Revisitando a michel foucault
La obra del filósofo francés continúa marcando en el mundo la reflexión sobre el poder. Cabe recordarlo en el aniversario de su nacimiento.
Dibujo libre
A 97 años del nacimiento de Michel Foucault, nos preguntamos qué fue en realidad Foucault. ¿Fue un filósofo, un historiador, un pensador político? Cuando le preguntaron ¿cómo quisiera que se lo llame, filósofo, historiador, pensador?, Foucault respondió: «soy una artificero, fabrico algo que sirve para hacer un cerco, una guerra, una destrucción».
En otra entrevista, cuando le preguntaron si es o no marxista, Foucault señaló:“creo haber sido localizado una tras otra, y a veces simultáneamente, en la mayoría de las casillas del tablero político: anarquista, izquierdista, marxista ruidoso u oculto, nihilista, antimarxista explícito o escondido, tecnócrata al servicio del ‘gaullismo’, neoliberal. Un profesor americano se lamentaba que se invitara a los Estados Unidos a un criptomarxista como yo, y fui denunciado en la prensa de los países del Este como cómplice de la disidencia. Ninguna de estas características es por sí misma importante; su conjunto, por el contrario, tiene sentido. Y debo reconocer que esta significación no me viene demasiado mal”.
Pero ¿por qué esta obsesión de clasificar a Foucault? Tal vez porque lo que él decía (y dice) resulta (aún) incómodo. Foucault nos enseñó que nunca hay que dar nada por definitivo pues cuando nos empezamos a instalar cómodamente en la seguridad de una verdad (clara, segura y evidente) es en ese momento en el que nuestra capacidad de pensar corre mayor peligro. Tener certezas es un síntoma de que dejamos de pensar, pues lo propio del pensamiento vivo es cambiar de pensamiento. Las personas tienden a abrazar una verdad cuando se cansan de pensar, cuando encuentra la comodidad que otorga el lugar común de pensar como lo hacen todos.
Foucault se contradecía, sí, lo hizo muchas veces, y es que le parecía insoportablemente aburrido pensar lo mismo, incluso muchas veces dijo que las investigaciones más interesantes que aborda son aquellas en las que no sabe de antemano lo que encontrará, si supiera de antemano lo que tendría que escribir, qué sentido tendría hacerlo, tal vez por ello cambio sus planes de escritura más de una vez, dejando, por ejemplo, inconcluso su plan de una historia de la sexualidad, y cambiando en sí el orden y la temática de sus investigaciones.
Una de sus intervenciones más políticas se encuentra en su curso del College de France de 1976 denominado Defender la sociedad, en la primera lección del 7 de enero de 1976 propone la llamada inversión del aforismo de Clausewitz: la política es la continuación de la guerra por otros medios, lo que significa que «las relaciones de poder, tal como funcionan, en una sociedad como la nuestra, tienen esencialmente por punto de anclaje cierta relación de fuerza establecida en un momento dado, históricamente identificable, en la guerra y por la guerra». Esto quiere decir, que si bien el poder político detiene la guerra fáctica e intenta hacer reinar la paz no lo hace para neutralizar el desequilibrio de fuerza, sino que la reinscribe en el papel que el poder político tiene en la organización de las instituciones y las desigualdades, tanto económicas, culturales, jurídicas y lógicamente políticas. Esta continuación de la guerra se reinscribe en los cuerpos de unos y otros, y no es que la guerra se haya neutralizado, sino que «dentro de esa paz civil, las luchas políticas, los enfrentamientos con respecto al poder, con el poder, por el poder, las modificaciones de las relaciones de fuerza, todo eso, en un sistema político, no debería interpretarse sino como secuelas de la guerra». Para Foucault el saber, el conocimiento, no es neutral, sino estratégico, acompaña a las formas de legitimización de las relaciones de poder, es decir, son parte de esta guerra silenciosa.
Decir, con Foucault, que el saber es poder, es señalar que el poder nos obliga a producir el saber, lo precisa para funcionar, por ejemplo, para descalificar a Foucault qué estrategia es más sencilla que la de reinvindicar un tipo de saber distinto y contradictorio al de Foucault.
Cada determinado tiempo regreso a Foucault, no sólo para escribir sobre él, o dar alguna clase o curso sobre su obra, sino para recordar que la contradicción es la semilla misma del pensamiento. Pensar no es sencillo, supone un esfuerzo crítico de responsabilidad respecto a los conocemos y a lo que somos. Foucault apostaba por los libros-experiencia, como lo dice en un conjunto de entrevistas con Duccio Trombadori «los libros que escribo constituyen para mi una experiencia que deseo hacer siempre lo más rica posible. Una experiencia es algo de lo que se sale transformado. Si tuviera que escribir un libro para comunicar lo que ya he pensado, nunca tendría las fuerzas para comenzarlo. Yo escribo porque no sé aún qué pensar acerca de un tema que despierta mi interés. Al hacerlo, el libro me transforma, cambia lo que pienso; en consecuencia cada nuevo trabajo modifica profundamente los términos de pensamiento a los que había llegado con el anterior. En este sentido, me considero un experimentador, más que un teórico, no desarrollo sistemas deductivos que se apliquen de manera uniforme a diversos ámbitos de investigación. Cuando escribo, lo hago sobre todo para cambiarme a mí mismo y no pensar más lo mismo que antes».
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Foucault murió en 1984, pero sigue escribiendo, siguen saliendo a la luz sus cursos, sus libros. Hace unos años salió al público la traducción al español de un libro inédito: Historia de la sexualidad tomo IV: Las confesiones de la carne, luego se publicó un conjunto de cursos inéditos de Foucault en español, entre ellos el curso sobre Sexualidad de 1964 en Clermont-Ferrand, y el curso sobre El discurso de la sexualidad en la Universidad de Vincennes en 1969, asimismo, empezaron a publicarse los textos de juventud de Foucault como el análisis que realiza a Binswanger y la enfermedad mental de 1950. Con la publicación del curso del College de France de 1971-1972 sobre Teorías e instituciones penales se ha terminado de publicar el conjunto de lecciones que Foucault dedicó desde 1970 a 1984 en el mencionado College de France. Sin embargo, hace unos meses se publicó en Francia un nuevo libro inédito de Foucault, uno escrito en 1966, en el momento en que Foucault gozaba de popularidad por sus obras clásicas como Historia de la locura en la época clásica, Nacimiento de la clínica, Las palabras y las cosas y Arqueología del saber. Se trata de un manuscrito hayado bajo el título de Le Discours philosophique (El discurso filosófico). Según Roger Pol-Droit, se trata de un libro brillante, perfectamente construido, elaborado de punta a punta, y se desconoce porqué Foucault no lo llevó a publicación. Aún inédito en castellano, El discurso filosófico, según los que ya lo leyeron en francés revela la influencia que ya en 1966 tenía Foucault de Friedrich Nietzsche. Y es que la influencia de Nietzsche en Foucault es decisiva, sobre todo en los textos producidos por Foucault en la década de los años 70 del siglo XX.
Un pequeño dato, para terminar este breve texto por los 97 años del nacimiento de Foucault. Friedrich Nietzsche nació un 15 de octubre de 1844, Foucault nació un 15 de octubre de 1926, una curiosa coincidencia, pues Foucault es una forma, una manera de leer a Nietzsche, un filósofo explosivo, cuya obra denominada La genealogía de la moral es central para comprender la llamada genealogía del poder de Foucault.
(*)farit rojas tudela es abogado constitucionalista