de las ciudades están habitadas por personas en situación de pobreza. A pesar de la distancia, no se puede incrementar la tarifa, ya que eso implicaría subir el costo para los sectores más pobres, cuando debiera ser al revés. Pero eso sería complicado. Por ello, la mejor forma es que, así se vaya una cuadra o de extremo a extremo de la ruta, el costo sea el mismo, para que el pago igual por la distancia corta compense el costo de la distancia larga. En el caso de los estudiantes y de las personas con discapacidad y adultas mayores, es ya costumbre aplicar la equidad: existen tarifas reducidas para ellos, desde hace tiempo. El estudio de costos debe considerar la proporcionalidad en todos estos aspectos, para con base en eso establecer las nuevas tarifas, siendo diferenciadas según el tipo de vehículo. Por último, en épocas preelectorales, los transportistas suelen organizar bloqueos generales con el propósito de fortalecer sus liderazgos internos para una virtual candidatura de dirigentes. Si se logra el incremento de tarifas, quien sale fortalecido es el dirigente. Es ya costumbre ver a los transportistas hacer muchos bloqueos en épocas preelectorales, y luego ver a sus dirigentes como candidatos al Senado o a Diputados. Ocurrió con Lucio Gómez y con los anteriores dirigentes del autotransporte.

Por su lado, en ese mismo contexto preelectoral, a los alcaldes, políticamente, no les conviene aprobar un incremento en las tarifas del pasaje, dado que los vecinos, comerciantes y otros sectores suelen oponerse con vehemencia. Si bien no es atribución de los alcaldes aprobarlas, sino de cada concejo municipal —debido a la reserva de ley de las obligaciones (CPE, arts. 14.IV, 109.II y 116.II)—, reiteradas veces los alcaldes suelen demostrar que los concejales del oficialismo hacen lo que ellos mandan. Así que la gente sabrá que no fueron los concejos los que aceptaron el incremento, sino que culparían a los alcaldes.

Para solucionar esa contraposición de intereses políticos, ayudaría que las tarifas sean proporcionales con el tipo de vehículo y con las necesidades sociales. De esta manera, podría resultar que el costo del pasaje para el trufi se mantenga, para el taxi-trufi se incremente un poco y para los buses locales incluso se lo baje. Por ende, no habría precisamente una subida de pasajes y los transportistas y los usuarios del servicio verían que se está siendo justo con ambos, siendo lo anterior beneficioso para los tres actores en pugna (transportistas, usuarios y gobiernos municipales).

(*)Carlos Bellott es constitucionalista

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El ascenso del conservadurismo radical

Las derechas extremas se expanden por el mundo y se prevé que amplíen su presencia con las próximas elecciones europeas de junio.

La extrema derecha crece en el mundo y camina a fortalecerse en las elecciones europeas de junio próximo

Por Pablo Deheza

/ 26 de mayo de 2024 / 06:57

El Punto sobre la i

La política mundial dio un giro a partir de la década de 2010, dejando en el retrovisor las certidumbres que ofrecían las viejas ideologías del Siglo XX. Nuevos movimientos se vienen conformando desde todas partes del espectro político. Destacan en ese panorama, de manera particular, los conservadurismos radicales o nuevas derechas, que hoy pululan por el mundo y se marchan a paso de parada rumbo a las próximas elecciones europeas.

Como decía Walter Benjamin, detrás de cada fascismo hay una revolución fallida. No se ha cumplido ni la promesa liberal ni la socialista y lo que se observa es la reacción frente a esto.

No se trata meramente de grupos agitados en las calles. Líderes de extrema derecha están al mando de países como Italia, Hungría, Argentina, India, Países Bajos, entre otros. Trump se apresta a volver a la Casa Blanca, frente a un alicaído Biden.

Según Michael C. Williams, internacionalista y coautor del libro “World of the right: radical conservatism and global order” (Mundo de la derecha: conservadurismo radical y orden mundial, 2024), “la derecha contemporánea es nacionalista, es local, pero también es global. Y es global tanto conceptual como organizativamente”.

En criterio del académico, para comprender el fenómeno, primero que nada, hay que despejar algunos prejuicios que se tienen frente a estos grupos. “Se tiene la idea que, de algún modo, todo esto es sólo una cuestión de tecnología, internet, la era digital y todo ese tipo de cosas. Sin duda, pero eso no es suficiente. La segunda es que todo esto es sólo económico. Esto es, la narrativa de que los grandes sucios se están levantando contra sus señores supremos, en una especie de repetición de horcas medievales y gente portando antorchas. El tercer prejuicio que tenemos que superar es, y este es el que más se da en la universidad, lamentablemente, que la derecha es estúpida. Que estos son básicamente un grupo de vagabundos que deambulan haciendo cosas terribles. El problema con esto es que, si bien esos tres elementos capturan ciertas cosas sobre la derecha contemporánea, en realidad no capturan gran parte de lo que está sucediendo, lo cual creemos que es mucho más complicado y, de hecho, en un nivel, es mucho más sofisticado”.

“Es un proyecto que lleva ya unos 50 años en marcha. Intentamos rastrearlo a través de un dato que probablemente no se esperaría. Se trata de un marxista italiano fallecido hace mucho tiempo llamado Antonio Gramsci”.

