Nunca debe ser ‘lo que parece’
La señal para avisar una decisión por la utilización del VAR es específica e inconfundible: el árbitro alza los dos brazos y con los dedos índices levantados “dibuja” claramente un rectángulo asemejándolo a un televisor o monitor y cobra.
La señal para avisar una decisión por la utilización del VAR es específica e inconfundible: el árbitro alza los dos brazos y con los dedos índices levantados “dibuja” claramente un rectángulo asemejándolo a un televisor o monitor y cobra.
Eso no ocurrió el sábado en El Alto. El árbitro Raúl Orosco elevó sus brazos, hizo puño con su mano izquierda y lo tocó con el dedo índice de su derecha, en señal de que estaba cobrando una mano. Inmediatamente la siniestra la llevó a su oído para tocar el intercomunicador, justificando que uno de sus asistentes le había avisado por ese medio la existencia de la infracción, mientras con la diestra apuntaba al punto penal.
Luego se armó la grande. Casi todos le achacaron que había hecho la seña del VAR en un partido —en un fútbol como el boliviano— que no contaba con la tecnología. El técnico del equipo afectado, los jugadores, los dirigentes, los hinchas, hasta los periodistas hablaron —no solo pensaron— inmundicia contra Orosco y su equipo. El asunto saltó las fronteras y mínimo el hecho se transformó en un hazmerreír.
Pocos cuerdos vieron lo que realmente pasó. Y si tenían alguna duda hicieron una revisión serena y sacaron sus conclusiones. Es que nunca puede prevalecer “lo que parece” sino lo que en realidad ocurrió.
El arbitraje boliviano evidentemente tiene sus errores. Pero no por ello hay que hacer escarnio de quienes están a cargo. Más daño le hacen los que lo califican de corrupto, los que despliegan su crítica destructiva, los que hacen prevalecer un odio profundo contra el adversario antes que el amor por su propia camiseta y hasta los que no saben, porque hablan como si supieran.
El bochorno no fue por la decisión de Orosco ni su manera de comunicarla, lo generaron los que reaccionaron ante ello sin un ápice de buen juicio y humillaron a la persona que quizás en ese instante fue la única que hizo lo verdaderamente correcto.