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La reina de las recetas

Rita del solar

/ 6 de mayo de 2012 / 04:00

Si la reina Sofía piensa en Bolivia, tal vez sus recuerdos tengan sabor a quinua. Y quizás evoquen a Rita del Solar Taborga, la paceña que deleitó el paladar real con un menú de suculentas creaciones gastronómicas basadas en el cereal andino. “Ella sabe que este alimento es la proteína del mundo”, comenta de la monarca de España la especialista en gastronomía novo boliviana, sentada en la acogedora sala de su hogar, en la zona de Sopocachi.

A comienzos del presente siglo, durante una visita a la ciudad de La Paz junto a Juan Carlos I, la reina de raíces griegas no perdió tiempo antes de satisfacer dos caprichos. El primero puso de cabeza a su equipo de seguridad, cuando “escapó” a la calle Sagárnaga para dar rienda suelta a su apetito por los souvenirs, cual si fuera una turista común y corriente. El otro involucró al grano de oro, ingrediente principal para saciar el refinado gusto vegetariano de la esposa del rey Juan Carlos de Borbón.

Para lograr esto último, la soberana contó con la complicidad de Rita del Solar que, sabedora de que la monarca había ofrecido este alimento en la carta del matrimonio de su hija, consintió su antojo con desayuno, aperitivos, bebidas y platos sofisticados. “La reina Sofía quedó encantada”, relata, y hace saber que inclusive solicitó un recetario que la boliviana ha elaborado luego de 25 años de dar a probar sus delicias gastronómicas también a príncipes, presidentes, ministros y alcaldes que han llegado hasta su urbe natal.

Memorias de la niñez

Cuando se le pregunta por el origen de esa afición por el buen sabor, las memorias de Del Solar se remiten a mediados del anterior siglo, a su infancia, cuando pasaba el tiempo entre su casa de la avenida 20 de Octubre y las fincas familiares del altiplano y los Yungas. Dos campesinas, mamá Juana y Dionisia, las cocineras de sus padres, les enseñaron a ella y a su hermano Jorge “a comer rico”. Siempre “había algo para engreír a la gente que entraba a la cocina”.

Su madre, Alicia Taborga Baptista, era cochabambina, nieta del presidente Mariano Baptista Caserta (1832-1907). Y su padre, Jorge del Solar Clavijo, venía de una “familia paceñísima” que dejó un legado en la ciudad: los Clavijo donaron el terreno donde se yergue el asilo San Ramón, en la zona Sur, y también los inmuebles en los que funcionan dos colegios católicos: el Sagrados Corazones (en la avenida Mariscal Santa Cruz) y el San Calixto (en la calle Genaro Sanjinés); este último establecimiento lleva el nombre en honor de Calixto Clavijo, tío bisabuelo de la dama de la alta cocina. En todo caso, Del Solar se declara y reconoce como paceña.

De sus abuelas, rememora que la del lado Baptista era hogareña y la mimaba con colitas de cordero en su hogar de Cochabamba. La abuela Clavijo era “una mujer de avanzada”, que no comulgaba con las reglas: María Paz era la única que usaba pantalones en su época, acto considerado un pecado; más aún, fue la primera divorciada en Bolivia, pionera en la colección de objetos coloniales y una empresaria de minas que condujo uno de los primeros automóviles en el país.

“Pasé una niñez muy boliviana”, sentencia la dama, y remarca que su familia le enseñó, sobre todo, a amar y trabajar por su país. Por ello, a pesar de que tuvo oportunidades para radicar en otros continentes, siempre escogió su tierra. “No podría vivir en otro país que no sea Bolivia, vivir aquí es el súmmum del súmmum”.

Pero hay todavía otra herencia que le dejaron sus abuelos y padres: el placer por agasajar a la gente con una mesa decorada y una comida rica y bien presentada: una insuperable muestra de cariño.

En los años 50, una Rita adolescente abandonó el colegio Saint Andrew’s y partió a Estados Unidos para acabar el bachillerato en el Marymount de Nueva York. El idioma inglés fluyó por sus labios en poco tiempo. Sin embargo, mientras sus amigas alistaban maletas para ir a la universidad, ella pensaba en volver a su querida Bolivia, casarse y tener hijos. Y así lo hizo. Retornó a La Paz y contrajo matrimonio con Jorge Aramayo, con quien tuvo dos hijas: Paula  y Claudia.

La primera cocina bien equipada la armó en su vivienda de la avenida Arce, junto a una ayudante de 16 años, que la acompaña hasta ahora, una especie de ama de llaves que aprendió los secretos del buen trato de uno de los mozos de la madre de Rita. Esa mujer es “mi Teodora”.

En los años 70, la joven Rita se inscribió en la carrera de Historia de la Universidad Mayor de San Andrés (UMSA), pero no pudo acabarla, pues la dictadura cerró la casa de estudios en represalia por la rebeldía de los universitarios.

Entonces, emprendió viaje a Francia, en compañía de su madre y sus jóvenes hijas. París fue el escenario donde se animó a tomar cursos de cocina, en una escuela en la que le enseñaron que la gastronomía no es solamente buen sabor, sino buena presentación. Es decir, una comida no sólo debe ser rica, sino hermosa.

