Elizardo y Avelino salieron del anonimato (1)
Notas escritas en 1981, en vísperas de las Bodas de Oro de la fundación de la Escuela-Ayllu de Warisata, publicadas originalmente en México, fueron actualizadas para la presente entrega. El texto mantiene su vigencia, señala el autor, porque no se termina de conocer y valorar en su justa dimensión “la más importante creación pedagógica boliviana”. Primera parte.
En los últimos años, Warisata ha comenzado a ser rescatada del olvido, se la estudia mucho más que antes y con mayor entusiasmo y rigor; muchas de sus proyecciones han sido declaradas vigentes por educadores y por las propias autoridades de educación. Los fundadores de Warisata, Elizardo Pérez y Avelino Siñani, han comenzado a obtener merecida reparación, son menos desconocidos que hace tres decenios. Incluso la nueva ley educativa (Nº 070 del 20 de diciembre de 2010) ha consagrado sus nombres.
Para situarnos en el tiempo de Warisata hay que tener presente a la Bolivia de la primera mitad del siglo XX, diferente a la de hoy por muchos conceptos, pero esencialmente la misma en lo tocante a su composición étnica. Por diversas causas de orden histórico Bolivia es, seguramente, uno de los países latinoamericanos con mayor componente aborigen en su población. Y así empezamos a reconocernos a nosotros mismos. A estas alturas ya no resulta una aberración, como lo era antes para las cúpulas intelectuales, afirmar que somos un país “multinacional”. La Constitución Política del Estado vigente desde 2009 ha consagrado el concepto de Estado Plurinacional. Pueblos prehispánicos como quechuas y aymaras, además de otros grupos étnicos menores, conforman la mayoría poblacional. No solo que son evidencias perfectamente discernibles en la compleja realidad boliviana, sino que adquieren cada vez más tal relevancia, que superan en mucho el simple atractivo folklórico para turistas ávidos de impresiones bucólicas.
La creación de la República en 1825, únicamente significó la organización estatal de los criollo-mestizos, una ínfima minoría conformada por la clase dominante. De ello resultaba —hablando en términos de simplificación— una doble opresión para las masas nativas: la que podríamos llamar etno-cultural o nacional y la que estaba determinada por las relaciones de producción.
Aymaras, quechuas, ava-guaraníes y otros formaban el grueso de los trabajadores explotados (llámense mitayos, pongos, colonos, proletarios, campesinos pobres, pobladores urbanos marginales). Y en el otro polo, los “blanco-mestizos” o “blancoides” nutrían en lo fundamental el estamento explotador (encomenderos, latifundistas, grandes empresarios capitalistas). Y si bien hay que admitir que se opera un lento proceso de “integración nacional” en torno a la formación del mercado interno y la permanente mestización, la cuestión no está aún resuelta ni mucho menos.
Los cambios estructurales introducidos por la Revolución de 1952 significaron transformaciones importantes, pero tampoco solucionaron ni eliminaron el problema. Por el contrario, abrieron la posibilidad de que, en perspectiva, se revele con tonos nuevos. Basta comprobar que desde el surgimiento de un movimiento campesino liberado de la tutela estatal (1978-1980), se reivindican símbolos como el nombre de Túpac Katari y la wiphala y se perfila el reconocimiento de una identidad nacional propia, aymara y quechua o aymaro-quechua.
Asimismo, la impactante marcha por la “dignidad y el territorio” protagonizada por las etnias nor-orientales en agosto-septiembre de 1990 evidenció que el fenómeno no es exclusivamente andino.
Por último, las rebeliones producidas en el altiplano en abril y septiembre de 2000 instalaron la cuestión étnica en la agenda de asuntos urgentes del país. De aquí en más, la cuestión ya no pudo ser ignorada ni menos soslayada.
En este proceso de afirmación de las nacionalidades, el rescate de los hitos históricos sobresalientes, la recuperación de la memoria histórica, generalmente ignorada o deliberadamente sepultada por la “historia oficial” resulta una tarea de primer orden. Y uno de esos hitos, ni duda cabe, es Warisata. En ese sentido, el libro La escuela Ayllu de Elizardo Pérez es a Warisata, lo que Zárate, el temible Willca de Ramiro Condarco es a la gran rebelión aymara de fines de siglo XIX.
