La lección aprendida en la ONU
La autora, que fue representante de Naciones Unidas en Bolivia, plantea retos dirigidos a la paz y el desarrollo.
A lo largo de 35 años de trabajo con Naciones Unidas, siendo mi último cargo el de directora regional del Fondo de Población de Naciones Unidas para Asia y el Pacífico, he dicho a menudo que, en esencia, el trabajo de la organización tiene que ver con el amor. La ONU fue fundada sobre las cenizas de dos guerras mundiales como encarnación de la ferviente esperanza de la humanidad de que nunca se repitieran estas tragedias. Con este fin, la Carta fundacional reafirma: “La fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones grandes y pequeñas”.
El amor que se necesita para convertir este ideal en práctica es un esfuerzo de reconocer a todos con el mismo derecho a una vida decente. Es una ardua labor de comprender al otro poniéndonos en su lugar, incluyendo a los que no conocemos, a los que no están de acuerdo con nosotros. Es un amor que a veces significa ceder cosas que valoramos mucho a un adversario, por muy doloroso que sea, porque la alternativa es la destrucción.
También es el amor como búsqueda de políticas públicas, instituciones y sociedades, incluso una comunidad internacional, “sin dejar a nadie atrás”, como exhorta la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible.
El amor así definido es una de las cosas más difíciles de practicar para nosotros, los humanos. Las circunstancias catastróficas del nacimiento de las Naciones Unidas nos lo demuestran. Y aunque, felizmente, hemos evitado otra guerra mundial desde entonces, seguimos siendo testigos de demasiados ejemplos del fracaso del amor: los conflictos violentos y despiadados en Siria, Myanmar, la República Centroafricana y otros; 65 millones de personas forzadas a huir de sus hogares por el conflicto y violaciones masivas de derechos humanos.
Más de 800 millones de personas viven con privaciones extremas alrededor del mundo mientras que según un estudio sobre la desigualdad de Oxfam, ocho hombres monopolizan la riqueza equivalente a la que posee la mitad más pobre de la humanidad; 830 mujeres mueren todos los días por causas relacionadas con el embarazo y el parto; la gran mayoría de estas muertes, prevenible. No hay pociones mágicas para que de repente la gente comience a trabajar unida en masa para cambiar el mundo para mejor.
Para Naciones Unidas, existe solo la acumulación de esfuerzos tenaces de fomentar, dialogar y persuadir, combinados con la colaboración técnica, financiera y política para apoyar las mejores decisiones y acciones posibles.
A veces las mejores decisiones posibles, si son producto de la conciliación de pensamientos e intereses divergentes, acaban siendo pactos frustrantemente imperfectos. Aun así, se lograron algunos avances impresionantes a pesar de lo deplorable que a veces parezca el estado del mundo.
Las muertes causadas por la guerra han visto una tendencia hacia la disminución después de las dos guerras mundiales, y el número de conflictos armados también se han inclinado hacia abajo después de la Guerra Fría. La pobreza extrema se ha reducido en más de la mitad entre 1990 y 2015, como es el caso de las muertes de niños y niñas menores de cinco años. Las muertes maternas bajaron en un 45% y el número de niños y niñas fuera de la escuela se redujo en más de 40 millones. Casi todos los países del mundo se han adherido a un acuerdo global para reducir el cambio climático, un logro trascendental a pesar de que Estados Unidos haya anunciado su retirada. Naciones Unidas participó en estos avances de diferentes formas.
Mi propia experiencia ha sido principalmente en la cooperación al desarrollo trabajando de la mano con instituciones y organizaciones nacionales tanto dentro como fuera del Gobierno, reuniendo a actores diversos y a veces en conflicto, y ayudándoles a ponerse de acuerdo sobre políticas y programas más acertados. He encontrado a menudo que lo que nuestros socios nacionales más valoran es el simple acompañamiento de Naciones Unidas, y el apoyo moral que esto otorga a los emprendimientos.
Por qué es importante hablar. Al mismo tiempo, Naciones Unidas es, ante todo, un foro de Estados miembros. Este aspecto de la organización es muchas veces burlado como una fiesta de discursos que lleva a muy pocos resultados concretos. Pero la cosa es que, para generar y practicar el amor, las personas —y los países— necesitan hablar, porque es la única manera para comunicarse y entenderse y aprender a quererse uno al otro.
Esto es sentido común. Pero también hay evidencia científica que ha funcionado en el contexto de Naciones Unidas. Un estudio reciente realizado por las universidades de Ohio State y Dartmouth, por ejemplo, encontró que “las comunidades de afinidad” de naciones formadas alrededor de las votaciones en la Asamblea General ayudaron a suprimir el conflicto.
El Consejo de Seguridad es criticado con razón por su incapacidad de llegar a acuerdos en torno a la resolución de algunos de los conflictos más brutales en el mundo de hoy. Y sus miembros, particularmente los cinco permanentes, deben ser presionados por sus propios ciudadanos y los del mundo para trabajar mejor y con más empeño. Aun así, uno de los esfuerzos cruciales bajo su responsabilidad —las operaciones de mantenimiento de la paz— sí ayudan a evitar que los países retrocedan hacia la guerra.
Los diálogos llevados a cabo en la ONU también construyen consensos globales alrededor de valores y metas comunes, tales como los derechos humanos, el combate al cambio climático, la erradicación de la pobreza y la lucha contra la desigualdad.
Cambios concretos. En mi trabajo con distintos países vi cómo estos consensos derivaron en cambios. Cómo la adopción de la Convención sobre los Derechos del Niño llevó a establecer mecanismos para la protección de éstos, como sistemas independientes de la justicia juvenil.
El momentum global generado por efecto de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) seguramente contribuyó hacia los avances en la reducción de la pobreza, la salud y la educación en los países. Y mientras los ODM se enfocaban en el logro de metas expresadas como promedios estadísticos que dejaban a segmentos de las poblaciones excluidos, esto condujo a debates sobre cómo corregir esta injusticia en el proceso que llevó a la adopción de la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, con un claro compromiso de no dejar a nadie atrás y “llegar a los más atrasados primero”.
Estas son victorias del amor que debemos celebrar. Sin embargo, no están ni cerca de ser suficientes. Las victorias llegan demasiado despacio y son demasiado pocas para los que quedan atrás, llevando a muchos a escoger el camino de la negación violenta del orden mundial existente y su cambio gradual y pacífico. Martin Luther King dijo una vez: “El arco del universo moral es largo, pero se inclina hacia la justicia”. Debemos amar con mayor decisión, valor y generosidad para doblar este arco más profundamente y más pronto.
- Yoriko Yasukawa fue directora general del Fondo de Población de la ONU para Asia y Pacífico