Voces

Thursday 2 May 2024 | Actualizado a 16:34 PM

Opiniones racistas

En los hechos lo que importa es contar quiénes se consideran indígenas y quiénes no

/ 20 de junio de 2012 / 05:09

La semana pasada, dos sucesos noticiosos provocaron repercusión en diversos ámbitos de la opinión pública, síntoma de libertad de expresión. Sin embargo, en gran parte de esos comentarios se identifican opiniones de tono racista, en un caso descalificando a un magistrado por sus prácticas culturales y en el otro proponiendo el mestizaje como identidad.

En efecto, luego de que hace algunas semanas el magistrado del Tribunal Constitucional Gualberto Cusi declarara que consulta la hoja de coca cuando debe tomar decisiones respecto de fallos conflictivos, parte de la opinión se mostró indignada, impulsando a algunos miembros de la Asamblea Legislativa Plurinacional a convocarlo a informe oral para explicar esta práctica. En la ocasión, el magistrado explicó el contexto en que se desarrolla la práctica de la lectura de la hoja de coca, además de informar que no consulta los fallos que emitirá, pues éstos deben apegarse a lo que dicta la norma.

Según el miembro del Tribunal Constitucional, no cualquiera está habilitado para leer coca, pues hay una fenomenología que determina quién tiene la habilidad de interpretar lo que dicen las hojas. Pero lo más importante de dicho informe oral fue que el interpelado intentó dejar establecido que sus prácticas, incluyendo la lectura de la coca, corresponden a su cultura, dato que no es menor, sobre todo porque Cusi fue electo en su condición de candidato indígena a una institución plurinacional.

Los comentarios que circularon, durante días, coincidieron en la descalificación del magistrado, llegando en muchos casos al insulto y la denigración abiertos. A las críticas contra los comentarios racistas, la respuesta fue que se trataba de ‘sentido común’, lo cual es cierto, pero significa que éste está teñido de racismo.

El segundo suceso que desnudó el racismo en la sociedad fue la realización de la prueba piloto de la boleta que se empleará para el Censo Nacional de Población y Vivienda. Importó menos el acto de poner a prueba el instrumento que el hecho, ya antes discutido y comentado en este mismo espacio, que no se vaya a preguntar por la identificación con el concepto ‘mestizo’. Al parecer, el ‘sentido común’ dicta que quienes no son indígenas deben pertenecer a la categoría mestizo, cuando en los hechos lo que importa es contar quiénes se consideran indígenas y quiénes no, al margen de cuán mestizados sean.

Hay, pues, preocupantes indicios que dan cuenta de la buena salud de un “sentido común” que no por extendido es menos dañino para la sociedad, pues cualquier manifestación de desprecio, exclusión o negación de las identidades diferentes, debido a que tiene una base racista, sólo puede hacer daño al tejido social, que en un país como Bolivia no termina de constituirse precisamente por la exaltación de las diferencias.

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¡Qué triste espectáculo!

Lucía Sauma, periodista

/ 2 de mayo de 2024 / 06:55

Hace unos días, la BBC publicó la lista de las 100 mejores universidades del mundo, entre las que figuran tres de Latinoamérica: la Universidad de Sao Paulo (Brasil), la Universidad Nacional Autónoma de México y la Universidad de Buenos Aires, de Argentina. Además de ocupar un lugar entre ese prestigioso centenar, en la de México se graduaron tres premios Nobel y en la de Argentina, cinco de sus egresados fueron galardonados con ese premio. ¡Qué privilegio! ¡Qué honor! Las tres son universidades públicas y gratuitas. En las tres, la exigencia es muy alta y el esfuerzo que hacen los estudiantes para aprobar las materias y concluir la carrera es también muy alto porque saben que cuanto mejor sea su rendimiento y cuanto antes finalicen, mayores serán sus oportunidades de trabajo. 

