Monday 29 Apr 2024 | Actualizado a 16:12 PM

Lula: la democracia, entre el pasado y el futuro

El expresidente Lula da Silva afirma que el futuro está plenamente abierto.

En los últimos años, la arrogancia de la ola conservadora y reaccionaria ha ido adquiriendo proporciones aterradoras. Hemos sido testigos de la consolidación de una alianza tóxica entre la voracidad de la concentración de riqueza promovida por el neoliberalismo (y el consiguiente empobrecimiento de las grandes mayorías), la creciente agresividad de los discursos y las prácticas neofascistas, racistas y misóginas, el conservadurismo fundamentalista religioso (cristiano, judío, islámico, hindú), la burda manipulación de las instituciones democráticas y los sistemas judiciales y el negacionismo de la inminente catástrofe ambiental.

Todo esto ha contribuido a una cierta parálisis de la imaginación política y de la potencia rebelde de los oprimidos. Como si nos dirigiéramos hacia un abismo llevados por un plan demasiado superior a nuestras fuerzas como para combatirlo. En los últimos tiempos, sin embargo, en diferentes partes del mundo han surgido señales de que no todo está perdido. Desde el Líbano hasta Irak, desde Chile hasta Argentina, las poblaciones golpeadas por un poder injusto y corrupto se han movilizado en las calles o las urnas para proclamar bien alto: ¡basta! El futuro de estas movilizaciones es incierto, pero gracias a ellas parece que al menos todavía tenemos derecho al futuro.

El pasado 7 de noviembre, el Supremo Tribunal Federal (STF) de Brasil contribuyó a fortalecer la idea de que, también en este país, no todo está perdido. Decidió, por escasa mayoría, restaurar una verdad constitucional que, como muchas otras, parecía haberse convertido en una reliquia del pasado democrático donde los fines no justificaban los medios: el acusado se presume inocente hasta agotarse todas las instancias de apelación. Como Lula da Silva, al igual que unos 5.000 presos en las cárceles brasileñas, había sido preso en violación de esta norma, su liberación se produjo en los días siguientes. Lamentablemente, no sucedió lo mismo con el resto de encarcelados ilegalmente, pero la figura de Lula da Silva era demasiado grande como para que la mayoría del pueblo brasileño y, al fin y al cabo, los demócratas de todo el mundo no celebrasen incondicionalmente la decisión del STF. En el mundo se respiró un soplo de alivio: la deriva autoritaria de Brasil tenía límites, la ilegalidad institucionalizada podía detenerse. Al igual que sucede con otros acontecimientos en el mundo animados por un impulso democrático, esta decisión judicial, a pesar de mostrar que no todo está perdido, nada nos dice acerca de lo que realmente se ha ganado o puede ganarse sobre esta base. Para evaluar su potencial y tratar de expandirlo y concretarlo, es necesario reflexionar tanto sobre las lecciones del proceso político-judicial que culmina con la decisión del STF como sobre los desafíos que la democracia brasileña afrontará en los próximos tiempos. Empiezo por las lecciones. 

1. La justicia y la democracia se defienden en las calles y en las instituciones. Una de las campañas más notables de los últimos años ha sido, sin duda, la campaña “¡Lula libre!”. Varios factores han contribuido a ello. La carismática figura de Lula da Silva y la tenacidad en la defensa de su inocencia conmovieron al mundo. La organización en red de miles de grupos de activistas, algunos movilizados inicialmente por brasileñas y brasileños dispersos por todo el mundo, reveló una enorme capacidad de movilización. En un momento en el que resulta tan difícil unir voluntades en torno a causas precisas y consensuadas, la campaña ¡Lula libre! ofreció la oportunidad de defender a una persona concreta, víctima de una maquinación político-judicial concreta, una persona que el mundo conoció como el más notable de los presidentes de Brasil, que sacó de la pobreza a unos cincuenta millones de brasileños y mostró que no es necesario ser doctor para ser sabio. 

2. El imperialismo no puede utilizar el sistema judicial de los países de su zona de influencia con la misma eficiencia y brutalidad con la que utilizó a los militares en el pasado. Los objetivos del imperialismo estadounidense fueron siendo cada vez más claros: detener la influencia de China, neutralizar a los BRICS (alianza entre Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica para crear una zona económica relativamente autónoma del dominio del dólar) como amenaza potencial a su hegemonía en la región y en el mundo. Desde el fin de la Guerra Fría había estado ensayando nuevas formas de intervención que sustituyesen la vieja guerra contra el comunismo. Fueron surgiendo así las nuevas guerras: la guerra contra las drogas, la guerra contra el terrorismo y, finalmente, la guerra contra la corrupción. Todas ellas se diseñaron para, de una manera aparentemente no política, promover gobiernos leales a los proyectos imperiales de Estados Unidos: acceso a recursos naturales y trato favorable para las empresas multinacionales estadounidenses. Y, en consecuencia, neutralizar los gobiernos considerados hostiles a estos planes. Todas estas guerras, y en particular la última (contra la corrupción), implicaron una enorme inversión en la formación de magistrados y en la creación de instituciones locales que liderasen la “lucha contra la corrupción”. Una vez elegidos los socios locales, se les darían todas las condiciones, especialmente la más valiosa de todas: el acceso, a través de la CIA y del Departamento de Justicia, a datos que solo las empresas globales (estadounidenses) de big data poseen. Sérgio Moro y Deltan Dallagnol fueron seleccionados para ser los “campeones de la lucha contra la corrupción”. Hace varios años, el Departamento de Justicia había elegido a Petrobras, Embraer y Odebrecht como objetivos privilegiados de la lucha contra la corrupción. Léase, como empresas competidoras de empresas estadounidenses y, en cuanto tales, con el deber de destruirlas o absorberlas. Era importante no aplicar la regla del too big to fail (demasiado grande para quebrar) que permitía castigar a los dirigentes por corrupción sin destruir las empresas (como fue el caso de Goldman Sachs y Volkswagen). La República de Curitiba actuó en consecuencia, de acuerdo con el guion que se le dio y como agente de un gobierno extranjero. Fue demasiado obsceno como para resultar procesado por todo el sistema judicial sin contradicciones.

