La clase media profesional
Se trata de un sector de clase que tiene el poder de influir en la opinión pública nacional
SALA DE PRENSA
Independientemente de la poderosa influencia de las encuestas anteriores a la elección, en el caso de gobernaciones y municipios, particularmente de las ciudades del eje (La Paz, El Alto, Cochabamba y Santa Cruz), que inducen a la población a votar por una opción de posibilidades antioficialistas, las clases sociales subalternas sorprenden siempre con un voto por los representantes nacional populares.
A pesar de la secular presión que ejerce la oligarquía nativa y el capital transnacional, a través de un sector de la clase media profesional, presente en instituciones como medios de comunicación (conductores y analistas de radio, prensa, televisión y redes sociales), sistema educativo (maestros y docentes de primaria, secundaria y universidad), jerarquía de la Iglesia, comités cívicos, partidos políticos y asociaciones ciudadanas conservadoras y liberales, colegios profesionales (particularmente el de médicos), oenegés, el invertido Conade, los sectores subalternos se empoderan en las gobernaciones y municipios en distintos grados.
Por de pronto, el MAS ganó en tres gobernaciones (Cochabamba, Oruro y Potosí), quedando pendientes de una segunda vuelta cuatro departamentos (Pando, La Paz, Chuquisaca y Tarija), en los que se enfrentarán otra vez el MAS con la oposición. A nivel de municipios, el MAS ganó en 70% de los mismos; sin embargo, pierde en ocho de las ciudades capitales, fenómeno que muestra, por un lado, el dominio territorial del MAS, pero, por otro, que el discurso conservador y liberal de este sector de la clase media profesional logró cierta unidad de la oposición en torno a candidatos no deseados ni por ellos mismos, como veremos más adelante.
Esta clase media profesional, cuantitativamente mínima en relación a la clase media que vive de su economía, que con propiedad se denomina pequeña burguesía (Pierre Bourdieu), tiene el poder de influir en la opinión pública creando un discurso estereotipado sobre el régimen nacional popular que gobierna por una década y media Bolivia, con una interrupción de un año del régimen de facto, que pretendió liquidar lo avanzado en 14 años del Proceso de Cambio. Este discurso o narrativa de oposición, en síntesis, califica al gobierno del MAS como autoritario, centralista y corrupto, con el añadido de antiecológico, machista y racista a la inversa, para justificar su accionar político antioficial y tratar de involucrar a otras fracciones de la clase media citadina.
Lo cierto es que esta clase media profesional de viejo cuño, que vive de sus conocimientos y especialidades y no de su economía (Pierre Bourdieu), estuvo relegada y perdió su poder de influencia política por más de una década, al mismo tiempo que fue sustituida progresivamente por una nueva generación comprometida con el Proceso de Cambio. La reacción de esta fracción de la clase media desplazada va cambiando en este largo proceso: Primero, el discurso opositor estaba centrado en señalar que no existió una verdadera nacionalización del gas, que se quebró la seguridad jurídica y en consecuencia se liquidó la posibilidad de la inversión extranjera. Por lo demás, el gobierno estaba en manos de inexpertos, por lo que su poder sería efímero (2006-2009).
Segundo, posterior a la aprobación de la nueva Constitución (2009), la narrativa opositora señala que la Carta Magna era del MAS y que el gobierno destruyó el Sistema de Partidos y el país pasó a conformar el bloque del Socialismo del Siglo XXI, con los riesgos del bloqueo y el monopartidismo, en fin, el peligro de la venezolización del proceso (2009-2016). Tercero, a partir del extemporáneo referendo de 2016, el discurso opositor se radicaliza y el portavoz sigue siendo esta clase media profesional. Sus consignas son la de inexistencia de la independencia de poderes, incluido el Tribunal Supremo Electoral, el incumplimiento del Art. 168 de la Constitución y, sistemáticamente, se muestra solo los gastos “suntuarios” de la bonanza económica (Casa del Pueblo, museo de Orinoca, avión presidencial, sedes sindicales y las canchitas de fútbol), sin mencionar que esto representa menos del 5% de las inversiones, ocultando que el 95% restante fue invertido en caminos, prospección e industrialización del gas, hidroeléctrica, agua para consumo y riego, infraestructura de educación y salud y subsidios a la producción nacional (2016-2019).
Cuarto, un año antes de las elecciones generales de 2019, el antioficialismo se extrema, aflora un anticomunismo parecido al de la década de los 60, con una lógica anterior a la caída del Muro de Berlín y, un racismo discriminatorio absurdo en un país de indios y mestizos, lo que no es denunciado por esta clase media profesional, al contrario, son ellos los que magnifican el papel de las plataformas 21F, el bloqueo de “pititas” y la intervención de la juventud cruceñista y la resistencia cochala, al grado de atribuirles la caída de Evo Morales, cuando lo que ocurrió fue un golpe de Estado de los representantes de los Comités Cívicos de Santa Cruz y Potosí (Fernando Camacho y Marco Pumari) facilitado por las Fuerzas Armadas y la Policía.
2019 no se centra en la discusión de propuestas electorales; se da por establecido que el MAS tiene para ello la Agenda 20-25 con una supremacía del Estado y la oposición, con variantes, el desarrollo del libre mercado con la supremacía de la inversión privada. La clase media profesional en cuestión, directa o indirectamente, abierta o veladamente, simulando una neutralidad o denunciando sin pruebas, difunde una narrativa antigubernamental más agresiva. Los calificativos de autoritarismo se elevan a dictadura, el centralismo a antiautonomista, la reelección a prorroguismo, la inversión pública a gasto discrecional, las empresas estatales a elefantes blancos, los poderes del Estado a serviles al gobierno, el padrón electoral a la base del fraude, en fin, que pese a la bonanza económica habríamos tenido una década y media perdida.
La contundente victoria del MAS del 18 de octubre de 2020 echa por tierra todo el discurso conservador y liberal de esta clase media profesional. El fraude de 2019 nunca existió; la dictadura, corrupción y prorroguismo se mostró al desnudo en el gobierno de Jeanine Áñez, que ellos mismos contribuyeron a establecerlo. Una cosa lleva a la otra, ahora en pleno proceso de elección de gobernaciones y municipios, que por fin concluirá con la segunda vuelta en 4 gobernaciones hoy 11 de abril, esta clase media se ve obligada a mantener un discurso político que no creen ni ellos mismos. Contra toda lógica y evidencia empírica, siguen manteniendo que en 2019 existió un monumental fraude y que el gobierno de Áñez es resultado de una sucesión constitucional. Como si esto fuera poco, tienen que reconocer que, hoy por hoy, son representados por Jhonny Fernández, Manfred Reyes Villa e Iván Arias, minimizar las masacres de Sacaba y Senkata y callar sobre el separatismo de Fernando Camacho.
(*) Danilo Paz B. es sociólogo, investigador asociado CESU-UMSS