Croacia y su sana costumbre
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El periodista Oscar Dorado Vega
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Jugaron en serio, muy en serio. Y es lo que primero que cabe reconocer. Digirieron la pesadumbre de no protagonizar el partido dominical y en menos de diez minutos Croacia y Marruecos convirtieron y demostraron que el tercer lugar no era premio consuelo, sino el nuevo objetivo que el torneo les dispensaba.
Cada cual con su estilo. Profundizando a través del carril interno los europeos, siempre respetando el balón. Apretando el acelerador los africanos, dúctiles en el contragolpe enhebrado a través de las bandas.
Un cotejo – a modo de definición abreviada – de acción y reacción.
Luka Modric tomó la batuta, Kovacic y Perisic lo acompañaron (una tónica de los cuadriculados en Qatar) y moldearon ese desempeño elegante, vistoso, el que acaso sólo extraña un verdadero referente de área, como fue en su momento Davor Suker.
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La eficacia tempranera de Gvardiol y Dari adquirió continuidad, sobre el final de la fracción inicial, cuando Orsic firmó una grandiosa sutileza que terminó de dilucidar la brega.
El cuadro africano volvió del descanso decidido a conseguir el empate, aunque nuevamente evidenció un grado de candidez que será una de las lecciones a superar tras la, de todas maneras, magnífica e histórica actuación en esta Copa Mundial.
De hecho, En-Nesyri falló en dos oportunidades claras, aunque en justicia también corresponde apuntar que el árbitro qatarí Al Jassim ignoró una tremenda falta penal – el VAR también optó por desentenderse – de Amrabat a Gvardiol.
El oficio croata y la aplicación con la pelota, tanto en la faceta de administrarla correctamente como de forzar la pérdida a un extremo que pocos dominan, determinó que el marcador no se alterara.
Zlatko Dalic miró el reloj y con un gesto casi imperceptible dirigido a los suyos instruyó que lo idóneo era conservar lo obtenido, sin arriesgar la posibilidad de ir a la prórroga.
Y tal como en Francia ’98 – entonces el rival se llamó Países Bajos – el dos a uno posibilitó un valorable sitio en el podio y, por si fuera poco, veintisiete millones de dólares (dos por encima de los que recibirá Marruecos).
El aperitivo de la esperada final no desentonó. Puso enfrente a dos testimonios futbolísticos diferentes, pero, en ningún caso, cuestionables. Al contrario.
El certamen despidió a un actor de primer orden – un relojito en el campo de marca Modric – pero al mismo tiempo ubicó en el tapete estelar a los Livakovic, Gvardiol y Stanisic.
Del otro lado Bono, Ounahi y Ziyech descubrieron sus nombres como para no olvidarlos.
El International Khalifa – único de los estadios no construido para la competición – dio paso a un encuentro que fue algo así como la amalgama de lo ameno con la melancolía de la cita cuyo colofón ya se vislumbra.
(17/12/2022)