Morir con COVID-19 sin saberlo y después de peregrinar clínicas con diagnóstico errado
Una abogada murió en Santa Cruz luego de varios días de padecer los síntomas del nuevo coronavirus sin un resultado fehaciente que le permita un tratamiento adecuado. Ahora su esposo tiene que lidiar con quienes quedaron en casa, unas cinco personas de su entorno.
La historia es de terror, y contada de primera fuente. Una mujer murió en Santa Cruz con un diagnóstico equivocado, rezagados y complicado de vaivenes entre una enfermedad común y de menor riesgo, ¡y COVID-19!
Ocurrió en Santa Cruz, entre un hospital del seguro social, una clínica privada y un centro de aislamiento para pacientes contagiados del nuevo coronavirus, por los que peregrinó el cuerpo moribundo de la abogada Erika Salvatierra Castedo, de 37 años, que murió infectada de la pandemia sin que se sepa el resultado del análisis en el momento del deceso.
Molesto, dolido e indignado, el esposo, Mario Requena, relató el miércoles el suplicio en una entrevista con radio Fides.
El caso
Todo comenzó cuando el 28 de abril la funcionaria de la Universidad Autónoma Gabriel René Moreno (UAGRM) fue trasladada por su esposo al Hospital del Seguro Universitario para un diagnóstico de posible caso de dengue o una infección que, al final, resultó negativo.
Tenía “una pequeña fiebre y dolor de cuerpo”, contó Requena.
Sin embargo, ante la persistencia del malestar, Salvatierra fue llevada a la clínica Niño Jesús, donde inicialmente la diagnosticaron COVID-19. “Se cumple el protocolo y es aislada en los centros COVID-19 que tiene la clínica”, afirmó el esposo.
Conocida la sospecha, las pruebas fueron de conocimiento del Centro de Enfermedades Tropicales (Cenetrop), encargado en el momento para los test del nuevo coronavirus para Santa Cruz y otras regiones del país. “Lamentablemente, ese análisis no sale en 48 horas y el 2 de mayo llamo al Cenetrop, pero me dicen que los análisis saldrán en Sedes (Servicio Departamental de Salud)”, reclamó.
Llamada
Requena dijo que luego llamó a la línea de emergencia 108 para reclamar por los resultados de la prueba. “Mi esposa estaba mal y no podía pararse; necesitaba esas pruebas para que la clínica cumpla con los protocolos pertinentes”.
No tuvo éxito, hasta alzó la voz ante su interlocutora, a la que incluso le dijo que se ponga en su lugar en la desesperación. Aquélla le colgó el teléfono, incluso –según la historia— lo amenazó con una denuncia por presunto hostigamiento.
“Se llenan la boca diciendo que las pruebas salen en 48 horas y resulta que la primera persona con la que hablo me dice que las pruebas están tardando seis días. ¡En seis días una persona se muere!”, protestó Requena.
Al final, “en el día 3 y avanzando con horas al día 4”, se comunicó con otro funcionario, quien luego, a las 19.00, le devolvió la llamada para informarle que “los análisis salieron negativos”. Era el 2 de mayo, cuando Salvatierra fue devuelta del centro de aislamiento hacia una sala de tratamiento para pacientes “normales” en la clínica Niño Jesús, donde recibió medicamentos para casos de enfermedades ajenas al nuevo coronavirus.
“A los dos días de estar en pieza el médico me dice que ella debe pasar a terapia intensiva, que su respiración bajó y no había mejorías”, contó Requena, quien a esas alturas estaba azorado por la situación de su esposa.
La paciente estaba en una sala de terapia intensiva, otra vez, para pacientes no contagiados de COVID-19. “Durante esos dos días yo visité a mi esposa, estuve con ella, ingresé a la sala e ingresaron más de 16 enfermeras y médicos, con una paciente que estaba con COVID-19. Debió seguir aislada si el resultado salió positivo”, dijo.
“Cuando ella estaba en terapia intensiva, el médico me dice que vio las plaquetas y que avanzó (la enfermedad), que atacó los pulmones de manera fulminante ‘y tengo una leve sospecha que tenga COVID-19’, y me recomienda un nuevo análisis”, recordó el afligido hombre.
Otra prueba en el Cenetrop, sobre las mismas muestras por supuesta influenza de antes. La cuñada se encargó de tramitar el análisis ante una técnica del laboratorio.
Resultados
Mientras Requena esperaba los resultados, su esposa murió a las 02.30 del martes 5 de mayo. “El análisis no llegó nunca”, dijo.
“Que no nos mientan, que nos digan ‘señores, no hemos podido organizar, en 40 días no hay químicos (reactivos), a cuidarse como uno pueda’. Que no nos mientan. Yo he llorado, me quiero morir, no sé qué hacer, siento una impotencia grandísima”.
La noche del martes, el secretario de Salud de la Gobernación de Santa Cruz, Óscar Urenda, anunció su último reporte al saberse sospechoso de coronavirus debido al contagio confirmado de uno de sus colegas funcionarios. En la rueda de prensa dio cuenta de la muerte por COVID-19 de “dos señoras” en el día, una de 56 años y otra de 37.
Requena lamentó que las autoridades pretendan responsabilizar de la muerte a las clínicas donde Salvatierra fue atendida. “La clínica tiene que creer en los análisis de Cenetrop”, dijo.
Denunció que, a pesar de que le prometieron salvaguardar a la familia tras la muerte de su esposa, no lo habían llamado hasta ayer para ayudarlo. Tiene en casa dos niños, de 9 y 11 años, además de la trabajadora del hogar y su hijo, y la suegra enferma con cáncer.
“Si mi esposa estaba con (análisis de) COVID-19, yo también me hubiera aislado. Yo salí de mi casa, me han parado policías y he entrado a la clínica; los médicos y enfermeras han estado en contacto con mi esposa”, relató.
Su suplicio continúa, estará aislado por su cuenta junto a los suyos. Mientras, las autoridades no han expresado posición alguna sobre su caso hasta la noche del miércoles. (07/05/2020)