“En ese entonces, yo pensaba en qué iba a cocinar en mi casa, jamás en hacer un negocio”. Y una vez más, en la tierra de Víctor Hugo descubrió que no es mujer “de vivir fuera” y, al año, regresó al país. 

Un sitio con aura

El “negocio” del que habla Rita del Solar tiene un nombre: El Arcángel, salón de eventos que se hizo famoso gracias a la buena sazón de su propietaria. La génesis de ello se remonta a la boda de una de sus hijas, hace 25 años. Entonces, Rita contrató ayudantes y tomó las riendas de la preparación del banquete y la ornamentación del local para dos centenares de invitados. Fue todo un éxito. Una amiga suya, que había retornado de Venezuela, Miriam Baptista, le propuso una sociedad en vista de que ambas tenían la misma pasión por la gastronomía y el detalle al servir la mesa.

A los tres meses, en junio de 1987, nació El Arcángel, un proyecto que fue pensado para atender actos de hasta 60 personas, pero que terminó ampliándose, al punto de dejar hasta dos millares de invitados por demás satisfechos. En la cocina del espacio ubicado en la zona de Obrajes, Del Solar dejó volar su imaginación.

“Hacía pruebas como loca, para que nada salga mal. Los días que no había contratos, probaba con platos de quinua”. El sabor, claro, pero también la presentación fue la clave y “no hubo ni un fin de semana sin trabajo”.

Su matrimonio con Jorge Aramayo terminó en separación. Pero el amor le dio una segunda oportunidad y volvió a casarse, esta vez con el artista plástico potosino Alfredo La Placa, de quien es gran admiradora. “Nos conocíamos de siempre, nos encontramos y nos casamos”, resume.

La pasión por el arte los ha convertido en almas gemelas. Pero, en materia de gastronomía, él no es lo que se considera “un buen diente”. “No goza mucho de la comida; alguna que otra cosa es de su agrado, pero es poco detallista”, revela de su compañero de más de dos décadas.

En los ambientes de El Arcángel, Rita del Solar hizo otra familia, compuesta por sus cocineros y ayudantes.

La clave de los logros ha sido la organización. Desde la empresa, esta paceña fue sazonando lo que se llama la gastronomía novo boliviana, aquella que se decanta por la preparación de las tradicionales recetas del país, pero buscando sofisticarlas, modernizarlas y, sobre todo, hacerlas atrayentes desde la presentación. Cada plato es una obra de arte con aroma y sabor que, primero, deleita a quienes miran.

“Eso es lo que he tratado de hacer con la comida nacional, que es riquísima, pero que a la vista no es muy atrayente. Nuestra comida merece ser admirada en el mundo, al que hemos regalado tantos alimentos maravillosos, como la papa, el ají, la quinua”. La gastronomía peruana “pasó a ser reconocida en el orbe porque la refinaron, la volvieron linda. Y estamos en ese camino”, reflexiona la autora de libros de recetas que han recibido elogios y premios, y que han sido traducidos al inglés, el francés y el portugués.

Del Solar no sólo ha escrito sobre comida, también sobre arte, historia y tradiciones, o ha combinado ambos campos.

En el camino se encontró con cómplices de escritura e investigación, entre ellos, Sandra Cattan Naslausky, esposa de diplomático brasileño con quien publicó Mesas de Bolivia; la escritora y periodista Lupe Andrade Salmón, su “amiga del alma” que la acompaña en el libro ¡Ají!; o el médico neurocirujano Ivar Méndez, residente en Canadá, con el que acaba de lanzar el libro de recetas Bolivia, quinua. Gastronomía y paisaje, edición bilingüe castellano/inglés.

Sobre su plato de comida preferido, imposible hallar uno solo. “Me gusta todo si está bien hecho”. Parte de ese estar “bien hecho” es que la cocina sea el sitio más limpios del planeta, “porque si un comensal se enferma, adiós trabajo”. Pero lo principal, añade, es cocinar con muy buen humor. Tal el secreto para haber llegado a lo más selecto de los visitantes del país.

Uno de los últimos eventos que la llenan de orgullo es el apthapi que armó para la Cancillería, donde ispis, habas, papas, chuño, quesos, llajua y otros se lucieron como manjares sobre aguayos dispuestos en torno a una fuente de plata.

Ahora que El Arcángel ha entrado en pausa —el local ya no le pertenece, pero sí el nombre— la cocina de su hogar es el laboratorio donde prepara las exquisiteces para mimar a su familia y sus invitados, junto a la cómplice de más de cuatro décadas, Teodora. “Al final, no sé si yo soy la cómplice de mi Teo, que sabe de la casa más que yo”.

Más allá de la gastronomía, Del Solar es una mujer dinámica y comprometida con otros quehaceres. Es miembro fundador de la Casa Museo Marina Núñez del Prado, fue presidenta de Amigos de los Museos, miembro del grupo de custodios del Palacio de Gobierno, del edificio del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, del Palacio Consistorial de la Alcaldía de La Paz y otros edificios públicos patrimoniales. Y es cófrade de la Virgen de la Merced.

Alista varios libros, uno de ellos sobre las imágenes de la Virgen en Bolivia y otro acerca del arte de saber vivir, “algo que no demanda dinero”, sino sabiduría “para aprovechar lo que se tiene, no gastar de más, pisar el suelo en ese sentido y hacer las cosas que estén bien planificadas”. Asimismo, “es lograr que la casa sea muy agradable, para que el modo de vivir se transmita a todos. El saber vivir es facilísimo”, convence con la modulada voz con que dicta cursos sobre estos temas.