Williams explica la idea gramsciana de que “el poder político nunca fue simplemente una cuestión de coerción. Siempre fue una combinación de coerción y consentimiento. Y que en este proceso de producción del consentimiento la cultura era vital. Por tanto, cualquier orden hegemónico dependía de una comprensión del mundo que se había naturalizado. Y lo que era crucial, por lo tanto, para cualquier orden contrahegemónico era comprender la naturaleza de su enemigo, para poder crear una estrategia contrahegemónica; un mundo intelectual y un conjunto de instituciones contrahegemónicas. Esto es lo que, allá por los años 1970, el pensador francés de extrema derecha Dominique Venner llamó un gramscianismo de derecha. Y eso es lo que intentamos rastrear aquí y la forma en que se ha globalizado”.

“Un argumento es, efectivamente, que este gramscianismo de la derecha depende de un argumento central sobre la política contemporánea, la vida social y, de hecho, la globalización. Y es que el mundo en el que vivimos es un mundo dominado por el gerencialismo. ¿Qué entendemos por gerencialismo? El gerencialismo es una idea antigua. Proviene de la izquierda de la década de 1920 y de la izquierda antiestalinista, pero en realidad es más adoptado por miembros de la derecha estadounidense como James Burnham en la década de 1950. Y es la idea de que el siglo XX es el siglo del gobierno de los expertos, que cada vez más, el mundo está dominado por una clase de expertos, técnicos”.

“Una de las cosas cruciales en la globalización de la derecha es la forma en que ha podido trazar lo que Gramsci llamó equivalencias, entre posiciones en todo el mundo frente a esta nueva clase gerencial global. Y es esta oposición a ellos la que realmente proporciona uno de los fundamentos conceptuales centrales de la derecha contemporánea y uno de los principales dispositivos de movilización”.

Rita Abrahamsen es igualmente internacionalista y coautora del citado libro. Ella indica que, “en términos del proyecto civilizacional, lo que podríamos decir es que lo que cree la derecha radical es que el mundo está formado por diferentes culturas o diferentes civilizaciones. Y ese es realmente el verdadero valor del mundo: sus civilizaciones, sus culturas. Y lo que ha hecho el liberalismo global es aplanar y arruinar todo eso. Por eso quiere y busca un mundo más civilizado. Las civilizaciones son entonces inconmensurables, son incompatibles, pero ninguna es universal, ninguna es superior. Todos son iguales pero diferentes. Y esto les permite hacer alianzas, esas equivalencias transversales de Gramsci, les permite hacer alianzas con personas que también sienten que sus culturas están siendo destruidas o arruinadas por el universalismo liberal”.

“Sobre la multipolaridad, lo que ellos creen no es la multipolaridad de unidades similares y una especie de equilibrio de poder. Se trata de una multipolaridad de estados civilizacionales o regiones civilizacionales. Así tendríamos un mundo formado por diferentes culturas, diferentes civilizaciones que cooperarían cuando fuera necesario. Pero no avanzaríamos hacia un mundo en el que todos acabarían suscribiéndose a la misma cultura o los mismos valores”.

Es evidente la intención que tienen con esto las nuevas derechas: cada quien en su región, sin grandes flujos migratorios que pongan en cuestión las narrativas nacionalistas donde anclan sus repertorios.

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Lo señalado por los dos académicos estudiosos del tema de los conservadurismos radicales o extremas derechas emergentes permite hacerse una idea del estado de la cuestión. Ahora bien, ¿qué pasa con estos movimientos en nuestro país? Claramente, hay actores que intentan representar esto en Bolivia, aunque actualmente con una audiencia limitada.

Llevamos nuestra consulta al respecto al politólogo tarijeño Carlos Saavedra. Desde su perspectiva, “en el caso boliviano, el proyecto que se impuso a la derecha tradicional y representó la corriente de nueva extrema derecha que se posicionó a nivel regional fue aquel liderado por Luis Fernando Camacho”.

“El camachismo en su momento tuvo una virtud y un gran defecto. Como virtud tuvo la capacidad de simbolizar el espíritu de rebeldía ante el error histórico político de Evo Morales de repostularse el 2019 a pesar de su derrota el 21 de febrero del 2016. Camacho, con la gorra atrás, andando en moto, liderando masas con un fuerte simbolismo religioso que lo mostró como casi mesiánico tuvo la capacidad de tomar las banderas de la rebeldía y hacer clic con los jóvenes que no se sentían representados en la derecha conservadora boliviana”.

“Uno de los grandes defectos políticos que tuvo el camachismo fue que su sentimiento nacionalista fue muy regional; Camacho como líder político logró representar la Santa Cruz tradicional, que era la que detentaba la hegemonía política local, pero jamás fue capaz de trascender el espacio territorial del cruceñismo para abrazar el sentimiento nacionalista boliviano. Esa mirada muy localista de la política le impidió a Camacho constituir un proyecto de poder nacional que haga frente al MAS y desplace a las derechas conservadoras y tradicionales”.

El politólogo añade que “Camacho no tuvo la capacidad de articular, de verdad con los movimientos de rebeldía de nueva derecha en los distintos departamentos del país para hacer de su liderazgo y de su proyecto político un movimiento nacional”.

“En el escenario política actual, pareciera que el espacio de una nueva derecha 2.0 está vacío y son las expresiones tradicionales las que intentan ocupar, por el momento sin éxito ese espacio que el camachismo dejó”, concluye Saavedra.

(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político

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