Sumergirse en los varios cientos de cables filtrados a WikiLeaks que parten de la Embajada de EEUU ante la Santa Sede equivale a asistir al fascinante encuentro cara a cara entre dos imperios.

El choque cultural entre un país presidencialista, moderno, democrático, expansivo y republicano, y un sistema de poder monárquico, milenario, anquilosado y hermético, no impide a los estadounidenses comprender la importancia de tener al Vaticano como aliado.

El embajador ante la Santa Sede, Miguel Humberto Díaz, enviado por Obama en mayo del 2009, y su número dos, Julieta Valls, católicos y de origen hispano, informan de que la crisis causada por los abusos sexuales a menores en Irlanda será, dicen, «dolorosa todavía durante muchos años». Dedican páginas y días a describir y criticar «los fracasos y torpezas»cometidos por el aparato de la comunicación vaticana al tratar esos problemas.

Según lo define la expresiva Julieta Valls, número dos de la Embajada ante la Santa Sede, «el Vaticano es un aliado formidable que necesita lecciones de relaciones públicas». La embajada certifica (y se nota que sufre por ello) que los estadounidenses y, en general, los anglófonos no pintan casi nada.

Su principal contacto en la curia es un irlandés, el informador protegido monseñor Paul Tighe, Quien confiesa a Valls que los asesores más cercanos a Benedicto XVI son italianos, y sugiere que sería bueno nombrar «más ingleses nativos en el círculo íntimo del Papa».