Revise: Dejarlos ser

Por esas casualidades que a veces uno no termina de entender, en el preciso instante que estaba pensando en ese ranking de universidades, el taxi en el que me transportaba pasaba por un costado de la UMSA, cuando finalizaba uno de los actos de fin de campaña por la elección de rector, la máxima autoridad de la principal universidad de Bolivia. Mientras el taxi redujo al máximo la marcha por la JJ Pérez, pensé tristemente que la San Andrés está a años luz de figurar entre las 1.000 (mil) mejores de Latinoamérica. El espectáculo que ofrecían los estudiantes era degradante. Hombres y mujeres estaban en un patético estado de ebriedad, caminaban por mitad de la calle sin poder mantenerse parados, este era el motivo de la congestión vehicular que ocasionaban a las 10 de la noche. Las aceras o cualquier lugar, y a vista de todos, se convirtieron en baños públicos. La música que se reproducía desde un escenario armado en el atrio universitario invitaba a beber y continuar con la decadencia de los miles de estudiantes que tienen fecha de ingreso pero nunca de salida, de jóvenes que no están dispuestos a leer un libro entero y recurren a los resúmenes que ofrece el internet o “encargan” la lectura, sus tareas e incluso sus tesis a los negocios que frente al Monoblock ofrecen realizar estos trabajos por un monto, generalmente negociable, con los que se obtienen los títulos universitarios.

Por supuesto que no todos los alumnos, ni todos los docentes de la UMSA, están de acuerdo con ese comportamiento, pero qué impotencia la que deben sentir ante tan bochornoso espectáculo. Ese mismo sentimiento de vergüenza e impotencia deben experimentar quienes saben de los casos de acoso, violencia, extorsión que se presentan a diario en las diferentes facultades de esa casa de estudios. Es cierto que en varias oportunidades se hicieron algunos intentos de poner en claro lo que sucede dentro de la universidad pública, pero el sistema que rige tiene un tejido demasiado siniestro y profundamente entramado. Apenas se vislumbra un resquicio de cambio que pretende corregir la desfiguración que sufre la UMSA, salen todos los “defensores” de inconscientes y profanos detractores del saber y el conocimiento que han invadido la universidad. ¡Qué lástima! ¡Qué difícil ser optimista frente a este panorama!

(*) Lucía Sauma es periodista

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Engaño

Grandes empresas, públicas y privadas, hacen uso del engaño para librar de culpa a sus ejecutivos

Claudio Rossell Arce

/ 2 de mayo de 2024 / 06:52

Distorsión intencional de la verdad para inducir a alguna persona a actuar o creer de manera que beneficie a alguien, usando para tal fin técnicas como la mentira, la omisión de información, y la manipulación de hechos. Tal descripción se ajusta a lo que las ciencias sociales llaman desinformación. También funciona, aunque con matices, como descripción de la postverdad. En rigor, no es ni más ni menos que aquello que se nombra como engaño.

Existe toda clase de engaños. Desde aquellos que se presumen inofensivos y se producen por doquier bajo el nombre de mentira blanca, hasta aquellos capaces de cambiar la historia, para bien y para mal; los ejemplos abundan. Unos son estratégicos y operan a lo largo del tiempo, alimentándose de dosis homeopáticas de mentiras, que sin embargo no dejan de ser tales. También están los tácticos, que se emplean al calor del momento y buscan resolver los temas a la brevedad posible, a menudo sin medir consecuencias de mediano o largo plazo.

Consulte: Decadencia

Entre las filosofías de Oriente se considera que la vida humana transcurre detrás de un velo de engaño llamado Maya: la ilusión o la apariencia de la realidad que engaña a las personas, haciendo que perciban el mundo de manera distorsionada. Para el pensamiento marxiano, esta idea adopta la forma de una cámara oscura, ese dispositivo óptico descrito hace ya un milenio por un científico árabe, que consiste en una caja sellada excepto por un pequeño orificio, por donde penetran los rayos de luz que, al cruzarse, se invierten, proyectando la imagen de la realidad de manera invertida, tanto horizontal como verticalmente. Esta imagen representa a la ideología, entendida como falsa conciencia.

Mucho antes del siglo XIX la idea ya había sido planteada por Platón en La República, donde se dice que la existencia humana transcurre en una caverna, donde las personas solo ven de la realidad sombras de objetos que se proyectan al pasar frente a una fogata detrás de ellas. Quien se libera de la esclavitud de la caverna conoce la realidad y las cosas verdaderas, por lo que regresa para avisar al resto, pero no le creen: víctimas del engaño comprenden las cosas al revés. Han pasado más de 23 siglos desde que se escribió esta alegoría, y las cosas no han cambiado ni un ápice.