INDIOS. ¿Escuela “para” indios o escuela “de” indios? En las aproximaciones del lago Titicaca, en pleno corazón del altiplano boliviano, a cien kilómetros de la ciudad de La Paz, con el majestuoso nevado Illampu a sus espaldas y por encima de los cuatro mil metros sobre el nivel del mar, se halla Warisata, el lugar en que Elizardo Pérez y Avelino Siñani iniciaron en 1931 su mayor obra educacional.
La elección del sitio no es de ningún modo casual. Pérez pretendía —y en cierto modo lo consiguió— revolucionar la escuela boliviana, erigiendo un centro educativo sobre un terreno estrictamente indígena. Hasta antes de él los escasos ensayos de “educación indigenal” a cargo del Estado eran experimentos exógenos, completamente extraños al medio indígena. O cuando más, se arrancaba a pequeños grupos de jóvenes aymaras o quechuas para llevarlos a la ciudad e intentar instruirlos en escuelas “para” indios. Los resultados no podían ser sino francamente nulos.
Elizardo Pérez fue designado director de una de tales escuelas, ubicada en el barrio capitalino de Miraflores, cargo al que renunció a las dos semanas. Luego, consiguió la benévola tolerancia del Ministerio de Educación para formar una escuela de otro tipo: una escuela “de” indios.
En su dilatada labor de educador y en función de “inspector escolar”, varios años antes, se había topado en Warisata con un maestro aymara, Avelino Siñani, quien con su propio saber y entender, y sin contar con ningún respaldo oficial, realizaba una pionera labor educativa entre los niños de la región. Elizardo Pérez reconoce en Avelino Siñani al verdadero inspirador de Warisata, amén de describirlo con los matices del apóstol y las cualidades del amauta andino.
Bajo la premisa de utilizar en su empeño la fuerza espiritual y organizativa del ayllu, o sea la colectividad social superviviente de la comunidad primitiva, Pérez creyó encontrarse en el lugar ideal. Sin embargo, a los pocos días comprueba que en realidad en Warisata los ayllus se hallan en franco proceso de disgregación, socavados por el gamonalismo terrateniente que en la cercana capital de Achacachi tenía su centro de irradiación. Tanto mejor, se dijo, “ningún lugar (es) más apropiado para conocer al indio y pulsar su grado de vitalidad”. (Warisata, la Escuela-Ayllu. La Paz 1962. Pág. 464)
Elizardo Pérez estaba firmemente convencido de la capacidad transformadora de la escuela. A su manera se adelantó a lo que hoy se llama “pedagogía de la liberación”.
No obstante, por las limitaciones de su tiempo, de su formación intelectual y de su propio origen de clase, no logra resolver puntualmente la paradoja en la que está sumergido. La creación de su escuela la realiza arrebatando tierras a los latifundistas de Achacachi “al margen de la legalidad”, como él mismo lo declara. Rápidamente se atrae a la ultramontana oposición de los hacendados que lo acusan de soliviantador comunista, usurpador, etcétera, y poco menos que declaran a Warisata como el “soviet” del altiplano. Al poco tiempo es acusado por más de 30 encausamientos judiciales y se ve obligado a vivir a salto de mata, protegido por los indios. A pesar de ello, todavía en 1941, afirmaba que “en Bolivia no hay problemas de tierra, sino de falta de población”. (Warisata… 462)
Elizardo Pérez no es de ninguna manera partidario del feudalismo ni menos de la odiosa servidumbre del pongueaje, al que condena al anatema. Pero tampoco acierta en señalar los caminos para su abolición, confía ese papel solamente a la escuela.
Cuando defiende tenazmente su experiencia, cultivada y extendida contra viento y marea a lo largo de una década, por lo general solo encuentra estupidez, pedantería, ignorancia, incomprensión o mala fe en sus opositores. No atina a comprender a cabalidad —por lo menos en la primera época— que aquellos “detractores” que interfieren su labor y terminan por truncarla utilizando los mecanismos del poder, eran la expresión de un régimen social que no tenía por qué entregar a los oprimidos instrumentos que ayuden a su liberación.
