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Medio siglo en rosa, una obra maestra de la comedia

Se cumplen 50 años del estreno de ‘La Pantera Rosa’, el filme de Blake Edwards con Peter Sellers como Clouseau

/ 17 de agosto de 2014 / 04:00

La Pantera Rosa pudo haber sido una comedia sin mucha gracia de Blake Edwards, con David Niven como ladrón de guante blanco y, de secundarios, Peter Ustinov como un atolondrado inspector de policía y Ava Gardner encarnando a la mujer del investigador. Tuvo cierto éxito y David Niven la usó, visto que la taquilla respaldaba su carrera, para resucitar el personaje del hombre delgado, un clásico de la literatura y el cine detectivesco.

Podía haber sido así y hubiera resultado otra película más de los años 70, pero la historia del cine, más que el resto de las bellas artes, está sujeta a múltiples detalles que varían radicalmente el resultado, y La Pantera Rosa, por esos cambios, devino en la obra cumbre de la comedia, en el inicio de una fructífera serie de colaboraciones entre Blake Edwards y Peter Sellers, quien sustituyó a Ustinov a última hora, dos tipos que llegaron a odiarse de forma profunda, aunque supieran que se necesitaban mutuamente para hacer reír con clase, talento e inteligencia al público.

ESTRENO. Este año se celebra en Estados Unidos el 50º aniversario del estreno —en marzo de 1964— de la primera película, la génesis de una saga que fructificó en cine y en varias series de dibujos animados. Que logró un Oscar al mejor corto de animación, que convirtió en millonarios a Edwards y a Sellers, que incluso llegó a lograr el milagro de estrenar uno de sus episodios —Tras la pista de la Pantera Rosa— con su actor principal muerto. La Pantera Rosa es también la plasmación de dos talentos —uno delante de la cámara, otro tras ella— gigantescos, y no muy apreciados por las personas que les rodeaban, especialmente Sellers, un enorme actor que no sabía qué hacer cuando no filmaba y que convertía los rodajes en un infierno. Compañeros de profesión le calificaban como Hitler, y Billy Wilder, quien ya sabía qué era lidiar en una filmación con un desastre andante como Marilyn Monroe, también le dedicó unas bonitas palabras: “Solo hubo una Marilyn y, maldición, solo hubo un Peter Sellers”. Tampoco Edwards se quedaba atrás, y su mote, Blackie (“negrito”), no hacía tanto referencia a su nombre como a su estado habitual de ánimo.

Al guionista Maurice Richlin le cabe el honor de ser el padre de la idea. Richlin y Edwards trabajaron juntos en Operación Pacífico y fue él quien le propuso al director desarrollar un guion sobre “un inspector francés de policía, un tipo obsesionado con atrapar a un famoso ladrón de joyas [que robó el diamante que bautiza el filme]… y un tipo que no sabe que su propia esposa se está acostando con el criminal”. En A splurch in the kisser, la biografía del cineasta escrita por Sam Wasson, el productor Walter Mirisch recuerda: “En nuestra productora [Mirisch Company], nuestra filosofía era crear una familia. Y sentíamos que Blake Edwards seguía la senda espiritual de Wilder”.

REPARTO. Así que cuando fue con esa sinopsis el director de Vacaciones sin novia, Desayuno con diamantes, Días de vino y rosas, y Chantaje contra una mujer, la empresa, conocida por dar autonomía creativa a sus directores, puso en marcha la película. Al fin y al cabo, con David Niven, Ava Gardner y Peter Ustinov en el reparto, parecía que la apuesta iba sobre seguro.

Sin embargo, el castillo de naipes empezó a derrumbarse: Ava Gardner llegó al rodaje a Roma con carísimas peticiones, entre ellas llevarse la filmación a Madrid, donde ya vivía. Los productores decidieron despedirla y Audrey Hepburn le recomendó a Edwards que contratara a una amiga suya, la modelo y actriz Capucine. Pero, entre medias, la esposa de Ustinov le recomendó a su marido que abandonase el proyecto: con una desconocida en el tercer lugar del reparto, aquello parecía irse a pique. Así que un viernes de noviembre de 1962, a falta de tres días para iniciarse el rodaje, el lunes 12, faltaba otra pieza clave. El agente Freddie Fields recomendó a uno de sus representados, Peter Sellers, quien disponía de cuatro semanas libres antes de comenzar ¿Teléfono rojo?, volamos hacia Moscú, según cuenta la biografía del actor escrita por Ed Sikov.

