¡Bolivia, escucha, estamos en adopción!
Hay la búsqueda de una nueva nación para los que chua aymaras a uno y otro lado de la frontera.
DIBUJO LIBRE
Cómo entender que Perú, que tiene mayor desarrollo económico y social que Bolivia, viva en estos momentos una inestabilidad política y social comparable a las muchas por las que ha pasado nuestro país? En nuestro caso, la pobreza parece ser la irrefutable causa de nuestros problemas sociales y políticos. ¿Cuál será, en cambio, la causa de que Perú pase por lo mismo? ¿No sería de esperar que con un PIB per cápita y un Índice de Desarrollo Humano superior al nuestro, los peruanos eviten largamente estos problemas?
El verdadero significado de una protesta social está más allá de la narrativa que los grupos de poder hegemónicos difunden por los medios de comunicación y está más allá de las estadísticas que publican los organismos internacionales. El profundo alcance de los acontecimientos demanda una mayor complejidad en el análisis. Más allá de los tres elementos que conforman el índice de desarrollo humano: esperanza de vida, educación e ingreso per cápita, las sociedades de Bolivia y Perú comparten una misma herida, la estructura colonial de la sociedad, que desgarra su tejido e impide la formación de una nación.
Los pobladores de Puno, medio en broma, medio en serio, gritaban en una marcha: “¡Bolivia, escucha, estamos en adopción!” ¿Cómo es que una protesta social deviene en un reclamo de adhesión política a un país vecino? La fractura social colonial ha determinado que el quechuaaymara sea siempre subordinado y explotado por la casta criolla, la cual, por el contrario, siempre ha estado a cargo del poder. Los límites que impone esta sociedad colonial hacen que el pueblo necesitado de construir la nación busque cauces diferentes a los que pretendieron establecer las repúblicas nacidas a comienzos del siglo XIX. Los quechuaaymaras de Perú buscan su filiación a una nueva figura paterna, es decir, buscan una nueva patria.
Por supuesto, la búsqueda de una nueva nación para los quechuas-aymaras a uno y otro lado de la frontera no es de ahora. La buscó Pablo Zárate Willka en 1899, Carlos Condorena Yujra en 1922, Laureano Machaca en 1956 y Felipe Quispe en 1992, para mencionar a algunos de los más recientes hitos de esta historia.
Una nación quechua-aymara ha estado vigente en el pensamiento del pueblo por mucho tiempo, pero no termina de consolidarse. Ante la frustración de los Estados neocoloniales boliviano y peruano, los sentimientos nacionales se volatilizan y quieren volverse a cuajar en nuevos moldes.
Los deseos son fuertes, los sentimientos pueden llevar al levantamiento popular, “Puno no es el Perú” dijo Dina Boluarte y los puneños respondieron indignados con una marcha hacia la capital y la fuerza del pueblo hoy está en las calles de Lima, haciendo tambalear al poder. Sin embargo, hace falta generar los nuevos conceptos y sistemas de valores y creencias sociales, políticas y económicas que constituyan la nueva nación.
Una nueva nación quechua-aymara no es la reinstauración del Tahuantinsuyo, el Imperio pre-hispánico es el estandarte que portamos con orgullo porque constituye nuestro pasado, pero la nueva nación se unifica a base de la proyección del futuro, que responde a los desafíos del presente y no a los problemas de hace cinco siglos. El pueblo quechua- aymara de Puno, de El Alto o de Santa Cruz, requiere de respuestas prácticas a los problemas acuciantes de su cotidianeidad. La rememoración del pasado no es el ladrillo con el que se construye la nación, es el revoque con que se da lustre a la obra terminada.
El nacionalismo es un sentimiento innato en cualquier poblador de un territorio. El individuo se identifica con la gente que vive a su lado, con la que comparte una historia y una cultura, pero el nacionalismo no constituye una ideología en tanto que no señala valores, ni creencias en relación con el tipo de organización política que debe tener y el tipo de sistema económico que debe determinar la asignación de recursos para su pueblo.
Existen quechua-aymaras que son comunitarios y otros que son individualistas, unos que son capitalistas y otros que creen en el socialismo (como Felipe Quispe), unos que creen en el liberalismo económico y otros que quieren el control del Estado, unos que son de izquierda y otros que son de derecha. A base de esta heterogeneidad no es posible construir la nueva nación y menos el nuevo Estado, se requiere una ideología política que otorgue coherencia y dirección al camino que emprende un pueblo que desea constituirse.
Si una asonada o un levantamiento quechua-aymara lograra tener éxito y tomara el poder, es probable que el gobierno que formaría no haría otra cosa que seguir el modelo político-económico vigente, incluyendo solo algunas reformas. Un levantamiento nacionalista es por fuerza conservador o a lo mucho reformador. Ejemplificador es el caso de la denominada “Revolución Nacional” de 1952, llevada a cabo por el “nacionalismo revolucionario”. El modelo político-económico previo al 52 era la democracia liberal y el capitalismo, luego del 52 continuó siendo la democracia liberal acompañada de un reajuste del capitalismo en capitalismo de Estado, las medidas tomadas, voto universal, reforma agraria y nacionalización de las minas, fueron solo reformas. El Estado colonial profundo no cambió, las castas gobernantes permanecieron las mismas y el pueblo explotado siguió siendo el quechua-aymara.
El anhelado surgimiento de una nueva nación requiere todavía mucho trabajo, en la crítica histórica de los límites que encontraron los líderes del pasado, la reflexión sobre el mundo de hoy y la conformación política social en Bolivia, Perú y otros países vecinos. Se debe evaluar las oportunidades que ofrece el mundo y las amenazas a las que estamos expuestos. Por lo pronto, el pueblo quechua- aymara, separado por fronteras, es un huérfano que busca encontrarse con sus hermanos para construir una casa común para todos.
(*)Carlos Javier Saravia es historiador