3. El papel de los medios de comunicación democráticos es hoy más crucial que nunca. Si no fuesen las revelaciones sobre la promiscuidad entre juez y procuradores, y de la lógica que animaba su conspiración, por parte de Intercept, dirigido por ese notable periodista que hace mucho debiera tener el Premio Nobel de la Paz, Glenn Greenwald, no sabríamos hoy cuán vulnerable es la democracia representativa y el sistema jurídico-judicial que la sustenta. Durante este proceso supimos también que los media hegemónicos, tal como los magistrados dirigentes de la operación Lava Jato, no reparan en medios para defender los intereses que sirven de manera fiel. La demonización de Lula da Silva y del PT es una de las páginas más vergonzosas del periodismo hegemónico brasilero.

Vayamos a los desafíos.

1. He defendido la urgencia de que el sistema judicial brasileño recupere su credibilidad. La decisión del STF fue un paso importante, pero no es suficiente. Sérgio Moro y Deltan Dallagnol cometieron irregularidades disciplinarias (y quizás hasta criminales) que deben ser castigadas. Todo el sistema de control disciplinario de los magistrados tiene que ser examinado, en especial la promiscuidad entre jueces y procuradores. Son necesarias reformas en el proceso penal, y debe eliminarse el modo arbitrario como es usada la delación premiada, ya que representa la emergencia del derecho penal del enemigo, propio de los regímenes totalitarios. Es urgente una reforma profunda de la formación de los magistrados en las facultades de derecho y en las escuelas de la magistratura.

2. El neoliberalismo y el autoritarismo están lejos de ser derrotados. Por el contrario, la entrega de los recursos estratégicos de Brasil (incluyendo la base aeroespacial de Alcántara) está todavía en curso y las medidas austeritarias aún no fueron aplicadas en toda su extensión. La liberación de Lula da Silva es también un proceso, toda vez que solo será definitiva cuando se declare la suspensión del juez Sérgio Moro (que hoy es obvia) y sean archivadas o procesadas otras acusaciones que integran el lawfare (el uso del derecho para liquidar adversarios políticos) contra Lula da Silva. El próximo periodo será de radicalización política, muy distante de la conciliación de clases con la que siempre soñó Lula.

3. Los movimientos sociales saben hoy que fueron desarmados durante algún tiempo por la propia gestión gubernamental del PT, en la medida en que juzgaron que tener un “amigo en el Palacio de Planalto” era suficiente para garantizar la realización de sus demandas. Obviamente que ayudaba, pero no era suficiente.

El movimiento indígena sabe eso mejor que ningún otro porque su experiencia de opresión y resistencia es mayor que la de cualquier otro movimiento social.

Lula da Silva en libertad es una ayuda muy valiosa, pero él no es, ni quiere ser ni podría serlo, el salvador de la patria, capaz de rescatarla por sí solo contra vientos y mares. Lula, por cierto, reconoce hoy que, cuando fue presidente, hizo demasiadas concesiones a los dueños del poder, las cuales al final ni siquiera le fueron reconocidas. Todo lo contrario. Los próximos tiempos mostrarán a los movimientos sociales que las luchas más duras están por venir.

4. Lula no es dueño de su futuro, pero ciertamente buscará administrarlo de la mejor manera para la democracia brasilera. Para un político que afirma con insistencia que “tiene la excitación de los veinte años, la energía de los treinta y la experiencia de los setenta”, el futuro está plenamente abierto. Obviamente no solo depende de él. Si el lawfare contra su persona fuese neutralizado, Lula da Silva podría ser candidato de la izquierda en las elecciones presidenciales de 2022. Dudo, sin embargo, que quiera serlo. La experiencia de grandes presidentes que, por diferentes vías, quisieron permanecer o regresar al poder no es brillante. Ténganse en mente a Hugo Chávez, Mário Soares, Daniel Ortega, Abdelaziz Bouteflika o, más recientemente, Evo Morales (que en el momento en que escribo ha sido víctima de un golpe de Estado debido a una combinación tóxica de errores propios y de la intervención norteamericana a través de la OEA).

Además, las condiciones en que Lula da Silva gobernó ya no existen ni volverán a existir en los tiempos más próximos. Lula continúa dirigiéndose a los brasileños, pero sabe hoy que muchos solo lo amaron en cuanto se beneficiaron de las ventajas de su gobierno.

Por otro lado, Lula da Silva ha afirmado que hoy es más de izquierda que en el pasado. Esto significa que sus inmensas cualidades de articulación y de conciliación deben ser canalizadas ahora no hacia la sociedad brasileña en su conjunto, como si fuese un pueblo homogéneo, sino principalmente hacia las clases populares pobres y clases medias empobrecidas, y hacia las izquierdas que pretenden defender los intereses de estas clases, tantas veces víctimas de mezclas tóxicas de capitalismo (desempleo de larga duración, trabajo sin derecho, uberización), colonialismo (racismo, usurpación y concentración neocoloniales de la tierra) y patriarcado (sexismo y homofobia). Lula da Silva será el articulador ideal en sentido de conferirles confianza y esperanza, de darles al mismo tiempo visión utópica y pragmática de un futuro mejor, de ayudarles a superar diferencias que, siendo en apariencia ideológicas y profundas, son muchas veces mezquinas y oportunistas. Y, sobre todo, de enseñarles a comunicarse con las clases populares, a entender sus angustias y expectativas que con tanto derroche fueron abandonadas al adoctrinamiento egoísta de predicadores reaccionarios y neofascistas de ocasión o de convicción.

(*) Traducción de Antoni Aguiló y José Luis Exeni Rodríguez.

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La paralización de lo plurinacional

José de la Fuente y Carlos Saavedra brindan sus perspectivas sobre la situación actual de la disputa política nacional y sus consecuencias.

La estatalidad languidece, en medio de la interna oficialista

/ 28 de abril de 2024 / 06:58

El punto sobre la i

En los últimos años, Bolivia ha experimentado un complicado proceso político marcado por tensiones y transformaciones profundas. A medida que se acercan las elecciones de 2025, el escenario se complejiza y desde el campo de la disputa por el poder se gatillan discursos y acciones que tensionan al país y dificultan la gestión.