El actor estaba aburrido, redecorando su piso tras su primer divorcio, y voló a la capital italiana por un contrato de 90.000 libras. Sin tiempo para reescribir el guión, y sin conocer a uno de sus protagonistas, Edwards, nervioso, le esperó en el aeropuerto. “De allí a la ciudad, Peter y yo descubrimos que éramos almas gemelas en lo referido a la comedia muda. Amábamos al Gordo y al Flaco, a Buster Keaton, a cómicos de ese estilo”. Así nació el inspector Jacques Clouseau, y La Pantera Rosa no fue una película sobre un ladrón de guante blanco, sino una comedia sobre un policía patán que no entiende de rendiciones ni fracasos, que no se da cuenta del mundo que le rodea. De humillación en humillación hasta el éxito y el absurdo final. “El slapstick [comedia de golpe y porrazo] está en su interior”, como asegura Edwards.

Lo que hace grande a La Pantera Rosa no es tanto su guion como la plena consciencia de ambos autores de lo que estaban haciendo. Por un lado, Sellers convierte en ícono un tipo que desestabiliza todo lo que toca de la misma forma que se siente desestabilizado por la sociedad. Por otro, Edwards crea una comedia de altos vuelos, repleta de belleza, de lugares paradisíacos, de bellos personajes de clase alta, rostros atractivos y elegancia innata, encuadres que podrían recordar a Atrapa a un ladrón, de Hitchcock, que hacen pensar en los paisajes de James Bond. La música de Henry Mancini incide en esta atmósfera… y allí aparece Clouseau para hacerlo saltar por los aires. Su impermeable gris rompe la fantasía de color; sus tropezones y dislates desencadenan cataratas de problemas. El bigote remarca lo ridículo de su aspecto, un mostacho que el actor se deja inspirado en un retrato del capitán Matthew Webb, el primer hombre que, en 1875, cruzó a nado el Canal de la Mancha.

NIVEN. Si a Niven Edwards lo retrata con primeros planos perfectos, a Sellers lo deja vagar por el encuadre en planos alejados que permiten filmar todo su huracán de movimientos. El director aseguró en su libro Sophisticated naturalism que “la idea de que slapstick y sofisticación son incongruentes no es cierta. Creo que hay montón de cosas maravillosas que ocurren cuando mezclas ambos”. Y, por si hubiera dudas, hay otra obra maestra que refuerza esta teoría: La fiesta inolvidable.

Para el arranque de La Pantera Rosa, Edwards siente que necesita unos títulos de crédito que avisen al público de la elegancia de su comedia. Así que encarga a dos titanes de la animación como David H. DePatie y Friz Freleng que den vida al diamante Pantera Rosa —bautizado así porque un reflejo en su interior recuerda a ese animal en ese color—. La pareja le entrega un centenar de bocetos y entre los tres escogen al ganador. Tienen tanto éxito que se convierte en marca de la saga y el piloto creado para la serie homónima de televisión ganará el Oscar al mejor corto de animación en 1965.

La Pantera Rosa es también el inicio de una de las grandes relaciones tormentosas de la historia del cine. Al acabar el rodaje, que fue como la seda, Sellers envió una carta a los productores asegurando que filmaron un desastre. “Así fue como sufrí la primera de las acciones absolutamente impredecibles y locas habituales de Peter”, contaba el director tiempo después. “Pero pensé: ¿Para qué discutir si no voy a volver a verle?”. Repitieron bastantes veces más: al año siguiente con El nuevo caso del inspector Clouseau —esta vez sin joya de por medio—, con La fiesta inolvidable en 1968, y con otras tres panteras rosas en 1975, 1976 y 1978. El dinero que recibieron, justo cuando ambos andaban pelados, por la trilogía les convirtió en millonarios… aunque juraron que nunca trabajarían de nuevo juntos y llegaran a comunicarse en los rodajes por personas interpuestas.

Sellers aún desarrollaba otro guion sobre la saga, El romance de la Pantera Rosa, cuando falleció en 1980 tras sufrir un infarto de miocardio. Edwards, quien no estaba en ese proyecto, realizó Tras la pista de la Pantera Rosa en 1982 con tomas falsas y descartes de Sellers de las películas precedentes; La maldición de la Pantera Rosa en 1983 con un Clouseau interpretado por varios actores —el policía se somete a varias cirugías faciales—, y El hijo de la Pantera Rosa en 1993, con Roberto Begnini como vástago del investigador. Ninguna de ellas alcanzó la categoría, la clase y el humor de la primera.

