La caída del Muro de Berlín de hace 25 años cambió el mundo
Se edificó el 13 de agosto de 1961 y separó la zona berlinesa bajo control de la República Federal Alemana (Berlín Oeste) de la capital de la República Democrática Alemana (RDA).

Hoy Berlín vuelve a ser una ciudad dividida: 8.000 globos dibujarán una frontera luminosa a lo largo de 15 kilómetros, un trayecto que durante la Guerra Fría formó parte de una de las líneas divisorias más infranqueables del planeta.
Pero los que se echen a las calles no encontrarán el muro de 3,6 metros de alto que dividió Alemania —y, en cierta medida, el mundo— entre 1961 y 1989. Bajo el lema “valor para la libertad”, los ciudadanos celebrarán el 25 aniversario del día en que todo cambió. Desde entonces, cualquiera puede viajar de
Dresde a Hannover tranquilamente, sin ir a la cárcel o jugarse la vida, como ocurrió a cuatro centenares de personas que murieron tratando de abandonar la Alemania socialista.
“Es increíble. Nunca pensamos que podríamos estar aquí”, decía aquella noche imposible de olvidar un joven a unos reporteros de televisión en un video hoy disponible en YouTube. Frente a una Puerta de Brandeburgo a oscuras, los entrevistados aseguraban a quien quisiera escucharles que no tenían pensado quedarse en la parte occidental de la ciudad. Solo querían pasar al otro lado, ver cómo era y volver a casa. 24 horas más tarde y no muy lejos de ahí, Willy Brandt pronunciaría un discurso histórico. “Nada volverá a ser como fue. Siempre supe que la separación de hormigón, alambre de espino y franja de la muerte iba contra la corriente de la historia. Lo dije en verano, sin saber que iba a pasar tan pronto: Berlín vivirá y el Muro caerá”, bramó el antiguo canciller y alcalde de Berlín durante la construcción de la barrera de la vergüenza.
Ya antes de ese 9 de noviembre, algunos acontecimientos —como la elección en Polonia del primer gobierno no comunista en 40 años o la apertura de la frontera entre Hungría y Austria— habían mostrado la descomposición del bloque comunista. Pero las imágenes de unos ciudadanos pletóricos encaramados sobre la mole de cemento que había marcado sus vidas o de ossis (la palabra con la que los alemanes se refieren coloquialmente a los del Este) con lágrimas en la cara pisando por primera vez el otro lado de su ciudad se han convertido en un icono del siglo XX. “La caída del Muro tuvo una fuerza simbólica incomparable. De una tacada, se mostraba el desgobierno de la RDA (República Democrática Alemana), la resistencia de las tropas soviéticas a inmiscuirse en su teórica zona de influencia y el éxito del movimiento popular que reclamaba libertad”, explica el historiador Jürgen Kocka.
Muchos alemanes del Este saludaron en 1961 la construcción del muro como una oportunidad para estabilizar la RDA. Y, en cierto modo, tenían razón: sin él, el régimen socialista resistió tan solo unos meses. El éxito democristiano en las primeras elecciones libres, celebradas el 18 de marzo de 1990, allanó el camino a la integración de los cinco Estados del Este y Berlín oriental en la República Federal, que se produciría el 3 de octubre de ese mismo año.
Histórico. Alemanes cruzan el Muro, el 9 de noviembre de 1989.
Pasado el tiempo, parece que el fin del Muro, el desplome de la RDA y del bloque soviético y la reunificación de las dos Alemanias (más la República Federal Alemana) era una secuencia inevitable. Pero en 1989 nada estaba escrito. A un lado y otro de la frontera había mucha gente que no deseaba un solo país. Unos pensaban que el horror del nazismo invalidaba la existencia de una Alemania unida y fuerte, otros temían los costes de la reunificación y en el Este muchos preferían una RDA reformada que no fuera absorbida por Occidente.
Pero la reunificación finalmente salió adelante. Dos factores fueron decisivos: el reconocimiento por parte del gobierno de Helmut Kohl de la frontera con Polonia trazada tras la derrota del nazismo y el apoyo soviético a una Alemania unificada miembro de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). “El cambio salió bien, pero no hay que olvidar a los perdedores de la reunificación. Las generaciones que se quedaron sin trabajo y que tuvieron que reorientar su vida laboral con muchos esfuerzos”, dice el politólogo Gero Neugebauer.
Orgullo. La nueva Alemania se enorgullece de su pasado más reciente. Fuera de sus fronteras, este cuarto de siglo le ha servido para afianzar su poder en la Unión Europea. Los líderes del país insisten en que ha llegado el momento de asumir una mayor responsabilidad internacional. Un primer aviso fue la intervención en Kosovo aprobada en 1999 por el Gobierno de socialdemócratas y verdes que encabezó Gerhard Schröder, la primera tras la Segunda Guerra Mundial. Quince años más tarde, Berlín quiere ser parte activa en la resolución de conflictos como el de Ucrania o el del yihadismo en Siria e Irak.
