La Marcha
La marcha es el mayor ejercicio político de manifestación y de acción de los grupos sociales/políticos.
DIBUJO LIBRE
Agosto de 1986. Interminables columnas de gente marchaban por el altiplano boliviano, cinco mil mineros acompañados por sus familias se dirigían hacia la ciudad de La Paz. La caída de los precios internacionales de los minerales un año antes encerró a la vieja Comibol en un callejón sin más opciones posibles que el final de actividades en tantísimas unidades no rentables. Una situación de colapso económico, el peso de la deuda externa lograda por el gobierno militar de Banzer y sucesores, la descontrolada hiperinflación y el valor inexistente del peso boliviano, sumado a las dificultades políticas del gobierno del Dr. Hernán Siles Zuazo, condujeron a un escenario donde Víctor Paz Estenssoro, recién convertido en presidente, pronunció aquella sentencia: “Compatriotas, Bolivia se nos muere”. Sobre aquella angustiosa situación de crisis, la debacle del sector minero llevó a que el gobierno decidiera empujar a miles de trabajadores de las minas hacia el desempleo. En un desesperado esfuerzo por mantener sus fuentes de trabajo, los mineros cesantes, contados por millares, se lanzaron a una marcha que les permitía abrazarse a un hálito de esperanza. Durante días, hombres y mujeres transitaron sobre aquella carretera que en aquel entonces era de una vía de ida y otra de vuelta. No había alegría, no era el hecho místico el que guiaba el esfuerzo en cada kilómetro. Un mal presentimiento cruzaba las sensaciones de aquellas mujeres y hombres. Cuando estaban a 57 kilómetros de La Paz, en Calamarca, una acción militar los detuvo, los dispersó y venció la decisión de su marcha. Resignados y con el espíritu quebrado volvieron a sus poblados y desde entonces su vida cambió fatalmente. Fue, bien podríamos decir, uno de los esfuerzos más dramáticos del sector obrero del país.
Las marchas son un hecho colectivo/ social. Son también protagonistas en la historia reciente de la construcción de nuestra democracia como un símbolo y una forma de visibilizar un hecho de máxima tensión. En el tiempo tuvieron diferentes significados y expresaron distintos sentires y preocupaciones, a momentos políticos, otras veces como un clamor de dignidad, pero siempre, siempre fueron Marchas por la Vida y la Patria. Marchan los humildes, los que la historia busca rendirlos, amansarlos, disciplinarlos, subyugarlos, obligarlos y derrotarlos. Marchan para ser, para estar, para decir, para gritar, para resistir. Marchan para defender aquello que históricamente nadie debió arrebatarles.
Una marcha es una manifestación y una manifestación en la calle es una expresión colectiva con fines de incidencia sobre coyunturas y hechos de contexto. En la primera mirada, una visión horizontal, sus participantes se caracterizan por una homogeneidad en el interés compartido; sin embargo, los perfiles, como también las finalidades, son diversos. Los distintos niveles de implicación exigen también que haya un abordaje necesario de ellos. Unos son participantes, místicos de un proyecto político, otros son militantes de la acción política que buscan diferentes acercamientos y recomposiciones del poder. Entre ambos coexiste una mutua necesidad que determina su vigencia y sus posibilidades. Quien participa y se inmiscuye en una forma de manifestación realiza un acto de involucramiento, lo que inicia el proceso de construcción de pertenencias, pues la manifestación es la acción más decidida de ser parte “de”, es el inicio de la acción política y el compromiso. A diferencia de las concentraciones multitudinarias, precisas en tiempo y lugar, las marchas implican el ejercicio de la travesía, en el que el colectivo social en movimiento socializa y construye la aventura de la utopía, del misticismo y de la causa. La marcha es el mayor ejercicio político de manifestación y de acción de los grupos sociales/ políticos. Es el camino que transfigura el movimiento social hasta convertirlo en movimiento político con potencialidad de ejercicio pleno de poder.
La marcha deja una agenda inextinguible a cumplir en el próximo tiempo: justicia ante lo sucedido en noviembre 2019, y deja también un mensaje: Bolivia será democrática y plurinacional o no será. Como se viene intentando desde la Corporación Mediática Empresarial, se quiere acostumbrarnos a pensar que son, quienes allí estuvieron, los miles de marchantes, nuestros abuelos caminando sobre el altiplano, las mujeres de pollera recorriendo el asfalto bajo la lluvia y el frío de la planicie, los jóvenes indestructibles a la fatiga del camino, todos ellos invisibles y en su lacónica mirada, un excedente demográfico que perturba su ideal de sociedad inmaculada y liberal. La agenda de La Marcha señala que Bolivia debe trabajar por la justicia. Una labor que en lo inmediato demanda reconstruir la memoria histórica de los hechos sucedidos aquel mes hace dos años, señalar las responsabilidades de quienes abrieron paso a la muerte, a la tragedia y al dolor de bolivianas y bolivianos. Pero la esencia mayor de esta agenda está en haber dejado una rúbrica a fuego de aquello que, estando irresuelto, impide la convivencia pacífica.
Justicia quiere decir terminar con el odio y con la mentira. El odio expresado por las viejas oligarquías a la diversidad de una sociedad abigarrada en miles de formas y colores de piel. Justicia no puede entenderse como abrir unas prisiones y cerrar otras. La justicia consiste en superar el estado de odio y de mentiras que lo sustentan. El odio es, en esencia, una mentira con rostro cambiado. Albert Camus hablaba de una filiación casi biológica entre odio y mentira, cual una máscara que se usa para actuar. La mentira transita hoy por las redes sociales y los medios que abandonaron la imparcialidad para ser maquinarias deformadoras de la noticia, una portavocía permanente del desprecio. A mayores expresiones de odio, mayores volúmenes de mentiras. Todos dicen ser justos y defensores de un humanismo acabado, ser también miembros del club de la democracia civilizada sin conocer qué expresa ello. Justicia no es una tregua necesaria y a momentos histórica, es la decisión urgente de terminar con las relaciones sociopolíticas racializadas, es un cambio estructural en las miradas societales, reconocer nuestras contradicciones de sociedad e intentar conciliarlas. Justicia es dejar de hablar y empezar a actuar, casi como un tiempo en el que las palabras se agotan y las acciones lloran por reemplazarlas.
La marcha fue reptando por toda la carretera desde Caracollo hasta La Paz, en todo su largo recorrer fue dejando un mensaje político evidente y una fuerte estela cargada de simbología, decía a cada paso que la patria es plurinacional, es diversa en su formación social, entonces también decía que las bolivianas y los bolivianos debemos ser compasivos con ella. La compasión tiene su mejor atributo en la imaginación, en el hecho de suponerse en el lugar del otro, sufriendo y padeciendo el desprecio cuando color de piel y origen condenan anticipadamente y excluyen. La comprensión ineludible y obligatoria de la plurinacionalidad, de parte de aquellos que la resisten política y socialmente, conduce a superar un pensamiento reducido a simples enunciados ante la realidad incómoda. Nadie puede pretender un modelo social y político en el que indios, campesinos, pueblos originarios, pero también asalariados, obreros e informales, deban mantenerse en una resignada condición de subalternidad.
(*)Jorge Richter R. es politólogo, actual vocero presidencial