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Inmigración: conflicto vs. oportunidad

La inmigración trae una red de beneficios para las sociedades en cualquier circunstancia.

/ 10 de mayo de 2019 / 23:36

El economista Carlos Rodríguez Braun dijo, muy acertadamente, que “la xenofobia aparece cuando los inmigrantes son vistos como competidores en los subsidios y no competidores en la riqueza”. Oportuna reflexión que nos lleva a recapacitar sobre la relación directa entre el pensamiento mezquino y la falta de entendimiento colectivo en relación a los reales beneficios del proceso inmigratorio para cualquier sociedad.

La inmigración se rige bajo la norma de la inevitabilidad en un marco de sociedades cada vez más vinculadas; y tiene como fenómeno de orden social un metasignificado que ineludiblemente desemboca en una variedad de contextos de orden económico, social o político. Lo ocurrido en Europa con el brexit es una clara muestra de ello, en donde uno de los claros detonantes fue la inmigración de miles de ciudadanos de la Unión Europea hacia el Reino Unido. Otros ejemplos serían las políticas migratorias planteadas por Marine Le Pen en Francia, la posición del ultranacionalismo húngaro con respecto a los refugiados, o la crisis económica y política que atraviesa Venezuela y que ha impulsado la emigración de millones de personas. Sin ser estos casos aislados en la actualidad, la inmigración se ubica en el centro del lenguaje, del miedo y la ignorancia como un “problema” de solución pendiente en la agenda internacional.

Analizando el contexto económico, durante mucho tiempo se ha cobijado la idea de que ante la entrada de mano de obra extranjera a una economía, la clase trabajadora del país se ve afectada, debido al crecimiento de la oferta laboral, la cual ocasionaría una inminente baja en los salarios. Sin embargo, podemos abordar este asunto desde otra perspectiva. Diversos estudios muestran que este efecto es limitado, tanto en número de empleos como en el nivel de los salarios. Y si bien los inmigrantes ocupan trabajos que normalmente no requieren altos niveles de preparación, posteriormente la mano de obra nacional se mueve a otro tipo de empleos. Es decir, la productividad aumenta, al diversificarse el suministro de trabajadores, generándose así incentivos para la competencia, nutriendo el aparato productivo de un país e inyectando dinamismo a la economía.  De igual manera, considerando que la edad en la que se produce este fenómeno es la más productiva en una persona, los inmigrantes se suman con creces al bono demográfico.

Tomando en cuenta todos estos factores, sin ahondar en detalles sobre los incrementos en el consumo o los siempre suficientes niveles de producción, podemos calificar a la inmigración como un proceso que aporta valor a las sociedades. De hecho, según un estudio de McKinsey Global Institute, los inmigrantes constituyen únicamente el 3,4% de la población mundial, pero aportan casi el 10% del PIB global.

Parafraseando a Alexander Betts, profesor de la Universidad de Oxford y experto en el tema, la inmigración trae una red de beneficios para las sociedades en cualquier circunstancia, aunque es necesario aclarar que normalmente existen consecuencias sobre las personas de menor ingreso; pero también es pertinente hacer notar que, al existir más población y más holgura, el proceso redistributivo también debe ser más equitativo.

En 2014, la organización Ipsos Mori elaboró un estudio referente a las actitudes sobre inmigración que tienen los ciudadanos de países que experimentan este fenómeno. La investigación distingue claramente un incremento en los niveles de preocupación de la ciudadanía como resultado del aumento en las tasas de inmigrantes, viniendo esto a encarnar la respuesta natural de una sociedad desinformada. Y aunque es un tanto obvio de citar, las sociedades con mayores índices de tolerancia, inclusión y participación de inmigrantes son aquellas que más se benefician del proceso en cuestión.

Es claro que nos encontramos ante un fenómeno bifronte, en el que la percepción pública y la realidad empírica tienen una narrativa contradictoria. Por ello, resultan necesarias estrategias cívicas y educativas que desde lo más básico nos permitan esclarecer esta dicotomía, alejándonos lo más posible de la percepción posfáctica que otorga el mismo estatus a la evidencia y a la ignorancia.

* Economista, docente de la Universidad Mayor de San Andrés. Como artista encabeza C-Lah, un proyecto de música electrónica con contenido social.

