La desenfrenada teatralidad de ‘Mou’
El Real Madrid ha tenido los mejores últimos diez días del trabajo de su técnico
El entrenador del Real Madrid, José Mourinho, expone la incontenible necesidad de apelar a una gestualidad casi desquiciada para autoconvencerse y persuadir a los demás de que él y los suyos son los mejores de los mejores. Parece digno del diván, pero resulta entretenido cómo estos exponentes de élite del fútbol actual no dubitan en hacer aspavientos cotidianos de lo que son y de lo que hacen.
El concepto de miedo escénico en el fútbol lleva implícito que el juego más apetecido por las audiencias del planeta es una puesta en escena en la que coinciden espectáculo y rendimiento atlético si se tiene en cuenta que la resistencia, la velocidad, los reflejos, la capacidad de reacción inmediata, la anticipación al próximo movimiento con/sin balón forman parte hoy con mayor énfasis de la visión táctica de los entrenadores de la alta competición, así como sus rasgos de espectacularidad vinculados al antes, durante, y después de cada partido.
El miedo escénico se entiende como la paralización de un actor frente a una concurrencia masiva a los estadios, que sin proponérselo es capaz de abrumar a los protagonistas de turno que son devorados por los nervios, por lo que el futbolista que no sepa superarlo, estará condenado a una discreta e intrascendente carrera, aspecto que en el último tiempo, sin embargo, ha encontrado sus antípodas en lo que podría llamarse exceso escénico, ese que comandan sin posibles rivales José Mourinho desde la línea de cal y Cristiano Ronaldo en el campo, el futbolista que mejores primeros planos, de todos los que se tenga memoria, ofrece de manera ininterrumpida a la televisión.
Para materializar esa vocación en la que mandan luces, cámaras, flashes y reporteros afanados en la caza de la próxima anécdota, se necesitan elencos proclives a la exposición mediática, esos que se mueven continuamente en la esfera pública para buscar reafirmación de sus convicciones y su búsqueda, y en ese sentido, desde que Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, en su primera gestión decidió aceptar el bautizo de “galáctico” para su legendario equipo, los madridistas, desde el vestuario del Santiago Bernabéu, pasando por todos los campos en los que les toca saltar han asumido, gran parte de ellos, las compulsivas conductas de quienes viven exageradamente pendientes de los fans y de las versiones informativas y de cotilleo que a diario publican los diarios. Ser del Madrid te hace distinto y debes demostrarlo a diario.
El Real Madrid ha tenido los mejores últimos diez días de lo que se recuerde del trabajo de su entrenador en el último año, encarando por doble partida al Barcelona, lo mismo que al Manchester United con la certeza de que se puede jugar con/sin Cristiano Ronaldo sin modificar un ápice el planteamiento de juego, pero por supuesto que sacándole el máximo provecho a éste que su compatriota y director técnico ha alabado en las últimas horas como “al mejor” por encima de Maradona y Pelé, ninguneando en ese muy particular estilo ponzoñoso que lo distingue, la existencia de un chico llamado Lionel Messi que juega en el Barcelona y que la mayoría planetaria considera como el más grande futbolista de este tiempo.
Un experimentado y lúcido hombre de fútbol dice que Mourinho “está siempre oliendo a mierda”, que lo suyo es gestualidad calculada con el ego al máximo de revoluciones, porque cuando no está expuesto a los medios, es decir, cuando nadie lo mira y escucha a través de la televisión, sabe disfrutar de sus logros como lo haría cualquier profesional convencido de su competencia y capacidad para encarar objetivos, y en esto, CR7 es prácticamente igual, porque el notable futbolista ha sido engullido por el personaje que funge como solista del verde césped en el que entra en juego un estereotipo como si se tratara de una barata ficción teatral o cinematográfica.
El Real Madrid ha jugado con extraordinaria suficiencia sus últimos cuatro trascendentes partidos. José Mourinho ha demostrado con creces que no necesita ayudarse con la boca y las morisquetas para convencer a los aficionados de su profesionalismo con el mérito de saber dirigir y entrenar un equipo, sin haber sido jugador de fútbol, rarísima excepción que en este caso le confiere mayor credibilidad a todo lo que ha logrado y de Cristiano Ronaldo puede decirse, en la misma dirección, que es un “grandísimo futbolista”, veloz, eficaz y decisivo en los momentos clave, cuando llega el momento de marcar la ventaja de la diferencia de tenerlo o enfrentarlo.
El técnico madridista, muy asimilado a esa cultura propia de los históricamente habituados a mirar por encima del hombro al resto de los mortales, es un personaje entrenado en las lides de la provocación, de la frase destemplada, del criterio cortante e irrebatible, habilísimo para nunca haber mostrado la dentadura porque la risa no va con la imagen de tipo duro que le gusta proyectar, dada su egomanía, esa que también desnuda debilidades y envidias indisimulables que lo retornan a la calle, allá donde terminamos encontrándonos todos los de a pie.
La teatralidad de los merengues desde Mourinho, debidamente secundado por Cristiano, parece no conocer límites. Ya es parte de su marca de identidad ese desenfreno que raya en la ansiedad de no querer jamás perder la parada convencidos de que no hay nada mejor que enfundarse en el uniforme madridista gruñendo orgullo porque para ellos nunca es suficiente con lo estrictamente futbolístico, y por ello el gritar superioridad a los cuatro vientos es parte del estilo, ese que impone Mou, incluidas las batallas internas con algunos de sus dirigidos, que a pesar de no querer soportarlo más, acaban rendidos ante la evidencia de su enorme capacidad que lo sitúa entre los cinco mejores entrenadores de fútbol de la última década.