En febrero, durante una visita a Bolivia, tuve la oportunidad de conocer el proyecto de diagnóstico y tratamiento de Chagas que la organización Médicos Sin Fronteras (MSF) desarrolla en la provincia de Narciso Campero, ubicada en la zona rural del departamento de Cochabamba, con una de las más altas prevalencias de la enfermedad en el país. Allí pude constatar que, a pesar de las dificultades, el diagnóstico y tratamiento de la población en zonas alejadas de los centros urbanos es posible.

Lamentablemente, la experiencia de Narciso Campero es sólo una gota en el mar si tenemos en cuenta el impacto actual que tiene la enfermedad de Chagas: se estima que hay entre 8 y 10 millones de casos en todo el mundo, y que la enfermedad causa la muerte de 12.500 personas cada año, convirtiéndose así en una de las infecciones parasitarias con mayor tasa de mortalidad en el continente americano.

Una transformación real de esta situación sólo será posible si los gobiernos de los países endémicos de América Latina asumen el compromiso de cerrar la considerable brecha existente entre el número de personas que viven con Chagas y el de aquellas que reciben tratamiento. Los Estados latinoamericanos están ante una oportunidad histórica, 104 años después del descubrimiento de la enfermedad, de finalmente comenzar a transformar la realidad del Chagas.

En los últimos años ha habido importantes avances. La organización no gubernamental DNDi (Iniciativa Medicamentos para Enfermedades Olvidadas, según sus siglas en inglés) ha desarrollado una formulación pediátrica del medicamento para la enfermedad, que permitirá mejorar el tratamiento en los niños. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) han aprobado sendas resoluciones en las que se recomienda que el diagnóstico y el tratamiento de Chagas sean integrados en los centros primarios de atención sanitaria (es decir, en aquellas clínicas y hospitales más cercanos a la comunidad), y que se fortalezca ahora el suministro de los tratamientos existentes con el objetivo de universalizar el acceso al mismo en el futuro. Pero aún queda mucho por hacer para que estas resoluciones se traduzcan en acciones concretas.

En este sentido, Bolivia tiene la posibilidad de asumir un papel clave como líder regional en la lucha contra el Chagas. Si bien es el país con mayor endemicidad de Chagas, es también el que más pacientes trata y uno de los que cuentan con las leyes más sólidas al respecto: la Ley 3374, del 23 de marzo de 2006, por ejemplo, declara como prioridad nacional la lucha y prevención contra el mal de Chagas en todos los departamentos. Si, bajo el liderazgo del Presidente del Estado, del Ministerio de Salud y de los gobiernos provinciales, el país logra transformar en realidad lo que el decreto propone, puede convertirse en un ejemplo a seguir para todo el continente.

La gran barrera hoy en día para el acceso de los pacientes al diagnóstico y tratamiento es la falta de recursos humanos y una infraestructura de salud primaria robusta que incluya un programa de promoción y educación tanto para la población como para los mismos profesionales sanitarios encargados de brindar tratamiento. Hacen falta herramientas de diagnóstico más sencillas y mejores tratamientos, adaptados a los contextos. Se precisan nuevos medicamentos que acompañen este proceso; y entretanto OMS y OPS deben apoyar los esfuerzos de los gobiernos, garantizando que los fármacos necesarios estén disponibles en todos los países afectados. Desde 1999, MSF ha venido trabajando en Chagas, atendiendo a más de 7.000 pacientes en distintos países de América Latina y demostrando así que es posible brindar tratamiento. Por supuesto, implica tiempo, trabajo y compromiso de las autoridades, pero el momento de empezar a transformar la vida de millones de pacientes con Chagas es ahora.