La estatalidad, en su sentido moderno, está definida como el modo de organización política de la sociedad en la que el Estado es el agente principal encargado de construir la representación de la sociedad consciente de sí misma y en armonía consigo misma. Esto es algo que no se está verificando del todo actualmente o, cuando menos, está siendo erosionado a partir de lo que se observa en la Asamblea Legislativa Plurinacional.

Hay serias dificultades para legislar, llegando incluso a tener paralizadas leyes que viabilizan créditos, contratos y otros. Más aún, no se cumplió el precepto constitucional de convocar y realizar elecciones judiciales, lo que está derivando en un problema mayúsculo para la institucionalidad del propio Estado plurinacional.

Atrás quedaron los días de querer transformar al país para procurar una mayor democratización e inclusión. Hoy los actores políticos están enfrascados en una lucha corrosiva sin cuartel. Pululan y predominan los discursos polarizadores, incluso dentro del propio oficialismo, dividido entre evistas y arcistas. Las oposiciones no presentan tampoco alternativas e igualmente se dedican a antagonizar. El ánimo por avanzar en los cambios que se plantearon con el Estado plurinacional, actualmente languidece.

Conversamos al respecto con el abogado e investigador social cochabambino, José de la Fuente, y con el politólogo tarijeño, Carlos Saavedra.

“Hay una marcada crisis institucional que deviene de un extravío político y de una mirada excesivamente instrumental del poder como herramienta para forzar la reproducción perpetua del mismo. La institucionalidad está condicionada al fragor de las luchas fratricidas al interior del MAS; pareciera que la profundización en la construcción del Estado Plurinacional está congelada y totalmente condicionada a que se destrabe la disputa interna por el poder”, afirma Saavedra.

De la Fuente sostiene, por su parte, que “la gravedad de esta confluencia de hechos políticos negativos es sin duda enorme y extrema. El proceso político a partir del 2006 se diseñó, desarrolló y ejecutó sobre la base de la hegemonía política del MAS, que ahora está reducida a dos minorías enfrentadas y cuya disputa es el principal factor de la crisis política en la Asamblea Legislativa Plurinacional.

Esto ha complejizado la crisis institucional y cuya más grave repercusión está en el Órgano Judicial. Ya estamos en un paréntesis el desarrollo del Estado plurinacional, porque para avanzar es imprescindible un pleno y articulado funcionamiento del conjunto estatal, especialmente porque un Estado plural requiere diversificación y ampliación institucional”.

Abordando la cuestión de la disputa política, sobre todo al interior del oficialismo, y sus consecuencias, el abogado e invesigador considera que “si la política está en crisis, es inmediata su irradiación al sistema político institucional y, en última instancia, al propio funcionamiento de la democracia.

La dimensión de la crisis política que se vive al interior del MAS ha deteriorado o, virtualmente, suprimido el debate democrático como medio de disputa del liderazgo. Lo que vemos a título de disputa política es un concurso penoso, desmedido y grosero de denuncias e insultos que no le hacen bien a nadie y menos a la democracia”.

Añade que “la calidad democrática ha quedado resentida por esta crisis política al interior del MAS y de las organizaciones matrices. No sólo desaparecieron las ideas y las perspectivas encontradas, que son los elementos esenciales para cualquier disputa legítima de poder, lo mismo que para cualquier avenencia o convergencia. Cerrado el camino de las ideas y el debate democrático, solo restan hechos de fuerza, maniobras institucionales u otras acciones de todavía mayor bajeza política”.

El politólogo tarijeño coincide en la mirada crítica y observa que “el escenario político parece mostrarnos una guerra sin cuartel y con munición de alto calibre cuya única finalidad es la consecución del poder. Se ha diluido, por parte de las oposiciones y del oficialismo, un horizonte democrático que cautive a la población, que muestre un rumbo de futuro. La lucha del poder por el poder aleja a la ciudadanía del ejercicio político democrático y abre la posibilidad, aún lejana, pero peligrosa de la aparición de outsiders con posiciones radicales y extremistas como Javier Milei, en Argentina, o Jair Bolsonaro, en Brasil”.

Saavedra prosigue y señala que “el gran mérito que tuvo el MAS-IPSP fue que, por primera vez en la historia, logró construir la cohesión de un gran bloque popular con la participación de pueblos indígenas, campesinos, obreros, profesionales, izquierdas urbanas entre muchos otros. En su momento el liderazgo de Evo Morales fue capaz de abrazar muchos sectores y conquistar electoralmente a las clases medias y a los centros políticos. Hoy Evo se está ‘desevificando’. La intención de forzar nuevamente su candidatura por encima de la voluntad de las organizaciones sociales y de sentencias del TCP marcan un alejamiento de la democracia plural, comunitaria que representó el MAS. Muchas veces los liderazgos revolucionarios y transformadores terminan constituyendo órdenes de represión más duros que aquellos que enfrentaron en su momento”.

Ahora bien, ¿cómo luce el panorama por fuera del oficialismo? Al final de cuentas, las oposiciones también están compitiendo por liderar al país y conducirlo a mejores días, al menos en teoría.

“La democracia y un discurso democratizador destinado a modernizar políticamente la sociedad boliviana nunca fueron un elemento central en la articulación política de la oposición al proceso político iniciado el 2006, porque su principal matriz ideológica política es el banzerismo y, luego del 2003, los saldos discursivos del gonismo, que no asumió la debacle política de una propuesta de transnacionalización de la economía que chocó frontalmente con la realidad del país”, asevera de la Fuente.

“El problema ideológico de esos sectores opositores y de gran parte de la élite intelectual que se opone al proceso del cambio, en muchos casos con fundamentadas observaciones de fondo y expectativas absolutamente contrarias, es que no pueden razonar un modelo de democracia que condiga con la diversidad cultural, territorial y orgánica del mundo campesino, indígena y rural del país. Bolivia es un país que todavía conserva importantes reductos e históricos núcleos étnicos de aimaras, quechuas, guaranís, chiquitanos, etcétera, y territorios que, al mismo tiempo que son provincias o municipios, son entidades colectivas llenas de vida y acción política y cultural en términos de ayllus, comunidades, cabildos, tentas y hoy, también, manchas urbanas y barrios periurbanos que conservan sus identidades de origen”, explica el investigador social.