Los museos y las exposiciones son su debilidad: “Me encanta la creatividad de la gente”. Y, ante todo, es una “gran novelera”: “Me como un libro en uno o dos días”. Está suscrita a cientos de editoriales y revistas de cocina: “En cada uno hay una o dos recetas para probar”. A fines del año pasado, recibió el Diploma de San Pablo al Mérito Cultural, otorgado por la Universidad Católica Boliviana. Y confiesa que “el reconocimiento de mi vida sería que nuestra comida se convierta en internacional”.

Su pasión por la gastronomía no fue heredada por sus hijas, que radican en Londres y Santa Cruz, respectivamente, y que le han regalado cinco nietos. Rita del Solar se emociona al contar que la menor, Catalina, casi sufre un ataque al saber del cierre de El Arcángel, y que le propuso reabrirlo ella. ¿Su futura socia? “Más bien yo voy a ser la socia y ella  la dueña”, comenta con una sonrisa esta embajadora de la comida boliviana, toda una “madame recetas” de la cocina novo andina.

Corona con pistachos

Ingredientes

  • 2 tazas de quinua
  • 6 cucharas de mantequilla
  • 4 tazas de agua
  • 2 cucharas de cebolla picada en cuadraditos
  • 2 cucharas de aceite de oliva
  • 1 cucharilla de sal
  • 1 taza de pistachos pelados y picados
  • 3 cucharadas de perejil picado
  • 2 cucharadas de cebollín picado
  • 1 taza de brotes de soya
  • 6 cucharadas de aceite de oliva
  • 8 lonjas de trucha ahumada

Preparación

Lavar la quinua cuidadosamente, en una sartén calentar la mantequilla y dorar la quinua, añadir la quinua al agua hirviendo. Tapar, reducir  a fuego lento y cocinar durante 15 minutos. Sofreír la cebolla, la zanahoria y el pimentón en aceite de oliva y reservar. En un recipiente, mezclar ambas preparaciones antes de servir, añadiendo el aceite de oliva, los pistachos, los cebollines, los brotes de soya, el perejil y sazonar con sal. Formar una corona con esta preparación, y servir colocando las lonjas de trucha ahumada encima como decoración.

Solomillo de llama al oporto y ciruelas

Ingredientes:

  • 2 filetes de lomo de llama
  • 3 cucharas de aceite de girasol
  • 2 tazas de caldo concentrado o demi glacé
  • 2 cucharas de cebollín picado
  • 2 cucharas de salsa inglesa (Worcestershire Sauce)
  • 1 taza de vino oporto
  • 2 ajíes largos naranja, frescos, sin semilla, lavados y cortados en rodajas
  • 2 cucharas de mermelada de ciruelas
  • Sal y pimienta al gusto

Preparación:

Sazonar los filetes con sal, pimienta y aceite. Dejar reposar por una hora, luego sellar o dorar los filetes a fuego fuerte por ambos lados y llevar al horno a 400 grados por 15 minutos. Preparar la salsa con el caldo, los cebollines, la mermelada, la salsa inglesa, los ajíes, el vino oporto y el jugo que salió de la llama. Hervir hasta que espese y servir sobre la carne cortada en rodajas delgadas.

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El paseo de la línea

Una pintura de Raul Lara

Por Ariel Mustafá R

/ 9 de junio de 2024 / 11:41

Quienes conocían a Raúl Lara (1940, Oruro — 2011, Cochabamba) dicen que siempre estaba dibujando. Que lo hacía con lo que tenía a mano y que sus eventuales modelos —sujetos y objetos— no se sabían inmortalizados por un lápiz o un bolígrafo, o tal vez sí y preferían mantenerse en ese espacio de ser y no ser. De pronto ser un dibujo de Lara se convertía en una ambición. Ambición inimaginable hoy, como el nombre de esta exposición —Raúl Lara, entre líneas y sueños inimaginables, que se exhibirá hasta 25 de junio en la galería Altamira (c/ José María Zalles Nº 834 Bloque M4, San Miguel, en La Paz)—, bautizada, por cierto, por su esposa Lidia, y sus hijos Ernesto y Fidel.

Entonces, de pronto toma vida una frase de Paul Klee, para quien dibujar era “sacar una línea a pasear”, y eso es de lo que hoy somos testigos con esta muestra. 48 dibujos en diferentes técnicas, algunos con golpes de color, la mayoría no. Creemos reconocer en ellos algunas de sus obras y algunos de los momentos que dieron forma a una carrera artística que a cada paso creaba personajes que hoy son viejos conocidos nuestros.

Diríase que son bocetos, pero no, son obras acabadas que a veces se parecen en algo a pinturas coloreadas con los azules y rosados tan afines al Maestro, pero las que hoy vemos no pueden ser esbozos o ideas, no pueden serlo porque se ve en ellas la magia de quien decía “Ay, si pudiera dibujar solamente”.

Quien se acerque a la muestra y se detenga ante alguno de los dibujos, descubrirá escondidos pequeños detalles, hallazgos que querrá comunicar a quien esté cerca, porque lo que vale no es guardar el secreto sino expandirlo a viva voz para que el disfrute sea general. Y si además se tiene suerte, con algo de cuidado, encontrará algunos textos de su puño y letra, mensajes encriptados, reflexiones al azar y, perdido por allí, un número de teléfono que seguro el Maestro, a falta de papel, anotó a la volandas.

