Parabens, es campeón el mejor
Imagen: Oswaldo
Jorge Barraza, columnista de La Razón
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La renovada (pero desfigurada) Copa Libertadores está en las mejores manos. Fluminense es un magnífico campeón, y más que eso, inobjetable por el lado que se mire: siempre intentó jugar al fútbol, siempre propuso, es el que más ganó, el de más goles, el de mejores espectáculos… No hay costados oscuros, no tuvo arbitrajes benévolos (mucho menos en la final).
Es de aquellos que los resultadistas, los ultratácticos y defensivistas consideran “un equipo zonzo” porque busca el partido y lo busca a partir del buen trato de pelota. Por fin un campeón que no gana por “copero” ni por “inteligente” sino por buenos modos.
Justamente el único momento en que puso en peligro su coronación fue en la última parte del duelo final, cuando se refugió atrás cuidando el 2-1 a favor y Boca se le echó encima con centros que pudieron determinar un hipotético -e injusto- empate. Pero también en ese campo supo defender su ventaja.
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Hubiese sido completamente inmerecido que Boca alcanzase la igualdad y así llegar a los penales, donde históricamente es favorito, en el caso actual por su arquero Sergio Romero, fantástico en el arte de tapar remates desde los doce pasos.
De haberse impuesto por esta vía, Boca hubiese sido el campeón de los récords negativos: el de menos triunfos en la historia para torneos de 12 o más partidos (apenas 4) y el único que no logró ninguna victoria en los 7 choques de la fase eliminatoria. Un caso insólito.
El hecho de avanzar de fases sin jugar bien, sin otros méritos que aguantar los partidos y mostrar temple en las tandas de penales agigantó la leyenda de la mística boquense, de su garra, del peso de la camiseta, de que puede ganar aún sin tener nada. Eso llevó a Río alrededor de 100.000 fieles que hicieron cualquier esfuerzo por acompañar los colores, aún sabiendo, tres cuartas partes de ellos, que no conseguirían entrada, sólo para apoyar desde fuera del estadio. Es seguramente la mayor movilización de una hinchada para un partido de fútbol. El legendario “Boca es Boca”, aforismo que alude a una fuerza sobrenatural para los propios y a admiración para los ajenos, funcionó como nunca. Siendo superior futbolísticamente, Fluminense lo respetó a ultranza.
El goleador de Fluminense es Cano -la estrella del torneo- con 13 goles, el de Boca es Advíncula, un marcador derecho, con 4. Ahí queda en cierto modo resumido lo que es cada uno. Ocho triunfos Flu, 4 Boca, 24 goles el Tricolor, 13 el auriazul. Son antípodas. Pero por aquello del respeto a la camiseta de Boca, un sondeo previo en Twitter dio un resultado exiguo en favor del Flu: 58,9% a 41,1%.
En un primer tiempo chato, Fluminense se fue ganando por un gol espectacular. Brillante pared entre Keno y el colombiano Arias, centro atrás de Keno y derechazo mortal de Cano a la red. Su gol número 13 en 12 partidos. Notable lo del delantero argentino, ya ídolo del club brasileño. Definiendo, Germán Cano es profesor honoris causa. En el área hace todo de primera. Posee un remate perfecto, le entra de lleno a la pelota, pero, por encima de todo, no la para, no demora nada, y eso sorprende a los arqueros. Pese a sus 36 años luce un estado de forma notable y merecería el premio de un llamado de Scaloni a la Selección Argentina, quizás para la Copa América del año próximo.