Continúa y afirma que “hoy, en la difícil coyuntura política que atravesamos, el grueso de las expectativas y sueños de los dispersos grupos opositores pasa por que se termine de producir un desastre político e institucional en las elecciones judiciales; del que no estamos lejos porque la Asamblea Legislativa es un desastre y principal epicentro de la crisis política. Otra muletilla y mantra opositora es la denuncia de una dictadura, aunque, en especial, su principal apuesta es a que el enfrentamiento interno del MAS descarrile el proceso político. De su parte, el aporte a la elaboración de una propuesta o modelo democrático es mínimo. Su mayor elucubración conceptual es el principio de ‘un ciudadano un voto’, como si la mecánica del voto, las elecciones y la representación política alcanzaran a resolver los complejos desafíos de una democracia y menos de una sociedad como la boliviana, compleja y abigarrada”.

A su vez, Saavedra puntualiza que, en el país, “existen distintos tipos de oposiciones. Una de ellas es la oposición tradicional, que busca la reinstauración de un orden político conservador. Este tipo de oposición está absolutamente extraviada del contexto. Otro tipo de oposición son las fuerzas regionales, que tienen pendiente una lucha justa por la profundización de las autonomías; por lo general estas organizaciones tienen una mirada muy restringida a lo local del ámbito político y les cuesta constituirse en actores nacionales relevantes. Un tercer tipo de oposición que intenta surgir es el de los outsiders extremistas que, a partir de discursos de odio y permanente ataque, buscan generar condiciones para la toma del poder. el contexto de incertidumbre no es suficiente para que ellos desarrollen su hipótesis política, sino que necesitan generar sensaciones de crisis, para así generar respuestas ante la ausencia de otras iniciativas políticas”.

“Las oposiciones han mirado con recelo la incorporación de las clases populares e indígenas, pero ante la consolidación de un sentido hegemónico de lo plurinacional se vieron obligados a incorporarlos así sea de manera nominal”, acota el politólogo.

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Sea como fuere que vayan acomodándose las cosas, o no, lo cierto es que el país ya está en medio de un clima marcado por las tensiones en función a las venideras elecciones nacionales de 2025. Nuestros analistas invitados fueron consultados sobre cómo va llegando al país a esa cita con las urnas y qué se puede atisbar en el horizonte como los puntos medulares que estarán en juego.

Saavedra es de la idea de que “el país está alejándose de los extremos radicales y polarizadores. Está con una sensación de hastío con la conflictividad política y está buscando liderazgos que generen certezas en la población, especialmente en los ámbitos políticos y económicos. Queda claro que todavía el sentido hegemónico de lo político en Bolivia, está marcado por la profundización del Estado plurinacional, pero también, por la necesidad de rejuvenecer discursiva e ideológicamente el régimen incorporando nuevas causas de lucha”.

“Cada vez hay menos espacios para aventuras y experimentos políticos”, advierte el politólogo.

De la Fuente ve que “vamos por dos caminos, por lo pronto en paralelo, aunque en algún momento deben cruzarse y alcanzar algún tipo de síntesis, ojalá mínimamente virtuosa. Por una parte, el escabroso camino que siguen las organizaciones sociales matrices (CSUTCB, Bartolinas, Interculturales y el Pacto de Unidad), que constituyen el sujeto social, cultural y político del proceso del cambio para recuperar el control de su instrumento político: el MAS-IPSP, que a todas luces se muestra difícil y muy complejo, aunque sin duda es el camino más legítimo y consistente. Y por otro, el que siguen los grupos residuales del sistema de la democracia pactada y que en el fondo es esa tradición politiquera, clasemediera y típicamente citadina de creer que la democracia se reduce a pactos Inter partidarios de distribución del poder y en especial de la institucionalidad pública. Estos grupos parten del supuesto que se agotó el proceso del cambio y que en consecuencia les toca retornar, sin darse cuenta de que el sujeto social subalterno que antes se dividía, dispersaba y asimilaba a cualquier alternativa política externa hoy piensa por sí mismo y no está dispuesto a servir de escalera a nadie más”.

“Este es el dilema de la democracia boliviana y del proceso del cambio. Se cumplió un ciclo político y que de no transformarse corre el riesgo de una involución dramática, lo mismo que la misma democracia. Es la segunda opción, pero no debemos confiarnos”, concluye el abogado cochabambino.

(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político

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El fallo del príncipe neoliberal

El periodista Fernando Molina acaba de publicar un libro sobre el fracaso de la élites de los 90 desde la perspectiva de Maquiavelo, que lleva el título de “El príncipe neoliberal”. Aquí presentamos un fragmento del mismo.

/ 28 de abril de 2024 / 06:43

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Suele criticarse a la élite neoliberal por “maquiavélica”, en el sentido vulgar del adjetivo. En realidad, su problema fue no serlo, si entendemos por “maquiavelismo” lo que éste realmente significa. La élite neoliberal no se atuvo a la razón de Estado (esto es, en los términos de Maquiavelo, a la preservación de la hegemonía que ganó tras el ajuste económico de 1985). Algunos de sus principales dirigentes presumían de “Maquiavelos criollos” por su astucia para incrementar el poder de sus partidos y el suyo personal, y para apartar del camino a toda clase de adversarios, pero estaban pensando en el Maquiavelo que no es. Sus acciones satisfacían apetitos, incrementaban sus arcas, les daban momentánea notoriedad, pero al mismo tiempo socavaban, con lentitud, pero seguridad, los cimientos de su dominio: les quitaban posibilidades para usar la coerción con éxito, por un lado, y los desprestigiaban ante el pueblo, disminuyendo su influencia y dominio sobre él. Porque la razón de Estado exige tomar en cuenta al pueblo, y por eso es una razón política y no puramente militar. El príncipe enseña que el poder nunca es absoluto. Un señor puede poseerlo, y en grandes cantidades, pero siempre habrá, junto a él, otros que también serán poderosos, aunque en menor medida. Estos son los candidatos más cercanos a desplazar al primero. Por eso la política, en tanto arte de lograr y conservar el poder, está orientada en primer lugar hacia ellos.