Sólo 20 años más tarde, cuando relata en tono conmovido las peripecias de Warisata y con el proceso de 1952 de por medio, Elizardo Pérez se aproxima a entrever las causas de su derrota. Al comentar la no aplicación de ciertos decretos de Daniel Sánchez Bustamante, relativos a la formación de escuelas rurales, sostiene que: “hay que suponer que razones de clase lo impidieron”… “pues con la conciencia tan clara de sus intereses, la feudal burguesía no podía ver sino con temor que se dieran pasos reales a favor del indio”… “el decreto de 1919 (de Sánchez Bustamante) significa un peligro, aunque remoto, para el indefinido predominio de sus privilegios, entonces el aparato gobernante se daba modos para anularlo y dejarlo sin efecto”.
Acota asimismo que durante toda su experiencia en Warisata, se enfrentó “a las fuerzas desplegadas del gamonalismo y la reacción”. (Warisata… 79)
Elizardo Pérez estaba al tanto de los avances de la Revolución Mexicana en el plano educativo. En el primer capítulo de su libro, se encarga de señalar las similitudes entre Bolivia y México en el proceso de surgimiento de las escuelas rurales. Como en muchas partes de América Latina, también en Bolivia se tenía una visión esperanzada sobre la revolución democrática en México.
Pérez con singular convicción sostiene: “En el gran país azteca fueron las masas indígenas las que constituyeron el nervio de la Revolución con los postulados libertarios de ‘dotación y restitución de tierras’, bandera con la cual se dio fin al régimen feudal. Fue al amparo del nuevo orden político y social que México inició su política indigenista, proponiéndose elevar las condiciones de vida del indio por medio de la reforma agraria en lo económico y de la escuela en lo social”. (Warisata… 468 y 645)
Y acá justamente está el quid de la cuestión. En los años 30 del siglo XX no había en Bolivia nada parecido a una reforma agraria ni una gran insurgencia campesina, ni menos un “nuevo orden político y social”. Faltaban aún dos décadas para el estallido de la Revolución de 1952. El deslumbrante experimento de Warisata se estrellaba contra un muro infranqueable. Estaba irremediablemente condenado a fracasar.
EMANCIPACIÓN. Pedagogía es creación. Pero, si bien Warisata históricamente no tenía viabilidad, eso no disminuye en nada su carácter de gesta emancipatoria ni desmerece sus fundamentales logros pedagógicos. Rescatar el aporte de Warisata a la cultura de nuestros pueblos es una tarea apenas comenzada. Uno no puede menos que sorprenderse cuánto se la ignoraba y subestimaba hasta no hace mucho.
Elizardo Pérez era un maestro normalista graduado en Sucre entre las primeras promociones de la Misión Belga presidida por Georges Rouma, llegada a Bolivia a comienzos del siglo XX. No se crea, sin embargo, que en Warisata fueron aplicados los lineamientos pedagógicos allí asimilados. Pérez lo dice sin ambages y sin arrepentimientos: “Confieso que fui un mal estudiante en la Escuela Normal” … “al verme abocado frente al problema inédito de tomar al indio en su identidad histórica y en su medio social, hice votos ante mi conciencia y ante mi patria de olvidarme de toda jerigonza pedagogista y hacer una pedagogía nacional”. (Warisata… 468)
Tampoco se ahorra calificativos para designar las concepciones oficiales: pedagogismo retoricista, simulador, fraudulento, verbalista, etcétera. Y sentenciaba: “La verdadera pedagogía no consiste en repetir simiescamente a Decroby o a la Montessori, la verdadera pedagogía consiste en crear”. (Warisata… 468)
Y lo dicho no era una especulación. Era resultado de la fecunda práctica de Warisata. Cuando en plena labor la Dirección de Educación Indigenal lo emplaza a presentar planes y programas, Elizardo Pérez responde: “¿Planes de qué?… Estábamos creando una vida nueva y planes para la acción futura, podríamos ofrecerlos solamente después de los ensayos y las experiencias”. (Warisata… 64)
Warisata es, por tanto, en lo fundamental un hecho pedagógico auténticamente creativo. (1) Continuará.
Fotografías extractadas del libro: Gesta y Fotografía. Historia de Warisata en imágenes, de Carlos Salazar Mostajo. Lazarsa, 2005.