Por eso elegimos Raúl Lara para festejar nuestro octavo aniversario. Porque su obra enriquece la Galería Altamira y su presencia está viva sacando a pasear esa línea de la que Klee nos hablaba.

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Tú no eres Dylan Thomas ni yo soy Patti Smith

‘The Department of Tortured Poets’ es el álbum de Taylor Swift, de más de dos horas de duración, con 31 nuevas canciones

/ 9 de junio de 2024 / 10:55

Si bien The tortured poets department: the anthology está repleta de frases sueltas memorables que dicen más que las canciones donde habitan, es probable que el título de esta crítica refleje mejor que cualquier otra frase el valor de este disco doble para la carrera de Taylor Swift: todavía no estamos al nivel de estos poetas.

Se dice que los críticos de cine son cineastas frustrados que envidian aquello que critican. Lo mismo podría decirse de los críticos de música. Swift especialmente suele recibir un peculiar ataque por parte de los críticos mayores (viejos arriba de los 40) con cada nuevo disco que publica. Incluso otros artistas, el último siendo el cantante de Pet Shop Boys, Neil Tennant, suelen desmerecer la calidad artística de Swift.

El departamento de poetas torturados es un disco doble con 31 canciones originales, dos de los cuales son duetos y tiene una duración total de aproximadamene dos horas. Hablar de este disco desde mi lugar generacional (viejo de 40) involucra aceptar cosas que son reales para esta nueva generación: la letra y la artista son tan importantes como la música que hace.

Tú no eres

Los fotógrafos dicen que para llegar a la fotografía perfecta hay que sacar 99 fotografías antes de que sean fracaso. 31 canciones nuevas es bastante y no todas llegan al lugar deseado. Lo primero a decir es que ese vínculo colaborativo con Aaron Dessner y Jack Antonoff en letras y producción ya cumplió su ciclo. La mayor falta que tiene el disco es que los temas tienen una misma fórmula. Los sintetizadores matan las canciones por lo menos en dos ocasiones, y la falta de instrumentos de apoyo, cuerdas especialmente, hace que ciertos momentos emocionales pasen desapercibidos. Prueba de ello es que los temas donde otros artistas invitados cooperan son los temas que saltan al oído de inmediato y de buena manera. El tema que abre el disco, Fortnight, junto a Post Malone, es un gran momento pop. Taylor funciona excelente en dueto junto a una voz masculina, y el estilo de voz de Malone calza como guante con el tema. El video musical, dirigido por la propia Taylor es un magnífico ejemplo del potencial de la artista para el audiovisual, además de ser, irónicamente, un tributo a la película La sociedad de poetas muertos.

El tema dos, homónimo con el título del disco, tiene uno de los párrafos más bonitos que he leído en mucho tiempo dentro de la música actual: “sacas el anillo de mi dedo medio para ponerlo donde la gente pone el anillo de bodas y eso ha sido lo más cerca que ha estado mi corazón de explotar”. Es un texto honesto, bien escrito que aparece unos segundos en la canción, pero causa un impacto memorable, especialmente si has vivido algo así alguna vez.

Taylor Swift

Y es que esto es lo mejor y lo peor del disco: increíbles frases o párrafos, incluso líneas y palabras, joyas de poesía, atrapadas en temas innecesariamente largos, densos o repetitivo.

De nuevo, no hay nada malo con tener un disco doble de nuevo material, pero Taylor Swift todavía no es Paul McCartney o Billy Corgan. Temas como So long London, loml (genial rima de legendario con momentario), So high school, I hate it there, imgonnagetyouback, The albatross y How did it end?, son tan genéricos que hasta los más swifties lanzan un suspiro de cansancio al escucharlas. Eso no reduce el impacto que temas como My boy only breaks his favourite toys o la favorita de todos, Florida!!! (sí, con tres signos de exclamación) sean tremendos aportes a su discografía y demostraciones de que su sentido del humor más mordaz está mejorando. De hecho el tema compuesto junto a Florence Welch —y según los créditos del librito, también con Emma Stone— es una bella y divertida canción escapista. But Daddy I love him con sus casi 6 minutos (el tema más largo del disco) es personalmente la mejor canción del disco. Es un himno perfectamente moldeado para las nuevas generaciones de mujeres que desde temprana edad están luchando por su igualdad y respeto en un mundo que sigue haciendo mansplaining sobre cómo deben verse en roles de hija/novia/hermana/compañera/mujer. El tema, entre la letra y la actitud de la narradora, es inspirador y de los pocos momentos en el disco en los que letra y música van de la mano con la actitud correcta de comerse al mundo. Mi impulso inmediato fue dedicárselo a la mujer que amo como una forma de decirle que pienso que ella es más fuerte que yo como persona, justamente por ser mujer.