La lista de poderosos es muy grande: están los otros señores, que en lenguaje moderno equivalen a los dirigentes de los partidos rivales y de los gobiernos locales; están los grandes propietarios, que normalmente se aliarán al príncipe de turno, para que sus negocios no sufran, y, finalmente, está el pueblo. Maquiavelo hace hincapié en ello: este es mucho más fuerte que las demás partes en las que el poder se divide; por eso, hay que evitar perderlo o tenerlo en contra: “Al príncipe le es necesario tener al pueblo de su parte, porque si no, no tendrá remedio en las adversidades…”.

Esta no fue la convicción de la élite neoliberal. Esta llegó al poder después de una gran derrota de los dirigentes y de las ideas estatistas y de izquierda que representaban tradicionalmente al pueblo boliviano. Pudieron instalar y sostener sus primeros gobiernos con total libertad, casi sin ninguna contestación de la población y, al contrario, con la simpatía de esta, que agradecía y aplaudía a los partidos que la habían salvado de la hiperinflación. Por esta razón, estos príncipes le perdieron el respeto y el temor al pueblo, olvidaron que es el más poderoso de los sujetos políticos, aquel del que depende en gran parte la estabilidad y prosperidad del gobierno.

Tratándose de una democracia, de un periodo en el que se realizó más de una decena de elecciones nacionales y regionales, la anterior afirmación parece absurda. Pero no lo es. La élite neoliberal consideró al pueblo como un simple factor electoral, supuso que su capacidad de ejercer consenso y coerción sobre él era tan grande como la de las élites de los países occidentales desarrollados, con las cuales se identificaban más que con el pueblo, y por tanto que este ya no podía expresarse del modo que retrata Maquiavelo, quien lo hace responsable de la caída de muchos príncipes. La élite creyó que el pueblo ya solo se expresaría electoralmente y, luego, cuando vio que eso no ocurría y las manifestaciones violentas de masas iban en aumento, sobre todo desde 1997, no quiso aceptar lo que estas representaban; las atribuyó a “agitadores” y “conspiradores”, y las trató como disfunciones que era posible erradicar, cuando eran muestras de que la mentalidad colectiva había cambiado.

Los príncipes neoliberales introdujeron en la práctica política nacional la realización de mediciones más o menos periódicas y más o menos serias de la opinión pública, pero su propósito no era comprobar si las bases de su poder se hallaban tan bien asentadas como ellos creían; las suyas eran encuestas de orientación electoral que servían para recolectar y agregar las demandas de la gente. Los resultados que, pese a ello, mostraban la creciente enajenación de pueblo fueron ignorados o entendidos como datos electorales que indicaban que el voto se desviaría hacia candidaturas “anti-sistémicas”, es decir, extrañas a la élite. Esto preocupaba, pero se pensaba conjurar por medios también electorales: marketing político, inversión en campañas, coaliciones de varios partidos similares, etc.

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Entre 2000 y 2002 los estudios detectaron una enorme cantidad de “furiosos” por el estado de cosas, lo que era un resultado directo del comportamiento de los partidos de la élite durante los años anteriores y de la recesión económica que se vivía en ese momento. Pero este dato se interpretó mal. No dio origen a ninguna autocrítica.

La falta de atención y respeto por el pueblo impregnó todos los actos de la élite neoliberal: la venalidad con que administró la cosa pública, incurriendo en constantes escándalos de corrupción; la rebatiña y la repartición amañada de los mejores cargos públicos entre un grupo de funcionarios que formaba parte de esta élite y estaba ligado a las empresas privadas, a las cuales favorecía; el pago a estos funcionarios con jugosos sobresueldos, que se procuró disimular con una partida “reservada” de gastos, la cual en realidad no ocultó nada y en cambio volvió discrecional y sucia la administración de estos fondos, etc. Todo esto se hizo con la mayor alegría, despertando la envidia y la repulsa de la gente pobre que, entretanto, tenía que arreglárselas con las numerosas dificultades que las reformas neoliberales habían traído a sus vidas. Los que así actuaban presumían de “maquiavélicos”, pero en realidad desconocían y negaban al teórico florentino. Su comportamiento puso en peligro, primero, y luego anuló su ascendiente intelectual y moral sobre la población. “Los que llegan a príncipes por vías virtuosas adquieren el principado con dificultad, pero lo mantienen fácilmente”, recomendaba, en cambio, el autor de El príncipe.

(*)Fernando Molina es periodista y escritor

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Tres décadas de descentralización

Una mirada al proceso iniciado con la Participación Popular y que hoy se expresa en el régimen autonómico.

Una sesión anterior del Consejo Nacional de Autonomías.

/ 28 de abril de 2024 / 06:27

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La Participación Popular podría considerarse, luego de la revolución de 1952 , la más profunda e inconmensurable reforma en democracia de vocación descentralizadora y paradójicamente impulsada por un gobierno central, quién asumió la audaz decisión de compartir poder político, ceder responsabilidades administrativas y transferir recursos financieros que hasta ese momento. se hallaban bajo custodia y absoluta decisión del poder central.

Caso curioso el boliviano, originado y agendado fuera del centro y del altiplano, pero anidado en mentes visionarias y con voluntad política desde el llano, para trasladarlas al plan de gobierno de un partido, que eventualmente paso a convertirse en una política pública, de la que hoy nadie reniega o pretende devaluarla, reconociéndola como una de las escasas reformas estatales con mayor trascendencia en los planos político, fiscal, social y territorial de la historia de Bolivia.

El régimen de autonomías incorporado en la constitución del año 2009, se estructuró sobre la base de la descentralización del año 1994 con la participación popular, capitalizada por los actores territoriales en la promoción de liderazgos políticos locales, desarrollo de capacidades administrativas, esfuerzos tributarios, ampliación de servicios públicos sociales y económicos, participación vecinal e indígena en la planificación y destino de los recursos asignados, de naturaleza innovadora para la tradición concentradora del Estado.

Desafortunadamente, uno de los riesgos fue descentralizar un Estado tradicionalmente débil, con un país rural abandonado por la implacable urbanización y astillado en pequeños poblados silenciados por la marginalidad de territorios y sistemas de vida cada vez más vulnerables a fenómenos económicos y medioambientales.

La descentralización de base municipal desnudó al débil Estado capturado por un inmaduro sistema político que, en ausencia de normas y estructura institucional estatal, no puedo conducir ni responder a la impronta municipal desatada.

