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Wednesday 22 May 2024 | Actualizado a 09:37 AM

Lemaitre: ‘Mis libros no son tan buenos como para no tener un buen final’

Tras ganar en 2013 el premio Goncourt por "Nos vemos allá arriba", publica ahora en español su última obra, "Tres días y una vida", con la que regresa a la novela negra en un relato oscuro lleno de culpa y de apocalipsis de andar por casa. Y por supuesto, con un broche estruendoso e inesperado.

/ 14 de septiembre de 2016 / 17:16

Si Pierre Lemaitre fuese Raymond Chandler, dice, nunca se preocuparía por el final de sus libros. El héroe, la atmósfera o la mirada compensarían una trama endeble. Pero el escritor francés asume que él, como la mayoría de escritores, necesita armar historias sólidas que culminen de manera epatante.

Porque si algo aterra al celebrado autor francés es perder al lector: que en medio del libro le asalte la sensación de que resulta irrelevante si continúa o no con la lectura.

Las palabras de Lemaitre (París, 1951) en una entrevista con Efe son todo un tratado de desmitificación del oficio de escritor, desprovisto de alharacas, quizá fruto de su tardía llegada al Olimpo literario –publicó su primer libro a los 55 años–.

Tras ganar en 2013 el premio Goncourt por «Nos vemos allá arriba», publica ahora en español su última obra, «Tres días y una vida» (Ed. Salamandra), con la que regresa a la novela negra en un relato oscuro lleno de culpa y de apocalipsis de andar por casa. Y por supuesto, con un broche estruendoso e inesperado.

«Fíjate en Chandler: desde el punto de vista de la mecánica policial es pésimo, le daba igual. Un director de cine que adaptaba una novela suya le llamó en medio del rodaje para preguntarle: ‘En tu historia, a ese tipo que asesinan, ¿quién lo había matado?’. Y su respuesta fue: ‘Pues no tengo ni idea…'», cuenta entre risas.

Lemaitre nunca empieza a escribir sin saber de antemano cómo va a acabar: «Mis libros no son tan buenos como para no tener un buen final», dice este gran conversador, que se declara izquierdista radical aunque sea detestado en los cenáculos literarios de esa izquierda que lo considera «un conductor de camiones».

¿Piensa Lemaitre en el lector mientras escribe? «Es una pregunta embarazosa. Si digo que sí, parece que solo me preocupo por agradar al lector y darle lo que espera, que soy un demagogo literario. Pero al mismo tiempo solo pienso en él, porque mi trabajo es contar una historia que produzca emociones en quien la lee. Sé lo que quiero provocar y no paro hasta lograrlo».

Se considera un pésimo lector cuando se halla inmerso en el proceso de escribir una novela, que es básicamente todo el tiempo.

Ni su hija de seis años, ni su mujer, ni mucho menos un libro ajeno logran penetrar una mente «invadida» por la historia que rumia.

Después de «Tres días y una vida», ha decidido lanzarse al vacío sin red. Prepara ahora la segunda parte de «Nos vemos allá arriba» –el libro que obró el milagro de poner de acuerdo a la crítica y al común de los mortales–, que se titulará «Colores del incendio» por un verso del poeta Louis Aragon.

El reconocimiento del Goncourt, el galardón más prestigioso de las letras francesas, paralizó durante más de un semestre a Lemaitre, confrontado a su pesadilla de perder a lectores con su siguiente novela.

«No sabía qué hacer, qué libro tenía que escribir. Se trataba de una cuestión estratégica, porque yo soy un profesional de mi oficio, que es ser novelista, y como todos los profesionales me preocupo por mi carrera», se sincera.

Así que la decisión fue la más lógica: seguir con la obra que había comenzado antes de recibir el premio. «El mismo día que recibí el Goncourt supe que mi próximo libro se llevaría muchos palos. Y se los llevó. No se puede hacer nada, es mecánico», comenta resignado.

Y eso pese a que «Tres días y una vida» recupera el aliento de sus novelas negras con un terrible crimen y un joven protagonista de doce años llamado Antoine, en honor al eterno Antoine Doinel que creó François Truffaut en «Los cuatrocientos golpes».

El pequeño héroe –a quien vemos crecer en los dos últimos capítulos– despierta en el lector todo tipo de sentimientos encontrados: de nuevo la labor de orfebre de Lemaitre. «Llevo una contabilidad de los rasgos positivos y negativos que doy del personaje para conseguir esa imagen contrastada», dice.

La trama inicial se sitúa en 1999, con el trasfondo del cambio de milenio. «Creo que he reflejado esa idea de que a finales de siglo iba a pasar algo, una especie de inquietud sorda, pero sin insistir demasiado, porque habría fagotizado el libro», reflexiona.

Cerrada la historia con el pertinente- clímax, el autor retoma su costumbre de citar en los agradecimientos a aquellos escritores que le han inspirado durante la escritura, de H.G. Wells a Jean-Paul Sartre, pasando por Nathaniel Hawthorne o Umberto Eco.

