Charrúas
La riqueza del fútbol uruguayo es parte de la identidad cultural de ese país
Siete años consecutivos al frente de todas las selecciones uruguayas, Óscar Washington Tabárez recibe el apoyo de la izquierda y palos de la derecha. Lo cierto es que “la celeste”, con los peros que genera entrar por la ventana del repechaje, está nuevamente en un mundial, con lo que suma 11 participaciones —y dos títulos— desde 1930.
En un país con solamente tres millones cuatroscientos mil habitantes y apenas 176 mil kilómetros cuadrados más 125 mil de mar territorial, dos veces campeón del mundo (1930, 1950), el más ganador de los torneos sudamericanos por encima de Brasil y Argentina (15 veces), Uruguay le ha sacado ventaja como ninguna otra selección a los llamados repechajes para clasificarse nuevamente a través de esta vía a una nueva versión de la Copa del Mundo apabullando a Jordania a domicilio en Ammán (0-5) y sellando el pasaporte con un discreto empate sin apertura de marcador (0-0) en el Centenario de Montevideo.
En los años 50, la muy europea Uruguay se ufanaba de ser etiquetada como “la Suiza de América” por los grados de instrucción y civilidad de sus ciudadanos, así como por su gran estabilidad económica. Una década después, mediados de los años 60, los buenos modales de un país conservador comenzaron a ser subvertidos gracias a la irrupción del Movimiento de Liberación Nacional Tupamaros que instaló una guerrilla urbana de la que formó parte su actual presidente, José Mujica, incomparable personaje de la política continental por su lucidez para leer los signos de los nuevos tiempos y para reirse de sí mismo como cuando le impidieron el ingreso a una recepción oficial con motivo de la posesión del nuevo presidente paraguayo, Horacio Cartes: “No los culpo, si viera un tipo vestido como yo, tampoco lo dejaría entrar”, dijo el popular y querido Pepe que vive rompiéndoles los esquemas a los fieles cumplidores del ceremonial y el reglamento.
Hace cuarenta y ocho horas que la selección dirigida por el muy respetado Óscar Washington Tabárez, terminó por consolidar la presencia de todos los que fueron campeones del mundo en Brasil 2014, metiéndose nuevamente por una rendija y seguramente con la mentalidad de por lo menos repetir lo hecho en Sudáfrica 2010, cuando la celeste, desplegando un fútbol dinámico y muy ofensivo, desembarazado de su controvertida reputación históricamente caracterizada por la agresividad emparentada con la mala intención, quedó en el cuarto lugar con un desempeño que fue capaz de reeditar un año después, con la obtención de la Copa América jugada en Argentina.
El día en que los uruguayos se clasificaron contra Jordania se celebraba un año más de esa proeza llamada Maracanazo, cuando en la final de 1950, el equipo de Obdulio Varela provocó el más grande luto nacional deportivo que puedan recordar los brasileños, perdiendo así la oportunidad de ser campeones del mundo en su propia casa e instalando el título charrúa en el privilegiado sitial de los hitos más resonantes de la historia del fútbol moderno. Y esto de denominar a Uruguay como el equipo charrúa resulta particularmente llamativo pues se trata de un aguerrido y temperamental pueblo indígena precolombino que habitó no solamente territorio uruguayo, sino también lo que hoy son tres provincias argentinas y una brasileña, y que se caracterizó por su combatividad y resistencia a la colonia española.
La garra charrúa entonces tiene mucho que ver, trazando un paralelismo, con lo que los paraguayos encuentran en sus orígenes guaraníes, o lo que son para la parte occidental de Bolivia, aymaras y quechuas. Y es precisamente esa garra que en el fútbol fue confundida durante varias décadas con una excesiva brusquedad, se puede explicar con ese chiste de que hasta hace poco los uruguayos te pegaban un planchazo a la altura de la medallita —en pleno pecho— y era nada más que una didáctica graficación de cómo tantos equipos de la hoy República Oriental, saltaban a la cancha, con la selección nacional por delante, bien secundada por los legendarios y archirrivales Peñarol y Nacional, tantas veces ganadores de Copa Libertadores de América.
La riqueza del fútbol uruguayo como parte de la identidad cultural del país puede ilustrarse con referentes como el de Zinedine Zidane que por admiración al “Príncipe” Francescoli, bautizó a uno de sus hijos con su nombre: Enzo. Y también con el dato no menos significativo que el más importante relator de fútbol argentino, Víctor Hugo Morales, es de nacionalidad uruguaya, lo mismo que el escritor Eduardo Galeano, autor de un libro fundamental para cualquier biblioteca especializada en asuntos de la pelota, “Fútbol a sol y a sombra”. Con estos tres ejemplos nos quedará absolutamente claro cómo será de importante para los “yoruguas” —como les llaman en lunfardo sus primos hermanos del Río de la Plata— llegar a disputar su undécima copa del mundo.
Después de su estrepitosa actuación en La Paz, (1-4) frente a Bolivia, los de Tabárez se despercudieron para comenzar a reencontar la senda y fue así que lograron quedar en la quinta ubicación de la eliminatoria sudamericana, lo que les permitió medirse con los jordanos y marcar la diferencia con esa goleada de visita, acerca de la cual su seleccionador dijo algo que lo pinta de cuerpo entero: “Fuimos muy efectivos pero no jugamos bien”.
Tanto en Sudáfrica 2010 como en Argentina 2011 (Copa América), el entrenador Tabárez hizo el dibujo con tres delanteros, uno algo retrasado y los otros dos desmarcándose en los últimos metros del campo, pero con Diego Forlán (Internacional de Brasil), distinguido como el mejor jugador del último mundial en franco descenso, han quedado arriba, para resolver las cosas, el virulento Luis Suárez (Liverpool) y Edinson Cavani (PSG) de muy destacada participación en la última versión de la Copa Confederaciones jugada en Brasil. En la línea de fondo es prenda de garantía Diego Lugano (West Bromwich), bien secundado por Diego Godín (Atlético de Madrid), y aportan decisivamente a la contención y a la movilidad del equipo Egidio Arévalo Ríos (Chicago Fire), Cristian Rodríguez (Atlético de Madrid) y los laterales Martín Cáceres (Juventus) y Maxi Pereyra (Benfica)
Con esa columna vertebral, más nuevos aportes como el de Christian Stuani (Espanyol) y Nicolás Lodeiro (Botafogo), la “otra” celeste y blanca, repleta de acontecimientos y triunfos memorables, ha vuelto a incrustarse de manera contundente en el mapa de las treinta y dos selecciones finalistas para Brasil 2014.