Con el régimen autonómico, el costo de administrar el Estado creció por la ampliación de dos gobiernos (nacional y municipal) a cinco (más el regional, departamental e indígena), aumentando significativamente la burocracia estatal, congestionando la gestión de servicios, como por ejemplo en salud y educación, que eran competencia exclusiva municipal, y la modificó a concurrente para justificar la presencia del gobierno central en el territorio, propiciando una competencia desleal ; sin ocupar la estructura descentralizada del Estado , creando instituciones paralelas y disponiendo de recursos especiales para llegar al territorio con programas de alcance nacional .

La tensión entre el impulso descentralizador del año 1994 y el ambivalente régimen de autonomías de 2010, no ha facilitado la gestión de municipalidades cada vez más debilitadas por la sobrecarga de competencias (bono discapacitados, fondo de fomento a la educación, sistema nacional de seguridad ciudadana entre otras materias) y asfixiados financieramente por la caída en las trasferencias de un modelo primario y monoproductor; en lo cotidiano, abandonados en un escenario mucho más complejo que el del inicio. Prueba de ello, la mayoría de los municipios que se hallaban en el año 1992 en quintil más pobre, treinta años después, continúan en el mismo sitial sin que nada haya logrado mejorar sus condiciones de exclusión y extrema pobreza.

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Aún existen muchas asignaturas sin la debida atención, tanto en el diseño como en la operación, el tiempo y los gobiernos centrales convirtieron por acción u omisión los conceptos en defectos respecto del modelo original; sin embargo, tres décadas después, a pesar de una nueva Constitución y una Ley Marco de Autonomías, afortunadamente no alcanzaron a modificar su espíritu, el mismo que continua vigente y con mayor arraigo en los actores y sistemas predominantes en el territorio.

Nada podrá revertir el escenario de la descentralización municipal de 1994, más al contrario, además de convertirse en la piedra angular del Estado, es la caja de resonancia del trepidante escenario político nacional y también la redención, especialmente en ciudades grandes e intermedias, a la creciente demanda social, económica y de infraestructura pública en favor de los más vulnerables que hacen posible testimoniar y celebrar hoy aquel visionario modelo de descentralización.

Luego tres décadas, la resistencia a la autonomía y a una mayor descentralización, así como la forma más o menos conflictiva y trabada de su proceso, no es una característica y responsabilidad exclusiva del gobierno central, también responde a la debilidad institucional y falta de liderazgo de los gobiernos municipales para explotar el régimen de autonomías vigente y “jalar” finalmente la auténtica descentralización.

(*)Vladimir Ameller Terrazas es economista

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Daniel Noboa es derrotado en las urnas

El referéndum en Ecuador, del pasado 21 de abril, dijo No en dos preguntas clave para el oficialismo y su política económica.

Daniel Noboa

/ 28 de abril de 2024 / 06:07

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Nadie convoca un referéndum para perderlo. Es una máxima de la ciencia política. Las consultas populares están diseñadas para investir al líder con la legitimidad de un resultado en las urnas, un resultado contra el que ningún opositor tenga réplica.

Y sin embargo Daniel Noboa, el flamante presidente ecuatoriano, el émulo de Bukele, se estrelló contra la realidad.

El pasado domingo 21 de abril el pueblo ecuatoriano se enfrentaba a un referéndum con once preguntas orientadas a reformar la Constitución e impulsar políticas públicas. Lo había convocado meses antes el presidente de Ecuador, Daniel Noboa, siguiendo la estela de sus predecesores, Guillermo Lasso y Lenin Moreno quienes convocaron también sendas consultas. El horizonte político de las tres consultas, al margen del contenido de las preguntas, compartía un mismo objetivo político: relegitimar en las urnas sus precarios gobiernos. Todos ellos, gobiernos logrados en segunda vuelta por escasos márgenes y todos gobiernos con minoría en la Asamblea Legislativa.

De las once preguntas planteadas, nueve referían a reformas judiciales, policiales o militares y tenían una clara orientación securitaria. Respecto a esas nueve preguntas se había creado un cierto consenso nacional, sólo roto en las últimas semanas por el asalto a la embajada mexicana en Quito, un hecho que forzó al partido de Rafael Correa, la Revolución Ciudadana (RC), a adoptar una posición de rechazo frontal a las propuestas del presidente. Eran por tanto preguntas sobre las que no pesaban dudas acerca del resultado.

Sin embargo, dos de las once preguntas escapaban a este esquema. En dos preguntas fundamentales Noboa consultaba, primero, sobre el retorno de una fórmula precarizadora del mercado laboral -contra la que él mismo se había pronunciado en campaña electoral-, el contrato por horas y, segundo, sobre la sujeción de Ecuador a tribunales internacionales en diferendos económicos. Estas dos eran las únicas preguntas sobre las que existía disputa política, las dos que atañían al modelo económico del presidente, dos preguntas que habían recibido un rechazo frontal desde el primer momento por parte de la oposición politica de la RC. En ambas preguntas la población dijo No. Dos tercios de los ecuatorianos respondieron No al arbitraje internacional (64,9%) y No al regreso al trabajo fijo por horas (68,8%).

En el resto de preguntas, como decimos, todas ellas relacionadas con la seguridad ciudadana y de carácter incuestionable, el presidente Noboa obtuvo el previsible apoyo derivado del clima de inseguridad que vive el país. Lo confirma el hecho de que las preguntas A y F, relacionadas con el papel de las fuerzas armadas en el control de la seguridad, fueran las más respaldadas, con un 75% de apoyo.

Este resultado dual, de un lado apoyo en el refuerzo de las políticas securitarias de Noboa y de otro rechazo al modelo económico del presidente, demuestra que un porcentaje importante de la población ecuatoriana es -como diría George Lakoff- biconceptual, proclive a ubicarse en distintas posiciones en función de las materias, a escapar al molde simplificador que intenta imprimir la polarización política: o con Noboa o contra Noboa, o correísta o anticorreísta.

Efectivamente, hasta un 69% de los ecuatorianos votó en contra de la legalización del trabajo por horas (una cuestión por cierto sobre la que Noboa habría cambiado su posición respecto a la campaña electoral), doblando la base electoral del correísmo (32% en las últimas dos primeras vueltas presidenciales), mientras que por el contrario la base electoral del correísmo -al menos parte- apoyó el refuerzo del papel de las fuerzas armadas en materia de seguridad.