La palabra engaño proviene del verbo engañar, que a su vez tiene su origen en el latín vulgar ingannãre, derivado del término latino innocãre, que significa “hacer inofensivo” o “librar de culpa”; difícil saber si en aquellos tiempos, como hoy, la gente buscaba evadir responsabilidades a través del engaño, especialmente en comisarías, fiscalía y juzgados, y mejor si con ayuda de un abogado.

En la era de la postverdad, el engaño parece ser aún más intenso: las emociones y las creencias personales, casi siempre manipuladas, pueden dominar sobre los hechos objetivos en la formación de opiniones públicas. Eso explica no solo el ascenso de líderes con rasgos autoritarios y fascistas (sin importar el color de las banderas que agitan), sino también el éxito que parecen tener entre sus leales. Se dice que la mentira fascista es más que un simple engaño, pues los líderes que la enarbolan son víctimas a su vez de su propio engaño, y lo dan por verdadero.

Además del típicamente propagandístico e ideológico origen, probablemente, de la postverdad, existen otros engaños, como el que se produce cuando una persona busca obtener beneficio de otra. Grandes empresas, públicas y privadas, hacen uso del engaño para librar de culpa a sus ejecutivos o para mantener en la sombra manejos inescrupulosos del patrimonio ajeno, apelando incluso a muertes que parecen suicidios.

Escapar del engaño, si tal cosa es posible, pasa por reconocer su existencia y buscar la discrepancia entre lo que se sabe y lo que se cree, lo cual exige un ejercicio crítico a menudo agotador y, peor, solitario, pues consiste en poner en duda todo lo que se conoce y abandonar las certezas, que son como la roca debajo del suelo que se pisa. También sirve escuchar a quienes se han librado de la caverna y sus sombras, pero, ay, cuando se mira con desconfianza, ¿cómo se distingue quién cuenta la verdad y quién trata de engañar?

(*) Claudio Rossell Arce es profesional de la comunicación social

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Biden no está ganando

La respuesta demócrata a esta coherencia combina una confianza injustificada con un fatalismo injustificado

Ross Douthat

/ 2 de mayo de 2024 / 06:47

En febrero, hubo un intenso debate sobre si la avanzada edad de Joe Biden y su aparente debilidad en un enfrentamiento con Donald Trump significaban que debía hacerse a un lado. Escribí una columna sobre ese tema, pero las voces más notables (es decir, no conservadoras) que argumentaban que Biden debería considerar retirarse de la carrera incluyeron al experto en encuestas Nate Silver y mi colega Ezra Klein. El informe del fiscal especial Robert Hur, que indicaba problemas de memoria del presidente, también formó parte de la discusión o, si se prefieren los términos favorecidos por los aliados del presidente, parte del pánico innecesario.

Lea: ¿Izquierda feliz?

El discurso se desvaneció en el ruido de fondo. Pero aquí estamos en mayo, a solo seis meses de las elecciones, y la dinámica básica que inspiró la discusión/el pánico original todavía está con nosotros. El mini-aumento de Biden fue, bueno, en miniatura. Todavía está ligeramente por detrás en las encuestas nacionales, y todavía está detrás de Trump en los estados indecisos que ganaron el Colegio Electoral para los demócratas la última vez: Georgia, Michigan, Arizona, Nevada, Pensilvania y Wisconsin. La brecha es estrecha: dependiendo de su promedio de encuestas preferido y de lo que usted haga con las cifras de las encuestas de Robert F. Kennedy Jr., Biden probablemente necesite recuperar solo unos pocos puntos para salir adelante: tal vez tres puntos, tal vez cuatro. Pero también es bastante consistente. Desde el otoño pasado, ambos candidatos oscilan dentro de un rango muy estrecho.

