Cuando el Big Ben indicaba que eran las 8:30 (03.30 en Bolivia), los guardianes de la abadía de Westminster de Londres abrieron las puertas del recinto que ha sido escenario de más de 30 coronaciones y donde descansan 17 monarcas.

Por pedido especial de la novia, Kate Middleton (ahora Catherine, duquesa de Cambridge) el recinto fue transformado en un bosque. Ocho árboles flanquearon la nave central, seis de ellos eran arces, un símbolo de humildad.

A medida de que los asistentes buscaban sus sillas, comenzó una especie de desfile de mujeres, con coloridos y elegantes vestidos y sombreros, por la alfombra roja que cubrió el pasillo central de la iglesia medieval.

Pero las invitadas no fueron las únicas que se distinguieron por los diseños de sus sombreros, varias de las mujeres que se acercaron a los diferentes puntos donde pasaría la procesión con los novios también hicieron gala de elegantes y en algunos casos divertidos atuendos.

A las 9:15 las cámaras enfocaron el ingreso a la abadía del futbolista David Beckham y de su esposa Victoria, quien escogió para la ocasión un pequeño sombrero, tacones impresionantemente altos y un vestido hasta las rodillas negro.

Entre los invitados estuvieron alrededor de 50 jefes de Estado, monarcas, representantes diplomáticos y miembros del mundo del espectáculo como el actor británico Rowan Atkinson, mejor conocido como Mister Bean, el cantante Elton John y el campeón olímpico de natación australiano Ian Thorpe.

Fue una boda de grandes pamelas y tocados, de coloridos y elegantes trajes cortos, sobrios chaqués y barrocos uniformes militares celebrada en la solemne Abadía de Westminster.

En la calle fue una fiesta espontánea que se extendió a los jardines, donde miles de personas provistas de aparatos de radio y pequeñas televisiones siguieron emocionados la boda y aplaudieron a rabiar cuando Guillermo y Kate pronunciaron la frase más esperada: «Sí quiero. Ellos sellaban así su historia de amor universitario y los británicos ganaban una princesa.

Calles invadidas

A las 10.10, el príncipe William, vestido con el uniforme rojo de coronel de la guardia irlandesa, salió de Clarence House -residencia del Príncipe de Gales- rumbo a la abadía.

El novio, quien fue transportado en un Rolls Royce de la Casa Real, estaba en compañía de su hermano y padrino, el príncipe Harry.

Al paso del vehículo, cuyas ventanas estaban cerradas, los príncipes saludaron a las cientos de personas que, con banderas británicas, pancartas y fotos de los novios, se aglomeraron en la ruta preestablecida.

A las 10:40, la reina Isabel II y su esposo, el duque de Edimburgo, salieron del Palacio de Buckingham.

Las campanas de la abadía comenzaron a repicar para anunciar que William llegaba a la abadía. Faltaban 45 minutos para el inicio de la ceremonia.

El novio eligió el uniforme de coronel de la Guardia Irlandesa, la insignia de la Orden de la Jarretera, que el máximo honor que concede Isabel II, y la medalla del Jubileo de Oro, que conmemora los 50 años de reinado de su abuela. Iba acompañado de su hermano y padrino  que charlaba con él en un intento de hacerle más llevadera la espera, corta en el tiempo pero larga por los nervios.

William, nada más ver a las hermanas de su madre, se acercó a besarlas y luego miró la decoración de la abadía, espectacular y elegante con unos enormes árboles sin flor por consejo de Carlos de Inglaterra, siempre preocupado por respetar los criterios medioambientalmente más correctos.

Mientras William aguardaba por la alfombra roja desfilaban, como si de una gran gala cinematográfica se tratase, reyes, príncipes y mandatarios llegados de todo el mundo para estar presentes en el gran día en que esta nueva pareja reforzaba su posición en el exclusivo club de la realeza.

La novia no se hizo esperar. Llegó en un Rolls Royce acristalado en la parte posterior que la permitió saludar a quienes la vitoreaban a su paso pero mantener el secreto mejor guardado: su traje. Cuando puso los pies sobre la alfombra roja del templo, las campanas tocaron alegres y se confirmó que Kate había elegido a la casa de Alexander McQueen y a su directora Sarah Burton para que diseñara su gran traje que combinaba tradición y modernidad. Su sencilla melena se adornaba con una diadema de Cartier que fue de la Reina Madre, bisabuela del novio.

De esa forma se develaba uno de los secretos mejor guardados de las últimas semanas: su vestido, un traje blanco con mangas largas de encajes, una cola que mide de 2 metros y 70 centímetros y un velo que cubría su rostro y su pelo suelto.

A las 11:00 en punto, la novia, de la mano de su padre, ingresaba a la Abadía de Westminster, donde empezó a cantar el coro de niños de Westminster.

La novia recorrió durante tres minutos el pasillo central, observada por reyes, príncipes, mandatarios, familiares y algunos amigos. Salió una hora después siendo la futura reina de Inglaterra. Una trasformación rápida pero tranquila que ha gozado hasta ahora de una amplia aceptación popular.

La ceremonia, que comenzó a las 11.04 (06.04 en Bolivia), fue conducida por el arzobispo de Canterbury, Rowan Williams.

William siguió la tradición y solo miró a Kate cuando estuvo a su lado, eso sí, Enrique, más travieso, se volvió varias veces para darle información. La mirada de la pareja al encontrarse ante el altar tras 10 años de amor y seis meses de compromiso oficial fue la viva expresión de lo que les une.

Se comportaron como novios emocionados, temblorosos en el momento en que él le puso el anillo a ella y tímidos al saberse observados. En el templo la emoción de la pareja contagió a muchos de los 1.900 invitados, sobre todo, cuando sonaron las bellas piezas musicales, algunas de ellas con un punto de cursilería que en estas ocasiones está hasta bien.

En la celebración, Kate Middleton le prometió al príncipe amarlo, consolarlo, honrarlo y cuidarlo. La palabra obediencia fue omitida, como lo hiciera la princesa Diana en sus votos matrimoniales.

James Middleton, hermano de la novia, leyó un fragmento de los Evangelios: Romanos 12: 1-2, 9-18, un pasaje que se refiere a los sacrificios que se hacen en vida.

Tras una hora de una ceremonia llena de pompa tradición y mucho sentimiento los novios abandonaron el templo. En el exterior, el público estalló en vítores y aplausos cuando los adivinó. Entonces la sonrisa de Kate se hizo aún más grande, más relajada, no así para Guillermo, preso de la emoción. El príncipe y su ya princesa se subieron al State Landau y recorrieron las calles de Londres camino del palacio de Buckingham. Miles de personas aclamaron su paso y refrendaron su apoyo a esta pareja en la que está depositada el futuro de la monarquía británica. Detrás, en su carroza, Isabel II volvió a sonreír.

A las 12:12, salió la procesión encabezada por la pareja que viajaba en el carruaje State Landau, que data de 1902.

Cinco carruajes tirados por caballos los siguieron hasta el Palacio de Buckingham. La multitud saludaba con alegría al príncipe William y a Catherine, duquesa de Cambridge.

A la 1:25, como marcaba la agenda oficial, la pareja -acompañada por toda la familia real- salió al balcón para darse su primer beso público como esposa y esposo. En realidad no fue uno, sino dos besos. Terminaba así la primera boda real 2.0 (internet) del siglo XXI.