Con la categoría de James Rodríguez
La tensión propia de un juego con tan grandes responsabilidades encontró la válvula perfecta en la pelota que bajó con el pecho James Rodríguez, para enviar de zurda hacia el ángulo derecho, concretando un poema que tuvo olor a gesto técnico de otros tiempos.
Es difícil medir cuánto afectó en el ánimo uruguayo el castigo impuesto a Luis Suárez, pero algo tuvo que haber incidido, y de manera negativa, porque la distintiva identidad guerrera de la celeste solo apareció en las graderías del Maracaná —y casi nada en el campo—, donde se produjeron conatos de pugilato, cuidadosamente interceptados por una organización previsora con siete controles de seguridad antes de acceder al mítico estadio, hoy rediseñado por las exigencias de la FIFA y que con 73.804 espectadores, con abrumadora mayoría amarilla brasileña-colombiana, ya había festejado la lotería de los penales que otorgaron pasaje a cuartos para los anfitriones, que por nada del mundo querían a los autores del “maracanazo” del 50 en la próxima definición.
Cuando los protagonistas no habían soltado las amarras, pero los de Pekerman ya se encargaron de marcar territorio, haciéndose dueños de la pelota, y los uruguayos comenzaban a suicidarse lentamente apelando a la pelota larga desde la salida con Fernando Muslera, casi sin posibilidades para contraatacar, los rendimientos quedaron claramente diferenciados: toque colombiano, movilidad para avanzar y retroceder acompasadamente versus pelotazos muy elevados que sobre todo en la primera etapa no inquietaron para nada a David Ospina.
La tensión propia de un juego con tan grandes responsabilidades encontró la válvula perfecta en la pelota que bajó con el pecho James Rodríguez, para enviar de zurda hacia el ángulo derecho, concretando un poema que tuvo olor a gesto técnico de otros tiempos, cuando los cracks que llevan la 10, eran esos que el lugar común reconoce con admiración como los que se ponen el equipo al hombro.
Juan Camilo Zúñiga y Juan Guillermo Cuadrado arrancaban con balón dominado en el círculo central y con zigzagueante velocidad gestaron varias situaciones por las bandas, desmarcándose continuamente, y pusieron de manifiesto un estimable trabajo de coordinación traducido en varias llegadas con profundidad, que pudo notarse con gran nitidez en el segundo gol que el mismo James anotó al comenzar el segundo tiempo, luego de toques en corto, un centro hacia el palo izquierdo de la meta uruguaya, un cabezazo hacia atrás y el empujón final que les permitía a los colombianos un margen para dosificar el ritmo, producto del previsible cansancio, cediéndole unos metros para progresar a una selección uruguaya que tuvo un par de chispazos a carga de Edinson Cavani, pero que fue controlada casi de principio a fin para que quedara claro quién era mejor protagonista y dueño del ritmo de las acciones.
Colombia le ganó a Uruguay desde las previsiones de un libreto flexible, exhibiendo en algunos tramos ese juego atildado en el que impera la liviandad, el disfrute, y la explosión de sus talentosos jugadores, que certificaron el gran momento que transitan, esta vez, imponiéndose a un histórico de camiseta pesada, herido en su orgullo por la drasticidad con la que fue ajusticiada su gran figura y que ayer estuvo en las gradas del estadio en forma de careta, recibiendo así un homenaje de su minoritaria hinchada, aplastada en número y gestos de aliento por esa conexión de conveniencia establecida entre brasileños y colombianos que luego salieron a las calles a invadir las líneas del metro, los autobuses y luego las calles de Río de Janeiro para festejar ruidosamente esta primera clasificación a cuartos en todo lo que llevan de participaciones en copas del mundo.
Colombia llegará a enfrentar a Brasil con cuatro partidos ganados y el goleador del torneo, James Rodríguez, quien sin sospecharlo ha terminado heredando el liderazgo de Radamel Falcao con la clase de los grandes jugadores, esos que juegan a hacer jugar y por si no bastara, terminan en el podio de los grandes anotadores. Con estos datos ya no hay dudas de un protagonismo ganado a fuerza de calidad, de una inteligente combinación de funcionamiento colectivo y apariciones individuales decisivas para marcar desequilibrio.
Hasta aquí llegó Uruguay, y si cabe un examen autocrítico concienzudo, Luisito Suárez tendrá claro desde su casa en Montevideo, cuánto perjuicio ha provocado a su selección por su instinto impulsivo, como les pasa a personalidades con su temperamento de las que los vigilantes y demás preservadores del orden están atentos a nuevos errores, como suele pasar con cualquier reincidente prontuariado.
Julio Peñaloza Bretel es periodista y asesor de la Federación Boli-viana de Fútbol.