Disco

Pero un disco de Taylor Swift es casi por obligación un diario de desamores y aquí tanto Joe Alwyn y Matty Healy (cantante de la gran banda 1975) tienen varios momentos de vergonzosa mención. Fresh out of the slammer, Down bad (con la bella línea que dice “fuck it I was in love”), Peter (“dijiste que ibas a madurar y volver a buscarme”), I can fix him (no really i can), The Alchemy (bellísimo tema, pobre Travis Kelce), Who’s afraid of little me? o The bolter son estas confesiones predecibles de recuerdos melancólicos y decisiones inmaduras que ya estamos acostumbrados a oír en sus letras. Taylor tiene mejor tino cuando usa sus letras para contar historias autoconclusivas, como thanK you aiMee, que es una rabiosa queja a una hater (Kim Kardassian?) con la cual, en letra por lo menos, agradece por impulsarla con sus críticas (hay una parte brillantemente escrita donde habla que de seguro su hija cantará la letra sin saber que es una queja contra su mamá). Es una buena canción porque pese a ser correcta es rabiosa también. Cassandra es otro tema que muestra una voz y una letra más maduras e imagino que es el camino que seguirá en su siguiente disco, como una versión de Lana del Rey joven y optimista.

Momentos

El disco lo cierra The manuscript, que no está mal, pero hubiera sido mejor la canción anterior, Robin, que es de lejos la segunda mejor canción de todo el disco. Es una canción que transmite de forma completa la intención de todo el disco: vivir la melancolía de vivir sin caer en la depresión, saber y entender que el dolor es parte de amar, de conectar con otros.

Taylor más que una artista es un fenómeno mediático donde los foros pasan horas incontables hablando de todo lo relacionado a ella. Como hay swifties aguerridos hay también haters obsesionados. Estos últimos son los que han promocionado las noticias y críticas de que el nuevo disco no es lo mejor de Taylor y es una muestra del cansancio que debería tener el mundo con ella. Obviamente viene un swiftie y escupe esta blasfemia.

Poetas torturados es un buen disco y el tiempo lo recordará como un punto de transición donde, con suerte, fue la última vez que usara esos horribles sintetizadores para abrazar por completo su rol de Bob Dylan femenino para estos tiempos. ¿Dije Bob Dylan? Quise decir la Patti Smith de estos tiempo

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PARA ELISA

El Papirri

/ 9 de junio de 2024 / 10:00

Era una tardecita tibia cochabambina cuando la conocí en la casa de mis amigos Mau y María de la Coperacha. Una robusta joven apareció con su sonrisa encantadora, ojitos de ardillita del bosque y aquella tonada mágica chapaca en el saludo. Entonces agarró la guitarra y cantó una canción rara, interesante, de esas que me gustan, había una intención armónica diferente en sus dedos y su voz… eran varias voces en una: se reía de un amor pasado mientras cantaba, se reía de la vida y cantaba, y Tarija llegaba en sus tintineos de mañana dorada.

Terminó de cantar y le dije: “Te invito a mi concierto”, como un niño invitando a su cumpleaños. Era febrero, el concierto se venía en marzo en el Teatro Nuna de La Paz, fue hace un año, parecen tres. Yo había terminado de componer una canción dolorosa, primaria, de mariachi cortavenas. Ese texto lo encontré en el rincón de mi compu como esperando: Te vas, en el peor momento/ con cálculo de pecho frío/ ¡Salud! por ese nuevo amigo / te burlas de mi olor a ungüento… Se la canté, mientras ella sonreía, se divertía con mis cantos jodidos.

Entonces llegó el concierto Camote, el Teatro Nuna de La Paz reventaba, nos habíamos visto un par de veces para repasar la ranchera y la querida canción Historia de Maribel. Ambas canciones no le favorecían mucho en el tono, pero Elisa, con toda fe, interpuso sus tremendos recursos vocales. Porque Elisa Canedo los tiene, y más allá de lo normal. Un timbre que se desparrama como en resolana en varios colores, un registro extenso, generoso. La canción Te vas sonó como tenía que sonar, con rabia de mariachi. Ella entraba en: Te vas con tu pasito esquivo/ chis chis, ya llegan a tu encuentro/ te vas con ese bicho feo, sacudo mi dignidad de muerto… Y yo con el sombrero de mariachi de mi papá, ese histórico sombrero que compró mi padre en el peor momento del exilio del ‘80, se lo compró nomas a un mariachi del Tenampa y sobrevivió a unos… a ver… 10 traslados. Mi padre llegó desde el DF a Lima con el sombrero puesto, su amigo el Chueco Céspedes lo esperaba en el aeropuerto, había decidido dejar el DF, era su tercer exilio, llegó a Lima bordeando los 70 años a vivir con su amigo y qué mejor que llegar con su sombrero de mariachi.

Con Elisa Canedo nos vimos luego en septiembre, en su chura Tarija. Contra todos los malos vientos, decidí hacer la gira Mirando al Sur, iniciando en Tarija hasta el Santiago querido. Sin embargo, el ambiente tarijeño era hostil, el Teatro de la Cultura tenía un alquiler similar al del Nuna, pero sin sonido, luces… ni personal. Llevar un solo musico significaba un monto similar al alquiler, muy difícil de sostener. Elisa allí se comprometió como amiga, apoyando al veterano Papirri en su aventura incierta, en su metida de pata completa. Entonces me fui directo y al grano publicando en las redes el maltrato al artista nashonal, la directora de cultura tarijeña respondió a la tambaleada ofreciendo un intercambio: yo tocaba en la plaza de Tarija un día antes del concierto a cambio del pago del sonido. Ahí estábamos con Elisa en medio de la plaza tarijeña a las 11.00 am, con cara de donadores de sangre. “Esto parece una pesadilla”, me decía nerviosa. Cumplimos con aquel compromiso extraño, con una plaza llena de gente en movimiento que no nos daba mucha bola.

