La ciudad de Nueva York
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Patricia Vargas
Existen ciudades en el planeta que por su cotidianidad efervescente, su permanente transformación y evolución de la vida citadina, lograron convertirse en grandes metrópolis, como es el caso de Nueva York.
Una urbe que comenzó a edificarse inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, por lo que fue en 1940 que nació como la más vibrante metrópoli del orbe. Denominada también la ciudad de los 20 km, se unía con el continente a través de puentes y subterráneos. Una bella ciudad que en ese entonces ya contaba con 1,9 millones de habitantes.
Consulte: El Greenwich Village de Nueva York
Con ella nació la genial idea del crecimiento vertical de las edificaciones y se hicieron populares los grandes edificios en altura. El primero, el Empire State, de 105 pisos, fue terminado en 1931. Una gran obra que legó a la Arquitectura y la Ingeniería Civil nuevos conceptos de diseño y cálculo estructural.
Cabe recordar que en la primera mitad del siglo XX se afirmaba que mientras Washington crecía con mecanismos fatigados y la construcción de edificios pomposos del siglo XVIII, Manhattan comenzaba a brillar como “la ciudad nueva”.
Mucho más, en esos momentos Nueva York era una urbe con infinidad de imágenes y realidades, que ya contaba con barrios con identidad propia (nos referimos a uno de ellos en el anterior artículo).
Momentos en que distintos escritos exaltaron la historia de la Nueva York del siglo XX, representada por el gran Empire State, un rascacielos que maravilló al mundo en esos años por su gran altura y su atractivo formal.
Hoy, el planeta tiene grandes metrópolis, cuyos centros urbanos son por demás atractivos y cuentan, en la mayoría de los casos, con edificios que rebasan los 100 pisos de altura. Algo que caracteriza a la ciudad del presente, cuyos orígenes se remontan a 1931, en Nueva York.
Para nadie es desconocido que la ciudad neoyorquina recibió y aún recibe a infinidad de inmigrantes de diferentes culturas, razas y costumbres de todo el orbe, quienes se encargan de construir un entorno urbano rico y diverso, que tiene como sello la pluralidad cultural que allí se respira. Una superposición arqueológica, por tanto, de ciudades en la vertical del tiempo, como afirman ciertos escritos.
Asimismo, las expresiones de orígenes diversos le otorgan signos de identidad a cada uno de esos lugares por las distintas culturas que allí se asientan, lo cual realza el significado de esta metrópoli. Por eso, para los millones de turistas que la visitan anualmente, esa superposición de culturas que reina en Nueva York es inocultable, pues los más de 200 barrios que acoge en su interior la reflejan.
Actualmente, la imagen urbana de Nueva York está remarcada por decenas de edificios en altura que semejan un pentagrama musical donde existen los fuertes acompañados del silencio. Una estampa que no deja de ser armónica en su multiplicidad de formas, alturas, materiales de acabado y colores, sin olvidar la naturaleza que acompaña a la arquitectura. Todo ello, rodeado siempre de la riqueza de la vida urbana que allí se desenvuelve.
Desde la perspectiva que se prefiera, no se puede negar que la ciudad del futuro tendrá un crecimiento urbano cada vez más vertical debido al crecimiento poblacional, lo cual conduce inevitablemente al incremento de las edificaciones en altura. Un detalle simbólico de la ciudad contemporánea y seguramente del futuro. Este, que tuvo su origen en Nueva York, en la tercera década del siglo XX.
(*) Patricia Vargas es arquitecta