«La pregunta no es por qué lo hago, sino por qué soy el único que lo hace. Todos los escritores escriben de la misma forma: te viene algo que has leído o escuchado en alguna parte y lo anotas. Yo hago una lista. Sería increíble si todo el mundo lo hiciera, nos llevaría de un autor a otro… sería extraordinario». (14/09/2016)

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Lemaitre: ‘Mis libros no son tan buenos como para no tener un buen final’

Tras ganar en 2013 el premio Goncourt por "Nos vemos allá arriba", publica ahora en español su última obra, "Tres días y una vida", con la que regresa a la novela negra en un relato oscuro lleno de culpa y de apocalipsis de andar por casa. Y por supuesto, con un broche estruendoso e inesperado.

/ 14 de septiembre de 2016 / 17:16

Si Pierre Lemaitre fuese Raymond Chandler, dice, nunca se preocuparía por el final de sus libros. El héroe, la atmósfera o la mirada compensarían una trama endeble. Pero el escritor francés asume que él, como la mayoría de escritores, necesita armar historias sólidas que culminen de manera epatante.

Porque si algo aterra al celebrado autor francés es perder al lector: que en medio del libro le asalte la sensación de que resulta irrelevante si continúa o no con la lectura.

Las palabras de Lemaitre (París, 1951) en una entrevista con Efe son todo un tratado de desmitificación del oficio de escritor, desprovisto de alharacas, quizá fruto de su tardía llegada al Olimpo literario –publicó su primer libro a los 55 años–.

Tras ganar en 2013 el premio Goncourt por «Nos vemos allá arriba», publica ahora en español su última obra, «Tres días y una vida» (Ed. Salamandra), con la que regresa a la novela negra en un relato oscuro lleno de culpa y de apocalipsis de andar por casa. Y por supuesto, con un broche estruendoso e inesperado.

«Fíjate en Chandler: desde el punto de vista de la mecánica policial es pésimo, le daba igual. Un director de cine que adaptaba una novela suya le llamó en medio del rodaje para preguntarle: ‘En tu historia, a ese tipo que asesinan, ¿quién lo había matado?’. Y su respuesta fue: ‘Pues no tengo ni idea…'», cuenta entre risas.

Lemaitre nunca empieza a escribir sin saber de antemano cómo va a acabar: «Mis libros no son tan buenos como para no tener un buen final», dice este gran conversador, que se declara izquierdista radical aunque sea detestado en los cenáculos literarios de esa izquierda que lo considera «un conductor de camiones».

¿Piensa Lemaitre en el lector mientras escribe? «Es una pregunta embarazosa. Si digo que sí, parece que solo me preocupo por agradar al lector y darle lo que espera, que soy un demagogo literario. Pero al mismo tiempo solo pienso en él, porque mi trabajo es contar una historia que produzca emociones en quien la lee. Sé lo que quiero provocar y no paro hasta lograrlo».

Se considera un pésimo lector cuando se halla inmerso en el proceso de escribir una novela, que es básicamente todo el tiempo.

Ni su hija de seis años, ni su mujer, ni mucho menos un libro ajeno logran penetrar una mente «invadida» por la historia que rumia.

Después de «Tres días y una vida», ha decidido lanzarse al vacío sin red. Prepara ahora la segunda parte de «Nos vemos allá arriba» –el libro que obró el milagro de poner de acuerdo a la crítica y al común de los mortales–, que se titulará «Colores del incendio» por un verso del poeta Louis Aragon.

El reconocimiento del Goncourt, el galardón más prestigioso de las letras francesas, paralizó durante más de un semestre a Lemaitre, confrontado a su pesadilla de perder a lectores con su siguiente novela.

«No sabía qué hacer, qué libro tenía que escribir. Se trataba de una cuestión estratégica, porque yo soy un profesional de mi oficio, que es ser novelista, y como todos los profesionales me preocupo por mi carrera», se sincera.

Así que la decisión fue la más lógica: seguir con la obra que había comenzado antes de recibir el premio. «El mismo día que recibí el Goncourt supe que mi próximo libro se llevaría muchos palos. Y se los llevó. No se puede hacer nada, es mecánico», comenta resignado.

Y eso pese a que «Tres días y una vida» recupera el aliento de sus novelas negras con un terrible crimen y un joven protagonista de doce años llamado Antoine, en honor al eterno Antoine Doinel que creó François Truffaut en «Los cuatrocientos golpes».

El pequeño héroe –a quien vemos crecer en los dos últimos capítulos– despierta en el lector todo tipo de sentimientos encontrados: de nuevo la labor de orfebre de Lemaitre. «Llevo una contabilidad de los rasgos positivos y negativos que doy del personaje para conseguir esa imagen contrastada», dice.

La trama inicial se sitúa en 1999, con el trasfondo del cambio de milenio. «Creo que he reflejado esa idea de que a finales de siglo iba a pasar algo, una especie de inquietud sorda, pero sin insistir demasiado, porque habría fagotizado el libro», reflexiona.

Cerrada la historia con el pertinente- clímax, el autor retoma su costumbre de citar en los agradecimientos a aquellos escritores que le han inspirado durante la escritura, de H.G. Wells a Jean-Paul Sartre, pasando por Nathaniel Hawthorne o Umberto Eco.

«La pregunta no es por qué lo hago, sino por qué soy el único que lo hace. Todos los escritores escriben de la misma forma: te viene algo que has leído o escuchado en alguna parte y lo anotas. Yo hago una lista. Sería increíble si todo el mundo lo hiciera, nos llevaría de un autor a otro… sería extraordinario». (14/09/2016)

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