Las estrellas están en el cielo
No se gana con el nombre, al menos no a los grandes de la Bundesliga
El Bayern de Munich y el Borussia Dortmund nos sacaron del sopor en el que nos había metido una prensa esquematizante situando al Real Madrid y al Barcelona como los mejores del mundo, asunto rotundamente desmentido por las espléndidas actuaciones de los equipos germanos que dieron una lección básica: El talento, sin trabajo, implica el riesgo del adormecimiento, en el fútbol hay que laburar y duro para conseguir objetivos.
No había que marcar a Messi. No había que tenerlo a plan de persecuciones infructuosas y poco inteligentes. No había que perseguir a Cristiano Ronaldo. No era necesario colgar del travesaño a nadie, ni recurrir a las faltas tácticas para quitarle fluidez al juego. Nada de eso porque el Bayern de Munich y el Borussia Dortmund tenían claro que primero había que jugar a lo que mejor saben: Rigurosidad táctica a partir de una trituradora superioridad física y a evitar que Lionel y CR7 recibieran la pelota para encarar. Ya se sabe, Messi es el mejor con el balón, pero si no le llega desde los pies de Xavi, Iniesta, Busquets o Danny Alves quedará sólo en la inmensidad de la multitud (hasta hace un año eso es lo que le sucedía con la selección argentina), lo mismo que Ronaldo habitando la banda izquierda, mirando, durante la mayor parte del desarrollo del juego, como si se tratara de una película en la que terminó como actor de reparto, espectando las maneras en que los oro y negro interceptaban sin pausa a Xavi Alonso, Khedira u Ozil.
No había que corretear al Barça y al Madrid. Nada más había que evitar que les llegara la pelota de frente a la portería y con ello, al neutralizar a los virtuosos, quitando la posesión a los generadores de juego, las estrellas terminaban cableadas a tierra para que a continuación los alemanes metieran el acelerador por las bandas y por el centro, para batir cuatro por dos a estos grandes portentos que terminan descafeinados esta semana indiscutiblemente germana. Hacía mucho tiempo que no se veía tan impresionante velocidad y tal porcentaje de precisión para pasar con gran capacidad de sorpresa, de la recuperación al ataque. Lo habían intentando el AC Milan y en alguna medida el PSG que ya consiguieron desnudar las rajaduras de los blaugranas, pero de ninguna manera con la eficacia con la que lo acaban de hacer los alemanes.
Las especulaciones y las disculpas encubiertas están bien para cierto periodismo español que juega exageradamente a explotar los costados no futbolísticos e insustanciales de unos equipos ciertamente extraordinarios por todo cuanto han hecho en la historia, pero que esta vez se toparon con dos adversarios armados de currantes que se lo ganan todo a fuerza de combinar la búsqueda de la mayor perfección posible muy bien sustentada en una solidez mental y una fortaleza muscular que se tradujeron en estas goleadas resonantes e inapelables, aunque deba subrayarse que tres de los cuatro goles anotados por los bávaros al Barcelona son absolutamente cuestionables según se pueda remirar en las repeticiones televisivas. El resultado, por lo tanto, podrá ser engañoso, pero la calidad del rendimiento, para nada, porque con Bastian Schweinsteiger liderando el choque y las microbatallas de pelota dividida, ganaron en todas las líneas como para que quede claro que las estrellas pueden permanecer en el cielo vagando en solitario, mientras los obreros corren sin pausa enfrascados en escribir la historia contra el piso verde del Allianz Arena, lo mismo que el equipo sensación de esta Champions que tiene una hinchada de mineros y carboneros que hace flamear banderas aurinegras de todos los diseños posibles, muy al estilo de las expresiones más populares que abarrotan las tribunas.
No se gana con el nombre, al menos no a los grandes de la Bundesliga ni con el mejor perfil televisivo de chico con cara de enojado. Se gana jugando luego de trabajar arduamente, de estudiar las maneras más eficaces para anular a los rivales, de entrenar en cuarto con máquina medidora de rendimiento físico como hace Jurgen Klopp o convocando a entrenar por día las veces que sea necesaria como suele hacerlo Jupp Heynckes en cuatro turnos diarios. Con los germanos no hay secretos ni elaboraciones sofisticadas, se trata solamente de aplicarse para sacar a relucir todas las virtudes que incluyen la neutralización de las bondades ajenas y por ello los supuestos dos mejores equipos del mundo quedaron abatidos por los que ya sin dudas, son los mejores equipos de esta Champions 2012 – 2013.
La chismografía madrileña quiso condimentar la previa con la transferencia de Mario Götze del Borussia al Bayern como si el fichaje fuera a condicionar su rendimiento, como si el hecho de ponerse la camiseta la próxima temporada del que podría ser su rival en la final de este torneo fuera a influir en la psicología de ambos equipos. Quienes elevan alaridos al cielo no comprenden que hay enormes diferencias culturales entre los mundos latino y teutón, que la seriedad para hacer las cosas está por encima de la sensiblería barata, que el gran conductor del Borussia dentro el campo, aunque mañana vista la roja del equipo que dirigirá Guardiola, va a jugar todo lo que le queda en su actual equipo ofreciendo la última gota de transpiración, tal como lo hizo frente al equipo de Mourinho que fue un flan ante la eficacia goleadora del polaco Robert Lewandowsky, otro que podría partir a Munich.
El Barcelona va a ganar la liga española. El Real Madrid será segundo. Los dos a enorme distancia de los 18 equipos restantes. A estas alturas será bueno preguntarse por las insultantes diferencias de ingresos por todos los conceptos y de importancia entre estos dos grandes equipos y el resto, lo que evidencia que las fuerzas no tienden a equipararse y que lo que vive el fútbol español pasa por la aparición de una fabulosa generación de futbolistas que todavía tiene margen para seguir alimentando una selección muy competitiva y ganadora. España produce muy buenos futbolistas que militan en otras grandes ligas, pero lo que acaba de suceder con madrileños y catalanes lleva a preguntarnos cuál es el futuro de un fútbol que es como una burbuja dentro un país azotado por una profunda crisis económica y financiera.