Desigualdad y COVID-19
Según Oxfam, los mil millonarios en el mundo ‘han tenido una pandemia de lujo’; aprovechando las bolsas, aumentaron su riqueza.
DIBUJO LIBRE
La desigualdad es un rasgo inherente al crecimiento capitalista. Cuando una economía crece, lo hace de forma desigual, beneficiando más a unos sectores que a otros y dentro de ellos a unas pocas familias propietarias de los medios de producción, lo que lleva a la concentración de la riqueza. A nivel agregado, la remuneración al capital aumenta su participación en el producto total, en desmedro de la participación de la masa salarial, creándose inequidades entre clases sociales.
La desigualdad aumenta más en los periodos de auge que en los de crisis, debido a que en las fases de mayor crecimiento la creación de valor es más rápida que su proceso de redistribución. En ausencia de mecanismos de redistribución del ingreso desde el Estado, predomina las inequidades que reproducen las fuerzas del mercado.
La paralización económica por la crisis sanitaria tuvo fuertes efectos redistributivos entre países y al interior de ellos. Cuando la economía entra en recesión, quienes pierden son los ricos, pero también son quienes más rápido se recuperan. Según el economista Angus Deaton, premio Nobel de Economía, en 2020 los países más ricos sufrieron contracciones económicas mayores que los países más pobres, lo que condujo a una reducción de la desigualdad entre países. Los habitantes más acaudalados del mundo también experimentaron pérdidas millonarias con el desplome de las bolsas de valores en 2020, lo que habría supuesto una reducción de las brechas de riqueza.
Empero, la recuperación económica mundial en 2021 estuvo amparada en las medidas de estímulo monetario iniciadas en 2020 por los principales bancos centrales de los países avanzados, que inyectaron una descomunal cantidad de dinero a los mercados, logrando no solo revertir la caída de los índices bursátiles, sino que éstos continuaron creciendo en 2021 a pesar de la pandemia. El exceso de liquidez mundial ahondado por el apetito de mayor rentabilidad en un contexto de bajos retornos en los instrumentos de renta fija, condujeron a los inversionistas internacionales a apostar por activos más volátiles como las materias primas y las acciones cuyos precios y cotizaciones se han incrementado. De modo que los rescates multimillonarios por los gobiernos —destinados a contrarrestar la pandemia— contribuyeron a acrecentar la riqueza de los millonarios.
Según la Oxford Committee for Famine Relief (Oxfam), los mil millonarios en el mundo “han tenido una pandemia de lujo” porque se han aprovechado del auge de los mercados bursátiles y han incrementado su riqueza. El reciente informe sobre el Panorama Social de América Latina 2021 de la CEPAL sugiere que solo en América Latina y el Caribe el patrimonio de los billonarios aumentó un 14%, desde 2019, habiéndose recuperado de la caída del primer año de pandemia, que fue de 19%, pero que fue más que compensado en el segundo con un incremento de 41%.
En la vereda del frente se encuentran los perdedores de la pandemia. El COVID-19 ha destapado la fragilidad del crecimiento económico capitalista, exponiendo su rostro más inequitativo, pues los más afectados son también los que menos tienen. La crisis económica y social arrastró a amplios sectores de ingresos medios a la pobreza. Millones de hombres y mujeres han perdido sus puestos de trabajo y otros tantos han pasado hambre. El citado informe de la CEPAL estima que 17 millones de personas pasaron —hacia abajo— la línea de la pobreza en 2020. En 2021 el stock de pobres sería 201 millones de personas, 86 millones de los cuales están en situación extrema, cifra que exhibe un retroceso de 27 años.
El lacerante contraste entre quienes ganaron y perdieron por causa del COVID-19 también se ve reflejado en los indicadores que miden la desigualdad del ingreso, como es el coeficiente de Gini, que aumentó en 0,7 entre 2019 y 2020 como promedio regional, en una región que previo a la pandemia ya era considerada la más desigual del planeta. Entre 2014 y 2019 se habría logrado reducir este indicador a 0,4 en promedio.
El mercado laboral ha sido uno de los principales vehículos de las desigualdades. Los quintiles de más pobrezas en América Latina fueron los más afectados, principalmente por la pérdida de empleos asalariados y con la proliferación de trabajos informales.
La participación laboral femenina también se vio severamente constreñida con un retroceso no visto desde hace 18 años. Una de cada dos mujeres aún continúa fuera del mercado laboral, lo que profundizó las brechas salariales de género preexistentes. En definitiva, la recuperación ha sido desigual y es la población femenina la que más sufre por el desempleo y la subocupación.
Otros grupos sociales afectados por la pandemia fueron los jóvenes cuyos empleos fueron los primeros en eliminarse. La población de migrantes también fue severamente afectada, no solo porque muchos de sus oficios están más expuestos al contagio, sino porque tuvieron menores oportunidades laborales. En suma, los rostros de la desigualdad en América Latina se multiplican.
En medio de este adverso panorama regional se encuentra Bolivia. El país no escapó a los efectos perversos de la pandemia. La pobreza moderada y extrema subieron de 37,2% y 12,9% en 2019 a 39,0% y 13,7% en 2020. Empero, según los últimos datos oficiales, para 2021 se habría revertido la tendencia incluso por debajo de los umbrales de 2019 a 36,3% para la moderada y 11,1% para la extrema. El Índice de Gini tuvo similar comportamiento: pasó de 0,45 en 2020 a 0,42 en 2021, un valor similar al de 2019.
Esta mejora en los indicadores sociales no es casualidad ni obra divina, sino el resultado de la continuidad de las políticas económicas redistributivas. El Bono contra el Hambre otorgado entre diciembre de 2020 y mayo de 2021 se suma a la lista de otros bonos sociales que contribuyeron a estabilizar los ingresos de las familias. La política salarial es otro mecanismo redistributivo importante. Con una inflación de solo 0,9%, el aumento de 3% al salario mínimo nacional produjo una ganancia en el poder adquisitivo de los salarios reales de 2,1%. Por otro lado, Bolivia fue el segundo país en implementar el Impuesto a las Grandes Fortunas después de Argentina, que tiene un fin redistributivo antes que recaudador.
Si bien esta reducción puede ser pequeña, marca un cambio de tendencia y contrasta con los resultados de la región. Además, se debe entender que la desigualdad no es una foto sino una película. El camino para reducirla aún es largo. Hacia principios de siglo, Bolivia ostentaba el vergonzoso primer lugar en desigualdad; para 2021 este índice se encuentra por debajo de la media regional.
Existen otros tipos de desigualdad más allá de la manera tradicional de medirla y que la pandemia los ha hecho más evidentes. El desafío de las políticas públicas hacia adelante es cómo medirlos y reducirlos.
(*)Omar Velasco P. es economista.