El asunto es que llegó el concierto chapaco. Elisa tuvo la fineza de alojar a mi bajista que llegó de emergencia, no hubo otra. Teníamos la mitad del teatro vendido, justo para pagar cuentas. Igual reventamos con Te vas cantando juntos: Ya, plis, sigue tu camino/ mira que yo me voy de retro/ risitas sobre mis dolores/ cosquillas sobre mi tormento/Ya, plis, no me llames nunca/ en este instante te bloqueo/ tu duermes en un hombro nuevo/ yo brindo con nuestros recuerdos… Y le cascamos la hermosa Pascua en una versión que hizo lagrimear a mi Carito. La misma versión tocamos este miércoles 29 de mayo en un patio cochabambino muy bien decorado, con mucha gente aplaudiendo a Elisa Canedo, que dio un gran concierto.

Fue recién que la descubrí como cantautora. Sus canciones me dejaron feliz, conforme, por fin algo interesante, nuevo, personal y de ñ’eque en la canción boliviana; por fin una autora que llega a la gente desde su alma profunda, con su voz de fuego y luna, original y sin miedo. Elisa demostró ser una artista actual, una figura  que se viene con todo, agárrense los de la rutina fácil, por fin llega un canto nuevo desde lo viejo, renovado y con raíces, una propuesta sonora y poética personal sin recelo, con esta Elisa Canedo y su hermosa sonrisa, con su voz desparramando luces interculturales, con su actitud lucida que canta: Que te vaya bien/ que te pise el tren/ que te vaya mal, ya tienes con quien…

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‘El Huayllas’, vuelta al ser

El arte de Álvaro Álvarez Huayllas pasó de las paredes de la ciudad a las galerías. En ese camino busca su propio estilo.

El Huayllas

/ 9 de junio de 2024 / 09:49

Componer variaciones en música clásica implica imaginación y fantasía para alterar la melodía y la armonía original. Sandro Álvaro Álvarez Huayllas, más conocido como “El Huayllas”, está en búsqueda de su propio estilo. Dibuja variaciones sobre el pentagrama de la ciudad. Lleva más de 50 murales en las calles y el doble en interiores. Ahora salta a las galerías. El aerosol sigue en la mano.

Comenzó haciendo dibujos/copias de un libro de trabajo de su madre. Estudió para ser administrador de empresas y lo dejó. Estudió para ser estadístico en salud y abandonó. Se apuntó a la carrera de Bellas Artes en la Academia y salió rajando, decepcionado. Abrió una galería en la calle Jaén y comenzó a retratar a los personajes de la calle más linda de La Paz: a los Ernesto Cavour, Rosita Ríos, Medina Mendieta, Mamani Mamani.

Entonces el arte callejero (“street art”) llamó a su puerta y los murales —el gran formato— cautivaron su ser. De la barra stronguista de la curva sur (volverá a pintar pronto al “Chupita” Riveros y a Lucho Galarza en el estadio Rafael Mendoza Castellón) pasó a los muros. Fue después de tomar —a inicios de siglo— un curso de pintura mural con el colectivo/red Apacheta (con los Justo Tola, Sofía Chipana, Gustavo Limachi, Ramiro López Massi, Edgar Mamani Cocarico, Blas Calle, Weimar Terrazas, Gustavo Quispe, José Tito Condori, Félix Tupac Durán, Nelson Verástegui…)

«El Huayllas»

Una mujer de pollera baila con una matraca en la mano y una cerveza en la otra. Me hace recuerdo a los retratos maternos de Cristian Laime Yujra. Un acrílico sobre mantilla bordada lleva la memoria a los objetos de Roberto Mamani Mamani. Unos sombreros borsalinos intervenidos parecen firmados por el arte contemporáneo y conceptual de José Ballivián. Un retrato figurativo (que no llega al hiperrealismo) se asemeja al talento innato de Rosmery Mamani Ventura. Un niño mira como miran los niños de Vidal Cussi. “El Huayllas” se confiesa: “estoy tratando de encontrar mi propio estilo, hago arte urbano a caballete”. La segunda muestra de Álvarez Huayllas se puede ver hasta el 18 de junio en la Alianza Francesa del barrio paceño de Sopocachi (avenida 20 de Octubre esquina Fernando Guachalla). La exposición —compartida con el chuquisaqueño Julio Escóbar— se llama Diálogos populares.

Los últimos trabajos del Huayllas han sido para dos boliches: un Señor del Gran Poder en el restaurante Morena de la calle Illampu esquina Santa Cruz y un retrato en el café del hostel 440 de Achumani. Su penúltima exposición (también colectiva) ha tenido lugar en la galería AR°T de San Miguel.

México

En 2015 Álvarez Huayllas se va a México con una beca de grabado, pero vuelve con el arte callejero y el mural entre ceja y ceja. Es miembro fundador —junto a otros once artistas callejeros— del colectivo de arte y política Cementerio de Elefantes. Nota mental: no deja de ser curioso que artistas callejeros estén recorriendo el camino inverso de los muralistas mexicanos de hace un siglo cuando abandonaron los museos, las galerías y los espacios cerrados convencionales por las calles. Khespy o “El Huayllas” son dos de ellos y van con todo.

