Lo diverso y no lo homogéneo es la base de la identidad boliviana
Los bolivianos renuncian al afán homogeneizador usualmente asociado a la idea de nación, y asumen de manera explícita la igualdad en términos simbólicos entre los grupos que conforman la nación diversa.
Gracias al gran volumen de investigación que las ciencias sociales le dedicaron al tema de las identidades, sabemos que éstas son construcciones sociales complejas y producto del contexto social y político. La perspectiva constructivista de las identidades es casi consensual, y ha reemplazado a las aproximaciones de corte primordialista o esencialista, las que afirmaban que la identidad es un rasgo ligado a la esencia de las personas y con características permanentes en el tiempo.
Lo que sigue es una síntesis de la investigación “La unión es la fuerza. Desovillando la identidad nacional en el marco del Estado Plurinacional” de Daniel Moreno, Gonzalo Vargas V. y Daniela Osorio, en el marco de la convocatoria “La nación boliviana en tiempos del Estado Plurinacional” del Programa de Investigación Estratégica en Bolivia (PIEB).
La perspectiva constructivista de las identidades tiene implicaciones relevantes. Una de ellas es que tanto la definición de categorías identitarias como lo que cada una de éstas significa no es inmutable, sino que es un producto históricamente determinado en el que las dinámicas sociopolíticas tienen una importancia central. Categorías como “quechua”, “indígena” o “mestizo” no tienen la misma relevancia ni significan lo mismo en uno y otro país (y muchas veces entre distintas regiones de un mismo país), ni significan lo mismo en distintos momentos.
Estas categorías también definen a los “grupos” con los cuales las personas pueden identificarse a nivel individual. Las identidades colectivas únicamente tienen sentido cuando un conjunto de individuos se siente parte de estas categorías, lo cual depende en parte de compartir ciertos rasgos, como el idioma, el origen, la cultura o el proyecto de vida asociado a esa colectividad. A su vez, esta pertenencia identitaria se convierte en un rasgo constitutivo de la identidad individual de las personas que la asumen.
Las identidades tienen también una dimensión política inobjetable. Por un lado, el Estado tiene un lugar fundamental a la hora de definir las categorías de las identidades relevantes. Los organismos técnicos del Estado definen las categorías de identidad, para las cuales se genera información, particularmente a través de los censos de población y de otros mecanismos de generación de información oficial; pero, además, es desde el Estado que se definen políticas públicas que toman en cuenta a algunas de estas categorías y a los grupos asociados a ellas.
En segundo lugar, las opciones de categorías de identidad disponibles para las personas son varias y la activación de una de ellas depende del contexto particular que viva cada quien. Una persona tiene a su disposición un conjunto de identidades, y escoge una o un grupo de ellas de acuerdo a su experiencia personal, sus valores, y su interacción con el medio. Por ejemplo, una persona podría identificarse como “quechua”, “indígena” o “mestizo” (además, por supuesto, de un conjunto de otras categorías identitarias potencialmente relevantes como “boliviano”, “mujer” o “beniano”), lo que la lleva a “elegir” una o varias es la circunstancia particular de su vida, la relación social en la que se encuentre en ese momento. Éste es el carácter relacional de las identidades.
En tercer lugar, y en relación directa a lo anterior, está la posibilidad de que las identidades “cambien” a través del tiempo. Una persona que bajo un contexto histórico específico podría identificarse como parte de un “grupo”, podría identificarse como parte de uno distinto en otro momento. De hecho, existe evidencia que dan cuenta de que las identidades cambian más rápido de lo que podría pensarse, y que éste es un fenómeno presente en Bolivia en los últimos años. Esto nos muestra que la identificación con un grupo en particular tiene un carácter estratégico en relación directa con el contexto sociopolítico en una sociedad.
También es importante considerar que las identidades no son absolutas, sino graduales, y que antes de “ser” parte de un grupo determinado, una persona está más o menos cerca del tipo ideal que representa el conjunto de características asociadas a ese grupo, y esta posición varía en el tiempo, tanto en relación a la persona misma como a la definición de los contenidos socialmente aceptados de esa categoría identitaria. A esto podemos llamarle el carácter “gradual” de las identidades.
¿Cuáles son las identidades más importantes en la Bolivia del Estado Plurinacional? Existen dos tipos de identidades colectivas relevantes para el país hoy: las indígenas y las regionales. El Estado Plurinacional boliviano se funda en la intersección de lo regional y lo indígena como base para el reconocimiento de derechos, autonomías y autogestión a colectividades particulares.
Las identidades indígenas están reconocidas y promovidas desde la Constitución en tanto Naciones y Pueblos Indígenas Originario Campesinos, por lo que tienen una importancia central en la organización política del país. Los pueblos indígenas pueden demandar del Estado el reconocimiento de su autogobierno en un marco de autonomía que tiene como sustento territorial a las Tierras Comunitarias de Origen, los municipios o los distritos indígenas. Además de esto, los pueblos originarios gozan de un conjunto de derechos específicos relacionados con su particularidad identitaria: desde acceso a territorio y recursos específicos hasta el reconocimiento formal de su identidad particular y de formas de administración de justicia propias.
