Insurgentes
Abundaron en las últimas semanas los comentarios alborotados a propósito del último largo, más bien breve, de Jorge Sanjinés, “reclamándole” aquello que el director quiso, y estaba en su derecho, hacer: una película didáctico-apologética orientada, en definitiva, a colocar al actual proceso político en curso en el país en el punto de llegada de varios hitos históricos. Estos hitos son comentados a viva voz por el realizador en la banda sonora, asumiendo de tal suerte plena y absoluta responsabilidad con lo aseverado, lo cual no deja de ser un gesto de consecuencia político-ideológica valorable más allá de cuáles sean nuestras opiniones respecto a los mojones seleccionados y a la forma de leerlos.
En varios casos, a los comentarios aludo, pareciera la manera y oportunidad elegidas para facturarle al director una animadversión que no tiene data reciente, ni se halla movida por las aprensiones estéticas de los indignados. Viene, por el contrario, de lejos; se cebó frente a los engorrosos espejos en los cuales el cine de Sanjinés siempre nos invitó a mirarnos y a la franqueza sin circunloquios con la cual se expresó de modo sostenido respecto a heridas abiertas y cuentas por pagar.
Incomodidades, en fin, que resultaba arriesgado aventurar cuando Sanjinés era un ícono intocable de la cultura boliviana, pero se les debe antojar a los comentaristas conveniente disparar en medio del ch’enko conceptual prevaleciente.
Puesto que en su momento, cuando sonaba a impertinencia, no me dejé cohibir a la hora de exponer mis reparos a ciertos eslabones de la filmografía de Sanjinés, no me siento ahora tampoco obligado a sumarme al coro de quienes “descubren” algunas obviedades: el sesgo político explícito —de manera implícita todos los filmes son políticos y responden a un patrón ideológico— y el tono admonitorio del estilo de un cineasta cuyos últimos emprendimientos, incluido el aquí comentado, se encuentran a buena distancia de sus clásicos —pues lo son, sí señor— sin dejar de tener siempre secuencias en las cuales vuelve a constatarse que es dable encontrar allí mucho más cine que en buena parte de muchas hechuras recientes.
RODEO. Este largo rodeo antes de entrar en materia responde a una convicción. Hay, opino, dos maneras inadecuadas de abordar Insurgentes. La primera consiste en pedirle a la obra ser aquello que su director nunca quiso o pretendió que fuera, vale decir una pieza narrativa convencional, acorde a los modos estatuidos por los estrenos de todos los días. La segunda, subordinar las consideraciones sobre la película a las opiniones que nos puedan merecer las imposturas, los desatinos y las inconsecuencias de un régimen sostenido todavía por la densidad simbólica de la figura de Juan Evo Morales Ayma, que es justamente la connotación trabajada mediante el recuento histórico expuesto por Sanjinés.
Sin atenerse a ninguna linealidad cronológica, Sanjinés transita por acontecimientos históricos cuyo común denominador es el protagonismo indígena o en los cuales está en debate la deuda con ellos, que contribuyeron con vidas y otros dolores a abrir la senda de la ruptura de los lazos coloniales con las potencias ultramarinas, pero que quedaron fuera de los bordes a la hora de poner a operar el aparato del Estado republicano.
MORALES. Es el desquite último frente a la suma de todos esos episodios, y de sus trágicos desenlaces, lo que se concentra —propone Sanjinés— en el hecho de la llegada de Morales a un lugar de acceso impensable hace no tanto. Es un dato difícil de poner en entredicho y que constituye la cifra del enorme capital simbólico sobre el cual se asientan la legitimidad, vía la identificación, y el “arrastre” que tiene Morales en extensos sectores de la población, especialmente rural.
Insurgentes está muy lejos, por cierto, de mantener un parejo nivel de emotividad y filo expresivo, pero hay varios tramos en los cuales el pulso cinematográfico del director se muestra totalmente vivo, sobre todo reponiendo la potencia visual de un estilo que siempre tuvo en la imagen uno de sus soportes fundamentales.
En esas secuencias, exentas a menudo de texto y explicación, la soledad, el abandono, la ira, la congoja, acumuladas en años de escarnio quedan patentizadas con el mismo rigor que atravesaba Ukamau (1966), Yawar mallku (1969) o La nación clandestina (1989), la trilogía esencial de su obra.
La figura de Santos Marca Tola avanzando interminablemente por los pasillos ajenos, inhóspitos, desiertos y abrumadores del edificio de la Corte Suprema de Justicia es un momento de cine de altísimo nivel. Igual que la secuencia del retrato de Villarroel paseada frente a la mirada consternada de la comunidad campesina al recibir la noticia de su victimación. Otros pasajes igualmente contundentes son el penoso regreso de los combatientes derrotados en el Chaco, el asedio y el fallido asalto a La Paz de las masas indígenas comandadas por Túpac Katari, Bartolina Sisa y Gregoria Apaza, y el entierro del cuerpo del poeta Juan Hullparrimachi, lugarteniente de Juana Azurduy y Manuel Asencio Padilla.
ÉPOCA. En varios de esos trozos el impresionante desplazamiento de centenares de extras se conjuga a cabalidad con la certera recreación de época, lograda con relativamente pocos recursos, apenas a fuerza de colocar la cámara en el lugar preciso, pero también merced a la precisión del montaje, virtudes todas —conviene volver a señalarlo— de una sabiduría indudable para la puesta en imagen, enriquecida con la rica fotografía de Juan Pablo Urioste y con el plus de emoción aportado desde la banda sonora por Cergio Prudencio mediante un “apoyo” musical al cual cabe observarle apenas cierto exceso de protagonismo.
No se encuentran en cambio a la altura de los aciertos nombrados los diálogos y el desempeño de los actores a cargo de los papeles de los sectores “de tener” —y de temer—, reiterando un viejo déficit del cine de Sanjinés: el esquematismo para entenderse con los comportamientos de los estratos sociales puestos en el banquillo de los acusados. Esto se debe tal vez a que su obra optó desde siempre por un modo de hacer despreocupado de la creación de personajes individuales, consecuencia a su vez del postulado a favor del personaje colectivo, lo cual lo lleva, en el caso de los protagonistas, a elegir el tipo antes que el carácter singular.
TEXTOS. Tampoco son del todo convincentes los textos leídos por el director para explicar, de un modo a momentos banal, episodios cuya complejidad queda recortada a favor de un didactismo simplista en extremo. Ese achatamiento de lo histórico a favor de lo propagandístico alcanza ribetes chocantes en la secuencia final del teleférico insertada contra natura en un relato que así corre el riesgo de apocar todo el esfuerzo previo, al cual pudiera observársele también la escasa atención dedicada a eventos cruciales: la Revolución del 52, por ejemplo.
En buenas cuentas, Insurgentes es una película polémica, imperfecta, desbalanceada pero necesaria.
Ficha Técnica
Título original: Insurgentes. Dirección: Jorge Sanjinés. Guión: Jorge Sanjinés. Fotografía: Juan Pablo Urioste. Arte: Serapio Tola. Montaje: Jorge Sanjinés. Efectos: Waldo Dávila. Sonido: Luis Bolívar. Música: Cergio Prudencio. Mezcla sonora: Gregorio Gómez. Producción: Victoria Guerrero, Verónica Córdova, Gustavo Portocarrero, Jorge Sanjinés. Intérpretes: Lucas Achirico, Reynaldo Yujra, Roberto Choquehuanca, Primitivo González, Carlos Araujo, Mónica Bustilos, Froilán Paucara, Luis Aduviri, Elizabeth Lisazo, Willy Pérez, Alejandro y Zárate. BOLIVIA/2012.