La respuesta demócrata a esta coherencia combina una confianza injustificada con un fatalismo injustificado. Por un lado, existe la creencia de que la ventaja de Trump es insostenible, porque tiene un límite máximo y no puede superar el 50% (pero ¿importa eso en una contienda con varios candidatos de terceros partidos bien conocidos?), y porque sus juicios aún no han surtido efecto (pero ¿y si es absuelto?). Por otro lado, existe un “¿qué podemos hacer?”, irritación con cualquiera que sugiera que Biden debería desviarse de la forma en que ha abordado la política y la política hasta la fecha.

He aquí una visión alternativa de la situación de Biden. Una lección plausible de los años de Trump es que si uno le gana sistemáticamente en las encuestas, hay que ser temperamentalmente cauteloso, centrarse en los fundamentos de su campaña y en los esfuerzos para conseguir el voto, y proyectar normalidad en cada oportunidad. Esto fue lo que hicieron bien los demócratas en 2018 y 2020, sus años de éxito anti-Trump.

Si, por otro lado, estás perdiendo contra Trump (como lo fueron sus rivales republicanos en las primarias de 2016 y 2020), no puedes confiar en que los acontecimientos o la fatiga de Trump vengan mágicamente a rescatarte. En lugar de ello, es necesario formular una estrategia que sea acorde con el desafío y estar dispuesto a romper las reglas normales de la política (como no lo hicieron los rivales republicanos de Trump ni en 2016 ni en 2020) para hacer frente a la anormalidad del propio Trump.

Significa evitar el tipo más pequeño de posible reorganización de las candidaturas, en el que Kamala Harris, el peor respaldo posible para un presidente envejecido, cede ante un candidato a la vicepresidencia que en realidad podría ser tranquilizador, incluso popular. Y significa dejar que la formulación de políticas de la administración siga funcionando con el piloto automático progresivo.

¿Un conjunto de nuevas y agresivas órdenes ejecutivas sobre inmigración, para demostrar que si los republicanos no llegan a un acuerdo, entonces Biden actuará unilateralmente para mejorar la seguridad fronteriza? Bueno, tal vez la Casa Blanca lo haga algún día.

Para ser claros, Biden puede ganar absolutamente estas elecciones. Unos pocos puntos no es un déficit imposible. Podría programar algunas triangulaciones brillantes para los últimos días de la campaña, cuando más votantes prestan atención. Podría verse impulsado por un alto el fuego en Medio Oriente y buenas noticias sobre la inflación. Trump podría ser condenado y perder, digamos, dos puntos porcentuales cruciales de apoyo en Pensilvania y Michigan. La parte izquierdista del apoyo a Robert F. Kennedy Jr. podría recaer en Biden, mientras que la parte favorable a Trump se queda con el saboteador de terceros. Los partidarios de Trump descontentos y con baja propensión a votar podrían no acudir a las urnas el día de las elecciones.

Pero es bueno tener una revisión de la realidad cada pocos meses sobre lo que realmente está sucediendo con la campaña para detener a Trump que Biden decidió que él y solo él podía presentar. Y lo que está sucediendo ahora es que Biden se acerca a la derrota.

(*) Ross Douthat es columnista de The New York Times

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Aterrizaje suave pese a todo

/ 1 de mayo de 2024 / 07:43

Es interesante hacer un seguimiento de los informes del FMI sobre las Perspectivas de la Economía Mundial (WEO por sus siglas en inglés) que emite con una periodicidad de dos veces al año (abril y octubre), con actualizaciones en enero y julio. El último informe de abril hace una revisión de los pronósticos de crecimiento al alza y una revisión a la baja de las previsiones de inflación, y reiterando su tendencia a la baja, concluyendo que la economía mundial va hacia un aterrizaje suave.

El excesivo énfasis en la inflación del FMI es en las normas o recetas en materia de política monetaria, que, aunque no es un Banco Central, trató de imitar mandando subir las tasas de interés cuando la inflación era alta, junto con reducir el gasto público para contraer el exceso de demanda que identificaba como causa principal de las presiones inflacionarias, cuando la mayoría de los análisis de los propios bancos y analistas mostraban la incidencia de los shocks de oferta y el riesgo geopolítico.

