Un evento sin parangón
Es una fiesta madrileña y catalana, pero universal en la medida de lo que son hoy estos equipos
Barcelona vs. Real Madrid. Fútbol concentrado en calidad e incidencias es el que nos ofrecen los dos históricos equipos del fútbol español y que cuentan hoy con plantillas impresionantemente sólidas en todas sus líneas. El derbi por la Supercopa ha confirmado otra vez que el mundo entero dirige su mirada a lo que hagan o dejen de hacer estos equipos en los que el talento y la entrega sobran para felicidad de todos los futboleros del planeta.
A la hora del gran acontecimiento futbolístico del siglo XXI, cuando se anuncia un nuevo hiperclásico, el globo terráqueo en todos sus rincones vive la previa del derbi español con todos los matices posibles a explotar en función de su incomparable potencia mediática: cómo estará hoy el ceño de Mourinho, qué clase de personaje será Tito Vilanova, quién es ese croata debutante en la Casa Blanca de apellido Modric, de dónde llega ese africano Song, cómo estará peinado hoy Cristiano y si continuará en el mismo romance, cuándo nacerá el hijo de Messi, y al fin de cuentas en lo que más nos incumbe, si el Rolls Royce madrileño terminará perfectamente afinado como ya había amenazado conseguirlo con la obtención de la última liga, o si el Lamborghini catalán continuará con ese empaque de lujo repleto de exquisitez en el momento de repetir que el juego es el pase al compañero ad infinitum.
Barcelona versus Real Madrid o viceversa como les gusta decir a los equilibristas del periodismo, es la única gran noticia mundial que iguala a la humanidad en un solo estado de ánimo y que pasa por la siempre renovada expectación por un espectáculo cada vez más garantizado en su factura, pues a estas alturas resulta demasiado improbable que semejantes rivales en historia e ideología, con figuras de talla incuestionable, vayan a ofrecer una puesta en escena aburrida, plana o desprovista de emociones y matices.
Un derbi es una fiesta madrileña y catalana para comenzar pero universal en la medida de lo que son hoy estos equipos de los que se puede silbar de corrido las alineaciones como hacían nuestros abuelos: Casillas, al arco, el mejor portero del mundo; por las bandas Arbeloa y Marcelo, en la zaga central los temperamentales y casi siempre cabreados Delgado y Pepe; en el medio terreno ese par de alemanes inacabables en recursos individuales y vocación colectiva, Khedira y Ozil, o ese vasco de categoría mayúscula, Xabi Alonso y el argentino Di María, cuarteto de mastines para recuperar y topadoras a la hora de meter diagonales o pases entre líneas, y arriba la devastación destructora de defensas con Cristiano Ronaldo, Higuaín y Benzemá, más los que lleguen para acoplarse y contar con una plantilla de 11-14 jugadores en busca del bicampeonato. Mourinho lo ha logrado, tiene un equipo casi perfecto en el que se han corregido progresivamente los hierros defensivos aunque se haya empatado un partido inicial y se haya perdido otro en los comienzos del torneo de Liga. Faltará, nada más, que no se les moje la pólvora a ninguno de los que debían doblegar a Víctor Valdés que pudo fácilmente acabar con media docena en el fondo de las mallas azulgranas, pero que al final fue un apretado y engañoso score del triunfo madridista por la Supercopa.
Al otro lado del campo, otra recitación sin respiro: Valdés al arco, solvente aunque no sea Casillas; por las bandas Danny Alves y Adriano, y ahora además Alba, laterales de ida y vuelta con gran dominio de pelota muy en el estilo culé, y marcando en el fondo Piqué, Mascherano, todavía algo Pujol, aunque el argentino la haya pifiado facilitando la apertura de Cristiano; al medio, Busquets,y la intacta santísima trinidad Xavi, Iniesta, Messi —siempre llegando a posiciones de gol junto a Pedro, Alexis Sánchez y ahora también con Villa—. ¿Qué más? Sencillamente que en el juego del miércoles el Real Madrid impuso superioridad como no lo hacía desde hace aproximadamente dos años, facilitado por los huecos producidos en defensa que dejaron pagando varias veces a Valdés que fue bendecido por la fortuna que se encarga de neutralizar inexplicablemente goleadas que en el trámite normal de un partido, terminan siendo el desenlace previsible siempre y cuando la falta de precisión y efectividad no conspiren.
No estoy convencido de que el Barça y el Madrid sean los mejores equipos del planeta, pero sí que producen electrochoques futbolísticos como ningún otro en el mundo, donde la rivalidad, el estilo de cada uno y las inacabables combinaciones colectivo-individuales nos invitan siempre a mirar más de una vez cada partido, a buscar en cualquier resquicio noticioso televisivo un nuevo resumen con alguna imagen que se nos escapó, incluida la recíproca falta de caballerosidad de Messi-Ronaldo que no tuvieron la gallardía para encararse y estrecharse la mano al final del encuentro.
Así tenemos que el juego está más allá del juego, que las anécdotas previas y posteriores a cada enfrentamiento dan para sinfín de especulaciones y refriegas verbales en las gradas, frente a los televisores, en los bares, en los cafés, en las plazas, en los relatos radiofónicos, o en los seguimientos segundo a segundo por internet. Todos miramos el clásico español y cuando no podemos hacerlo nos las arreglamos para saber cómo evoluciona, si todavía quedarán las reverberaciones dejadas por Guardiola ingeniosamente reinventadas por Vilanova, o la porfía y autoestima desmedida del chico malo del Bernabéu, Mourinho, volverá a mofarse con insoportable superioridad triunfadora cada vez que se planta frente a una cámara para hacer gala de su alevosía.
El Real Madrid se ha impuesto en esta Supercopa y ha demostrado que se pueden ganar todos los campeonatos y trofeos de la vía láctea, pero que nada hay comparable con doblegar al enemigo de siempre, ese que ya se hacía inalcanzable y casi etéreo ante su imbatibilidad de cuatro años y su hasta ahora inalcanzable calidad como más grande equipo de la historia del fútbol moderno, según coincide la mayoría.