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Si te gusta el durazno, ‘bancate’ la pelusa

En otras palabras, la tasa de sacrificio mide la recesión necesaria para detener la inflación

Alexander Iturralde

/ 23 de diciembre de 2023 / 07:38

¿Está dispuesto el pueblo argentino a pagar el precio de la estabilidad económica? Esta incógnita ha inquietado a varios, especialmente al contemplar la posibilidad que el autodenominado liberal libertario Javier Milei ascendiera a la presidencia, algo que finalmente se hizo realidad. Aunque las acciones del nuevo gobierno podrían sugerir un anhelado resurgimiento económico, resulta innegable el alto costo social que conllevan.

A pesar de las promesas del nuevo presidente en torno a la reducción de la inflación como su objetivo primordial, existe una notable falta de detalles sobre el desafiante camino que enfrentará el pueblo argentino. Esto ha generado, como era de esperarse, un creciente malestar en ciertos sectores sociales frente a las medidas implementadas por el recién instaurado plan “motosierra” del gobierno, apenas días después de haber asumido el mandato.

Lea también: ¿Somos más altos porque somos más ricos?

El 12 de diciembre, Luis Caputo, actual ministro de Economía y exsecretario de Finanzas durante el gobierno de Macri, presentó las primeras 10 medidas económicas del nuevo gobierno argentino. Destaca entre ellas la polémica depreciación del tipo de cambio a 800 pesos por dólar. Además, se contempla una disminución en los subsidios a la energía y el transporte, lo que ha suscitado inquietud sobre el costo de vida y el acceso a servicios esenciales.

En consonancia con la promesa de reducir los cargos políticos estatales, el gobierno ha adoptado medidas que incluyen la drástica reducción de ministerios de 18 a nueve, así como la suspensión temporal de la publicidad gubernamental y de toda obra pública. Aunque el ministro no ha especificado el ahorro proyectado por estos recortes, se espera mejorar el control sobre el déficit fiscal, un punto que, según Caputo y Milei, constituye el principal factor generador de la inflación actual.

El profesor R. Dornbusch, portador de un legado invaluable en el campo de la macroeconomía, introdujo hace décadas un concepto que se muestra relevante en la situación actual de Argentina: la tasa de sacrificio. Este indicador precisa el porcentaje de producción que una sociedad pierde por cada punto porcentual que se reduce en la tasa inflación. En otras palabras, la tasa de sacrificio mide la recesión necesaria para detener la inflación.

La urgencia por reducir la inflación en el país vecino no está en duda. Sin embargo, durante la reciente campaña electoral parece haberse mostrado solo el desenlace de la historia, omitiendo por completo los detalles de la trama para el pueblo argentino. Claro está, hablar sobre la depreciación del dólar, la reducción de transferencias y un eventual aumento del desempleo no serían estrategias ortodoxas de marketing político que hubieran sumado muchos votos en una elección presidencial. ¿Quién querría escuchar sobre las posibles consecuencias sociales cuando se puede pintar un cuadro idílico de soluciones para todos los problemas económicos?

Y si sabremos nosotros, los vecinos del norte, de “bancarnos” la pelusa. En 1985, el gobierno de la UDP dejó una estela de desastre sin precedentes en Bolivia: un cuadro hiperinflacionario que alcanzó el 8.256%, con el riesgo latente de llegar al 25.000% si no se producía un cambio de gobierno. En estado casi cataléptico, el país optó por el sacrificio en lugar de medidas superficiales. La receta es conocida por todos y se aplicó contundentemente: congelamiento de salarios, reducción de gastos estatales, entre otras medidas. A pesar de que la inflación se detuvo en seco, el resultado social fue devastador, con costos significativos que recayeron sobre los sectores más desfavorecidos de nuestra nación.

En el complejo escenario de la estabilización económica, queda claro que la aspiración a detener un ciclo inflacionario sin tendencia al equilibrio omitiendo ajustes estructurales profundos, no resulta viable. Por tanto, es fundamental reconocer que el ajuste necesario para este propósito puede conllevar sacrificios con consecuencias traumáticas, especialmente para los estratos más vulnerables de la sociedad. Esta compleja realidad, a menudo obviada en discursos políticos y campañas electorales, no se presenta como una solución popular o que se venda fácilmente.

