Mucho se ha hablado, y se seguirá hablando, sobre el denominado “modelo de desarrollo cruceño”. ¿Existe tal modelo? ¿A qué se refiere esa noción? ¿Dónde comienzan y terminan el mito y la realidad en ese discurso? Más aún, ¿qué implicaciones tiene y cuáles son sus resultados?.
Revisando la bibliografía y opiniones al respecto, es posible identificar por lo dos grandes cauces en torno a los cuales se orientan los criterios desde las voces propias del departamento. La primera es la vertiente que presenta al modelo de desarrollo cruceño haciendo énfasis a éste en cuanto fenómeno económico. En esa perspectiva, se trata de una historia de pujanza de la región, que empresarialmente se pare a sí misma, en contra del Estado nacional y que no le debe nada de nada al resto del país. La narrativa es épica y de un marcado liberalismo económico.
En el libro “Modelo de desarrollo cruceño: factores y valores que explican su éxito” (2021), los autores del mismo ( Carlos Hugo Barbery, Pablo Mendieta Ossio, Gary Antonio Rodríguez y Óscar Soruco López) sostienen en la parte conclusiva que el mismo “se fundamenta en la combinación de cinco factores: tierra (recursos naturales), trabajo (mano de obra), capital (financiamiento), tecnología (innovación) e institucionalidad (factor vital, expresado a través de organizaciones privadas, cívicas y otras); y, que el modelo de desarrollo se sustenta en cinco valores para desarrollar y estimular la actividad privada, y ofrecer excepcionales tratamientos al que aterriza en la región”.
Siguiendo con estos autores, “tales valores son: la libertad de hacer, apuntando a un legítimo rédito económico; la individualidad, que lleva a la realización personal, a la trascendencia del ser humano; la competitividad con una orientación al mercado interno, para satisfacer necesidades; el cooperativismo, para resolver las carencias desatendidas por el Estado y, la integración al mundo para efectos de exportación, importación y relacionamiento internacional, de lo cual han devenido profundas transformaciones económicas y sociales”.
Una segunda corriente es la que aborda la cuestión del modelo cruceño desde una perspectiva política, igualmente laudatoria y que proclama una suerte de excepcionalidad en lo que hace a Santa Cruz respecto al país y al mundo. Esta es una idea central en la tradición de las ideas políticas cruceñas. Se la puede rastrear desde la sentencia escrita por Gabriel René Moreno, de que “los enemigos del alma (de lo cruceño) son tres: colla, camba y portugués”.
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En el momento en que Moreno escribió esas líneas, allá por 1880, el colla era el andino, ya sea blancoide o indio; el camba no era otra cosa que el indígena del oriente; y el portugués era el extranjero que se internaba a estas tierras desde el Brasil. Frente a estos, el cruceño era el blancoide de raigambre europea que se mantenía impoluto en su bagaje.
Esa visión sobre lo camba se mantuvo notoriamente por lo menos hasta la década de 1980. Pero, va a ser con Nación Camba que el término se resignificó políticamente, en un intento por incorporar, al menos discursivamente, a las poblaciones indígenas locales para que hagan masa junto a los cruceños citadinos frente a una población migrante apabullante.
No es vano que el historiador Alcides Parejas escribió, en “El inicio de lo cruceño” (2012), que, a partir de la década de 1950, cuando se abre la carretera con Cochabamba, “el proceso tiene dos grandes protagonistas: los cruceños (la cultura cruceña) y los collas (la cultura andina)”.
Si bien hoy es moneda común en Santa Cruz la ampliación discursiva hacia “lo camba”, la mirada de superioridad cultural permanece. Siguiendo can Parejas, “la cultura cruceña tiene la ventaja de ser local; en otras palabras, tiene teóricamente el ‘derecho’ de imponer las reglas del juego”.
Lo cruceño aspira a la centralidad en el oriente boliviano. Así, “otro tanto podría decirse de los benianos y pandinos, pues acertadamente se los considera miembros de la comunidad cruceña”.
No en balde, el gobernador cruceño, Luis Fernando Camacho, dijo que impulsaría “un federalismo para que el MAS respete nuestro modo de ser camba, que respete el modo de ser de cada departamento, que respete nuestra verde y blanco, que respete nuestra identidad”. Claro, nunca definió siquiera qué entiende por federalismo, porque eso no importa. Lo que sí cuenta es que nadie venga a alterar el orden social establecido en Santa Cruz. En lo central, es lo mismo que se buscó con la demanda autonómica.
Entonces, hablando políticamente, el modelo cruceño hace referencia a un orden social. En esa jerarquía, existe un grupo dominante que se ha autoprometido definir las reglas del juego de acuerdo a sus intereses y convicciones.
Recapitulando, en voces de los propios cruceños, lo que se entiende por “modelo de desarrollo cruceño” hace referencia a liberalismo económico. Hay mucho de Adam Smith de por medio en ello. La argumentación a favor de un Estado mínimo es común entre actores empresariales y políticos de filiación cruceñista tradicional. La idea del «laissez faire, laissez passer» es parte de sus creencias. En términos políticos, por modelo cruceño se entiende un orden social que se reclama como excepcional y al que se aspira a preservar. Por eso mismo la inscripción del regionalismo cruceño en la vereda del conservadurismo.
Ahora bien, todas las ideas expuestas previamente constituyen el marco cultural en el cual grupos de élite, tanto económicos como políticos, obraron en el Banco Fassil. La quiebra de esa institución financiera expone de manera clara las posibilidades, límites y consecuencias de ese ideario aplicado al ejercicio en la realidad concreta.
La consecuencia del mentado liberalismo del “laissez faire”, tuvo como resultado un accionar contrario e incluso agresivo contra la autoridad fiscalizadora. Muchos de quienes hoy pretenden echarle culpas a la Autoridad de Supervisión del Sistema Financiero (Asfi), para seguir ingenuamente en su argumentación contra el Estado, son los profetas de la extinción de las capacidades regulatorias de la sociedad.
La convicción de que lo cruceño constituye un espacio de excepcionalidad política, donde un grupo puede definir reglas del juego a su gusto y medida, tuvo como remate una gerencia y un ambiente de negocios donde unos pocos llegaron a pensar que era normal lo que estaban haciendo. Hasta el día de hoy, muchos de los implicados no reparan en los delitos en que incurrieron. “Pero si pagamos todo”, es una frase recurrente.
Esa idea de superioridad sobre el resto llevó a que los directivos de la quebrada institución financiera traten el dinero de terceros, de la gente común y de a pie, sin un mínimo de respeto. Peor aún, obraron con soberbia, haciendo ostentación del despilfarro, con compras a troche y moche de inmuebles suntuosos, que hoy no son otra cosa que recordatorios azules y descomunales del naufragio.
Por esto es que el caso del Banco Fassil importa en Santa Cruz y es por esto mismo que callan los que siempre callaron cuando pasaron estas cosas. Los que apañaron las quiebras de tantos otros bancos y cooperativas, que se parieron bajo el cielo más puro de América y en la tierra de Ñuflo de Chavez.