El viaje perdido de Arthur Rimbaud
A sus 19 años, Arthur Rimbaud dejó de escribir y casi al mismo tiempo dejó Europa. Uno de sus viajes, en 1876, lo llevó hasta la isla de Java. Poco se sabía hasta ahora de esa aventura
Los biógrafos del poeta francés Arthur Rimbaud tienen a su favor que la suya fue una vida breve. Nació en Charlesville, un pueblo de las Ardenas, en 1854 y murió en Marsella en 1891. Vivió sólo 37 años.
De esos 37 años, los primeros 15 son los de su crecimiento y formación. La imagen que han transmitido sus biógrafos es la del niño y el adolescente brillante que arrasa con cuanto libro y cuanto premio de composición en latín se le cruza en el camino. Es, en suma, dedicado y ejemplar.
Los cuatro años siguientes —de los 15 a los 19— son sus años útiles de poeta. En esos breves años, Rimbaud es el adolescente de ojos azules y rostro aniñado que proclamó que “el poeta se hace vidente por un largo, inmenso y razonado desorden de todos los sentidos”, que “hay que cambiar la vida” y que hay que ser “absolutamente moderno”. Es el temible y bello jovenzuelo disoluto que vivió un amor homosexual apasionado y violento con otro poeta.
Paul Verlaine, diez años mayor que él. Y es el autor de dos libros que cambiaron el rumbo de la poesía moderna para siempre: Una temporada en el infierno e Iluminaciones.
El resto es silencio. A sus 19 años, Jean Nicolas Arthur Rimbaud renunció a la poesía —nunca más volvería a escribir un solo verso—, emprendió una serie de viajes que, finalmente, lo llevarían al África, a Yemen primero y a Etiopía después, donde se convirtió en un próspero comerciante de todo cuanto se pudiese vender, incluyendo armas y —se dice— hasta esclavos. Enfermo pero rico regresó a Francia en 1891 y a los pocos meses murió.
El silencio de Rimbaud —su renuncia a la escritura— es uno de los grandes misterios de la literatura moderna. ¿Por qué, siendo dueño de un don extraordinario y habiendo practicado la poesía obsesiva y apasionadamente, súbitamente dejó de escribir? Se han ensayado muchas respuestas. Quizás llegó al convencimiento de la imposibilidad de su credo: la poesía no podía cambiar la vida. Entonces, sólo quedaba partir. Ya lo dijo en estos versos de Una temporada en el infierno: “Mi jornada está hecha; dejo Europa. El aire marino quemará mis pulmones; los climas perdidos me curtirán”.
Rimbaud estaba poseído por la inquietud. Según cómputos de los especialistas, pasó 21 de 26 meses entre 1875 y 1877 en un barco o viajando por tierra, visitó 13 países y recorrió más de 50 mil kilómetros. Casi todos sus viajes, que fueron muchos en muy pocos años —uno de sus apodos era “el joven suelas de viento”— están debidamente registrados por sus biógrafos. Especialmente su larga y final estadía en África, de la cual han quedado suficientes huellas en los archivos administrativos y en su copiosa correspondencia que, sin embargo, nunca cedió al mínimo afán literario. Sus cartas de la época son secas y estrictas, como corresponde a un hombre de comercio.
Hay un viaje, sin embargo, que hasta ahora sólo ha merecido breves líneas en las biografías del poeta renegado que se resumen así: en 1876 Rimbaud se enroló en el ejército colonial holandés para viajar a Java, Indonesia. Desertó, empero, a poco de llegar a la isla y emprendió el regresó a Francia. De esa aventura javanesa poco o nada más se sabía, hasta que el novelista, crítico y ensayista estadounidense Jamie James escribió Rimbaud en Java. El viaje perdido que la editorial argentina La Bestia Equilátera acaba de publicar en traducción de Pedro B. Rey.
La obra de james es una mezcla de ensayo, crónica de viajes y breve biografía. El propio autor describe así el contenido del libro:
“En 1873, tras el desastroso final de su enloquecida aventura amorosa con un hombre mayor que él, el poeta Paul Verlaine, Rimbaud se embarcó en un agitado periodo de viajes por el extranjero, que alcanzó su punto geográfico más distante en la isla de Java. En mayo de 1876 se enlistó como mercenario en el ejército colonial holandés y viajó en barco hasta las Indias Orientales. Poco después de arribar a su guarnición en la zona central de Java desertó y se esfumó en la jungla. Desde ese momento hasta que reapareció en Francia, a finales de aquel año, no se sabe nada de su paradero. Este libro es un estudio sobre el viaje de Rimbaud a Java. Lo he denominado su ‘viaje perdido’ porque sabemos menos de él que de cualquier otro pasaje de su vida. Desde los 15 años, Rimbaud fue un frecuente escritor de cartas. Su correspondencia abarca cientos de páginas de sus obras completas, pero de 1876 no sobrevive siquiera una misiva… Fuera de un puñado de lacónicos, opacos documentos oficiales relativos a su enlistamiento y deserción, el viaje a Java representa un vacío”.
Juan González del Solar describe el temperamento de esta obra. “Casi como el diario del propio autor y su búsqueda —dice—, este ecléctico libro puede funcionar tanto como un retrato de época, un museo de viajes y curiosidades asiáticas o un relato de las aventuras del poeta, apto para todo lector, incluso aquel que nunca antes había pasado por sus versos”. El viaje perdido de Rimbaud ha sido, finalmente, encontrado.