Peter Sellers en letras

No hay palabras amables para Blake Edwards por parte de Peter Sellers en ninguna de las biografías dedicadas al cómico, un hombre que debutó en el escenario a las dos semanas de nacer, hijo de una familia de music hall.  De todos los libros publicados, el más cercano a él es The mask behind the mask, de Peter Evans, porque el periodista británico fue el único que le entrevistó —la primera versión es de 1969, la última de pocas semanas después de la muerte de Sellers—. También pudo hablar con sus exesposas y amigas —una le confiesa que con “La venganza de la Pantera Rosa” el actor llegó a cobrar más de 8 millones de dólares, y hablamos de 1978, y que el actor meses antes de morir ya estaba preparado para ello, “perdió el gusto por la vida, solo echaba en falta que le nombraran caballero”—. Y es curioso, porque no solo la saga le llenó la cuenta corriente sino que, por ejemplo, en su primera cita con Britt Ekland, que se convertiría en su segunda esposa, se fueron a ver La Pantera Rosa, que acababa de estrenarse en Londres.

Según cuenta Roger Lewis en otra de las biografías, Sellers murió con el guion de El romance de la Pantera Rosa acabado  y se desarrollaba en un mundo de lujo cercano al de Casino Royale con una archienemiga femenina. Por cierto, a Lewis la primera mujer de Sellers, Anne Levy, le confiesa: “Nunca supo relajarse, ni irse de vacaciones, ni ser él mismo. Solo era feliz interpretando un papel. Por eso se me hace tan duro ver Bienvenido, Mr. Chance, porque está muy cerca de la verdad”.

Aunque más amarga es otra aproximación escrita, la de su hijo, Michael Sellers, P. S. I love you, y eso que fue de sus tres vástagos al que mejor trató. Al morir, estaba a punto de divorciarse de su cuarta esposa, Lynne Frederick, que por testamento se quedó con toda la riqueza. Seis meses después de morir Peter, Lynne se volvió a casar, esta vez con la estrella televisiva David Frost, se divorció y se casó de nuevo, ahora con un cardiólogo (con quien tuvo una hija). En 1994 falleció a los 39 años, hundida por el alcohol y la cocaína. La herencia pasó a su madre, Iris Frederick, actualmente responsable y poseedora de todo lo relacionado con Peter Sellers. Cuando ella muera, la fortuna irá a Cassie, la hija de Lynne y el cardiólogo.

Puede que en el fondo Sellers fuera una vaina vacía, pero era capaz de mutar en cualquier otra cosa, porque como dijo David Niven en su responso el 8 de septiembre de 1980, cuando el cómico hubiera cumplido 55 años: “¿Cuántos de nosotros realmente te conocimos? Después de 25 años de amistad, yo aún tuve que preguntármelo”. O puede que viviera la vida de otros. O de otro. Ed Sikov, otro de sus biógrafos, desvela que un año antes de que naciera el actor, sus padres tuvieron otro hijo, un bebé famélico al que llamaron Peter, que falleció rápidamente. Enterrado, nunca se volvió a hablar de él en la familia.

Entre éxitos y desastres

Sam Wasson desarrolla en su libro sobre Blake Edwards esta teoría: “La Pantera Rosa presentó a Clouseau. El nuevo caso del inspector Clouseau lo perfeccionó. El regreso de la Pantera Rosa reconoció el legado del filme y La Pantera Rosa’ ataca de nuevo lo parodió. La venganza de la Pantera Rosa, la más oscura de la saga, ofreció un nuevo y vulnerable Clouseau como nunca lo habíamos visto”. Para Edwards y Sellers el cuarto rodaje fue terrible, comunicándose incluso con notas escritas, según cuenta Herbert Lom, otro de los habituales de la saga por su personaje de Dreyfuss. Sin embargo, la taquilla superó los 100 millones de dólares, y con Sellers y su salud ya muy renqueantes, Edwards accedió a una quinta película más, “sintiéndome como un hombre condenado a una enfermedad de un año”.

Pasaron diez años entre El nuevo caso del inspector Clouseau —en puridad no pertenece a la saga rosa— y El regreso de la Pantera Rosa, y la fama de aquellas aventuras no dejaron de crecer gracias a las dos series de dibujos animados, al Oscar al corto de animación, a la banda sonora de Henry Mancini e incluso a un desastre, El rey del peligro, la película que en 1968 tuvo como Clouseau a Alan Arkin. Solo un punto a favor: el dibujo animado del inspector y la gorra acompañando a la gabardina del policía nacen de este título.

Los dibujos volvieron en sucesivas entregas —desgraciadamente, en las últimas la Pantera Rosa habla—, se hicieron videojuegos y cómics con el animal (tiene hasta Estrella de la Fama en Hollywood con sus huellas estampadas), Edwards llegó a inventarse un descendiente secreto de Clouseau para El hijo de la Pantera Rosa en 1993 con Roberto Benigni en ese aciago papel (que encima fue la última película de Edwards), y en este siglo XXI Steve Martin reinició la saga con dos filmes nuevos, mancillando el legado. Todo el universo rosa: Cato (Burt Kwouk), el criado de Clouseau; Dreyfuss (Herbert Lom), el jefe que quiere matarle; las mujeres que le rehuyen; el subordinado tontorrón; el ladrón de guante blanco David Niven; las apariciones habituales de intérpretes como Claudia Cardinale y Graham Stark; la música de Henry Mancini o las secuencias iniciales de animación… Todo eso no tiene sentido si faltan Sellers o Edwards. O los dos o ninguno.

