Problemas, el pan nuestro…
Una vez más un torneo del fútbol boliviano ha comenzado a los tropiezos. Es el “pan de cada día”. Su sello son los problemas.
Una vez más un torneo del fútbol boliviano ha comenzado a los tropiezos. Es el “pan de cada día”. Su sello son los problemas. Lo peor es que estos “aparecen” solo días u horas antes del puntapié inicial, una señal de que no existe capacidad en unos y otros para arreglarlos antes.
La punta del ovillo es una y nadie la toma en cuenta en serio: por una parte, los jugadores cobran mucho y exageran en sus pretensiones; y, por la otra, los clubes les dan el gusto, unos porque pueden pagarles lo que piden —gracias a sus padrinos— y otros por no quedarse atrás, entonces las deudas de los que menos tienen se convierten en una bola de nieve.
Es culpa de unos, que piden lo que no valen, pues basta ver el nivel del fútbol que ofrecen —salvo honrosas excepciones—; y de otros, que asumen la carga de pagar lo que no tienen y luego se ven en figurillas. No hay conciencia ni responsabilidad.
Lo peor es que el tema no tiende a cambiar. Los clubes no se ponen límites. Deberían estar obligados a no tener deudas, a vivir con lo que les ingresa, pero no solo se hacen de cargas sino que las engrosan; mientras los jugadores, aferrados a su condición de tales y a sus contratos, solo exigen y cobran, de lo contrario paran.
Pero el último intento de Fabol por impedir el inicio del Clausura se salió de los límites: de los 14 planteles, dos tenían problemas. Por “solidaridad”, los otros 12 estaban también de acuerdo con no jugar. Ya basta: los clubes que tienen líos que se las arreglen entre ellos, hay sanciones como la quita de puntos y si finalmente desaparecen, ni modo. Los demás no tienen por qué meterse.
Los futbolistas, los que están bien, no tienen por qué a título de ser “solidarios” poner en riesgo un campeonato, ellos se deben a las instituciones que les dan trabajo y les cumplen, y así como tienen derechos, también tienen obligaciones.
El fútbol boliviano de por sí está mal y estas cosas lo agravan. De una vez alguien tiene que poner orden.