Los problemas de la ‘nueva normalidad’
La decisión del retorno a la cuarentena rígida en la práctica fue trasladada a los municipios
El retorno a la llamada “nueva normalidad” en el país no podía ser más complejo y contradictorio. Tuvo que ser, por ejemplo, justo los días en que el número de casos empezó a ‘dispararse’. Si el 1 de mayo se reportó 62 casos confirmados con la enfermedad en todo el país, al día siguiente, el 2, de súbito se revelaron 241, siendo el récord de ese momento. Es cierto, el Día del Trabajo ya habíamos alcanzado 1.229 casos, con 66 muertes, pero si en los dos meses anteriores, marzo y abril (desde el 10 de marzo, cuando se revelaron los dos primeros casos), se había llegado a 1.167 casos (dato del 30 de abril), en mayo, hasta el domingo 31, la cifra saltó a nada menos que 7.768, y en cuatro días (hasta el cierre de la presente entrega, el jueves por la noche) los contagios van en ritmo de duplicarse, 12.245 casos confirmados. Y si el 30 de abril había 62 decesos, el 31 de mayo las muertes ya eran 313; y en los últimos cuatro días (hasta ayer 4 de junio), la cifra se elevó a 415.
Uno de los mayores elogios que aún se hace de la cuarentena boliviana es que fue dictada temprano, desde el domingo 22 de marzo. Varios ministros frecuentemente destacaban que si empezábamos más tarde o si no se la aplicaba de forma rígida, hoy estaríamos en muchos más contagios y muertes, aunque no se habla mucho de cifras.
Aquí, el exministro de Salud el médico Guillermo Cuentas llama la atención sobre que más o menos contagios acaso sea un debate improductivo, porque es un dato que no era posible prever, por las distintas variables que se cruzan en cada país. Lo que sí en este momento más bien debe merecer la máxima atención del Estado son las muertes: “El objetivo del sistema de salud no es tanto saber cuántos casos tenemos, sino cuántas muertes se están evitando con las medidas que se están aplicando”.
Reacción. “La reacción del Gobierno boliviano a la pandemia fue rápida y drástica, si la comparamos con la de otros países de la región”, resume la visión gubernamental Samuel Doria Medina, candidato a la vicepresidencia por la alianza Juntos, en un texto de reciente publicación, Análisis de 10 medidas económicas por la pandemia (Fundación Pazos Kanki, 2020).
Pero el prolongado tiempo de receso económico y social pasó factura. Lo que Bolivia vivió desde el 22 de marzo hasta el 31 de mayo (71 días, casi dos meses y medio) fue el estado de “emergencia por la pandemia de coronavirus”, aunque desde el 11 de mayo rigiera la llamada “cuarentena dinámica”. Casi dos meses y medio de haber paralizado parcialmente la economía, como lo reconoce el propio Doria Medina (en el referido texto): “la cuarentena ha significado la paralización de las actividades económicas en el país y ha puesto en riesgo el empleo de más de 5,4 millones de personas que representan a la población ocupada en el país. El 80% de las empresas en el país se ha paralizado. Ante esta situación, el Gobierno ha tomado una serie de recaudos”. (Se refiere a las operaciones financieras y de préstamos que gestionó el gobierno para sostener la gestión de la crisis, aparte de los bonos que dio a parte de la población para paliar los efectos de la pandemia). Pero había que volver al trabajo.
Con todo, Cuentas recuerda, desde el punto de vista médico, al menos cinco parámetros óptimos para el retorno: uno, la gradualidad de la vuelta (la reactivación por sectores y de a poco), teniendo que medirse en esto la capacidad que tuvo el Estado (gobiernos nacional y subnacionales) para planificar dicho regreso progresivo. Dos, el grado de detención que se haya logrado de la epidemia, el freno que se puso a los contagios (acaso aquí haya que reconocerle el mérito al Gobierno, señala); tres, la capacidad del sistema de salud de atender todos los casos que se vayan a presentar; en esto, se puede decir, afirma Cuentas, “ningún país ha cumplido”, refiriéndose al colapso de la capacidad de respuesta de los sistemas de salud, y es que “no se sabe cuántos enfermos habrá”. Cuatro, que el grado de contagio se reduzca o acerque a la ecuación uno a uno, que es cuando se dice que el mal se ha estabilizado, cuando el contagio deja de ser exponencial; y, cinco, que haya suficientes pruebas de laboratorio para determinar especialmente portadores asintomáticos y su ubicación.
CIUDADANÍA. Pero, como muchos ya lo recordaron, el exministro Cuentas también insiste en que las medidas coercitivas para imponer la cuarentena no pueden ser eternas, en el sentido en que siempre deban ser obligadas; por eso, dice, debe llegar el momento en que el rol central sea el de la responsabilidad ciudadana, que desde el punto de vista médico se reduce a tres cosas: el uso del barbijo, el distanciamiento físico y la higiene de las manos, ni más ni menos.
Ahora, especialmente en Bolivia, detalla Cuentas, hay un problema adicional que atenta contra el control de la pandemia: las altas tasas de estigma, negación y miedo a la enfermedad. “El miedo al mal hay en todo el mundo, pero por el estigma que se puede crear contra las personas infectadas, en el país suele ser alta también la tasa de negación: el ocultar los síntomas, la enfermedad misma”; esto precisamente explica la inexplicable conducta de mucha gente de literalmente esconder que se tiene el mal, de no revelar el estado de salud, lo que con el COVID-19 se agrava al límite por la suma facilidad de contagio que le caracteriza.
