Alasita, el hoy del pasado
La feria de Alasita no solo hace palpitar a La Paz, sino que incluso la domina con la fuerza de la cultura.
Como todos los años, el 24 de enero el desorden y el caos reinan desde las primeras horas en el centro urbano de la ciudad de La Paz, debido al movimiento de la población, que prepara la llegada de la Alasita. Si bien anteriormente nos referimos a este tema, lo hicimos sobre la fiesta en sí. En esta ocasión damos una mirada a la repercusión de la declaración de esta feria como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. Inicialmente parecería que no todos los organizadores y expositores están enterados de aquello, o si lo están, les hace falta remarcarlo con más intensidad en su presentación.
Independientemente de ello, pocos días antes del 24 de enero el centro urbano vibra con el movimiento y ajetreo de cientos de cuerpos (artesanos) que se entrecruzan en las zonas más importantes, cargados de grandes bolsas y listones de madera para armar sus puestos de venta y sus pequeñas mesas expositivas. Pero lo fundamental es observar cómo se apropian de cualquier lugar, pues hasta el más pequeño les es útil para ofertar y vender sus artesanías, las cuales quién sabe cuánto tiempo les costó fabricar, en caso de que no las hayan comprado a los mayoristas. Además, esos expositores explican que el 24 es el día de más venta, por lo que todo el afán tiene su recompensa.
Esa jornada los habitantes de la ciudad de las alturas se vuelcan a las plazas más simbólicas como San Francisco, San Pedro, Murillo, Obrajes, Calacoto, entre otras. No cabe duda de que es una de las tradiciones más destacadas, y que se caracteriza porque es móvil; vale decir, que viaja por el resto de los departamentos, acrecentando y extendiendo su valor cultural en todo el país.
Se podría decir que este evento no solo hace palpitar a La Paz, sino que la domina con la fuerza de la cultura. Esto a pesar de quienes todavía creen que lo cultural solo se encuentra en los museos, olvidando que una expresión como la Alasita “instala” su propio museo en las calles de la urbe para hacer gala del arte en miniatura, que fue creado y valorado desde épocas medievales.
Cabe recordar que las sociedades de los siglos XVIII y XIX fueron las que difundieron las miniaturas, y su carácter mítico en muchos casos se convirtió en parte de los ritos de esa época, los cuales dejaron como legado pequeñas obras de arte, las que, con el tiempo, lograron preservar las huellas que atestiguan su pasado.
Con motivo de esta tradición, en la ciudad de La Paz tiene lugar otros fenómenos, como aquel que ocurre momentos previos a la inauguración de la Alasita. Es el caso por ejemplo de la presencia de autoridades políticas y municipales, las cuales podrían diferenciarse entre “fundamentalistas” y “progresistas”. Los primeros se preocupan por ordenar la ingente cantidad de puestos de venta que se multiplican por doquier (lo que naturalmente rompe cualquier planificación previa); mientras que los progresistas, con menos participación y/o interés en el control de esta efervescente festividad, no dejan de comprar puntualmente sus dólares en miniatura al mediodía.
Para algunos, la Alasita, como una muestra singular de la miniatura que tiene presencia en casi toda una ciudad y como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, pareciera formar otra fuerza urbana con otro tipo de demostraciones y denotaciones sociales, que en gran medida valdría la pena que sean estudiadas. Asimismo otra particularidad de esos escenarios urbanos es que durante dos densas horas las calles paceñas se atiborran de una sociedad que se embarca en un espectáculo de construcción temporal y escénica de significación.