La Creperie, goce más allá del paladar
El lugar especializado en crepés creó con detalles y color un refugio íntimo para el deleite de los sentidos.
Hacer amigos parece ser el principio oculto del diseño de La Crêperie (c. José María Zalles M2, bloque M, San Miguel). Una larga barra atraviesa el salón del café especializado en el platillo francés —donde la cercanía entre comensales es inevitable o suficiente para desear el platillo del otro— y la cocina está expuesta a la vista de los curiosos o quienes simplemente tengan ganas de charlar con los cocineros.
La intención de Andrea Herrera Dips, líder de este emprendimiento, fue crear una suerte de taller donde se crearan experiencias —por eso el subtítulo: “Atelier de los sentidos”—. Es un lugar donde el placer de comer bien está acompañado de deleites visuales y auditivos también, lo que involucra ya, cuatro sentidos.
“Quería construir un lugar especial, donde me sintiera feliz de admirar los detalles. Un espacio que quisiera mostrar a mis invitados, que son por supuesto mis clientes”.
El tacto está estimulado con libros, porque una de las misiones del espacio es fomentar la lectura sin intermediarios electrónicos de por medio. Por eso tiene una colección de novelas en diferentes idiomas —y alguno que otro compendio de contabilidad— que visitantes intercambiaron y pueden intercambiar por un crepé.
Los niños tienen un rincón—“la pared de los artistas”— que está destinado a llenarse con los dibujos que hacen mientras esperan. El color está en todas partes; en la comida servida en platos blancos que los chefs usan como lienzos, en las guirnaldas que cuelgan y en los muebles.
El menú, así como los cuadros, se inspira en experiencias personales. La familia de Andrea tiene raíces árabes, de ahí nacen propuestas como un crepé de falafel, por ejemplo. De ella también heredó el amor por la cocina que la motivó a dejar su carrera como ingeniera comercial.
“Nunca estudié cocina. Es más, estaba en Alemania trabajando en un banco cuando tomé más en serio la idea, que tenía desde niña, de abrir algo así. Aprendí a hacer crepés mirando y practicando, después de comprarme la plancha”.
Si bien cuando abrió, en octubre de 2016, el futuro estaba lleno de incertidumbre para quien invirtió todo en este lugar, tras incontables noches de música en vivo, vinos y crepés, la respuesta de la gente no solo le da seguridad, sino el impulso para crecer y ofrecer más horas de servicio.
“Ya tenemos varios eventos pensados para este año. Tendremos lecturas de tarot, intercambios de libros, y reuniones con diferentes expertos. También estamos trabajando para ampliar nuestras horas de servicio. Estamos muy contentos y viendo cómo crecer”.