Odiada ortografía
Se trata de modificaciones a costumbres tan enraizadas como el comer, hablar o caminar
Un ramillete de pasiones generó el anuncio de la nueva edición de la Ortografía de la Real Academia Española (RAE), que se aprobará el 28 de este mes en Guadalajara. Las reacciones conocidas a través de los medios de comunicación, principalmente por la red internet, son una muestra de que la gente toma los cambios con sentimientos extremos: o los ama o los odia. No se advierten medias tintas.
Es que se trata de modificaciones a costumbres tan enraizadas como el comer, hablar o caminar. Todos hemos nacido, crecido y aprendido a escribir de una determinada manera y, de pronto, aunque la RAE haya prevenido de estas reformas, se nos obliga a acatarlas porque de lo contrario incurriremos en faltas ortográficas. La naturaleza rebelde del hombre ha motivado una renuencia pocas veces vista en el siempre correcto y, en general, aceptado ámbito de la academia española. Incluso escritores bolivianos han censurado las medidas que formarán parte del sistema de la lengua castellana.
Cierta crítica, no obstante, resulta exagerada: no sólo que algunas disposiciones no son significativas, sino que las nuevas reglas llegan precedidas de recomendaciones. El problema es otro: acostumbrarse a estas normas no será fácil, principalmente para los mayores de 20 ó 30 años. «¡Nos van a volver locos!», protestó alguien en la internet.
Valga la reticencia de quienes opinan que no se cumple la justificación de la RAE de que la ortografía —consensuada por las 22 academias panhispánicas— sea «razonada y exhaustiva pero simple y legible» y de que, además, sea «coherente».
Entre las principales observaciones destaca la supresión definitiva de la tilde para el adverbio «solo» y los pronombres demostrativos «este», «esta», «estos», «estas». Ya existía la recomendación de obviar la tilde para estos casos, pero se la permitía cuando había riesgo de confusión. Lo incomprensible es que se pretenda omitirla siempre, con el excluyente argumento de que el contexto lo solucionará todo; en realidad, a veces no resuelve nada (para ejemplo, uno también español: «Me gusta ir al cine solo cuando estoy en Madrid»).
Que la «i griega» pierda su gentilicio y pase a llamarse «ye», a secas, parece ocioso. Pero que se pretenda que la «v» dentilabial sea «uve», suena a invasión. O que se escriba «guion» sin tilde, puede ser coherente con la regla para los monosílabos, pero que cambia la forma de pronunciarla, la cambia.
En fin. Tela hay para cortar.