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Dejar de ser jóvenes

Danny Boyle estrena en el festival de Berlín la segunda parte de su adaptación de la novela ‘Trainspotting’, llena de melancolía por el estallido de hace 20 años.

/ 26 de febrero de 2017 / 04:00

Elige la vida. Elige un empleo. Elige una carrera. Elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas. Elige lavadoras, coches, equipos de compact disc y abrelatas eléctricos”. Así arrancaba el famoso monólogo de Mark Renton en Trainspotting hace 20 años. Danny Boyle (Manchester, 1956), su director, lo tuvo claro: eligió el cine. “A pesar de todo, de los rodajes, del hermanamiento que se produce entre los equipos, soy un tipo solitario. Me dedico a hacer lo mío”. Era su segundo largometraje, adaptaba una novela de Irvine Welsh, y ambos, filme y libro, acabaron convertidos en fenómenos de culto, retratos de una generación y productos para las masas. Todo a la vez. Y en aquella ola se subieron Boyle y un joven Ewan McGregor, que encarnaba a Renton.

La ola ha pasado. Y su resaca. McGregor y Boyle vuelven a hablarse tras años de distanciamiento por el personaje protagonista de La playa que no encarnó McGregor. El director ha ganado oscars, ha rodado sin parar, ha dirigido una ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos… y T2 Trainspotting esperaba agazapada. Pero Boyle no le veía tan claro. “Hace 10 años nos lo planteamos. Pero el guion no era potente, John Hodge (el guionista de ambos filmes) y yo teníamos claro que sin un buen libreto no rodaríamos”. Ahora sí, ahora lo han logrado y T2 Trainspotting ha sido el plato fuerte del primer fin de semana del festival de Berlín, la Berlinale, donde se ha presentado aunque fuera de concurso.

Boyle podría haber sido un gran Renton, por su forma expansiva de expresarse. Y su capacidad para ligar metáforas. Por ejemplo, en su reflexión sobre lo que significa echar la vista atrás: “Cuando miras por un telescopio, las cosas parecen distantes, pero, si le das la vuelta de repente, tienes la imagen encima. Así es nuestra relación con el pasado: a veces no recuerdas nada y otras se te cae todo encima”. Y a él le ha caído con el peso de la nostalgia: “La única manera de huir de ella es olvidarte de la primera parte. Pero en el momento en que encuentras puntos de agarre al primer Trainspotting, te agarra esa nostalgia —yo prefiero usar melancolía— y no te suelta. Porque el pasado no está muerto, te oprime.

La primera no dejaba de ser un artefacto de energía. Podíamos incluso imaginar que el cuarteto protagonista había ido al cine a verla y meternos en un loop de tiempo sin fin. Fíjate cómo se parecen los abuelos y los nietos. Bueno, vivo de crear ilusiones, y eso es T2, una ilusión de melancolía procedente de un estallido de hace 20 años”. Para Boyle, un buen ejemplo del cine que muestra el paso del tiempo con toda la crudeza y sin melancolía de Boyhood, de 2014. “Nunca queremos cruzar la línea, dejar de ser jóvenes. Pues llega un momento en que toca”.

Pero los tiempos han cambiado y, por tanto, los temas también. “Si la primera iba sobre drogas y juventud, ahora hablamos sobre el paso del tiempo y somos prisioneros de los personajes”. Las chicas miran a los protagonistas desde arriba. Como siempre ha ocurrido en el cine de Boyle. “Porque las mujeres son mucho más sabias que nosotros. Entre otras, su propio cuerpo les otorga una profunda enseñanza sobre el paso del tiempo. Nosotros vivimos en cambio desesperados por resucitar glorias pasadas, un sinsentido. Por eso, en T2, ellas luchan para que sus hijos no se parezcan a sus padres”.

Aquel viaje salvaje por la heroína de los tiempos de Trainspotting dejó sus cadáveres. “En Escocia fue más brutal el alcohol, porque es legal y aceptado socialmente. Incluso la violencia que emana de su consumo”. Y las dependencias siguen formando parte de los protagonistas de T2. Antes buscaban vida más allá de la vida en aquella ultrarrealidad inducida por la droga, y hoy la realidad se esconde bajo capas y capas de relaciones virtuales a través de las redes sociales digitales. “El discurso ‘Elige vida’ de la primera parte nacía de la arrogancia de la juventud. Ahora hay otras opciones, de acuerdo, pero todo surge de la decepción. No creo que la respuesta adecuada sea que sustituimos antiguas adicciones con estas nuevas tecnológicas. No va de eso. Si eres nativo digital —yo no lo soy, mis hijos sí— lo ves desde otra perspectiva. Lo que sí sé es que no amortiguan la soledad”.