Cuando nada lo hacía presagiar, Boca alcanzó el empate mediante el bravo y fuerte lateral derecho peruano Luis Advíncula. Recibió el balón por su punta, se vino hacia el medio, todos los volantes cariocas miraron, miraron, lo siguieron mirando… y Advíncula se animó: zurdazo cruzado y rasante al segundo palo. Pecado doble de los defensas locales: 17 minutos antes Advíncula había hecho exactamente la misma jugada, calcada, y su tiro había dado en la parte exterior de la red. Fluminense se distrajo, no presionó y le empataron un partido que ganaba con autoridad. Pero, ya en tiempo extra, apareció John Kennedy, un garoto de 21 años, para darle la mayor conquista a Flu en sus 121 años de vida. Una combinación por aire entre Diego Barbosa y Keno, éste la bajó de cabeza para Kennedy y el 9, como venía a la carrera, la empalmó con el alma y fusiló a Chiquito Romero. Lo ejecutó. Gol extraordinario para cerrar la campaña cumbre de un club que fue pionero del exquisito futebol brasileiro. Nunca había podido levantar la Libertadores, lo hizo a lo grande.
Fernando Diniz, su entrenador, es al mismo tiempo -interinamente- técnico de la Selección Brasileña. Esto puede darle el cargo definitivo en la Verdeamarilla, pues hay serias dudas de Carlo Ancelotti llegue en junio a hacerse cargo de la Seleção. Diniz es el magnífico arquitecto de un conjunto armónico que desafía todas las teorías atléticas: está minado de veteranos: el arquero Fabio de 43 años, su caudillo y zaguero centro Felipe Melo de 40, los dos laterales, Samuel Xavier y Marcelo, de 33 y 35 respectivamente, Keno y Ganso de 34, el goleador Cano de casi 36, David Braz, volante de 36… Con ellos armó el mejor equipo de América.
Boca también contrató un ilustre de 36, Édinson Cavani, autor de 370 goles en Europa. Era la estrella boquense. “La verdad que para mí es el partido de mi vida, por todo lo que implica jugar este partido, por dónde lo vamos a jugar, por el momento de mi carrera también”, había dicho el día anterior. Sin embargo, su aporte fue casi nulo y muy criticado, en la final y en los juegos anteriores, dando razón a Marcelo Bielsa de no haberlo convocado a la Selección Uruguaya, por lo cual le cayeron duro al rosarino.
Wilmar Roldán es el mejor árbitro de Sudamérica, posiblemente del mundo. Sabe de reglamento y de sentido común. Esta vez no brilló. Fue demasiado indulgente con Boca, con sus reciedumbres (pudo o debió haber expulsado a Valentini por un cabezazo en la cara a Paulo Henrique Ganso). Dio cuatro minutos adicionales en el segundo suplementario… Pareció que le daba siempre una última bala a Boca. De característica meridianamente imparcial, se desdibujó en Maracaná.
Y ya que escribimos ese nombre, una objeción: sabiendo que entran 8 equipos brasileños en la competencia, la Conmebol designa nuevamente como sede única de la final a Río de Janeiro. Es altísimamente posible que un club brasileño alcance la instancia definitoria, con lo cual la neutralidad del cotejo desaparece. Fluminense juega de local allí en Maracaná. Pese a la multitud que llevó Boca, no deja de ser una ventaja para el dueño de casa.
La conquista de Flu redondea cinco títulos seguidos de clubes brasileños, contando dos de Flamengo y dos de Palmeiras, lo que ratifica su rotundo dominio en materia de clubes, basado, sobre todo, en la potencia de su fútbol, aunque también en una cuestión presupuestaria. Si contamos los últimos catorce torneos, los del país del Carnaval han ganado diez. Impresionante. Y si no hay algún cambio sustancial en el fútbol y en las economías de Sudamérica, seguirá así. Sólo Boca y River pueden darles batalla. El año próximo, según parece, el estadio de River sería designado para la definición, lo cual representaría un estímulo para los equipos argentinos.
El viejo aristócrata de Laranjeiras que atraía a sus encuentros a la alta sociedad de Río en los albores del fútbol se fue haciendo transversal y se metió en la piel del pueblo. Se hizo clásico del Fla. Le faltaba el título de grandeza definitivo, ahora lo tiene. ¡Parabens, Fluminense…!
(05/11/2023)