“Alemania está en un dilema. Es indudable su mayor poder político y económico. Pero al mismo tiempo no quiere una posición de liderazgo en la UE. Rechaza mostrarse como líder por razones históricas, después de sus intentos de dominación militar en el siglo XX. Pero también por motivos económicos, porque entonces tendría que estar dispuesto a renunciar a parte de su riqueza para ayudar a los socios con más problemas”, resume Neugebauer.
Fragmentos del Muro fueron donados y subastados
Símbolo. Una chelista francesa ante dos trozos del Muro en Berlín, en el 20 aniversario de su caída.
El País
Alec Leamas, el espía que surgió del frío y personaje trágico de la famosa novela escrita por John Le Carré, se dejó inmolar en un tramo del famoso Muro de Berlín que había sido construido en la Bernauerstrasse. Cuando Karla, el eterno enemigo de George Smiley, desertó de su mundo de espías, eligió, según la descripción que ofrece el escritor en su novela La gente de Smiley, el paso fronterizo en el famoso puente Oberbaumbrücke para entregarse al genial jefe del Circus.
Eran otros tiempos y el Muro de Berlín era una perfecta fuente de inspiración para autores como Le Carré, un maestro del género del espionaje. Pero, a partir de la histórica noche del 9 de noviembre de 1989, el escritor británico se vio obligado a jubilar a Smiley, cuando el Muro se derrumbó a causa de dos palabras mágicas pronunciadas por Günter Schabowski, el entonces portavoz del Comité Central del partido comunista de la RDA (República Democrática Alemana), cuando respondió a la pregunta que le formuló Peter Brinckmann, un periodista alemán del Bild que estaba sentado en la primera fila en el centro internacional de prensa en Berlín Este: “Ab sofort” (¡De inmediato!).
Cuarto siglo después de la histórica noche que puso fin a la división de Alemania y que desencadenó la implosión de la Unión Soviética, los turistas que llegan a la gran ciudad para contemplar la odiosa barrera de acero y hormigón experimentan una sorpresa que les desconcierta y que les obliga a formular una pregunta: “¿Dónde está el Muro?”. Hasta la noche mágica del 9 de noviembre, la formidable fortificación de acero y hormigón rodeaba el sector occidental de Berlín a lo largo de 156 kilómetros, era el llamado muro de protección antifascista. Después de la unificación de las dos Alemanias, llegaron las grúas, los camiones y las excavadoras para derribar la barrera, más de 200.000 toneladas de hormigón y acero. La ignominia debía desaparecer.
Más de 40.000 bloques de 1,20 metros de ancho y 3,6 metros fueron triturados y convertidos en material para reparar la autopista que une a Berlín con el mar Báltico. Una parte del Muro fue subastado con éxito por Limex, una antigua firma de la RDA y un centenar de segmentos fue donado a museos e instituciones a lo largo y ancho del planeta, como el Museo Imperial de Guerra de Londres, la biblioteca de Ronald Reagan en California y en Newsmuseum de Washington.
Dos segmentos del Muro también adornan un baño para hombres en un casino de Las Vegas, un bloque original se puede contemplar en el Parque Europa de Madrid y cuando el papa Francisco o su antecesor Benedicto XVI pasean por los jardines del Vaticano, pueden contemplar un trozo de la famosa barrera que dividió Berlín y Europa, gracias a un regalo que recibió el Vaticano en 1994.
Los restos del Muro también hicieron rico a Volker Pawlowski, un empleado que trabajaba en una empresa de la construcción en Berlín, y que tuvo la genial idea de comprar 150 metros de Muro para convertirlos en trozos de diferentes tamaños que se siguen vendiendo como pan caliente en las tiendas de souvenir de la capital.
En este 25 aniversario de la caída del Muro no es raro encontrar turistas que visitan la Puerta de Brandeburgo, que preguntan con inquietud dónde pueden ver y tocar la famosa barrera. Una respuesta obligada es la famosa East Side Gallery, ubicada en la Mühlenstrasse, el tramo más largo de Muro (1,3 kilómetros) que logró sobrevivir a los apasionantes días que siguieron a la noche del 9 de noviembre, convertido ahora en la galería de arte al aire libre más grande del mundo.
Consta de 103 murales pintados por artistas de todo el mundo que quisieron rendir un homenaje a la libertad y documentar la euforia y esperanza por un mundo mejor que se produjeron con el fin de la Guerra Fría. El único tramo de Muro que existe en el centro histórico de Berlín está pegado a la sede del actual Ministerio de Finanzas (Niederkirchnerstrasse) e, ironía de la historia, está ahora protegido por las leyes y la Policía que vigila la zona para impedir que un turista armado de un pico intente llevarse un recuerdo inmortal.