A Boyle no le ha importado juguetear con los iconos. “Entiendo que tenía una responsabilidad. Pero mi obligación es contar una buena historia”. A pesar de todo, hay un discurso, y esta vez estaba señalada en la filmación. “Ahora ya no es un mantra, ni una inyección de rock, de punk. Quisimos olvidarnos de cualquier expectativa, pero sí, me preocupaba esa noche de rodaje”. Y también se ha quedado atrás cualquier atisbo de crónica social: “Nos pilló el Brexit en mitad del rodaje.

No encajaba en la trama ni con calzador. En Escocia fue un terremoto. Nos mató la little England, esa sociedad movida por la nostalgia ridícula, y la falta de liderazgo. En el rodaje no sabíamos si dejar los euros o no, y cuando rodamos en la puerta del Parlamento escocés pusimos todas las banderas posibles. ¡Para no cerrarnos ninguna posibilidad!”.

El director cuenta un secreto al final: “Robé la conclusión de Trainspotting de Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea. En esta ocasión, dudé y dudé. Y no lo encontré hasta cuatro semanas después de rematar el montaje. Pero es bueno, ¿eh?”.

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‘EEUU glorifica la violencia’

El director Spike Lee, enfrentado a Hollywood por marginar el cine de los negros, denuncia en ‘Chi-Raq’ la elevada criminalidad de Chicago.

/ 22 de febrero de 2016 / 17:20

Desde 2003 hasta hoy han muerto más personas en Chicago por arma de fuego (superan los 7.000 fallecidos) que estadounidenses en las guerras de Irak y Afganistán. Solo en febrero ya van 90 asesinatos. “Es la capital estadounidense de la muerte”, aseguran en Chi-Raq, la nueva película de Spike Lee, que para ilustrar esa tragedia ha adaptado Lisístrata, la sátira de Aristófanes escrita hace 2.426 años, a los barrios del sur de esa ciudad. Allí Lisístrata, novia de Demetrius Chi-Raq —el líder de una banda gangsta llamada Esparta, enfrentada a sus rivales, los Cíclopes— decide poner fin a esa sangría. Y como en la antigua Grecia, pedirá a todas las mujeres ayuda en su huelga de piernas cruzadas: “No peace No piece” (No paz, no sexo), gritan en sus manifestaciones. Sin sexo, los hombres entran en razón.

“Yo nunca he estado en Irak, así que no sé cómo es una zona de guerra, pero creo que las cifras deberían dejarnos calificar así a Chicago”, dijo esta semana Lee durante la presentación de su película en la Berlinale. A su lado John Cusack, que encarna a un sacerdote en lucha contra la violencia, recalcó: “Cada día 99 personas mueren a balazos en Estados Unidos”. El realizador ha encontrado apoyo en una fuerza de la industria, Amazon Studios, que estrenó la película en streaming, para mostrar una sociedad que, asegura, “glorifica la violencia”. “Vivo en un país muy violento, con un exceso de armas de fuego. Hay una gran batalla por dar. En Chicago hay un tiroteo diario. ¿Qué nos pasa? ¡Puede que Donald Trump sea presidente! Me da miedo”.

Spike Lee cree que no es solo un problema afroamericano. “En esto también están los blancos, porque en la muerte hay negocio. Se mueve demasiado dinero”. Sobre su voto presidencial, lo tiene claro: “Bernie Sanders es de Brooklyn, así que votaré por Bernie”. En entrevistas previas, Lee (Atlanta, 1957) llegó a calificar esta masacre de “genocidio negro autoinfligido que hay que detener”. “Seamos honestos. No podemos acusar a la Policía de asesinarnos si no analizamos que también nos asesinamos a nosotros mismos”.

Además, apuntaba que el cambio solo podía nacer desde los mismos estadounidenses: “Lo llevo diciendo desde Aulas turbulentas (1988). ¿Cuáles eran las dos últimas palabras que se oían en pantalla, dichas por Lawrence Fishburne? ‘Wake up!’ (¡Despertad!). ¿Qué es lo primero que se escucha en Haz lo que debas, en la voz de Samuel L. Jackson? ‘¡Despertad!’. ¿Y qué dice Jackson al final de Chi-Raq? ‘¡Despertad!’. Llevo décadas recalcando lo mismo en pantalla, pero la gente aún no me ha hecho caso”. Y de ahí su lamento: “Hemos fallado toda una generación cuando a un joven negro hoy no le importa morir a los 18 años. No hemos abierto el debate sobre el control de las armas, ni parece que vayamos a afrontarlo próximamente”.

