Ser trans en Bolivia
Ser una persona que opta por una identidad diferente a la que le asignan por sus genitales es difícil en cualquier parte del mundo, pero en Bolivia puede implicar la muerte. Así lo testimonian los al menos 20 asesinatos conocidos de mujeres trans, entre cerca de 80 crímenes de odio registrados en los últimos 14 años.
Pero en estas fechas, cuando en el mundo se celebra el Día Internacional de la Visibilidad Transgénero, quiero más bien compartir una historia de alegría que tuve la suerte de conocer en una reciente visita a Santa Cruz. Mis amigas me invitaron, junto a una taza de café, a compartir la historia de la primera Casa Trans de Bolivia.
A través de la voz de Muriel y Kerana, coordinadoras de la población trans cruceña, pude comprender cómo un sueño se hace realidad. “Nos reuníamos en un parque para conversar. Allí nos agredían de manera constante, ‘ahí están los maricones’, decían. Cansadas, queríamos un espacio propio, seguro, así que decidimos hacer rifas, y eso iba al ahorro; luego hicimos una kermés y recaudamos un dinerito, así logramos alquilar este espacio”.
Y al contar esta historia de complicidad, los ojos le brillan a Kerana; sabe que su humor y carisma pueden convencerte de lo que quiera. Sonríe, sobre todo cuando habla de sus hermanos y de cómo, venciendo sus prejuicios, la aman de manera incondicional. Es complementada por Muriel, quien con voz firme nos relata que la Casa quiere dar apoyo psicológico, apoyo en salud, generar empleo para las jóvenes a quienes hay que sacar de las calles y de la tremenda vulnerabilidad que les provoca el trabajo sexual; su anhelo es conseguir becas de estudio y darles las herramientas para ser tratadas con dignidad. La Casa busca ser autosostenible con un servicio de restaurante que actualmente sirve almuerzos y servicio de catering; pero también proporciona alimentación gratuita y alojamiento a todas las trans que así lo necesitan.
Discutimos en torno a su decepción de la Ley de Identidad de Género, que fue planteada con 68 artículos y terminó siendo aprobada con 12. Fue promulgada en mayo de 2016, para ser rápidamente cercenada mediante una sentencia constitucional que declaró inconstitucional que las personas trans pudieran “ejercer todos los derechos fundamentales, políticos, laborales, civiles, económicos y sociales”. Es decir, les negó de un plumazo ser ciudadanas bolivianas.
Hablamos de sus sueños, de las oportunidades que han ido encontrando, de las alianzas que van tejiendo en Santa Cruz para avanzar en los mil proyectos que cada día tejen y las mantiene unidas.
Nuestra reunión termina. En el taxi no puedo dejar de pensar en la inmensa deuda social que tenemos todos y todas con estas compañeras. En cada una de sus historias que tienen la generosidad de compartir encuentro toda la dureza de una cultura transfóbica y homófoba. Escucho de su soledad, de la falta de medios de vida dignos, del rechazo y la burla que deben enfrentar día a día, de los diversos motivos por los cuales son una de las comunidades con más índices de suicidios. Me cuentan cómo, incluso después de muertas, sus familias les niegan el derecho a elegir su identidad.
Me golpea la discusión que ha surgido en torno al derecho que tienen de ser nombradas feministas por no haber nacido mujeres biológicas y la acusación de que el reconocimiento de sus derechos podría estar desplazando a las “verdaderas” mujeres. Qué estupidez. Llego a la conclusión de que si estas compañeras no caben en nuestra utopía de igualdad, libertad y dignidad, entonces solo estábamos luchando por privilegios. Me quedo con lo que Kerana me dice al despedirse: “Las trans no somos aliadas del feminismo, somos feministas, ¡y yo voy a luchar hasta el día de mi muerte!”
Lourdes Montero es cientista social.