Alternabilidad y democracias en Bolivia
Cabe preguntarse si la alternancia verdaderamente democrática no pasa porque la mayoría sea ahora realmente protagonista, luego de siglos de abandono y opresión; si no es una verdadera alternancia democrática que la mayoría hoy decida los destinos del país.
Bolivia vive un proceso de transformación revolucionaria, a casi 200 años de haber logrado su constitución como república. El fundamento constitucional repetido a lo largo de la historia republicana es la división de poderes y de las formas democráticas liberales de tomar decisiones. Sin embargo, a pesar del fundamento y horizonte político republicano, nuestra historia se ha movido más a través de golpes de Estado, autoritarismo y, en definitiva, exclusión de la mayoría indígena originaria campesina del país. Así, Bolivia nació con el reconocimiento de apenas el 3% de personas que podían reclamar y ejercer su ciudadanía, situación que duró hasta 1952, en el que formalmente se decretó el Voto Universal, que dio lugar a que todos pudieran votar, con el único requisito de estar inscrito en el padrón electoral.
Pero en esencia la condición política de la mayoría no cambió, pues el poder político (y sus decisiones) fue ocupado por los mismos de siempre, los hijos del poder oligárquico del país, incluso en la representación local, donde los patrones se turnaban por generaciones; eran castas en el poder las que generaron el país profundamente racista y excluyente que hoy todavía tenemos.
Esta fue la primera forma de alternancia y su pleno cumplimiento por la casta dominante y que pasaba por patrones candidatos que accedían al poder público como una manera de preservar los intereses de todos, pero principalmente los suyos, en el tiempo en que les tocaba estar en la gestión (La candidatura de Rojas, de Armando Chirveches, esa novela sobre la política a principios del siglo XX expresa muy bien lo que referimos).
No cambió mucho la situación con las reformas del 52 y el Voto Universal, aunque amplió la posibilidad democrática de decidir; sin embargo, quienes realmente podían ser elegidos eran los “políticos de profesión”, que tenían un partido como propietarios, recursos o estudios para dedicar su tiempo a “hacer política”. Aun así, los sectores dominantes, al no ser suficiente garantía para proteger sus intereses el hecho de hacer política en democracia, apelaron permanentemente al golpe de Estado. En demasiadas ocasiones fueron los militares quienes dieron continuidad al modelo y los intereses dominantes. Entonces fue el tiempo de la alternabilidad de los militares en el poder.
Los pequeños partidos de izquierda y los indianistas (quienes empezaron a visibilizarse desde los 70) tuvieron éxitos testimoniales en las elecciones, para finalmente encontrarse en el gobierno con la UDP (Unidad Democrática y Popular), que siendo bloqueada no acudió a otro recurso de gestión de la crisis que repetir las políticas de mercado, lo que significó su derrumbe, abriendo las posibilidades a los sucesivos gobiernos neoliberales, que a lo largo de casi 20 años se rotaron en el poder con el mismo planteamiento y bajo distintos maquillajes políticos.
A esta altura de la historia, cabe preguntarse: ¿dónde quedó el fundamento democrático de la alternancia en el poder? Sepultado en unos casos bajo las botas militares, que hacían fila para esperar su turno a través del siguiente golpe; o bien en las arcas de los dueños de los partidos, que en pasanaku se turnaron para administrar el poder y retribuirse mutuamente con los beneficios del mismo.
Esta forma política de vivir la alternancia democrática no es una experiencia solo boliviana, aunque es en nuestra historia cuando se presenta de manera dramática, por el grado de exclusión social. Nos referimos a las democracias liberales, en las que, producto de la necesidad del sistema de generar garantías de estabilidad a los intereses del capital y el mercado, la mentada alternancia es una versión exótica y mejorada del pasanaku político. En las potencias del primer mundo capitalista, normalmente son dos partidos los que se turnan en el poder.
Así, en Estados Unidos están los demócratas y los republicanos, aunque en el sistema electoral participan cerca de 50 partidos desconocidos y sin ninguna posibilidad de lograr una representación de acuerdo con las reglas del sistema. En Europa, los socialdemócratas y los liberales o demócrata cristianos marcan la hegemonía electoral del sistema y los outsiders (que están al margen) ocasionales le dan una nueva legitimidad al sistema para su propia renovación en los mismos términos. Esta condición parece empezar a cambiar con representaciones políticas como los Verdes en Alemania, y ahora con Syriza en Grecia y Podemos en España, que son producto del descontento y de la movilización social contra una manera de hacer política y de administrar la economía de todos.
En definitiva, ese debate principista que se quiere plantear de la alternabilidad como fundamento de la democracia liberal es falso, pues si doctrinalmente así se fue afirmando, la realidad en Bolivia y en el mundo nos muestra que la alternancia funciona según los intereses que existen en las clases dominantes en el poder, que incluso más allá de la propia democracia optaron demasiadas veces por el autoritarismo militar para preservar sus intereses. En ese sentido, podríamos interpretar la alternancia como el pasanaku de sectores dominantes para tomar parte de lo que ellos asumen como botín del poder, y privilegiar a su sector en las políticas de Estado por aplicar. Esta opinión no pretende invalidar la democracia, que ha sido parte de una construcción universal; pero sí insistir en su sentido fundante, que es mejorar la vida de la ciudadanía y su convivencia.
En Bolivia, para analizar la repostulación del presidente Evo Morales, debemos partir de la afirmación de que en 2005, con la primera elección con amplia mayoría, no estaba ocurriendo tan solo un cambio de gobierno en el marco de la democracia liberal, sino el inicio de una nueva condición histórica para reconstruir el país; en definitiva, una revolución democrática intercultural que empezaba con una elección liberal.
Han pasado casi diez años y la mayoría de la ciudadanía respalda con su voto militante la gestión del presidente Morales durante ya tres elecciones, y plantea su repostulación a través de las organizaciones sociales; porque más allá del liderazgo, esta es una revolución de la representación y la inclusión mayoritaria en marcha, que deberá ratificarse en el apoyo de la mayoría, una vez más, con el voto que el pueblo soberano deberá emitir luego de que la Asamblea Plurinacional apruebe el referendo para el correspondiente cambio constitucional. Cabe pues preguntarse, con la historia mundial y del país, si la alternancia verdaderamente democrática no pasa porque la mayoría sea ahora realmente protagonista, luego de siglos de abandono y opresión; si no es una verdadera alternancia democrática que la mayoría hoy decida los destinos del país, y si no es un grito de resentimiento el que la minoría política pida la alternabilidad, cuando no ha existido en el país antes, ni siquiera al interior de sus propios partidos, ni en el mundo; es como si quisieran pensar que esa palabra mágicamente les permitirá volver al pasado que añoran, cuando ellos dirigían el país y lo hipotecaron a nombre de todos. Esperemos escuchar una vez más la voz del soberano, que con su voto decidirá lo que sigue en nuestra historia.