Un viejo proverbio señala: ‘Una verdad contada a medias es una mentira completa’, una reflexión que todos deberíamos considerar, particularmente los líderes políticos, enfatizando la importancia de abrazar la verdad en su totalidad, incluso cuando ésta resulte incómoda, complicada y desafiante.

(*) Alexander Iturralde es economista

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¿Somos más altos porque somos más ricos?

Alexander Iturralde

/ 28 de octubre de 2023 / 07:32

En el contexto de nuestras recientes clases de macroeconomía en la universidad, junto a mis estudiantes hemos profundizado en la fascinante interrelación entre la renta y el gasto. Mientras nos adentrábamos en las páginas de los influyentes libros de Dornbusch y Parkin, donde los conceptos de inversión no planeada, propensión marginal al consumo y el enigmático multiplicador cobraban vida, una afirmación saltó a escena: los ciudadanos de las naciones más ricas tienden a ser físicamente más altos. Esta idea señalada por Paul Krugman, distinguido Premio Nobel de Economía en 2008, plantea una interesante relación entre la estatura de la población y el crecimiento económico a largo plazo.

El planteamiento de Krugman es el siguiente: en las últimas tres décadas, los niños chinos han experimentado un aumento en su estatura de 6 centímetros. Aunque la altura promedio de los ciudadanos chinos sigue siendo inferior a la de sus contrapartes norteamericanas y europeas, quienes se encuentran entre las personas de estatura promedio más alta del mundo, este fenómeno refleja un proceso evidente de aumento de estatura en China. Este proceso es el resultado directo del crecimiento económico sostenido que el país ha experimentado en las últimas décadas.

Ahora bien, se puede atribuir la altura de las personas a múltiples factores, como la genética, los estándares de vida o la calidad del entorno en el que se crece. En el caso específico del incremento en la estatura de los niños chinos, se considera a la mejora en la nutrición un factor muy relevante y, directamente influenciado por el aumento en los ingresos familiares derivado del crecimiento económico a largo plazo. No obstante, a pesar de estos avances, China sigue enfrentando desafíos significativos en lo que respecta al desarrollo humano y otros indicadores sociales, lo que sugiere la necesidad de un análisis más profundo en diversos contextos para comprender plenamente la complejidad de esta dinámica.

Al considerar la evolución antropométrica en el contexto boliviano, se abordó un estudio publicado en eLife, una revista científica de acceso abierto dedicada a las ciencias de la vida reveló que, en el transcurso de los últimos 100 años, la altura promedio de los bolivianos ha aumentado en 10,5 centímetros, pasando de 156,3 a 166,8 centímetros y las bolivianas de 143,2 a 153,9 centímetros, lo que representa un incremento de 10,7 centímetros.

A pesar de los avances registrados, Bolivia se sitúa en el lugar 15 de 18 países de la región en términos de estatura promedio. A nivel mundial, el país ocupa la posición 154 de 187 naciones, quedando notablemente rezagado con respecto al primer lugar, Holanda, con una estatura promedio de 184 centímetros. Esta correlación entre el indicador antropométrico y el nivel de ingresos de los países líderes en estas clasificaciones sugiere una relación significativa en lugar de una simple casualidad.

Como dice el antiguo adagio “Roma no se construyó en un día”, y si bien esta comparación puede no ser del todo alentadora, en términos absolutos, Bolivia ha experimentado un crecimiento constante en este aspecto. El desarrollo económico sostenido en el país reveló un aspecto notable en una variable aparentemente no relacionada: la estatura de su población. Esto sugiere que el progreso en la economía puede manifestarse en indicadores inesperados, como la estatura, lo cual refleja la estancia en un sendero de “crecimiento”. A pesar de que pueda sonar excesivamente optimista, este hallazgo pone de relieve una faceta positiva en el desarrollo del país.

La profundización en estos temas permitió al curso extraer conclusiones relevantes durante nuestras clases de macroeconomía. Hemos comprendido que hay cuestiones mucho más importantes que los meros ajustes en la renta de equilibrio frente a las variaciones en el gasto autónomo, o los cambios en la pendiente de la función de demanda agregada en respuesta a incrementos en la propensión marginal al consumo. Estos conceptos, aunque técnicos, no son más que herramientas para explicar y comprender, en parte, que el crecimiento económico trasciende la mera abstracción numérica y se manifiesta en el bienestar tangible de las personas. Este bienestar se refleja, por ejemplo, en el aumento de su estatura como resultado directo del incremento en sus niveles de riqueza. En definitiva, el estudio de la economía cobra sentido cuando se conecta con la mejora real y palpable de la calidad de vida de las personas.