Noboa fracasa, por tanto, en el objetivo de relegitimarse. Este resultado obliga a un cambio en la estrategia política del presidente si quiere reelegirse en febrero de 2025. A solo 10 meses de las próximas elecciones presidenciales Noboa se enfrenta un dilema clave: mantener o no su política económica.

Con el voto popular en contra, mantener el rumbo económico neoliberal supondría una seria amenaza a sus posibilidades de reelección. Por el contrario, no hacerlo pudiera exponerlo a las críticas de los grandes medios de comunicación, principales exponentes en la presión neoliberalizadora.

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Sobre la escena pende además un elemento añadido. El victorioso rechazo a las dos preguntas de corte económico fue capitaneado por el correísmo, que saldría reforzado de esta disputa. Este apoyo a las tesis correístas llega justo en el momento en el que el gobierno había recrudecido la cacería judicial a la que viene siendo sometido este movimiento político desde la llegada al poder de Lenin Moreno.

De hecho, en cierto modo, en el resultado de la consulta parece latir también un golpe al giro estratégico de Noboa de los últimos meses, cuando dejó de buscar la colaboración del correísmo en el Congreso para emprender una furibunda carga contra éste. Esta carga lo llevó incluso a violar la Convención de Viena sobre inviolabilidad de sedes diplomáticas, con el episodio de asalto a la Embajada de México, el pasado 5 de abril, lo que ha derivado en una grave crisis de credibilidad internacional del país andino.

En definitiva, con un país en grave crisis económica agravada por la decisión presidencial de subir el IVA y el precio de los combustibles, con una crisis eléctrica que comienza a repercutir en las clases medias con graves apagones y con un clima de rechazo al modelo económico negado en las urnas, Noboa se juega todo a una sola carta, a resolver el problema de la inseguridad. De lograrlo tendrá opciones de ser reelegido. De no hacerlo la pregunta en Ecuador volverá a ser la misma que en 2021 y 2023: ¿será el correísmo capaz de agrietar la coalición de anticorreístas que, sin tener nada en común, se unen sólo para votar a cualquier candidato que no sea correísta?

(*)Sergio Pascual es analista político

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América Latina en la mira de EEUU, otra vez

Una conversación con el destacado abogado, intelectual y exministro boliviano, Reymi Ferreira.

/ 21 de abril de 2024 / 06:58

El Punto Sobre la i

Esta semana, la ministra de Seguridad de Argentina, Patricia Bullrich, generó un nuevo incidente diplomático en la región, cuando acusó a Bolivia y Chile de tener en sus territorios a agentes terroristas iraníes. La aseveración motivó la protesta de ambos países. Bullrich presentó sus excusas antes Santiago, pero no ante el gobierno boliviano. Al presente, la referida ministra del país rioplatense anunció que mantiene sus fronteras en el norte y embajadas “con alerta alta”.

Si bien este es el más reciente episodio en el que se gatillan tensiones diplomáticas desde el gobierno de Javier Milei, no es ni por si acaso el primero. El mandatario ya sostuvo controversias y se refirió con adjetivos ofensivos a otros presidentes de América Latina. Tal fue caso con sus pares de Colombia, Brasil y México. Protagonizó además otro entredicho con China. Cabe señalar que Brasil, China, Chile y Colombia están entre los países más importantes en el intercambio comercial argentino.

En el caso de la ministra Bullrich, cabe además recordar que, en 2021, el Gobierno argentino “denunció penalmente el contrabando ilegal de armamento y municiones que el gobierno de (Mauricio) Macri envió a Bolivia el 12 de noviembre de 2019”, según indica una nota oficial del Ministerio de Seguridad. La acusación se dirigió contra la actual titular de esa cartera de Estado, el expresidente Macri y otros funcionarios.

El año pasado, la jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, Laura Richardson, se presentó ante una comisión de la Cámara de Representantes de su país e informó en relación al denominado triángulo del litio, conformado por Argentina, Bolivia y Chile. “Esta región está llena de recursos y me preocupa la actividad maligna de nuestros adversarios que se aprovechan de ello, aparentando que están invirtiendo cuando en realidad están extrayendo”, aseveró la militar.

A principios del mes en curso, Milei y Richardson sostuvieron un encuentro en Ushuaia, capital de la provincia Tierra del Fuego. En la cita, acordaron la creación de una “base naval integrada” entre ambos países. Argentina se comprometió en la adquisición de equipo bélico estadounidense, incluyendo cazas F-16 mediante un subsidio de $us 40 millones, según indica una nota oficial de la Embajada de Estados Unidos en el país vecino del pasado jueves.

Conversamos respecto a estos temas con el destacado abogado, intelectual y exministro, Reymi Ferreira. El diálogo recorre diversos aspectos, comenzando por la acusación de Bullrich de la última semana, hasta abordar la situación de la región en un momento de transiciones geopolíticas de gran importancia.

– ¿Cómo se pueden entender estas tensiones diplomáticas que vienen siendo gatilladas desde el actual Gobierno argentino?

Es la nueva derecha, la nueva ola conservadora que está en América Latina, que en realidad llega a ser la segunda. La primera la trajo Jair Bolsonaro, expresidente de Brasil. Bolsonaro ha sido en realidad el pionero en América Latina, que trajo esa ola de los ultraconservadores de Estados Unidos, y en la que Javier Milei juega un papel. Un peón más de la estructura neoconservadora que ha llegado a América Latina; que no dejan de ser elementos disociadores que están al servicio de intereses extranjeros, están al servicio de las potencias imperiales. Y lo lamentable es el silencio, prácticamente la falta de condena contra este tipo de exabruptos y este tipo de políticas. Pero yo creo que es parte de una oleada continental que viene desde los grupos más tenebrosamente conservadores de Estados Unidos.

– ¿Cómo se puede entender la racionalidad política de estas controversias?