El problema de fondo es la utilidad de los informes y las proyecciones sobre la economía global. Desde que me inicié en el seguimiento del entorno mundial a principios de los años 90, no encontré un informe oficial público que alertara anticipadamente sobre el efecto Tequila y la crisis de México, en pleno triunfalismo del FMI por la liberación total de la cuenta de capitales, aunque sí algunos papers, como el de Guillermo Calvo sobre el frenazo súbito, ignorados por los altos ejecutivos del FMI. Pasó lo mismo con la crisis asiática, en Tailandia y Corea, y después con las crisis del real en Brasil, en pleno auge de la liberación global. Tuvieron que irrumpir esas crisis para que se moderara la recomendación de la apertura de capitales por parte del FMI, una institución supuestamente encargada de prevenir y enfrentar los desequilibrios externos, pero que más bien los acentuaba. El caso más patético fue con la crisis financiera mundial de 2007 y 2008, que no fue solo una crisis de las hipotecas, sino de un sistema financiero con supervisión laxa y centrada en los derivados financieros. Se dice que un economista como Nouriel Roubini previno la crisis, lo que es preocupante, ya que las tres instituciones internacionales más grandes (FMI, BM, OECD) solo se limitaban a repetir los mismos datos y mantras, y ni siquiera tocan madera para prevenir las crisis.

Ahora, mientras los informes de la troika tenían consenso del aterrizaje suave, un solo dato como la tasa de crecimiento del PIB de los EEUU cambió el entorno optimista a uno pesimista donde se duda del aterrizaje suave. Así, el crecimiento del 1,6% anualizado en el primer trimestre de 2024, frente al 3,4% del trimestre anterior fue por debajo de las previsiones triunfalistas del 2,5%, afectó a los mercados y analistas. Fue el crecimiento más bajo desde las contracciones de la economía en el primer semestre de 2022, que mostraron una recesión técnica no aceptada oficialmente, puesto que hasta ahora se espera el pronunciamiento oficial del NBER, institución oficial sobre el tema de recesiones.

La cereza que cuestionó el aterrizaje suave del dato a marzo de 2024 del Índice de Precios de los Gastos de Consumo Personal (PCE Price index), que muestra un aumento de su tasa anualizada de 2,5% en febrero a un 2,7% en marzo, y que, si se excluyen combustibles y alimentos, lo que se denomina la tasa subyacente, se mantiene en un 2,8%. Es decir, la inflación no está queriendo aterrizar al 2% que espera la Fed, sino se mantiene terca, cercana al 3%, mostrando que los datos no siguen a las autoridades monetarias ni al FMI, por supuesto.

Lo que más me preocupa es que en medio de los informes sobre el aterrizaje suave, el 8 de abril, sea el CEO de JP Morgan Chase, el banco más grande de los EEUU, Jamie Dimon, quien alerte a sus accionistas, según recoge The New York Times, de que la inflación y las tasas serán más firmes de lo que esperan los mercados y se mostró más escéptico sobre las probabilidades de un aterrizaje suave. Advirtió que las preocupaciones geopolíticas deberían estar por encima de cualquier preocupación económica.

Pareciera que Dimon estaba mejor informado que el FMI sobre los datos de inflación subyacente y del PIB.

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Indagación de un padre

Ricardo Bajo

/ 1 de mayo de 2024 / 07:38

Ser (un buen) hijo no es fácil. Ser (un buen) padre, tampoco. Uno se castiga en favor del otro. Esta columna podría haberse titulado: Carta a un mal padre. Un hijo, escritor, publica un libro sobre su padre muerto, filósofo. El escritor es Juan Villoro y el padre, don Luis Villoro Toranzo, filósofo zapatista/epicúreo. El libro se llama La figura del mundo: el orden secreto de las cosas (Random House, 2023). El cronista dedica la obra a su madre. En la página siguiente coloca un poema de Jaime Sabines titulado: Yo no lo sé de cierto. Lo supongo. El poema habla de dos personas que se quieren, de soledades y de silencios.

