Un amigo dice: “Pienso, en vez de descolonizar, estamos más bien en tiempos de recolonización. Por ejemplo, en los pueblos indígenas hoy en día quieren abandonar el idioma quechua-aymara; y poco a poco se están inclinando más hacia el inglés o el francés. También están cambiando su manera de vestir, su idiosincrasia. Esto se lo puede ver en cualquier pueblo indígena, al menos yo lo he visto”.

Sí, efectivamente, las políticas pasadas han conducido al proceso descrito anteriormente. Sin embargo, si se lee a Rodolfo Kusch, se avizora otra alternativa: “Si nos atenemos estrictamente a la lingüística, conoceríamos todo lo referente a la estructura del aymara; pero todo lo que hace a su destino como idioma aborigen lo adivinaríamos en el nivel de lo que se cree comúnmente en círculos burgueses, y diagnosticaríamos quizá su desaparición paulatina. La simple lingüística no puede pronosticar una desaparición. Debemos acudir además a un criterio sociológico, histórico o antropológico, para saber qué ocurre. Pero tampoco éstos nos sirven. Por eso, sería conveniente acudir a otro criterio quizá extra científico como el de la política. Se trata de gobernar mejor nuestra polis, y con ese criterio no hacer un pronóstico sobre la extinción del aymara, sino pensar lo aymara por dentro y llegar a la conclusión de que quizá esa extinción no ocurra.”

Ninguna cultura debe ser descalificada premeditadamente, por lo menos se debería dejar que ésta se defienda, que reflexione y tome conciencia a la hora de decidir. Cuando se ve presionada y apabullada por otra cultura, piensa como sus opresores. Si uno pretende ser ecuánime, para juzgar, debe esperar que el ebrio esté cuerdo. Son tiempos de cambios pacíficos y decisivos, se trata de revoluciones paradigmáticas e históricas. Ya no hay verdades ni dogmas absolutos, son épocas en las que las identidades diferentes son cada vez más valoradas.

La civilización dominante ha dejado sus atavíos de querer reinar culturas indígenas con ropajes occidentales. Es decir, los paradigmas de diversidad, alteridad, respeto a la ecología, equidad de género, etc. (que hoy pregona la civilización occidental) son casi los mismos que practicaron los pueblos indígenas desde hace siglos, y  los siguen practicando, pese a la “civilización”.

Los pueblos indígenas no deben entrar a los desechos de una civilización moribunda, a valores como el verticalismo, la homogeneización, el universalismo, la tierra como cosa, el machismo, etc. Sólo los perversos pueden pretender civilizar a un pueblo con una cultura rebasada por el tiempo, y dejarlos otra vez relegados a la cola, cuando pueden ser los primeros si se dan cuenta del valor de su propia cultura.

Antes se decía que unos eran civilizados, y los otros, salvajes; que “las victorias no dan derechos”, pero en los hechos ocurría lo contrario. Pero eso se dio en la era de Newton, no en la era de Einstein-Planck. La tormenta está pasando y muy rápidamente; el orden del espacio-tiempo es cíclico. Se dice que sólo habrá respeto cuando haya conciencia de las diferencias culturales y lingüísticas, y que éstas no deben ser motivo de separación, son independientes pero a la vez pueden ser complementarias. Por ejemplo, la Organización de las Naciones Unidas para la Ciencia, la Educación y la Cultura (Unesco) reconoce que “las lenguas y culturas minoritarias son un recurso de la humanidad”. Hoy el paradigma es el centro radical para el encuentro de los diferentes, principio que los indígenas han practicado desde hace milenios.