Pero ya desde la lectura social y política, la socióloga María Teresa Zegada encuentra que en el retorno se ha revelado lo que se puede llamar la orfandad de autoridad: “Un factor muy crítico, que venía antes de la pandemia, pero que se ha puesto en evidencia con mucha más intensidad ahora es el desgobierno, no hay autoridad, no hay la capacidad de coordinación del Gobierno central, las gobernaciones y los municipios; por ejemplo, en el caso de Cochabamba hay una sensación de orfandad muy grande, porque hay disposiciones contradictorias, no hay claridad respecto a poder percibir al Estado en general, no solamente al Ejecutivo, sino al Estado como institución global, no se siente que esté presente”.
Y es que, claro, apunta, la tensión política que quedó de la crisis de octubre-noviembre de 2019 no iba pasar con el nuevo coronavirus: “Seguimos en un momento de grandes disputas políticas, y vemos que estamos en un país con muchísimas carencias y necesidades que no tienen que ver solo con el momento sino que arrastramos en la historia”.
Ahora, el problema no solo es del aparato del Estado, de las políticas públicas, sino de la propia población, insiste la socióloga: “Es muy complejo ver cómo la población no tiene, por lo menos por lo que se ve de cotidiano, una responsabilidad, una conciencia del bien común, del cuidado propio para velar por la salud del otro. Entiendo perfectamente que hay una gran necesidad social y económica de salir a las calles, pero ese retorno no está acompañado de una responsabilidad; me parece que hay una sensación de que se ha detenido la cuarentena y que con eso habría pasado todo el problema, y no es así”.
Para Zegada es urgente alguna forma de concertación política y social. “Viendo la situación tan compleja del país que se avecina, no es difícil imaginarse lo que va a venir, tal vez lo que corresponde para atenuar un poco esta situación va a ser un acuerdo político, por lo menos entre las fuerzas políticas principales, y no solo las políticas, sino también las sociales y económicas, para poder hacer una verdadera pausa a las disputas, a las tensiones y cuestionamientos, y poder trabajar de manera conjunta para encarar y pasar esta fase, por lo menos una acuerdo temporal”.
Y, como ejemplos de lo problemático que viene siendo el retorno en lo administrativo, vale la pena revisar algunos hechos centrales de La Paz y Santa Cruz.
En el caso cruceño, al menos dos situaciones que sucedieron la última semana de mayo. Uno, el discurso del gobernador Rubén Costas del sábado 23 de mayo, “Santa Cruz construye una nueva normalidad adecuada para convivir con la pandemia”; y, dos, la presentación del recurso de acción popular que la Gobernación hizo ante la Justicia para que de una vez empiece a funcionar el hospital de tercer nivel de Montero.
Reproche. En lo primero, es inocultable el reproche de la autoridad departamental respecto a la labor del Gobierno central: “Creo sinceramente que ha llegado el momento de descentralizar la estrategia de lucha contra el coronavirus, y que el Gobierno central, después de dos meses de espera, debe proveer una partida presupuestaria para que las gobernaciones con municipios de riesgo alto puedan implementar estrategias propias en coordinación con el mismo Gobierno”. Y, en lo segundo, la molestia que causaba, sea cual fuere la razón del retraso, la no apertura del hospital de Montero: “Presentamos este recurso para que el hospital de Montero se abra sí o sí, mediante el Órgano Ejecutivo, la Justicia o mediante el poder popular. No es una acción contra nadie, es una acción a favor de los ciudadanos y de la vida”, señalaba al momento de acudir a la Justicia.
En el caso de La Paz, al margen de lo ciertamente contradictorio que resultó el retorno (en el mismo día en que en El Alto volvía el transporte público y el comercio, en La Paz todavía se ultimaba los detalles de la vuelta, con una gobernación que ya había negociado con los transportistas el retorno…), hay un hecho que vale la pena tocar, por lo común que es a muchos municipios: el manejo de la variabilidad de la cuarentena, lo que para el alcalde Luis Revilla es el “sujetarse al modelo del acordeón”. O sea, que aparte del retorno progresivo, habrá la posibilidad de volver a la cuarentena rígida si es que se presenta un incremento desproporcionado de casos positivos, cerrar y abrir, como un acordeón, precisamente: “Implica que tengamos una suerte de acordeón, que podamos entender que ninguna decisión que tomemos hacia adelante será una solución definitiva”, destacó Revilla.
Al respecto, el concejal paceño (MAS) Jorge Silva considera que dicho modelo no será viable: “Eso de abrir y cerrar, abrir y cerrar, va a generar una chacota, al final todos van a abrir definitivamente, o cerrar definitivamente. Es una idea que hay que debatir”; lo que más bien corresponde, dice Silva, es, con la cuarentena ya abierta, ir mejorando las medidas ya impuestas, tanto para evitar más contagios como para posibilitar la actividad económica: hechos prácticos como permitir que aumente el transporte público para atenuar las aglomeraciones en las horas pico, ser más estrictos en los centros laborales para que en verdad sea solo el 50% el que salga a trabajar por día, o hasta aumentar las horas del teleférico. Y es que el modelo del acordeón puede ser contraproducente, señala: “Por ejemplo, si dentro de dos semanas volvemos a cerrar, vamos a esperar no sé qué tiempo, ¿un mes o cuánto para volver a abrir?; y eso va a generar lo que pasó poco antes de terminar la cuarentena rígida, que la gente igual salga”.
El exministro Cuentas aporta a este debate: “La medida de cuarentena es variable, que se puede modificar su rigidez, pero con base en dos hechos: el incremento o la baja de casos, y la determinación de los focos de brote de la epidemia y su tratamiento diferenciado, según el grado de propagación del mal”.
Iván Bustillos es periodista de La Razón