Villoro, hijo, escribe una (larga) carta a su padre. Es un padre singular y contradictorio. Es una carta llena de preguntas: ¿deben tener hijos los intelectuales? El hijo piensa que no, pues son —la gran mayoría— egoístas y tóxicos. Los hijos, para muchos intelectuales, son un estorbo. Nota mental: levanto la mirada del libro (la mejor señal) y pienso en el destino de los hijos de muchos intelectuales/artistas bolivianos: suicidio, infelicidad, trastornos mentales, drogas y engreimiento. No voy a citar nombres. Villoro también tiene respuestas: “no reproché a mi padre lo que no pudo ser y encontré una vía para quererlo a mi manera”.

La figura del mundo es un libro sobre la memoria (ajena). Sobre el pasado que siempre retorna de forma diferente. Sobre el distanciamiento (técnica de Bertolt Brecht) y los olvidos. En el teatro de la memoria, ésta tiene doble vida: bucea en lo olvidado y una vez allí, revive de otra manera. Son memorias familiares y memorias de México. A ratos, parecen cuentos inventados con personajes secundarios de lujo: hombres y mujeres que se perdieron en el olvido de la Revolución Mexicana, la Guerra Civil española, la hermosa insurgencia del e-zeta-ele-ene. “No escapa al pasado quien lo olvida”, dispara el hijo, citando a un personaje “brechtiano”.

Villoro recuerda gestos de su padre, recuerda que solo una vez le dio un beso. Recuerda su hábito de leer periódicos (el Excélsior —donde nuestro querido Coco Manto fuera jefe de redacción— y La Jornada). Recuerda sus guantes de piloto y sus anteojos de economista soviético; su costumbre de ir al mismo cine de manera religiosa; su amor (enfermizo) por los libros. “Si un padre no llora, el hijo llorará por todo”. 

Villoro, el hijo, habla de paternidad, la de ayer y la de hoy. La paternidad, como enigma insoluble. “¿Cuándo perdió la brújula la paternidad?” No lo sé, el que esto escribe no es padre. Bastante tengo con ser hijo, trabajo complicado donde los haya. “¿Cuándo perdonamos a nuestros padres por sus ausencias? ¿Es posible entender lo que un padre ha sido sin nosotros? ¿Se puede enseñar a querer?” Son las preguntas de Villoro.

Hay muchos padres e hijos que solo hablan de fútbol, “sitio ideal de la convivencia”. Algunos que no comparten esa pasión, ni siquiera de eso hablan. Los Villoro hincharon por equipos diferentes. Eso siempre calienta/alarga la charla. “Elegir un equipo significa elegir un futuro”, dice el hijo que le va al Necaxa. El padre le iba (por razones académicas) al equipo de la universidad, los Pumas de la UNAM. Ambos compartían, sin embargo, el sentimiento liberador del fútbol, la expresión de libertad, gozo y fascinación colectiva que despierta la pelota sobre la cancha. “Mi padre no me habló del fatalismo ni de la condición trágica del ser pero me llevó a los principales escenarios de la derrota: los estadios de fútbol”. Los dos eran/son de un país —como Bolivia— “donde los hinchas siempre hacen más esfuerzos que los jugadores”.

Los Villoro, padre e hijo, también hablaban de libros. Y de cómo deshacerse de ellos tras una larga vida. He visto con mis propios ojos hermosos ejemplares de tapa dura botados en la basura, abandonados con nocturnidad y alevosía. Nadie los quiere. Luis Villoro los donó a la Universidad de San Nicolás de Hidalgo en Morelia. La biblioteca de un padre a veces habla más que el propio padre.

Villoro, el hijo, se da cuenta al final de la crónica paterna que en realidad está escribiendo sobre su madre. “Mi padre es buen tema para un escritor que prefiere escribir de lo que ignora”. La dedicatoria inicial era una pista para lectores/detectives. Advierte que no es discípulo del filósofo, sino de su madre, Estela. De ella conoce casi todo (la infelicidad de los 10 años de matrimonio, el deseo de querer sinónimo de amor, la posibilidad de aquel idilio en la India con Octavio Paz). Ambos, madre e hijo, hijo y madre, decidieron amar por su cuenta a su “figura del mundo”. Todos deberíamos encontrar esa vía para querer a nuestros viejos. No es fácil ser padre. No es fácil ser hijo.

Ricardo Bajo es hijo

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