El director sigue siendo un realizador visualmente impactante, pero le puede afectar el exceso en pantalla y ante la prensa. “Mis películas favoritas muestran problemas serios de forma satírica. Me encanta Kubrick”, contaba, como reflejo de su personalidad. Lee ha estado comedido en Berlín, divertido.

Aún mantiene su energía, y sentado ante la prensa, se ve cómo se revuelve en la silla: como una lagartija. Ha sabido usar el hip-hop para atacar justo a algunos de sus creadores, los gangsta rap que con la música azuzan la violencia. Lástima que en Chi-Raq intente abarcar demasiados temas y se vaya por las ramas con algunas tramas secundarias que ralentizan la acción. Sin embargo, todavía queda cineasta para rato. Y por supuesto, nadie callará a alguien que jamás tuvo pelos en la lengua.

Y sobre los Oscar y la Academia, que le ha premiado este año con un galardón de honor, apuntó: “No boicoteo los Oscar, simplemente mi mujer y yo hemos decidido no ir. ¿Por qué? En los dos últimos años en las cuatro categorías de interpretación no ha habido finalistas negros. Y se han hecho trabajos que deberían haber estado ahí. Pero el problema son los ejecutivos. Esos que se sientan en las reuniones de los estudios, los que hacen las películas, las series. Incluso si no crees en diversidad, los encargados del negocio deberían pensar en el enorme mercado que existe y dejan fuera”.

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/ 22 de febrero de 2016 / 17:20

Desde 2003 hasta hoy han muerto más personas en Chicago por arma de fuego (superan los 7.000 fallecidos) que estadounidenses en las guerras de Irak y Afganistán. Solo en febrero ya van 90 asesinatos. “Es la capital estadounidense de la muerte”, aseguran en Chi-Raq, la nueva película de Spike Lee, que para ilustrar esa tragedia ha adaptado Lisístrata, la sátira de Aristófanes escrita hace 2.426 años, a los barrios del sur de esa ciudad. Allí Lisístrata, novia de Demetrius Chi-Raq —el líder de una banda gangsta llamada Esparta, enfrentada a sus rivales, los Cíclopes— decide poner fin a esa sangría. Y como en la antigua Grecia, pedirá a todas las mujeres ayuda en su huelga de piernas cruzadas: “No peace No piece” (No paz, no sexo), gritan en sus manifestaciones. Sin sexo, los hombres entran en razón.

“Yo nunca he estado en Irak, así que no sé cómo es una zona de guerra, pero creo que las cifras deberían dejarnos calificar así a Chicago”, dijo esta semana Lee durante la presentación de su película en la Berlinale. A su lado John Cusack, que encarna a un sacerdote en lucha contra la violencia, recalcó: “Cada día 99 personas mueren a balazos en Estados Unidos”. El realizador ha encontrado apoyo en una fuerza de la industria, Amazon Studios, que estrenó la película en streaming, para mostrar una sociedad que, asegura, “glorifica la violencia”. “Vivo en un país muy violento, con un exceso de armas de fuego. Hay una gran batalla por dar. En Chicago hay un tiroteo diario. ¿Qué nos pasa? ¡Puede que Donald Trump sea presidente! Me da miedo”.

Spike Lee cree que no es solo un problema afroamericano. “En esto también están los blancos, porque en la muerte hay negocio. Se mueve demasiado dinero”. Sobre su voto presidencial, lo tiene claro: “Bernie Sanders es de Brooklyn, así que votaré por Bernie”. En entrevistas previas, Lee (Atlanta, 1957) llegó a calificar esta masacre de “genocidio negro autoinfligido que hay que detener”. “Seamos honestos. No podemos acusar a la Policía de asesinarnos si no analizamos que también nos asesinamos a nosotros mismos”.

Además, apuntaba que el cambio solo podía nacer desde los mismos estadounidenses: “Lo llevo diciendo desde Aulas turbulentas (1988). ¿Cuáles eran las dos últimas palabras que se oían en pantalla, dichas por Lawrence Fishburne? ‘Wake up!’ (¡Despertad!). ¿Qué es lo primero que se escucha en Haz lo que debas, en la voz de Samuel L. Jackson? ‘¡Despertad!’. ¿Y qué dice Jackson al final de Chi-Raq? ‘¡Despertad!’. Llevo décadas recalcando lo mismo en pantalla, pero la gente aún no me ha hecho caso”. Y de ahí su lamento: “Hemos fallado toda una generación cuando a un joven negro hoy no le importa morir a los 18 años. No hemos abierto el debate sobre el control de las armas, ni parece que vayamos a afrontarlo próximamente”.

