¿La pelota o la botella?
Consumo. Es la principal válvula de escape o factor de entretenimiento de gran parte de los jugadores profesionales en Bolivia.
El presidente de Sport Boys, Carlos Romero Bonifaz, ha empezado a pagar su derecho de piso como nobel dirigente deportivo que es. Su experiencia como profesor universitario, director de la que en su momento fuera la ONG más influyente en los escenarios indígena y campesino, asambleísta de la constituyente, y dignatario del Ejecutivo en cuatro carteras, no le ha sido suficiente para evitar resbalar en el terreno donde prima la inteligencia emocional antes que el cálculo político, al haber afirmado que los futbolistas que consumen alcohol deberían ser apartados de la práctica deportiva de por vida.
Si la experimentada dirigencia futbolera del país siguiera el criterio de Romero a pie juntillas, tendríamos a más de la mitad de las plantillas de los equipos ligueros enfrentando gravísimos problemas debido a que el consumo de alcohol en sus más variadas formas es la principal válvula de escape o factor de entretenimiento de gran parte de los jugadores profesionales en Bolivia. Los futbolistas de aquí y allá, consumen, en grados distintos, cerveza, vino, whisky y otras bebidas con diversos grados alcohólicos en sus tiempos libres y el problema boliviano en la materia tiene que ver con el popular “hasta morir hermanito” que significa “chuparemos hasta quedar dormidos sobre la mesa o tendidos en el piso”.
En otras palabras, la relación de gran parte de los futbolistas bolivianos con la bebida se caracteriza por un consumo que va más allá de la cantidad de litros razonables en cada ocasión y que conspira radicalmente contra los organismos que deben estar en condiciones de funcionamiento desde las siete de la mañana del día siguiente para encarar el trabajo de campo en los clubes en que prestan servicios. Es sabido que los futbolistas alemanes, por ejemplo, luego de un partido en la Bundesliga suelen ir a cenar y a tomarse un par de cervezas, sin caer en las tentaciones del exceso que provocan resacas que inmovilizan el cuerpo el día después. O los italianos y españoles que consumen vino, también en cantidades moderadas.
El presidente de Sport Boys se ha adscrito a la visión punitiva con la que en Bolivia se pretenden resolver problemas estructurales que merecen otro tratamiento. Es comprensible que indigne a un dirigente que hace malabares para que su club llegue a fin de mes, que un par de jugadores acudan con tufo a una práctica, considerando sus responsabilidades y sus elevados salarios, situados muy por encima de la media laboral del país, pero que esto pretenda combatirse con proscripciones vitalicias es cuando menos de una ingenuidad que nos sitúa nuevamente en la lógica de querer atacar un gran mal con una pistola de agua.
Los excesos de consumo de alcohol de los futbolistas bolivianos solo pueden ser combatidos, para ser minimizados, con agresivos cambios de concepción en el funcionamiento de cada club llamado profesional considerando las complejas y problemáticas realidades intrafamiliares de cada quien, por ejemplo, promoviendo un fair play financiero que involucre a todos los clubes que el mismo Romero ha propuesto para que los contratantes les cumplan mensualmente a los contratados, y por lo tanto las exigencias puedan ser de ida y vuelta: Futbolista bien remunerado que cobra con puntualidad, tendrá menos excusas para cometer actos de indisciplina que atenten contra el bien común del equipo, asunto que por supuesto está vinculado a las tentaciones de una nueva farra apenas se dispone de horas libres.
El consumo de alcohol en Bolivia es parte de todas las formas de celebración social existentes en nuestra plurinacional realidad. Las más variadas y contrastadas expresiones étnico culturales son puestas en escena con el denominador común del fardo de cerveza sustentando los ímpetus eufóricos en cada festejo, y en el fútbol boliviano, para evitar los ojos vigilantes y condenatorios de amenazantes cámaras de televisión en lugares públicos, muchos futbolistas decidieron optar hace varios años por las encerronas en casa propia que pueden prolongarse durante cuarenta y ocho horas continuas o más, y como esto corresponde a la vida privada de los fiesteros de turno, los castigos se hacen más difíciles de caer con todo el peso sobre los culpables.
Con la lógica del presidente de Sport Boys, me pregunto qué habría sido de la vida de ese otro Romero —Erwin—, el mejor futbolista boliviano de los últimos cincuenta años, y de muchísimos otros a los que les gustó, más de lo razonable, el consumo de bebidas alcohólicas y que cuenta la leyenda, jugaba mejor cuando saltaba a la cancha entonado por un par de tragos. No será de esta manera que se combatan las lacras de los excesos en cualquier orden en materia de administración deportiva, sino con una reeducación extensiva a toda la sociedad que podría significar dos generaciones enteras, para que aprendamos a que todo consumo en demasía puede lastimar nuestra salud física y lo más importante, la inteligencia emocional colectiva, vital argumento para que un proyecto futbolístico encuentre camino y sentido.
Las desventajas en materia de formación de base y capacidad competitiva debieran obligar al fútbol boliviano a redoblar esfuerzos en tareas de mentalización que ayuden a reducir las brechas de calidad existentes si nos comparamos con lo mejor del vecindario: Argentina, Brasil, Chile, Uruguay y Colombia. Y para trabajar en forma óptima en este sentido, la reingeniería de cada club resulta un imperativo que no puede esperar más y que no se palía con torneos relámpago que si no encuentran sostenibilidad en políticas de largo plazo, solamente sirven para llenar expectativas momentáneas y fugaces.
La afición por la bebida en el futbolista boliviano es uno de los frenos fundamentales para que no tengamos un fútbol profesional en el sentido amplio de lo que esto significa. Conocemos sinfín de anécdotas que terminan convirtiéndose en motivo de risa, transcurrido el tiempo, pero que en muchísimas ocasiones han entorpecido procesos de trabajo y han postergado incluso aspiraciones y ambiciones de éxito. Beber o no beber no es el problema, sino hacerlo cuando se pueda y sin llegar a los extravíos que tantas veces han truncado carreras prometedoras o han desatado desgracias humanas irremediables.
- Julio Peñaloza Bretel es periodista. Encargado de Historia y Estadística de la Federación Boliviana de Fútbol (FBF).