Milei es muy irracional. Yo creo que está haciendo poses, pininos para la opinión pública internacional. No creo que esté pensando en la Argentina, Él está pensando en la gente de afuera, a los que él sirve. Quiere quedar agradable a los grandes poderes del sionismo, de estos capitales transnacionales, de la ultraderecha norteamericana. Y así repite cosas que no tienen sentido. Ya ha tenido que disculparse con Chile y no lo ha hecho con Bolivia, cosa que es lamentable y terrible. Que, además, debe merecer la protesta del Gobierno boliviano porque es realmente una barbaridad que se vengan a armar ese tipo de acusaciones. Es evidente que no existe ese tipo de situaciones en nuestros países.

–¿Tiene esto alguna racionalidad en el ámbito internacional más grande?

Lamentablemente, no puede haber racionalidad en alguien irracional y en una política irracional. La política a Milei, como la de Trump y de Bolsonaro, son políticas irracionales. Entonces, pedir racionalidad a políticas irracionales no creo que vaya a dar muchos frutos. Básicamente es un actuar instintivo. Hitler no era nada racional, sus políticas eran lo más irracionales que había. Y eso terminó destruyéndolo y, de paso, destruyendo parte del planeta en un determinado momento. Milei es igual, un hombre puro hígado; que ha demostrado tener muy poca racionalidad y mucho hígado. Ese es el gran problema con este tipo de gobernantes. Cuando el cerebro es más chico que el hígado, acaban haciendo lo que está haciendo Milei: inventándose terroristas en Bolivia o en Chile, agrediendo al presidente de Colombia, Gustavo Petro, entrando en contradicción con el propio presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, también con Lula da Silva. Abriéndose enemigos gratuitos en todas partes, para recibir las palmaditas que se le dan a un cachorro por seguir las instrucciones. Declarando su apoyo a que la capital de Israel sea Jerusalén y cosas así. Cosas raras, realmente.

Milei sabe, a ciencia cierta y porque además él predica eso -el no cree en las ayudas ni los subsidios- que para Argentina no a haber ni ayudas ni subsidios de los organismos internacionales. Lo que sí puede haber son créditos leoninos e incluso eso, en su caso, es difícil. Esto es así porque, refiriéndonos a Argentina, el expresidente Mauricio Macri ya endeudó por 100 años a ese país. Hay una deuda intergeneracional enorme. Argentina no es en este momento un sujeto muy serio de crédito por las deudas que dejó Macri. Entonces, creo que lo que está haciendo se enmarca en esa actuación irracional, de una política internacional irracional, como la interna, que no tiene nada de racional.

– ¿Qué dice todo esto sobre la situación de América Latina en relación a un nuevo contexto internacional, con tensiones geopolíticas emergentes y diferentes a las del pasado reciente?

Bueno, no hay una nueva Guerra Fría, todavía. Actualmente hay una guerra, que es económica, con China. El gran enemigo o rival, en este caso, de Estados Unidos y de la Unión Europea, no es Rusia, es China. Ese es el trasfondo de la cuestión. Y en América Latina lo que se está viendo es eso, los intereses comerciales, económicos y financieros, de los norteamericanos y europeos que están en constante disputa de mercados y espacio con China. Eso es lo que hay. Secundariamente está el tema de la alineación que Estados Unidos antes tenía en la Guerra Fría con los países latinoamericanos, que hoy no la tiene.

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Entonces, quizás lo que le interesa a Estados Unidos en el plano geopolítico es tratar de generar un espacio como en el pasado, que permita que los estados de América Latina sigan las instrucciones de Washington. Por ejemplo, romper nexos o bloquear a Rusia; que eso hoy no lo tiene. La inmensa mayoría de los países latinoamericanos, con raras excepciones, no se ha plegado a las políticas de Estados Unidos y la Unión Europea. Veo que los norteamericanos están trabajando en esas líneas: en la línea geopolítica, en relación al tema ruso, y en la línea económica, en relación al tema chino. Y ese, quizás, es el papel de Milei, haciendo que de alguna forma él trabaje en ese sentido. Aunque, Milei está más preocupado por el tema de Irán. Se ha pronunciado evidentemente a favor de Ucrania y todo eso, pero su principal preocupación, por sus declaraciones últimas, es básicamente Irán. Y en Estados Unidos igual, su conflicto con Rusia está pasando a un segundo plano. Ahora su principal preocupación está empezando a ser Irán.

– ¿Cómo está tensionando esto la relación entre los gobiernos de izquierda progresista en la región con esta segunda ola de gobiernos de derecha?

Yo creo que ahora esto se dará con mucha más fuerza, porque Estados Unidos, mientras hubo el conflicto con los países de Oriente Medio por el tema de Irak, los talibanes, Al Qaeda o del ISIS, había secundarizado su atención hacia la región, al no haber ya la Guerra Fría. Aminoró su atención hacia América Latina; se descuidó, de hecho, y se dedicó a otros lugares del mundo. Priorizó su lucha contra lo que denominó el terrorismo de los grupos islámicos. Ahora, al aparecer estos nuevos fenómenos, como el fenómeno iraní y el ruso, la presencia mayor de China, no como amenaza política y militar, sino económica, entonces está reorientando su mirada hacia América Latina. Un espacio que tenía como patio trasero, que de pronto empezó a tener autonomía y llegó a realizar importantes esfuerzos por su cuenta. Con el gobierno de Donald Trump, Estados Unidos empezó a dirigir políticas muy bien orientadas para desestabilizar y derrocar gobiernos. Como pasó en Brasil, por ejemplo, como lo que pasó en Bolivia. Con una acción más radical contra Venezuela, al extremo de casi entrar a una invasión. Entonces, ese tipo de presiones, que vienen desde el tiempo del gobierno de Trump, por el cambio de orientación y al haberse aplacado la lucha con los grupos islámicos, hace que los norteamericanos se vuelvan a reorientar acá. Si bien hasta ahora no lo hacen de una forma tan agresiva, como seguramente va a empezar a ocurrir con el tema del nuevo escenario internacional, que ya tiende a convertirse en multipolar y en antagónico. Ya no es el mundo de hace 15 años ha cambiado. Es un mundo que se convierte amenazante y desafiante para Europa y para Estados Unidos. Ahí está el caso de Irán y el caso de Rusia, que son cosas que han movido el tablero. Y está en el fondo también China y está Corea del Norte, que son consideradas como verdaderas amenazas por los países occidentales.

(*)Pablo Deheza es editor de Animal Político

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