El mal momento de los exportadores
De enero a julio de 2015, las exportaciones de productos no tradicionales se redujeron en 418 millones de dólares, lo que significa 27% menos que el valor exportado en igual periodo de 2014. Tal disminución refleja la pérdida de competitividad de las exportaciones bolivianas.
Los exportadores prevén un 2016 difícil para los agronegocios. Así lo han hecho saber representantes cruceños de este sector, agobiados por las cotizaciones a la baja de los precios internacionales de soya, maíz, trigo, azúcar, entre otros, así como por el contrabando de alimentos desde los países vecinos. Una situación adversa que alcanza a la quinua y otros productos de la agricultura tradicional, cuya producción depende del mercado internacional.
Así y todo, los problemas de los agroexportadores cruceños parecen menores en comparación con los que afligen a los exportadores manufactureros, especialmente del occidente boliviano. Según el testimonio de empresarios de este sector, Bolivia se ha convertido en el país más caro para exportar debido al tipo de cambio y por el costo creciente de la mano de obra. A ello se suma la falta de mercados, las demoras en la devolución de Cedeim y CRA (Certificados de Reintegro Arancelario), que ocasionan iliquidez en las empresas, y otros muchos obstáculos en los trámites de exportación.
En diez años el costo laboral se ha triplicado. Los altos costos laborales tienen que ver con el constante incremento del salario mínimo nacional y los haberes básicos, además de la imposición del doble aguinaldo —que desafía toda racionalidad económica— y amén de otros beneficios laborales. El problema reside en que tales incrementos no son resultado ni tienen como contrapartida un aumento correlativo de la productividad laboral; esto es, sacrifican la salud financiera de las empresas.
Según los datos de la encuesta de salarios del INE, el salario medio nominal de la economía nacional ha crecido en 64%; sin embargo, en los sectores manufactureros y exportadores, los incrementos han sido incluso superiores al promedio general. Cuando se toma en cuenta el bono de antigüedad, los aportes a cargo del empleador, el doble aguinaldo y las previsiones por indemnización por tiempo de trabajo, se tiene que el aumento salarial acumulado en la esfera de las empresas formales alcanza el 300%. La consecuencia de ello es una situación insostenible en el contexto actual de estancamiento de la economía mundial y cuando los precios y la demanda se desploman. Así pues, los exportadores sufren por doble partida: caen sus ventas, y deben afrontar costos mayores para mantener su planilla de trabajadores.
El tipo de cambio golpea a la exportación. De enero a julio de 2015, las exportaciones de productos no tradicionales se redujeron en 418 millones de dólares, lo que significa 27% menos que el valor exportado en igual periodo de 2014. Tal disminución refleja la pérdida de competitividad de las exportaciones bolivianas frente a las exportaciones de otros países que llegan a los mercados internacionales con precios menores y favorecidos por la depreciación de sus monedas con respecto al dólar.
Contrastando con la situación que prevalece en el entorno regional, Bolivia mantiene un tipo de cambio fijo desde 2011, lo cual determina que la competitividad cambiaria de nuestra economía sea cada vez más adversa. De hecho, mientras otros países devalúan sus monedas, en Bolivia la apreciación real del boliviano llega a más de 30%, con lo cual se abre una brecha de 28% en contra de la economía boliviana. Quienes más resienten los efectos negativos son los exportadores (grandes, medianos y pequeños), que ven cómo sus productos de venta en los mercados externos se encarecen, al propio tiempo que sus costos en bolivianos suben.
Se entiende así la abrupta caída de las exportaciones nacionales, tanto en valor como en volumen. El impacto entre enero y julio de este año se ha sentido en todos los rubros: la soya perdió 36% en valor exportado; los productos de la industria alimenticia, 33%; quinua y derivados, 40%; cuero, 23%; café, 61%, textiles, 31%. Impactos considerables para un periodo corto de tiempo, y que se vienen prologando en estos últimos meses.
La pérdida de mercados externos. El comportamiento de las exportaciones de productos manufacturados en los mercados externos, entre enero y julio de 2015, revela un considerable retroceso respecto de un año atrás. De acuerdo con los datos del INE, las exportaciones a Colombia cayeron de 263,6 millones a tan solo 82,8 millones de dólares (68,6% menos); las exportaciones a Venezuela bajaron de 236 millones a 120,7 millones de dólares (48,9% menos); las exportaciones a Estados Unidos de 618,5 millones a 446 millones de dólares (27,9% menos).
En volúmenes exportados de manufacturas, las pérdidas más grandes se han registrado en el mercado de Venezuela, con una caída de 97,3% de enero a julio de 2015 respecto de igual periodo de 2014. Otras caídas significativas en los mercados vecinos son las siguientes: Colombia (79%), Ecuador (42,6%), Perú (24,2%), Paraguay (21,5%).
Ya nadie discute que el intento de reemplazar el mercado estadounidense por el mercado venezolano ha sido una quimera. Venezuela, además de ser un mercado mucho más chico y con menor capacidad adquisitiva, aplica un sistema de pagos tremendamente engorroso y proclive a la corrupción, al punto que son muchas las empresas bolivianas que llevan años sin poder cobrar. Según datos no oficiales del Viceministerio de Exportaciones, el monto pendiente de pago de órdenes ya despachadas en textiles asciende a casi 12 millones de dólares, en tanto que el monto de órdenes fabricadas pero no despachadas bordea los 10 millones de dólares.
Indiferencia gubernamental. Llama la atención la pasividad e indiferencia de las autoridades ante el cuadro de penurias que sufren los exportadores. En el balance de estos años, queda la impresión de que ha habido demasiado discurso político y promesas de industrializar el país pero, en la práctica, poco o nada se ha hecho para fomentar y sostener el crecimiento del sector exportador manufacturero, que en realidad es lo único que tenemos como industria real, concreta e incipiente.
Quizá en el Gobierno no se comprende que si no se hace algo y pronto para aliviar la crítica situación del sector exportador, la producción de manufacturas y bienes con valor agregado seguirá languideciendo hasta tal vez hacerse completamente irrelevante.
Lo que está en juego no es únicamente el futuro de un puñado de empresas, como alguien podría creer. Se trata, fundamentalmente, de la preservación de los puestos de trabajo que tanto ha costado crear alrededor de las exportaciones no tradicionales; un empleo mayormente formal, protegido por la ley y con los beneficios de la seguridad social. La estabilidad de este tipo de empleo está hoy mismo amenazada.