El director sigue siendo un realizador visualmente impactante, pero le puede afectar el exceso en pantalla y ante la prensa. “Mis películas favoritas muestran problemas serios de forma satírica. Me encanta Kubrick”, contaba, como reflejo de su personalidad. Lee ha estado comedido en Berlín, divertido.

Aún mantiene su energía, y sentado ante la prensa, se ve cómo se revuelve en la silla: como una lagartija. Ha sabido usar el hip-hop para atacar justo a algunos de sus creadores, los gangsta rap que con la música azuzan la violencia. Lástima que en Chi-Raq intente abarcar demasiados temas y se vaya por las ramas con algunas tramas secundarias que ralentizan la acción. Sin embargo, todavía queda cineasta para rato. Y por supuesto, nadie callará a alguien que jamás tuvo pelos en la lengua.

Y sobre los Oscar y la Academia, que le ha premiado este año con un galardón de honor, apuntó: “No boicoteo los Oscar, simplemente mi mujer y yo hemos decidido no ir. ¿Por qué? En los dos últimos años en las cuatro categorías de interpretación no ha habido finalistas negros. Y se han hecho trabajos que deberían haber estado ahí. Pero el problema son los ejecutivos. Esos que se sientan en las reuniones de los estudios, los que hacen las películas, las series. Incluso si no crees en diversidad, los encargados del negocio deberían pensar en el enorme mercado que existe y dejan fuera”.

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Oliver Stone: ‘Estados Unidos es una historia de miedo’

El director, que prepara una película sobre Snowden,  critica la avaricia y el poder en su país

/ 25 de octubre de 2015 / 04:00

Con los años, el director de cine estadounidense Oliver Stone ha dulcificado sus formas, pero no su lengua. La semana pasada, en el festival de cine fantástico y de terror de Sitges (España), denunció ante todo quien quisiese oirle el “pasado sangriento e imperialista” de su país. En el certamen, donde recibió el Gran Premio Honorífico, se recreó al hablar de su libro La historia silenciada de Estados Unidos (editorial La Esfera de los libros), la versión literaria de la serie documental de televisión La historia no contada de Estados Unidos, ambos realizados junto al profesor de Historia y director del Instituto de Estudios Nucleares de la American University Peter Kuznick. “Eso sí que era una historia de miedo, mi mejor trabajo en el documental y en el terror”.

Dado el marco en donde impartía la clase magistral, el cineasta empezó hablando de su pasión por el cine japonés y el coreano de terror extremo y de su implicación en la producción de alguna película asiática. Luego se centró en sus temas habituales, como Alejandro Magno, su película favorita de la que ya ha realizado tres montajes. “En el momento de su estreno no pude entregar la película que quise. En 2014, edité en DVD y Blu-ray el montaje definitivo de tres horas y cuarenta minutos, un tiempo necesario para hablar de un personaje tan complejo y original”.

Stone ahondó mucho más en los elementos necesarios para escribir un buen guion y dirigir una gran película. “No hay una fórmula que pueda recomendarte. Pero necesitas una visión, mucha imaginación y algo que te inspire. En mi caso, mucha de esa inspiración nace del asesinato de John Fitzgerald Kennedy porque marcó mi infancia y cambió radicalmente el rumbo de Estados Unidos. El guion de El precio del poder, por ejemplo, se basa en mi intención por investigar en la avaricia y el poder en EEUU. En Salvajes me interesaba hablar de la negociación más que del narcotráfico”. El director reconoció lo que realmente le mueve: “El desafío. Cuando alguien me dice no, yo me crezco”.

Un discurso parecido defendió cuando pasó a explicar la forma de trabajar cuando filma sus películas sobre personajes históricos: “Yo no hago biopics, sino que intento definir los momentos que han motivado sus vidas: Nixon iba de las inseguridades de un presidente espantado de sus propios demonios interiores, procedentes de su infancia… Bueno, al menos Nixon poseía, tenía tres dimensiones, porque George W. Bush es plano. Por las mañanas, éste se mira al espejo y le encanta lo que ve, sin ir más lejos. Y eso también es fascinante”. Preguntado por JFK, Stone reconoció que fue un éxito enorme. “Entusiasmó. Con ella se cambiaron leyes, yo mismo intervine en el Congreso. Cambió la sociedad y dejó como legado que hoy mis compatriotas saben que América no es transparente”.