Pese a esta importancia, los criterios metodológicos empleados por el Estado boliviano para identificar a la población indígena son poco claros y variables en el tiempo. La diferencia en el resultado de los últimos censos tiene que ver con la aplicación de preguntas distintas, basadas en criterios metodológicos también dispares. Existe una disputa por la definición de lo que es indígena en Bolivia y, por consiguiente, de la definición de la población que accederá al conjunto de derechos y beneficios reconocidos constitucionalmente para estas colectividades. Puede decirse, de manera casi paradójica, que los pueblos indígenas y originarios de Bolivia se están construyendo en la actualidad en un proceso en el que se combinan pugnas entre distintos grupos e insumos técnicos confusos generados desde el Estado.
En el caso de las identidades regionales, la Constitución aprobada en 2009 no hace un reconocimiento directo de ellas. Sin embargo, los espacios de autonomía que se dan a los departamentos, municipios y regiones subdepartamentales dan la posibilidad de pensar en un marco jurídico e institucional favorable para que las mismas gocen de cierto espacio para el autogobierno y la autonomía. Y estos niveles de autonomía han sido logrados por una fuerte demanda mediante movilizaciones centradas discursivamente en las identidades particulares de las regiones. Las identidades regionales se construyen en Bolivia en un escenario institucional distinto del de las identidades indígenas, pero no por eso son asumidas por los ciudadanos como menos relevantes para su autodefinición.
Además de las identidades particulares indígenas y regionales, es evidente que existe una identidad nacional mayor que es compartida de manera casi consensual por la gran mayoría de los bolivianos. Los datos analizados en la investigación, tanto a nivel cuantitativo como a nivel cualitativo, muestran que la nación boliviana es sentida como una realidad por los propios bolivianos, independientemente de su pertenencia a alguna de las naciones particulares que la componen.
Y uno de los elementos que los bolivianos reconocen más fuerte y consistentemente como fundacionales de la identidad nacional boliviana es la diversidad. Esa negación explícita de la homogeneidad es uno de los elementos cohesionadores más importantes de la nación boliviana contemporánea. En un país de escasos éxitos internacionales a nivel deportivo, artístico, diplomático o incluso bélico, este reconocimiento es absolutamente fundamental.
La identidad nacional boliviana en tiempos del Estado Plurinacional está hecha de las partes individuales que la componen, pero que producen algo que es más que la suma de las partes. Los bolivianos renuncian al afán homogeneizador usualmente asociado a la idea de nación, y asumen de manera explícita la igualdad en términos simbólicos entre los grupos que conforman la nación diversa. Si bien el reconocimiento de la diversidad no es nuevo en el país, sí lo es la valoración de la horizontalidad entre las colectividades, que es una de las transformaciones más importantes que pueden asociarse al Estado Plurinacional.
En suma, la construcción de las identidades es un proceso dinámico en el que intervienen factores políticos, socioeconómicos y étnico culturales. En el caso de la identidad nacional boliviana en el marco del Estado Plurinacional, ésta se construye como una unidad clara, discernible, y que está formada por los elementos particulares de la diversidad que definen a la sociedad boliviana. Estos elementos son fundamentalmente las identidades indígenas y las regionales, y en su combinación se hacen visibles las relaciones de poder y las condiciones históricas en las que se encuentran.
Lo mestizo, modo de blanquearse o indianizarse
Los censos nacionales reactivan de manera periódica uno de los temas centrales en el debate sobre identidades étnicas: el de la categoría “mestizo”. La inclusión o no de este concepto como parte de los instrumentos de generación de información oficial es un elemento nodal en el debate, el cual ha sido simplificado y reducido al “conteo” como forma de crear mayorías simbólicas.
Para unos, la exclusión de la categoría “mestizo” de los instrumentos de información oficiales se hace problemática si es que, como afirman, sus implicaciones conducen a un escenario de inclusión e integración social. Para otros, los detractores de lo mestizo, esta categoría fue creada para “blanquear”. Lo mestizo tendría en sus orígenes un elemento discriminador y antiindígena. Si además se considera que las razas humanas han sido descartadas por la ciencia, y que todos compartimos los mismos ancestros, la idea de “mezcla” para distinguir a lo “puro” se haría innecesaria.
La gran mayoría de la población se identifica como “mestiza”. Los resultados de los censos parecerían entrar en contradicción con estas fuentes de información, aunque lo que sucede, en realidad, es que mientras “mestizo”, “blanco” o “indígena” son categorías principalmente raciales, “quechua” o “guaraní” son categorías más bien culturales. Las primeras definen la autopercepción de las personas en términos de origen étnicos y se reflejan en rasgos fenotípicos; las segundas lo hacen en tanto identificación cultural. Así, es perfectamente posible identificarse como “mestizo” y “guaraní” al mismo tiempo, así como es posible sentirse “afroboliviano” y “aymara” o incluso “quechua” y “blanco”, como muchos bolivianos.
La idea del mestizo ha sido un elemento central del proyecto de sociedad boliviano durante el último siglo. Lo mestizo es un elemento constitutivo, aunque no excluyente, de la nación boliviana y como tal persiste aún en los tiempos del Estado Plurinacional. Muchos bolivianos se sienten mestizos sin que eso lo conflictúe con sus otras identidades particulares, sea indígenas o regionales. Y para muchos otros, sentirse mestizo es una forma de acercarse al otro, no sólo de “blanquearse”, sino también de “indianizarse”. Las posiciones irreconciliables parecen existir más en las trincheras de los intelectuales y los políticos bolivianos, y no tanto en la forma en la que los ciudadanos entienden sus propias identidades.