1. Mar negro es un largometraje documental sobre el poeta cruceño Hugo Montero Áñez (1931-2016), interno en el Instituto Nacional de Psiquiatría Gregorio Pacheco de Sucre por más de 60 años. En su hora de duración, Omar Alarcón entrelaza —sin ninguna intervención explicativa o narración— imágenes del poeta ya anciano y de sus rutinas, audios del poeta recitando poemas propios y ajenos, algunas imágenes de archivo.

2. Creo recordar conversaciones o textos en los que este documental fue descrito —luego de su estreno en 2018— según ideas críticas rutinarias: a) se habló de la lucidez de la poesía enfrentada a la opresiva sinrazón de las instituciones; b) de la reclusión del poeta en tanto disciplinamiento de un tipo de pensamiento y de sensibilidad heterogéneos; c) del valor de contar historias desde los márgenes de la realidad social o simbólica (obviamente “subvirtiendo el centro”); d) de narrativas a contrapelo de la grandilocuencia sociopolítica habitual en el documental boliviano (¿?); e) del encomiable rescate de figuras ninguneadas por la cultura “hegemónica”; f) del encanto o la leyenda de otro “poeta secreto” y su respectiva obra “perdida”; g) de la sugerencia de una realidad inconveniente detrás de la que vemos en el documental.

3. Poco se ilumina la comprensión de una película —me atrevo a decir— con la repetición de lugares comunes que poco o nada tienen que ver con ella. Quizá por eso habría que resistir la tentación de repetir perlas de sabiduría de Octavio Paz sobre el poeta y su lenguaje, de Michel Foucault sobre la locura y sus instituciones o de Miloš Forman sobre los locos y su evidente humanidad, y anotar, en vez, lo que se ve. Y lo que se ve y escucha en Mar negro es mejor que otro regreso a estas ideas recibidas. Por ejemplo: vemos una institución que funciona: los internos están bien atendidos, el lugar es hermoso, el personal los trata con cariño, todos deambulan sin mayores restricciones que las de su medicación. Y la poesía de Montero que escuchamos es tradicional y estereotipada, de esa que no “subvierte” ninguno de los “códigos hegemónicos” sino que los prolonga (Montero es un modernista a deshoras, a veces bueno, a veces no). Y la única realidad terrible a la vista es la del abandono de los familiares, la de la soledad, la del tedio institucional, la de los daños físicos.

4. Felizmente, Alarcón —asistido por Pablo Barriga en la fotografía y montaje— deja que en Mar negro las cosas sucedan, en buena medida, según su propio misterio: la cámara registra —respetuosa de distancias y espacios personales— la cotidianidad de Montero y, sobre todo, la de la institución que lo acoge. Vemos revisiones médicas, cortes de pelo, almuerzos, paseos, conversaciones entre internos, gente tomando el sol o mirando por la ventana. Los ritmos casi cíclicos o intemporales de este retrato institucional no son interrumpidos sino acompañados por los poemas que Montero repite, también una y otra vez, a pedido: “Cómo están las poesías, don Huguito?”, le pregunta una peluquera; y luego ruega: “¿Tiene una poesía para mí?”. Don Hugo, generoso, siempre tiene una.

5. “No hay nadie que defienda la locura en estos tiempos”, dice el poeta. Pero habría que añadir que él tampoco es ese defensor: salvo la certeza de que lo han traicionado (y aunque su abandono confirme esa sospecha), no hay ni en su poesía ni en sus opiniones las irrupciones de lo que se ha llamado “el lenguaje de la locura”, “la lógica de los márgenes”, “la lucidez subvertora” del alienado, etc. De hecho, su propia caracterización de la locura es oscilante: “es una fiesta”, dice, pero también “el mal de los muertos” (definición dubitativa que podríamos aplicar a tanta cosa en Bolivia: la política, el folklore reciente, el transporte interprovincial).

6. La poesía de Montero prolonga la dicción y el vocabulario del modernismo; no es casual que tres de los poemas que recita en la película sean de Rubén Darío (Lo fatal, De otoño y Melancolía). La suya misma es una poesía que combina la pulsión testimonial (“En esta noche negra y fría / escucho sonar una banda / que está muy cercana”, dice al empezar el mejor de sus poemas) con un repertorio de giros que llaman la atención sobre su “poeticidad” (“y me parece que esa música es del mar / del mar negro que ha sido nuestro amor”, continúa). Pero si esta es poesía que nunca está lejos de musas, parnasos, rosas, espinas y cisnes, también es (o sobre todo) una forma de recitar, de decir: los textos de Montero son ejercicios encantatorios, pronunciados con rapidez y como si al declamador le faltara el aire y se atragantara con las palabras, ya algo tan inevitable como una manera de caminar o de caerse.

7. Es en esta dimensión, la del cuerpo como un estilo impersonal, que la locura —y la vejez— se hacen visibles en Mar negro, es decir, en las formas de hablar o no hablar de los internos, de desplazarse a tumbos o de quedar ensimismados en el piso, con el cuerpo hecho un nudo o extrañamente quieto, a veces poseídos por movimientos que no controlan o no quieren controlar, mirando al vacío o a la cámara.

8. Se puede comparar el retrato de Alarcón con el de otra entrañable película sobre un loco: Alejandro Mamani: Un caso de antropología psicológica, mediometraje de 1983 que relata las angustias de un anciano aymara que se dice poseído por un demonio (está en YouTube). En ambos casos se sospecha que la locura tal vez no se puede mostrar, que no es visible sino en sus efectos, en sus consecuencias, en sus estragos y desmanes, en las decisiones que provoca. Lo que sí podemos ver es gente hecha mierda.

9. Hay varias formas de recordar Mar negro. Yo, por ejemplo, mientras la veía, pensé que —entre sus beneficios— es posible considerarla un retrato indirecto de las funciones del poeta y de la poesía en un país en el que no se lee literatura (o casi nada) y en el que, a la vez, se tienen respetos reverenciales y mitómanos por esos poetas que no se han leído.

10. mucho descontentamiento con el organismo humano”, responde don Hugo. Y luego ella le ofrece, como seduciéndolo, una “canción sobre el sapo”. Don Hugo sonríe de oreja a oreja (el sapo, en el Oriente, es la vagina). Su interlocutora se apresura a aclarar el malentendido y repite varias veces: “el sapo de la laguna”, “el sapo de la laguna”. Y canta la canción de un sapo cancionero. Don Hugo aplaude con las dos manos extendidas, tiesas y planas. “Me faltan músculos para aplaudirle”, agradece.