Alexander Iturralde es docente del
área económica de la Universidad Mayor de
San Andrés
.

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La primera guerra comercial-tecnológica

El blanco a atacar es Huawei, el principal competidor de EEUU en la carrera por el dominio del preciado 5G.

/ 10 de junio de 2019 / 07:28

El gran John Nash, matemático estadounidense galardonado con el Premio Nobel de Economía en 1994, dejó varias lecciones, pero la que lo convierte en el portador de un legado nos permite aseverar que, en un escenario de contienda, las decisiones no deben tomarse en función de las capacidades individuales del decisor, sino en función de la estrategia del oponente. En estos días hemos sido testigos de un dictamen contradictorio a este principio. En un cálculo aparentemente imprudente, el gobierno de Trump propinó un duro golpe a Huawei, prohibiendo a las empresas estadounidenses relaciones comerciales con la empresa china, entre ellas Google.

Resulta absurdo pensar que, en un mundo altamente interdependiente, una decisión de esta magnitud no pueda generar una reacción en cadena que termine afectando a propios y extraños. Y, en efecto, eso fue lo que ocurrió: el lunes 22 de mayo, Wall Street abrió en baja; las acciones de muchas empresas norteamericanas socias de Huawei, como Broadcom, Qualcomm y Micron Technology, cayeron en un 5%; los índices bursátiles bajaron notoriamente, como el Dow Jones (0,51%), el S&P 500 (0,73%) y Nasdaq Composite (1,61%). Lo que nos lleva a pensar que la pérdida de un socio comercial estratégico no es un problema menor. Además, no es difícil suponer que lo que les quita el sueño a los ejecutivos de estas empresas es sobre todo el desarrollo de tecnologías alternativas en China para reemplazar a las que le están siendo vetadas, como Android. Off the record, se comenta que en las siguientes semanas saldría a la luz HongMeng OS, un sistema operativo exclusivo para terminales Huawei.}

Pero, ¿cuál es el trasfondo real de este problema? Mucho se ha hablado sobre el espionaje y el robo de tecnología de parte de Huawei. También se asevera que el detonante de este ataque fue el crecimiento del gigante asiático, que en 2018 llegó a destronar del segundo lugar en ventas al popular iPhone. Pero tomando en cuenta que hasta 2016 China era el país con más iPhones en el mundo (131 millones de usuarios); o que Foxconn, la empresa taiwanesa donde se fabrican 500.000 terminales cada día, tiene su sede central en Longhua (Zhenshen), es obvio que a Apple no le interesa tener entredichos con China.

Independientemente de los rumores de espionaje o las políticas de corte proteccionista, existe una cruenta guerra comercial entre EEUU y China, las dos economías más grandes del planeta; en la que, entre aranceles de miles de millones de dólares a computadoras, automóviles y soya, descolló el tema tecnológico como uno de los principales motivos de la contienda. En estricto rigor, hoy en día, Huawei es el líder mundial en la implementación de infraestructuras de quinta generación (5G), un servicio que nos permitirá no solo potenciar la velocidad de internet, sino también operativizar su reinvención, mediante la comunicación masiva sin restricciones de velocidad, la interacción en tiempo real con cualquier lugar del mundo, o simplemente contar con una red que controle toda la comunicación de un país. Siendo este último el punto neurálgico del dilema, nadie querrá entregar su soberanía y seguridad al bando contrario.

Según David Sanger, profesor en Harvard, ganador en dos ocasiones del premio Pulitzer, a este ritmo Huawei y otras empresas chinas de tecnología controlarían entre el 40% y 60% de las redes 5G en todo el mundo. Lo cual, desde ningún criterio, es aceptable para el Gobierno estadounidense, que se encuentra en el mismo trayecto por querer controlar este negocio de aproximadamente 12 billones de dólares.

A Trump no le interesó perjudicar a varias empresas estadounidenses, incluida Apple. Tras esta jugada aparentemente desatinada, el blanco claro a vulnerar es Huawei, el principal competidor de Estados Unidos en la vertiginosa carrera por el dominio del preciado 5G. A fin de cuentas, quien no arriesga no nada. 

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