— ¿Y cuáles son las diferencias entre el indigenismo de las élites de hace un siglo de los Cecilio Guzmán de Rojas, Juan Rimsa, David Crespo Gastelú, Marina Núnez del Prado y compañía y los de ahora?

—Los de antes pintaban y esculpían cholas tristes, indios apesadumbrados en blanco y negro, limosneros en las calles, aparapitas explotados en grises. Tratamos ahora de cambiar eso, pintar indios felices, cholas empoderadas que gastan el dinero producto de su trabajo duro, bailando y tomando. Soy un retratista de mi tiempo. Mi estilo pasa por dar emoción y movimiento a los personajes populares y ancestrales de nuestro pueblo. No hago estatuas con dientes. Busco hacer diferencia, que el público reconozca mi estilo.

Arte del Huayllas

El “nuevo” indigenismo habla desde su propia voz, ha tomado el poder de las paletas y se pinta a sí mismo. Ya no son retratados por clases racistas/clasistas con mala conciencia, sino por ellos mismos. No están ni oprimidos ni derrotados. Los ocres oscuros va desapareciendo, como los dinosaurios. No se ven —apenas— clichés ni estereotipos. Los personajes están de fiesta, con la cabeza en alto desde la profundidad de sus saberes ancestrales. Explotados de color, ríen. Han dejado de ser “naif”. Han crecido. Se apropian de espacios antes prohibidos.

El paternalismo maniqueísta ha sido sepultado o va camino de ello. La idealización romántica es cosa del pasado. Los rostros indígenas no son estilizados/embellecidos en poses poéticamente falsas, sin humor. Ahora —en el arte del “Huayllas”, por ejemplo— vemos amor y complicidad, orgullo verdadero y autoestima, emoción y movimiento; miradas sublimes hacia adentro, no desde afuera. “La chola ya es digna de por sí”, remata Álvarez Huayllas.

Galerías

En el camino de las calles a las galerías, el “Huayllas” ha perdido el miedo. Abstrae más y mejor. Experimenta. No siente la necesidad de hacer murales para el “Instagram”. Ni algo comercial para un boliche o una marca. Deja de lado el pequeño detalle. Tiene/goza (de) más libertad. Sin egos, sin ataduras, sin reglas, como en los “graffitis”. Llega a los espacios cerrados con las lecciones aprendidas de los callejones y las esquinas donde lo malo se borra y se olvida (y lo bueno se respeta). “La ciudad es como un chango que se tatúa y luego se tapa o se altera”. El aerosol es una herramienta más, tanto o más digna que el tinte, las acuarelas o los acrílicos. El arte llega de la calle. El respeto está o no está, no se coquetea.

¿Dónde comienza un “graffitero” y donde arranca un artista plástico? “El Huayllas” responde con otra pregunta: “¿Dónde empieza La Paz? ¿en Viacha o El Alto?” Álvarez Huayllas es un traficante/hormiga, lleva y trae. Está a gusto entre esos dos mundos. Sus mandamientos han sido escritos en la noche, colgados en las alturas de un andamio. Sueña que su arte/estilo no sea tapado. Y que la gente diga en algún momento: esto es un “Huayllas”.

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‘El Huayllas’, vuelta al ser

El arte de Álvaro Álvarez Huayllas pasó de las paredes de la ciudad a las galerías. En ese camino busca su propio estilo

El arte urbano de ‘El Huayllas’. IMAGEN: DANIEL A. QUIROGA MIRANDA

/ 9 de junio de 2024 / 06:59

Componer variaciones en música clásica implica imaginación y fantasía para alterar la melodía y la armonía original. Sandro Álvaro Álvarez Huayllas, más conocido como “El Huayllas”, está en búsqueda de su propio estilo. Dibuja variaciones sobre el pentagrama de la ciudad. Lleva más de 50 murales en las calles y el doble en interiores. Ahora salta a las galerías. El aerosol sigue en la mano.

Comenzó haciendo dibujos/copias de un libro de trabajo de su madre. Estudió para ser administrador de empresas y lo dejó. Estudió para ser estadístico en salud y abandonó. Se apuntó a la carrera de Bellas Artes en la Academia y salió rajando, decepcionado. Abrió una galería en la calle Jaén y comenzó a retratar a los personajes de la calle más linda de La Paz: a los Ernesto Cavour, Rosita Ríos, Medina Mendieta, Mamani Mamani.

Entonces el arte callejero (“street art”) llamó a su puerta y los murales —el gran formato— cautivaron su ser. De la barra stronguista de la curva sur (volverá a pintar pronto al “Chupita” Riveros y a Lucho Galarza en el estadio Rafael Mendoza Castellón) pasó a los muros. Fue después de tomar —a inicios de siglo— un curso de pintura mural con el colectivo/red Apacheta (con los Justo Tola, Sofía Chipana, Gustavo Limachi, Ramiro López Massi, Edgar Mamani Cocarico, Blas Calle, Weimar Terrazas, Gustavo Quispe, José Tito Condori, Félix Tupac Durán, Nelson Verástegui…)

