Al igual que el resto de las urbes latinoamericanas, Santa Cruz de la Sierra nace ordenada sobre la trama del damero español que se gesta generando una cuadrícula alrededor de una plaza de armas. Su Centro Histórico  fue durante más de tres siglos el corazón operativo y residencial de un incipiente y romántico pueblo oriental boliviano que rondaba las 50.000 almas hasta bien entrado el siglo XX. Si existiese la oportunidad de marcar un antes y un después tendríamos que describir aquel memorable día de 1966, cuando en medio de la algarabía general se hacia el colocado del primer adoquín (loseta), que los siguientes años cambiaría para siempre el perfil urbano de las calles de esta ciudad.

Espacialmente existe un sesgo que identifica el llamado Casco Viejo del Centro Histórico de nuestra urbe Grigotana: la galería, entendido como el espacio de transición entre lo público y lo privado. En tiempos de antaño era la galería el espacio social por excelencia, donde se encontraban los vecinos mientras trajinaban por sus pasillos. Era aquí también donde se establecían amenas tertulias al pie de una ventana o de una puerta abierta de media hoja, generando ese sentido de pertenencia y familiaridad que en este siglo XXI se ha perdido para siempre.

Esa continuidad espacial de las galerías, algunas sostenidas por el típico horcón de madera y a comienzos de siglo XX sustituidas por la moda de las columnas toscanas de ladrillo revocado, es la que le da identidad y homogeneidad a la parte central del Centro Histórico. Si bien en algunos lapsos de tiempo se abandonó esta tipología espacial para abrazar las fachadas planas de estilo neoclásico republicano, esta característica ha sobrevivido al paso del tiempo.

Alrededor de estas calles y sus galerías se han tejido grandes leyendas urbanas que hoy son estandartes de la cultura popular cruceña: El mojón con cara, el carretón de la otra vida, el duende y la viudita, son algunas de las leyendas con las que crecieron varias generaciones de cruceños. El Carnaval de calle, con sus características propias de alegría y mojazón, donde propios y extraños comparten deambulando por las calles del centro al son de una banda o tamborita durante tres días, es otra importante herencia cultural que se vive cada año en este Centro Histórico.

Para destacar, en el corazón espacial de la ciudad está la plaza principal 24 de Septiembre, que está rodeada de una colección de singulares edificios de gran valor patrimonial, tales como la Catedral Metropolitana de Santa Cruz, el edificio del Cabildo Colonial y la Casa de Gobierno, hoy perteneciente a la Brigada Parlamentaria, el Club Social 24 de Septiembre, el icónico Palace Theatre o la casa comercial Zeller & Mozer, hoy convertida en edificio administrativo del Gobierno Autónomo Municipal.

La llegada del siglo XX, en forma tardía, a la ciudad, propició que las grandes intervenciones de la modernidad no fueran tan radicales en el entramado de la herencia española. En 1958 se trazaba el Plan Techint, que dotaría a la futura gran ciudad de su impronta vial radio concéntrica, dejando encerrado dentro del primer anillo, el damero de calles del Centro Histórico. Hacia fines de la década de 1980, se consolida el Proyecto del Centro Histórico PROCEHI, que, a partir de un relevamiento y posterior catalogación, establece normativas de preservación de los inmuebles del Centro Histórico, además de establecer medidas y alturas máximas para las futuras intervenciones en este sector. Esta normativa, sin lugar a dudas, ayudó a proteger los edificios patrimoniales de la ciudad y a homogeneizar el perfil urbano, protegiéndola de intervenciones agresivas como torres rascacielos y otros componentes urbanos ajenos.

Una de las mayores intervenciones fue la transformación de la plaza principal, que hasta entrado el siglo XXI seguía con las características de una tradicional plaza republicana. A través de un concurso público se gestiona un proyecto integral que rediseña este espacio y se lo transforma en un zócalo urbano al fusionarla con la llamada Manzana Uno de la ciudad. Esta intervención supuso dejar exenta la Catedral Metropolitana, desmitificando las fachadas laterales ocultas e integrándolas a través de un corazón de manzana recuperado. En resumen, gracias a la peatonalización de dos de las cuatro calles circundantes a la plaza, fue que se ha logrado un portentoso zócalo urbano cuya actividad social y cultural es permanente a toda hora y los siete días de la semana.

Sin embargo, el Centro Histórico, a pesar de sus características espaciales homogéneas y de gozar de un corazón cultural y social tan vigoroso como es la Manzana Uno, no ha podido escapar de la problemática mundial que aqueja a los centros históricos de las ciudades que en determinado momento crecen demasiado y generan nuevas centralidades urbanas. Los dos últimos censos nacionales indican la caída sostenida de la población en el centro de la ciudad, generando espacios urbanos inertes y ausentes de la vitalidad vecinal que tuvo alguna vez el Casco Viejo.

Esta realidad ha sido acentuada con la salida paulatina del comercio exclusivo que había en los alrededores del centro de la ciudad, con ellos han migrado los cafetines y restaurantes que matizaban los gustos de propios y de visitantes y ultimadamente la salida de la administración pública, el rectorado de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno, oficinas centrales de bancos y diversas entidades privadas.

Hoy, el centro histórico tiene vida por las noches, y solo en sectores puntuales, cuando se despiertan los diversos locales nocturnos que congregan las actividades lúdicas de diversos segmentos de público. También concentra una gran actividad cultural, dado que prácticamente la mayoría de los centros culturales funcionan en circuitos de facto en un radio cercano alrededor de la plaza principal.

Sin embargo, estas vitalidades no alcanzan para darle vida de forma sostenible a este sector de la ciudad. Los centros históricos modelo —como los casos de Cartagena, Quito, La Habana o Panamá—, nos hablan de centros históricos vivos, vitales, con vecindarios integrados a la economía del sector, con núcleos educativos y actividades lúdicas diversas. La movilidad urbana es también un componente importante a la hora de darle accesibilidad y opciones de desplazamiento al peatón, a través de diversas opciones que pasan por el uso de bicicletas y un transporte masivo eficiente y ecológicamente correcto.

Las crisis son buenas si se las toma como oportunidades para generar un cambio, y este es el momento de inflexión en el caso del centro histórico de Santa Cruz de la Sierra, que precisa de medidas claras en cuanto a inversión municipal, flexibilizar la normativa edificatoria vigente, replantear políticas tributarias y de patentes municipales, modernizar el transporte público —lo que conlleva a regular y reordenar el tráfico vehicular—, incentivar las actividades económicas y administrativas en la zona a través de ventajas y regulaciones ventajosas para el inversionista.

Un ejemplo potente son las alianzas público – privadas, que permiten sociedades de mutuo beneficio en favor de generar inversiones en el centro histórico.

Debemos entender que los centros históricos son entes vivos que tienen un devenir propio en el tiempo. Entender que los centros históricos no son espacios sacros y musealizados intocables, sino todo lo contrario: deben incluir constantemente actividades e inversiones que vienen a hacer una “acupuntura urbana” permanente en beneficio del peatón, del turista visitante y, por sobre todo, del vecino que habita estos singulares sitios.

En este momento se halla en debate la antes descrita problemática, donde se están involucrando los diversos actores de nuestra sociedad: Gobierno Autónomo Municipal, vecinos y propietarios, inversionistas, Colegio de Arquitectos, gestores culturales y colectivos urbanos diversos. En consonancia de la histórica capacidad de entendimiento que goza el cruceño, no queda duda de que se encontrará el rumbo para revitalizar y rearticular este centro histórico, patrimonio tangible de Santa Cruz de la Sierra y de sus habitantes.