SECRETOS. En cuanto al recorrido que la serie de televisión y el libro trazan sobre el imperialismo estadounidense, Stone explicó por ejemplo cómo, tras apoyar a Filipinas en 1898 en su guerra de independencia contra España, Estados Unidos conquistó el país:“Y ésta fue una guerra mucho más sangrienta que la que se libró contra España, fue el Vietnam de la época”. Tampoco ahorró calificativos despreciativos contra el expresidente de Estados Unidos Ike Eisenhower y su visita a la España del dictador Francisco Franco, al que brindó todo su apoyo: “Ike era un ignorante y no sabía nada de la Guerra Civil española ni del régimen franquista”.

Ahora, Stone está rematando Snowden, una película sobre la vida de Edward Snowden, exanalista de la CIA que ha revelado varios secretos de la agencia. “He vuelto a trabajar con material delicado. ¿Que si tengo miedo? Alguna vez sí he pensado en que me podían hacer algo las agencias gubernamentales. Hay días en los que te sientes nervioso, desde luego”.

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Con los años, el director de cine estadounidense Oliver Stone ha dulcificado sus formas, pero no su lengua. La semana pasada, en el festival de cine fantástico y de terror de Sitges (España), denunció ante todo quien quisiese oirle el “pasado sangriento e imperialista” de su país. En el certamen, donde recibió el Gran Premio Honorífico, se recreó al hablar de su libro La historia silenciada de Estados Unidos (editorial La Esfera de los libros), la versión literaria de la serie documental de televisión La historia no contada de Estados Unidos, ambos realizados junto al profesor de Historia y director del Instituto de Estudios Nucleares de la American University Peter Kuznick. “Eso sí que era una historia de miedo, mi mejor trabajo en el documental y en el terror”.

Dado el marco en donde impartía la clase magistral, el cineasta empezó hablando de su pasión por el cine japonés y el coreano de terror extremo y de su implicación en la producción de alguna película asiática. Luego se centró en sus temas habituales, como Alejandro Magno, su película favorita de la que ya ha realizado tres montajes. “En el momento de su estreno no pude entregar la película que quise. En 2014, edité en DVD y Blu-ray el montaje definitivo de tres horas y cuarenta minutos, un tiempo necesario para hablar de un personaje tan complejo y original”.

Stone ahondó mucho más en los elementos necesarios para escribir un buen guion y dirigir una gran película. “No hay una fórmula que pueda recomendarte. Pero necesitas una visión, mucha imaginación y algo que te inspire. En mi caso, mucha de esa inspiración nace del asesinato de John Fitzgerald Kennedy porque marcó mi infancia y cambió radicalmente el rumbo de Estados Unidos. El guion de El precio del poder, por ejemplo, se basa en mi intención por investigar en la avaricia y el poder en EEUU. En Salvajes me interesaba hablar de la negociación más que del narcotráfico”. El director reconoció lo que realmente le mueve: “El desafío. Cuando alguien me dice no, yo me crezco”.

Un discurso parecido defendió cuando pasó a explicar la forma de trabajar cuando filma sus películas sobre personajes históricos: “Yo no hago biopics, sino que intento definir los momentos que han motivado sus vidas: Nixon iba de las inseguridades de un presidente espantado de sus propios demonios interiores, procedentes de su infancia… Bueno, al menos Nixon poseía, tenía tres dimensiones, porque George W. Bush es plano. Por las mañanas, éste se mira al espejo y le encanta lo que ve, sin ir más lejos. Y eso también es fascinante”. Preguntado por JFK, Stone reconoció que fue un éxito enorme. “Entusiasmó. Con ella se cambiaron leyes, yo mismo intervine en el Congreso. Cambió la sociedad y dejó como legado que hoy mis compatriotas saben que América no es transparente”.

SECRETOS. En cuanto al recorrido que la serie de televisión y el libro trazan sobre el imperialismo estadounidense, Stone explicó por ejemplo cómo, tras apoyar a Filipinas en 1898 en su guerra de independencia contra España, Estados Unidos conquistó el país:“Y ésta fue una guerra mucho más sangrienta que la que se libró contra España, fue el Vietnam de la época”. Tampoco ahorró calificativos despreciativos contra el expresidente de Estados Unidos Ike Eisenhower y su visita a la España del dictador Francisco Franco, al que brindó todo su apoyo: “Ike era un ignorante y no sabía nada de la Guerra Civil española ni del régimen franquista”.

Ahora, Stone está rematando Snowden, una película sobre la vida de Edward Snowden, exanalista de la CIA que ha revelado varios secretos de la agencia. “He vuelto a trabajar con material delicado. ¿Que si tengo miedo? Alguna vez sí he pensado en que me podían hacer algo las agencias gubernamentales. Hay días en los que te sientes nervioso, desde luego”.

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