Una mujer de pollera baila con una matraca en la mano y una cerveza en la otra. Me hace recuerdo a los retratos maternos de Cristian Laime Yujra. Un acrílico sobre mantilla bordada lleva la memoria a los objetos de Roberto Mamani Mamani. Unos sombreros borsalinos intervenidos parecen firmados por el arte contemporáneo y conceptual de José Ballivián. Un retrato figurativo (que no llega al hiperrealismo) se asemeja al talento innato de Rosmery Mamani Ventura. Un niño mira como miran los niños de Vidal Cussi. “El Huayllas” se confiesa: “estoy tratando de encontrar mi propio estilo, hago arte urbano a caballete”. La segunda muestra de Álvarez Huayllas se puede ver hasta el 18 de junio en la Alianza Francesa del barrio paceño de Sopocachi (avenida 20 de Octubre esquina Fernando Guachalla). La exposición —compartida con el chuquisaqueño Julio Escóbar— se llama Diálogos populares.

Los últimos trabajos del Huayllas han sido para dos boliches: un Señor del Gran Poder en el restaurante Morena de la calle Illampu esquina Santa Cruz y un retrato en el café del hostel 440 de Achumani. Su penúltima exposición (también colectiva) ha tenido lugar en la galería AR°T de San Miguel.

En 2015 Álvarez Huayllas se va a México con una beca de grabado, pero vuelve con el arte callejero y el mural entre ceja y ceja. Es miembro fundador —junto a otros once artistas callejeros— del colectivo de arte y política Cementerio de Elefantes. Nota mental: no deja de ser curioso que artistas callejeros estén recorriendo el camino inverso de los muralistas mexicanos de hace un siglo cuando abandonaron los museos, las galerías y los espacios cerrados convencionales por las calles. Khespy o “El Huayllas” son dos de ellos y van con todo.

— ¿Y cuáles son las diferencias entre el indigenismo de las élites de hace un siglo de los Cecilio Guzmán de Rojas, Juan Rimsa, David Crespo Gastelú, Marina Núnez del Prado y compañía y los de ahora?

—Los de antes pintaban y esculpían cholas tristes, indios apesadumbrados en blanco y negro, limosneros en las calles, aparapitas explotados en grises. Tratamos ahora de cambiar eso, pintar indios felices, cholas empoderadas que gastan el dinero producto de su trabajo duro, bailando y tomando. Soy un retratista de mi tiempo. Mi estilo pasa por dar emoción y movimiento a los personajes populares y ancestrales de nuestro pueblo. No hago estatuas con dientes. Busco hacer diferencia, que el público reconozca mi estilo.

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El “nuevo” indigenismo habla desde su propia voz, ha tomado el poder de las paletas y se pinta a sí mismo. Ya no son retratados por clases racistas/clasistas con mala conciencia, sino por ellos mismos. No están ni oprimidos ni derrotados. Los ocres oscuros va desapareciendo, como los dinosaurios. No se ven —apenas— clichés ni estereotipos. Los personajes están de fiesta, con la cabeza en alto desde la profundidad de sus saberes ancestrales. Explotados de color, ríen. Han dejado de ser “naif”. Han crecido. Se apropian de espacios antes prohibidos.

El mural con el Chupa Riveros

Álvaro Álvarez Huayllas en un retrato por Daniel Alejandro Quiroga

‘Mallku’, ‘Diablo’

sobre borsalino) y ‘Mi socia’

El paternalismo maniqueísta ha sido sepultado o va camino de ello. La idealización romántica es cosa del pasado. Los rostros indígenas no son estilizados/embellecidos en poses poéticamente falsas, sin humor. Ahora —en el arte del “Huayllas”, por ejemplo— vemos amor y complicidad, orgullo verdadero y autoestima, emoción y movimiento; miradas sublimes hacia adentro, no desde afuera. “La chola ya es digna de por sí”, remata Álvarez Huayllas.

En el camino de las calles a las galerías, el “Huayllas” ha perdido el miedo. Abstrae más y mejor. Experimenta. No siente la necesidad de hacer murales para el “Instagram”. Ni algo comercial para un boliche o una marca. Deja de lado el pequeño detalle. Tiene/goza (de) más libertad. Sin egos, sin ataduras, sin reglas, como en los “graffitis”. Llega a los espacios cerrados con las lecciones aprendidas de los callejones y las esquinas donde lo malo se borra y se olvida (y lo bueno se respeta). “La ciudad es como un chango que se tatúa y luego se tapa o se altera”. El aerosol es una herramienta más, tanto o más digna que el tinte, las acuarelas o los acrílicos. El arte llega de la calle. El respeto está o no está, no se coquetea.

¿Dónde comienza un “graffitero” y donde arranca un artista plástico? “El Huayllas” responde con otra pregunta: “¿Dónde empieza La Paz? ¿en Viacha o El Alto?” Álvarez Huayllas es un traficante/hormiga, lleva y trae. Está a gusto entre esos dos mundos. Sus mandamientos han sido escritos en la noche, colgados en las alturas de un andamio. Sueña que su arte/estilo no sea tapado. Y que la gente diga en algún momento: esto es un “Huayllas”.

‘Jesús del Gran Poder’ en el restaurante Morena
‘Jesús del Gran Poder’ en el restaurante Morena

Texto: Ricardo Bajo H.

Fotos: Daniel Alejandro Quiroga Miranda, Nicole Heiddy Quiroga y Ricardo Bajo Herreras

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